Recomiendo:
0

Globalización e identidades nacionales y postnacionales…, ¿de qué estamos hablando?

Fuentes: La Ventana

Palabras de agradecimiento leídas por Grínor Rojo en la sala Che Guevara de la Casa de las Américas, al conocer el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada

Parto recordando las palabras que en esta misma sala pronució ayer Héctor Díaz Polanco, mi predecesor en la recepción de este premio. Díaz Polanco habló de su sorpresa genuina ante el honor que se le hacía, un honor para el que no concursó y sin embargo le fue concedido, y habló también de uno de los objetivos principales de su libro, Elogio de la diversidad. Globalización, multiculturalismo y etnofagia. En él había tratado, dijo, de llegar a una distinción conceptual rigurosa entre un término ciertamente estimable, como es el de «diversidad», y otro que, pretendiendo ser su sinónimo, lo que de veras hacía era cooptarlo y neutralizarlo.

Ese otro término, del que Díaz Polanco nos aconseja cuidarnos, es «multiculturalidad». Repito: me siento cercano a sus palabras.

Y esto es así porque el gran objetivo de mi propio trabajo, el que Casa de las Américas ha querido premiar en esta ocasión, es hacer o tratar de hacer claridad sobre una serie de vocablos que llenan, que atiborran, diría yo, el discurso teórico contemporáneo y que, como el de «multiculturalidad» que Díaz Polanco vapulea en su libro, constituyen trampas respecto de las cuales hay que tener los ojos bien abiertos o porque son portadoras de medias verdades (y, por lo tanto, de mentiras a medias) o porque son falsedades sin más.

Planteados como articulaciones binarias, menciono algunos de ellos: «identidad» vs. «diferencia», «local» vs. «global», «Estado nacional» vs. «orden globalizado», «Estado nacional» vs. «orden postnacional». Pudieran agregarse otros más (egregiamente la oposición «imperialismo» vs. «imperio», que proponen los ínclitos Hardt y Negri), pero con lo dicho me parece que basta.

Pienso que se trata, en todos estos casos, de la construcción de dicotomías espurias con vistas al borramiento de la que es más conflictiva en beneficio de la que es menos.

Eso es lo que a mí me resulta tremendamente objetable, porque ocurre que nosotros estamos a favor de la diversidad, a favor de la diferencia, pero eso no tiene porque obligarnos a dar al traste con la identidad; que estamos a favor de lo global frente a lo local o al revés, pero sin que eso signifique que estamos favoreciendo una opción a cambio de la otra. Tampoco queremos dejarlas como están, claro está, sino que en cada una de estas circunstancias lo que buscamos es generar una síntesis nueva, movernos en pos de un futuro más inteligente y más productivo.

Ahora bien, yo creo que todo esto nosotros podemos y debemos atribuirlo, en el marco de los últimos treinta y tantos años de la historia mundial, al retroceso que ha experimentado el pensamiento dialéctico y a su reemplazo por un pensamiento antidialéctico, de raíz estructuralista primero y postestructuralista y postmoderna después. Lo grave, lo verdaderamente grave en este reemplazo, es que este último tipo de pensamiento se declare y pretenda ser progresista, cuando al fin de cuentas está defendiendo los intereses del statu quo, tanto el económico como el político.

Pero nada de ello es azaroso. La crisis del orden capitalista mundial -que no es de hoy sino que se remonta a los comienzos de la década del setenta (el abandono que hizo Nixon del patrón oro en 1971 y la doble crisis petrolera, la del 73/74 y la del 79/80, fueron acontecimientos sintomáticos en este sentido)- obligó al sistema a reinventarse. Y el sistema se reinventó en efecto, con la máscara del «neoliberalismo», que no es otra cosa que la fórmula ideológica con que Milton Friedman y sus discípulos etiquetaron el reciclaje del capitalismo en tiempos de debacle. El fin supremo del reciclaje fue acabar con el Estado de bienestar, dejando de ese modo a los agentes mercantiles en libertad de operar cuándo y cómo a ellos se les diera la gana.

Las consecuencias las estamos sufriendo hoy día mismo, en el hambre de millones. Si a eso se suma la otra debacle, la de los socialismos reales en Europa del Este, se ve y se entiende cómo y por qué el planeta todo o casi todo quedó, a partir de un cierto momento, a disposición de los ideológos encargados o autoencargados de leer e interpretar mañosamente estos procesos.

Fue así como desde la década del setenta en adelante, el campo intelectual se lo repartieron entre los intelectuales orgánicos del sistema, los técnocratas y los burócratas de variopinto plumaje, de un lado, y los «post», del otro. La diferencia es que los primeros actuaban por encargo y desembozadamente y los segundos por decisión propia y con el pretexto de estar haciendo una crítica del sistema, pero una crítica que en el fondo no era tal. No se puede hacer política de izquierda por una epistemología de derecha, es lo que Lukács declaró alguna vez.

Se comprenderá entonces cuál fue mi intención al escribir Globalización e identidades nacionales y postnacionales…, ¿de qué estamos hablando? Soy peleador, lo reconozco (es lo que dice Roberto Fernández Retamar de mí), y mi pelea de los últimos años no ha sido tanto contra los intelectuales orgánicos del statu quo, los que se ponen a sus órdenes sin hacerle preguntas, y que son aquellos que manejan sus mecanismos óptimamente, aunque sin interrogarse jamás por sus fines (que son personajes obvios, que se caen por sí solos; en mi país, hacen nata y dan vergüenza), como contra los otros, contra los que presumen de progresismo, aunque la realidad es que obedecen, a sabiendas o no, al orden de cosas que existe y tal como él existe.

Mi deseo ha sido desenmascarar su problemática y, con mayor razón aún, su solucionática. Creo que no otra es la obligación del intelectual crítico, cuya práctica, además de saludable en sí misma, es un artículo de primera necesidad en medio del empobrecimiento democrático que genera la fase actual en la historia del capitalismo. Para eso escribí mi libro y para eso he escrito mucho de lo que vengo publicando desde un tiempo a esta parte.

Muchas gracias a Casa de Las Américas por premiar este pequeño esfuerzo mío y a ustedes por haberme escuchado esta noche.