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Globalización, identidad y territorialidad

Fuentes: Gara

El tema de la globalización no sólo afecta a las mercancías y a su manipulación en las empresas, también atañe a la mano de obra y a las formas de su socialización. La globalización propugna el libre movimiento de mercancías, de manufacturas y de capitales, lo mismo que de modas o de medios de comunicación. […]

El tema de la globalización no sólo afecta a las mercancías y a su manipulación en las empresas, también atañe a la mano de obra y a las formas de su socialización. La globalización propugna el libre movimiento de mercancías, de manufacturas y de capitales, lo mismo que de modas o de medios de comunicación. Sin embargo, se opone decididamente al libre movimiento de las personas (a no ser por ocio, por turismo o por deporte).

Por esto, de entre los muchos temas que se interfieren en la globalización, quiero ahora tratar de la libertad de comercio, de la deslocalización tanto de empresas como de grupos sociales, de la identidad y de la territorialidad.

La libertad de comercio: «The Sunday Times» daba unos ejemplos de libertad en el movimiento de las mercancías que llega a términos incomprensibles. Las gambas pescadas en aguas de Escocia se transportan a China para que allí sean peladas a mano y después de nuevo transportadas al Reino Unido para ser rebozadas y comercializadas. El mismo periódico señala otros productos del mar que hacen recorridos semejantes. Por ejemplo la empresa Van Smirren Seafoods envía los berberechos desde Gales a Holanda para que allí sean enlatados, y las sardinas pescadas en Cornualles se destinan a Francia para su manipulación, para luego volver a los supermercados ingleses. Ejemplos semejantes se podrían aducir otros sin número como que el café de Africa se lleva a empaquetar a la India, que las gambas de Canadá son procesadas en Islandia o las nueces bolivianas son preparadas en Italia.

La deslocalización es una herramienta de la globalización principal y casi exclusivamente manipulada por el capital, por la que las empresas multinacionales trasladan sus centros de trabajo desde los países desarrollados a los del tercer mundo, buscando una mano de obra más barata o un acceso más sencillo a las materias primas. Con la deslocalización se busca el amparo de legislaciones más laxas o menos estrictas con respecto a los derechos de los trabajadores, menos conscientes de la protección del medio ambiente y menos garantes de la contaminación. Las empresas deslocalizadas buscan una mayor rentabilidad a costa de los derechos de los trabajadores, del desarrollo sostenible y de la salvaguarda del medio ambiental. La deslocalización genera paro, empleo de baja calidad, contaminación, competencia desleal y reducción de calidad en el producto final.

Sin embargo, la amenaza de deslocalización lleva a la economía del primer mundo a un doble movimiento ofensivo y defensivo. Por una parte, a una importación masiva de materias primas precisamente arrancadas de los países en desarrollo. Y en segundo lugar, a una economía defensiva a través de las primas dadas a los productos nacionales o a través de la prohibición de las importaciones.

La deslocalización genera crecimiento económico rápido en el país de nuevo asentamiento, con la amenaza siempre latente de que ese crecimiento puede ser coyuntural porque la actual localización no se promete sea un asentamiento definitivo.

La deslocalización crea empleo en el país de destino, genera empleo especializado por competitividad en el país abandonado, produce los mismos productos a precios menores y reparte mejor la riqueza en un mundo globalizado.

Como conclusión debemos afirmar que tanto el beneficio empresarial como la competitividad no son dos objetivos absolutos e incondicionables de la economía, sino que deben ser tasados dentro de un marco mayor que no es necesaria ni exclusivamente económico.

La identidad: ¿Acaso podríamos concebir un mundo globalizado en el que todos fuéramos ciudadanos uniformados hablando una única lengua, leyendo una misma literatura, oyendo la misma música, alimentándonos de los mismos productos, vistiendo pret a porter como funcionarios universales, teniendo una misma cultura y folklore, gozando de la misma filosofía, religión y derecho, es decir, desarrollando idéntica idiosincrasia?

La globalización no podrá destruir las identidades personales y sociales. Dentro de lo personal no impondrá una identidad tallada con el mismo modelo de vestido o peinado, alimentada con los mismos productos manufacturados en una cocina universal, ni amasado desde la cuna con los mismos textos e idénticas filosofías. No impondrá los mismos cánones de arte, equivalentes símbolos y signos, ni el desarrollo de un pensamiento uniforme.

Igualmente y dentro de las identidades sociales no prescindirá de la familia, de la parentela, del matrimonio, del grupo social que habla la misma lengua y goza de una propia literatura, que desarrolla su propio folklore y que se gloria de conformar una misma identidad nacional.

La globalización no suprimirá ni destruirá las identidades personales, sociales, familiares, nacionales ni las que nazcan de la libre asociación de afinidades humanas. Tendrá que regular el ámbito de actuación y el círculo de desarrollo y expansión de cada una de ellas, de modo que no haya ni un solapamiento ni se genere el peligro de que una identidad suplante, absorba o destruya a otra. La globalización deberá asegurar el ámbito de actuación de cada una de estas identidades personales y sociales.

La territorialidad: El reconocimiento de la existencia y la dificultad de la convivencia de las distintas identidades estriba en la territorialidad. Es decir, en la ocupación de un espacio físico, urbano, mental, literario, religioso, de los medios de comunicación, etcétera, donde cada identidad pueda desarrollar su vitalidad sin cortapisas ni imposiciones y pueda expansionarse en razón del crecimiento de sus miembros.

El asentamiento de una identidad en una territorialidad le da derecho a controlar la producción agrícola de la tierra, pero ¿también le da derecho a la implantación de técnicas de producción contaminantes, a la deforestación, a la transformación del paisaje y a atribuirse los productos que pueda extraer del subsuelo?

Por otra parte, ¿quién señala y con qué criterios la territorialidad, el espacio de ocupación cultural, lingüístico, folklórico y aun estrictamente físico de la identidad gitana o de la identidad marroquí que ha llegado como emigrante al primer mundo? ¿Cuál es la territorialidad de la identidad gibraltareña, ceutí o melillense, andorrana o monaquense? ¿Cuáles son los criterios que han dado en la historia legitimidad internacional a las conquistas fenicias, romanas o púnicas, a las portuguesas, españolas, inglesas, francesas u holandesas en tierras denominadas sus colonias?

¿Cómo se distribuyen las territorialidades y con qué criterios? ¿Sigue aún vigente como lo estuvo durante siglos la autoridad hierocrática del Romano Pontífice como señor del Universo que concedía la territorialidad de las tierras descubiertas? ¿Son las leyes de la mayoría que vive en un lugar, las que atribuyen la territorialidad aunque se dejen en un vacío legal los derechos de las minorías? ¿Son el uso y la costumbre inveteradas de los autóctonos las que dan derecho de dominio en un territorio? ¿Es la violencia de las armas conquistadoras la que legaliza la posesión de una tierra conquistada? ¿Qué nuevas mayorías o identidades en una globalización mundial podrán controlar la producción de materias primas, normalizar los mercados, ordenar los flujos de población y aun alterar las fronteras territoriales que las identidades sociales y nacionales se han ido atribuyendo durante siglos?

En la historia de la independencia de las colonias americanas, africanas o asiáticas con respecto a las metrópolis europeas hemos visto que sólo la fuerza de las armas ha logrado que las nuevas identidades fueran admitidas en el consorcio mundial.

En la experiencia de hoy en día nos encontramos con que la identidad española no admite la identidad gibraltareña y por eso le niega la territorialidad en el Peñón, si bien no puede imponer por la fuerza de las armas su expulsión. Igualmente afirma la identidad de Ceuta y Melilla y exige por la fuerza de las armas la territorialidad de las mismas en suelo norteafricano.

Respecto del pueblo vasco, la identidad española, como se ha visto en estas últimas elecciones, es reacia a admitir la identidad vasca y, por lo tanto, impone por la fuerza de la policía y de las mayorías pensadas a su medida una territorialidad compartida que, a la larga, sofoca la propia identidad vasca, convirtiéndola en una identidad mestiza y minoritaria a la que no le corresponde territorialidad.