Introducción La situación en el mundo se caracterizó por la transformación dinámica del sistema de relaciones internacionales. Al culminar la época de la confrontación bipolar prevalecieron dos tendencias mutuamente exclusivas. La primera tendencia se manifiesta en la consolidación de las posiciones económicas y políticas de la gran cantidad de Estados y de sus asociaciones integracionistas, […]
Introducción
La situación en el mundo se caracterizó por la transformación dinámica del sistema de relaciones internacionales. Al culminar la época de la confrontación bipolar prevalecieron dos tendencias mutuamente exclusivas.
La primera tendencia se manifiesta en la consolidación de las posiciones económicas y políticas de la gran cantidad de Estados y de sus asociaciones integracionistas, en el perfeccionamiento de mecanismos de gestión multilateral de los procesos internacionales. Con esto el papel cada vez más creciente lo desempeñan los factores económicos, políticos, científico-técnicos, ecológicos e informativos.
La segunda tendencia se perfila a través de los intentos de construir la estructura de relaciones internacionales basada en el dominio en la comunidad internacional de los países avanzados occidentales y condicionar las soluciones unilaterales, principalmente las militares, para los problemas claves de la política mundial, ignorando las normas fundamentales del derecho internacional.
Durante la década de los noventa, el cual se caracterizó por el predominio de escuelas de pensamiento como el neoliberalismo y el neorrealismo o el institucionalismo transnacionalista, fue una época de incertidumbre donde se inauguró un periodo sin precedente de paz y de seguridad en la historia de las relaciones internacionales, sin embargo, no supuso sino un interludio entre estos hechos y el inicio de un conflicto de más amplias proporciones (Kagan, 2005: 113).
La guerra fue censurada, pasó de ser el instrumento de vital importancia para la sobrevivencia del sistema internacional y por ende del Estado, a una actividad moralizada. La guerra es sustituida por conceptos como «seguridad» que normaliza, naturaliza, cotidianiza, positiviza y justifica la guerra; -invierte los valores y se la emplea para suprimir la repulsión que se siente por el asesinato como fundamento ontólogico. Y sin embargo la guerra continuó siendo el centro de los procesos internacionales (Saxe, E. 2005: 1).
Se proclamó el fin de la historia, al argumentarse que por medio del comercio, la cooperación internacional y la resolución de conflictos a través de Organismos Internacionales, las guerras iban a ser cosa del pasado, y por lo tanto junto a la guerra, la seguridad nacional se vuelve obsoleta y vendría a ser sustituida por la seguridad colectiva. Esta época de incertidumbre se caracterizó por una securitización casi absoluta del entorno social de las relaciones humanas. Surgen términos como seguridad humana, democrática, ciudadana, entre otros. Sin embargo, se podría afirmar que toda esta securitización, colapsa y la seguridad nacional vuelve a ser el punto principal en la agenda internacional tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Esta época que finaliza el 11 de septiembre, inicia su decadencia en 1999, con los ataques a Kosovo, donde Estados Unidos, muestra políticas revisionistas (que siempre han estado presente en su política exterior) de dominio mundial y de creación de un superejército (simples pretensiones, ya que pese a no tener comparación militar, su ejército no es capaz de combatir y salir victorioso en dos teatros bélicos). Un hecho que la gran mayoría no avizoró, por vivir en el fantástico mundo de las maravillas de la economía, las finanzas, la securitización y la globalización. Y aún con las políticas revisionistas estadounidenses expuestas de forma tácita, muchos se niegan a abandonar Utopía.
La guerra recupera el rol preponderante en las relaciones internacionales que tuvo a través de la historia, siendo esta actividad la que permite la creación de un estudio de las relaciones entre los Estados. Como se apuntó anteriormente, la política internacional, al igual que todo tipo de política, es una lucha por el poder. No importa cuáles sean los objetivos finales de la política internacional, el poder se constituye invariablemente en el fin inmediato. (1986:64). Es por lo tanto característico de la naturaleza del Estado, acumular y mantener la mayor cantidad de poder con respecto a los otros Estados. Y es el poder el que permite que se desarrolle el fenómeno de la política, que debe ser entendida como «el control más o menos incompleto del comportamiento del sometido por medio de hábitos «voluntarios» de acatamiento combinados con amenazas de una coacción probable (Deutsch, 1990:23). Y al ser la guerra el principal mecanismo para la mayor acumulación de poder, puede concluirse, siguiendo la línea de Clausewitz, que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Debe entenderse, que «la guerra no esta subordinada a la política, sino que constituye su máxima expresión, su perfección momentánea». Por lo tanto, el Estado que dispone de débiles recursos y ejércitos insuficientes (o nulos, BGH) debe limitarse a desempeñar una modesta política en el concierto internacional, en tanto que el Estado que dispone de arsenales repletos y grandes reservas humanas y materiales puede realizar una «política» en alta voz (Naville, 2000:19).
Hacia una definición de terrorismo
El término Terrorismo, en teoría, no debería ser complicado encontrar una definición. Se podría proponer «dominación por el terror» y «sucesión de actos de violencia para infundir terror». Y también se podría acordar definiciones alternativas como «uso de la fuerza para atemorizar o matar a personas para obtener fines ilegítimos».
El terrorismo debe ser entendido como la táctica de utilizar un acto o una amenaza de violencia contra individuos o grupos para cambiar el resultado de algún proceso político (1990:259). Sin embargo esta definición dada por Deutsch es muy escueta, no brinda mayor detalle sobre el fenómeno y se limita al ámbito político. En cambio si nos remontamos a investigaciones posteriores al 11 de septiembre de 2001, encontraremos una definición más cercana a la realidad: «el empleo premeditado de violencia o amenaza de violencia para lograr objetivos de naturaleza política, religiosa o ideológica (incluido el ámbito económico)… mediante la intimidación, la coerción o la siembra del miedo» (Chomsky, 2004:266; énfasis BGH). En esta se encuentra otros ámbitos en los que se aplica el terrorismo.
También se podría afirmar que «Hablar de terrorismo es hablar de violencia. Pero no de cualquier violencia. Ante todo, podemos considerar terrorista un acto de violencia cuando el impacto psíquico que provoca en una determinada sociedad o en algún sector de la misma sobrepasa con creces sus consecuencias puramente materiales. Es decir, cuando las reacciones emocionales de ansiedad o miedo que el acto violento suscita en el seno de una población dada resultan desproporcionadas respecto al daño físico ocasionado de manera intencionada a personas o a cosas» (Reinares, 2003:16). Esta definición se enfoca más al aspecto psicológico de las víctimas, dejando de lado los objetivos políticos, económicos, religiosos o ideológicos que busca el terrorista, aunque se sobreentiende que el impacto psíquico provocado por el terrorismo busca dichos objetivos [1].
Ahora bien, una definición más pragmática y menos discursiva sería: «las acciones o políticas emprendidas contra una población determinada por parte de la clase dominante para lograr un mayor control y sometimiento a sus designios». Desde un punto de vista político, el terrorismo no es otra cosa que el terrorismo de Estado, y por lo tanto, toda acción violenta que busque minar el accionar del Estado o clase dominante, debe ser entendida como contraterrorismo. Sin embargo, es inadmisible, impensable, decir que la clase dominante se dedica oficialmente al terrorismo, y más aún decir que los actos terroristas en realidad son contraterrorismo. Lo que sucede no es otra cosa que doblepensar [2], en otras palabras, la retórica, ese arte de embellecer la expresión de los conceptos, en el cual el verdadero terrorismo (repetimos, el terrorismo de estado) es presentado como contraterrorismo, a veces llamado como «conflicto de baja intensidad» o «contrainsurgencia», así sean los peores genocidas: por ejemplo los nazis. Y presentan a las acciones no gubernamentales como el único terrorismo existente. Se debe tener muy presente que «el terror es primordialmente un arma de los poderosos (2004:268).
En la actualidad, la noción del concepto de terrorismo, se puede encontrar rasgos significativos. En primer lugar, la noción de terrorismo de Estado apenas tiene cabida en las teorizaciones norteamericanas, como no sea que se deslice subrepticiamente de la mano de la actividad de alguno de los Rouge States (Taibo, 2005b:78). Como se mencionó anteriormente, en la apología estatal, las acciones ejercidas por el Estado, nunca son acciones terroristas, con una clara excepción igualmente discursiva, los únicos Estados que sus acciones si son terroristas son los Estados que no orbitan dentro del área de influencia (dominación) del hegemón, más conocidos como Rouge States o Estados Canallas. Un segundo rasgo que resalta es una llamativa distorsión estrechamente vinculada con la anterior: se olvida siempre que el número de muertos generados en los tres últimos decenios del siglo XX por lo que comúnmente se entiende por terrorismo ascendió aproximadamente a unos diez mil, un guarismo modesto si lo comparamos con el de los muertos provocados por las maquinarias de terror a disposición de los Estados (2005b:78). No hace falta profundizar mucho en este aspecto, para darle la razón al autor, si ponemos por ejemplo, la cantidad de personas asesinadas por ser consideradas herejes por la Inquisición; el aniquilamiento de las poblaciones nativas de América por parte de los conquistadores europeos; los aproximadamente 80 millones de muertos por las guerras mundiales; la cantidad de personas que mueren día a día por los embargos impuestos por gobiernos como el de Estados Unidos, para doblegar a Estados que no se someten a sus designios,; y por último, y de forma irónica, la cantidad de muertos producto de las intervenciones humanitarias, si se suman todas estas cifras y se comparan por ejemplo con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, en el cual murieron 3.000 personas, se denota estrepitosamente que el verdadero terrorismo es el estatal y del cual «EEUU ha sido protagonista de un sinfín de actos de cariz presuntamente terrorista entre los que cuentan el derribo de aviones, el hundimiento de buques, el secuestro de personas, el bombardeo inopinado de ciudades, el despliegue de sanciones económicas letales para poblaciones enteras o el respaldo permanente dispensado a crímenes como los cotidianamente protagonizados por Israel» (2005b:78-79). Y como último rasgo que se encuentra es que el discurso oficial no muestra propensión alguna a escarbar en las eventuales razones que vendrían a explicar comportamientos desbocados como los que se revelaron el 11 de septiembre de 2001 (2005b:79). En sus discursos oficiales las potencias se contentan con señalar que el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva son las nuevas amenazas del siglo XXI, y eluden que la pobreza y el expolio de los recursos, afirma Taibo, guardan alguna relación con los dos fenómenos invocados, o al menos con el primero.
De la práctica, se puede notar que no existe un solo tipo de terrorismo y no todos poseen una magnitud idéntica. De manera sugestiva, se podría crear una tipología del terrorismo. En primer lugar, un terrorismo determinado por su alcance: a) Terrorismo Internacional que puede ser entendido como aquel acto terrorista que trasciende las fronteras nacionales de un país. Un claro ejemplo podría ser el golpe de estado efectuado contra Noriega en Panamá por parte del gobierno de EEUU; b) Terrorismo Global que se puede concebir como aquel acto terrorista que se inflinge o perjudica a todo el planeta, o que tiene un alcance global (destrucción del medio ambiente, guerra nuclear, etc). En segundo lugar, el terrorismo determinado por el número de victimas que afecta: a) Terrorismo a Gran Escala, es aquel acto terrorista enfocado hacia un grupo grande de individuos (los atentados del 11 de septiembre de 2001; los bombardeos estadounidenses sobre el pueblo iraquí); b) Terrorismo a Menor Escala, es aquel acto terrorista enfocado hacia un solo individuo o a un pequeño grupo de estos (el asesinato de John F. Kennedy, las torturas y posterior asesinato de los prisioneros de guerra de Afganistán e Irak). El terrorismo determinado por sus perpetradores, en tercer lugar: a) Terrorismo de Estado, que hace referencia al uso sistemático por parte de un Estado, por medio de amenazas o represalias, muchas veces de forma ilegal, contra una población en especifico (en muchas ocasiones contra su propia población), con el fin de imponer el mayor nivel de obediencia y una mayor colaboración de los coactivados; b) Terrorismo Individual, es aquel acto terrorista realizado por un grupo de individuos, con el fin de hacer realidad sus demandas (secuestros, atentados a las embajadas estadounidenses); c) Terrorismo Corporativo, se podría catalogar como las actividades terroristas promovidas por una empresa privada con el fin de obtener determinados objetivos, por ejemplo, una empresa petrolera que por medios ilegítimos induzca a una desestabilización de un sistema de gobierno en determinado país con el fin de entrar en su territorio y establecer en el mismo y explotar sus recursos (sería el caso de Chevron en relación a la explotación de los recursos petrolíferos del Orinoco, el golpe de estado al presidente chileno Salvador Allende, por parte de las industrias del cobre y el gobierno de EEUU). En esta categoría también se puede incluir lo que Chomsky denomina como la privatización de las atrocidades internacionales (2004:88), que consiste en la contratación por parte de un Estado a determinada empresa privada para que realice actividades con un alto grado de violencia que le permita evadir responsabilidades.
En un cuarto lugar encontramos al terrorismo fundamentado en ideologías: a) Terrorismo Ideológico, es aquel que se encuentra enmarcado en una determinada ideología y sus acciones son realizadas contra aquellos que se presenten como oposición a sus creencias ideológicas (los atentados terroristas realizados por los nazis contra los comunistas, judíos, y otros grupos sociales que el nacionalsocialismo considerara como enemigos); b) Terrorismo Religioso, es aquel acto terrorista fundamentado en alguna creencia religiosa, generalmente por interpretación del dogma (fundamentalismo islámico), o por cuestiones estructurales del dogma, es decir, el miedo es un elemento esencial para la preservación del dogma y de toda la clase dominante dentro de la religión (el cristianismo). Y en último lugar, el terrorismo determinado por su magnitud: a) Megaterrorismo es aquel acto terrorista de alta intensidad, con una planeación excesiva, muchas veces utilizados contra las potencias, se podría afirmar que es una combinación del terrorismo internacional, a gran escala, con un fuerte fundamento ideológico-religioso (un claro ejemplo son los ataques del 11 de septiembre del 2001); b) Hiperterrorismo son aquellos actos terroristas aplicados con el mayor exceso de violencia posible, con la capacidad de encaminar al mundo hacia colapsos ontológicos ecosociales [3]. Por su magnitud es desarrollado por las grandes potencias en asociación, incluso, con corporaciones.
Se puede establecer como regla que la materialización de un acto terrorista inducirá a la materialización de otro acto terrorista y así continuará de forma cíclica perpetuándose. Es decir, la aplicación del terrorismo acarrea un contra-terrorismo y dicho contra-terrorismo acarrea consigo un contra-contra-terrorismo, se establece por consiguiente un ciclo de terror, es decir, una constante actividad terrorista que conduciría al «sistema» internacional a una guerra permanente. A todo esto se le adhiere el «dilema del terrorismo»: como realizar una efectiva lucha contra el terrorismo sin que ello conlleve a una respuesta más violenta. Como se tratará de explicar en este ensayo, la lucha contra el terrorismo llevada a cabo por los EEUU, fuera de la retórica discursiva no pretende una merma en los actos terroristas, por el contrario, sus políticas lo que buscan es una agudización del problema y con esto perpetuar su lucha, esto con el objeto de justificar sus intervenciones militares en los países de donde pueda obtener un interés específico y con ello generar ganancias a su complejo industrial militar universitario [4].
El terror de la globalización y la globalización del terror
La globalización es concebida como un proceso de apertura de mercados, libertad de comercialización, libre flujo de capitales, la integración mundial de bienes, servicios, procesos de producción, mercados de trabajo, tecnologías y capitales. Además cuenta con un auge y perfeccionamiento de las comunicaciones y un desarrollo del transporte mundial. Sin embargo, la globalización, actualmente, no cuenta con un significado concreto, comprensible y decisivo y en medio de sus muchas manifestaciones, es casi imposible establecer los campos a los que a ella pertenecen y menos aún entender las relaciones que se realizan en su seno.
Es en este punto que podemos preguntarnos: ¿este proceso, en que nos encontramos, es realmente la globalización? O ¿es simplemente una máscara que se le ha puesto al imperialismo de las potencias occidentales?. Ya que es ilógico creer que pueda existir algo que no posea un significado concreto, y más que una mundialización de un todo, lo que realmente estamos viviendo es una occidentalización del mundo.
La globalización puede compararse a la idea de dios. Esto en cuanto, ambos son inexplicables, invisibles, «ineludibles», se supone que todos estamos sometidos ante ellos, omnipresentes, homogenizadores, aunque también marginadores. Pero sobre todo en lo que más se parecen es que ambos son ideas fantásticas inventadas por «sacerdotes», con el propósito de sostener su imperio, de justificar su insaciable necesidad de acumulación de riquezas, su incansable búsqueda de poder y el control del mundo y por supuesto de la humanidad.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 no solo marcan el inicio de una nueva era dominada por el Estado de Guerra (y de Terror), sino también, como se explicó anteriormente, el fin de una era de incertidumbre donde el estudio de las relaciones internacionales estuvo dominada por teorías como el neorrealismo, neoliberalismo y el globalismo [5] y por ende del fenómeno de su estudio, mejor conocido como la globalización.
En la idea de sus promotores, la globalización debía conducir a una disminución de los conflictos al generalizar los beneficios del desarrollo económico y tecnológico y reforzar la transparencia internacional gracias a los medios de comunicación. Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 obligan a realizar otra lectura del sistema internacional y de los fenómenos que en él se desarrollan. La adquisición de instrumentos de violencia radical por grupos o individuos cada vez más numerosos es ella misma un producto de la globalización. Uno de los principales rompecabezas de las políticas de control en la exportación de bienes y tecnologías sensibles es la dificultad actual de conocer el uso, civil o militar, de muchos productos cuya diseminación es difícil impedir porque tiene un doble uso potencial. La globalización incrementa también la posibilidad de contagio de los conflictos locales y permite que cualquiera mida las diferencias entre los distintos países o zonas geográficas. (Delpech, 2003b: 17)
A partir de ese día llegaba a su fin la fase expansiva de la posguerra fría y optimista de la globalización y se inauguraba otra etapa caracterizada como de «globalización defectiva» y «securitización» de la agenda global. (Bosoer, 2005: 93)
El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de sojuzgamiento colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países «adelantados» (Lenin, 1977:9). Acaba con su fantasmagórica máscara, y muestra su verdadero rostro: el imperialismo. Ese capitalismo de la libre competencia, con su regulador absolutamente indispensable, la Bolsa, pasa a la historia. En su lugar ha aparecido el nuevo capitalismo, que tiene los rasgos evidentes de un fenómeno transitorio, que representa una mezcolanza de la libre competencia y del monopolio. Surge de manera natural la pregunta: ¿en qué desemboca la «transición» del capitalismo moderno?. Desemboca esta transición del capitalismo moderno, del capitalismo en su fase imperialista (1977: 43)
De todos los fenómenos que caracterizaron a la globalización, el más sobresaliente fue el de la «internacionalización económica», lo que viene a significar que es un proceso de desarrollo capitalista, por lo que es intrínsicamente expansionista, con grandes rasgos coloniales e imperiales( Saxe, J, 1999:9). Por lo que muestra que el nuevo campo de acción continúa con las experiencias anteriores en cuanto al asimétrico contexto de poder internacional y nacional, dentro del cual, ocurren los flujos comerciales, de inversión, y las transferencias de tecnología y de esquemas productivos [6]. El proceso de globalización conlleva a la inequidad, el conflicto, la dominación, la apropiación del excedente y las contradicciones interestatales, de clase y etnia, de género y de mercados. Por dichas razones, la globalización es un proceso del imperialismo producto del sistema polarizante del capitalismo. Como afirma Habermas, «con la modernización capitalista ha prevalecido, (…) un proceso selectivo de racionalización que conduce a la colonización del lebenswelt (mundo de la vida) y a la generación de crisis y patologías» [7].
Si se revisa el pasado, se contemplan las enseñanzas que deja la historia. «La destrucción progresiva de las estructuras intermedias del Antiguo Régimen en Francia durante los siglos XVII y XVIII, progresivamente aisló a los individuos frente al Estado y fue una de las grandes causas de la violencia revolucionaria. Si avanzamos doscientos años más tarde podemos ver en la globalización una radicalización a escala planetaria de un fenómeno comparable, precursor de movimientos revolucionarios de un nuevo tipo, que expone a los individuos directamente a las coerciones no del Estado sino de la economía global» (2003b: 18).
Es un proceso polarizante, ya que concomita con la construcción de centros de dominación y de periferias dominadas. En esta teoría de la expansión mundial del capitalismo, las transformaciones cualitativas de los sistemas de acumulación entre una fase y otra de su historia construyen las formas sucesivas de la polarización asimétrica centros / periferias, es decir, del imperialismo concreto (Amin, 2003).
Pablo González Casanova, afirma que «…la globalización es un proceso de dominación y apropiación del mundo. La dominación de estados y mercados, de sociedades y pueblos, se ejerce en términos político-militares, financiero-tecnológicos y socio-culturales. La apropiación de los recursos naturales, la apropiación de las riquezas y la apropiación del excedente producido se realizan -desde la segunda mitad del siglo XX- de una manera especial, en que el desarrollo tecnológico y científico más avanzado se combina con formas muy antiguas, incluso de origen animal, de depredación, reparto y parasitismo, que hoy aparecen como fenómenos de privatización, desnacionalización, desregulación, con transferencias, subsidios, exenciones, concesiones, y su revés, hecho de privaciones, marginaciones, exclusiones, depauperaciones que facilitan procesos macrosociales de explotación de trabajadores y artesanos, hombres y mujeres, niños y niñas. La globalización se entiende de una manera superficial, es decir, engañosa, si no se le vincula a los procesos de dominación y de apropiación» [8].
Es por lo tanto, el actual proceso de globalización, que vive el mundo, la fase de imperialización del capitalismo más salvaje, lo que podríamos catalogar como el capitalismo cínico, una tendencia que no reconoce derechos humanos frente a los derechos empresariales [9]. Una corriente que se fundamenta en la economía de la vida, una lucha por la supervivencia de los más aptos. El resto, siguiendo esta tendencia, ya no deben ser olvidados, como se suponía anteriormente, creyendo que en su mediocridad, poco a poco iban a desaparecer, sino más bien, deben de ser considerados como nopersonas [10]. «La estrategia de acumulación llamada globalización de ese capitalismo salvaje quiere el dominio total, acelera el automatismo autodestructor del mercado y transforma paulatinamente la sociedad burguesa en una sociedad fundamentalista, que busca imponer sus puntos de vista en todas partes, por la violencia policial y militar si es necesario»(Merino, 2003:6). Principalmente por parte de occidente, por lo que podríamos afirmar que la globalización debe ser considerada como occidentalización, en cuanto Occidente (principalmente Estados Unidos), busca imponerse ante todo el mundo, y con ello sus dogmas fundamentalistas excluyentes (capistalismo, cristianismo y «democracia» [11])
Se observa como esa economía de la vida se ve justificada en el discurso de los globalistas, cuando afirman que la idea de la dominación y la apropiación son resultados inevitables de la globalización porque se trata de una ruptura histórica y de un nuevo paradigma tecnológico ante los que no existen alternativas. Esto se ve reflejado en las crecientes inequidades, polarización, hiperconcentración de la riqueza y brutal redistribución regresiva del producto mundial bruto a favor de los países capitalistas avanzados, de sus empresas multinacionales y de su enramado de relaciones clientelares con el Tercer Mundo (1999:12). Otro de los argumentos de los globalistas es que la globalización se sigue como consecuencia de la internacionalización de la producción y distribución económicas. Lo más difícil es determinar el tipo de internacionalización de que se trata ahora, porque ha sido característica del capitalismo su expansionismo mundial (Saxe, E.,1999:293).
La globalización esta relacionada con «los procesos económicos de un mundo unificado (doctrina del One World) por la reuniversalización del capitalismo ante el llamado «colapso» de la URSS. En este sentido, Saxe-Fernández, recalca que la idea de globalización quiere decir, por una parte, universalismo capitalista, y por otra, hegemonía estadounidense» (1999:289). Esto debido a que es este país quien lleva la batuta en cuanto al control de la dirección del proceso de globalización. En otras palabras se podría afirmar que, el proceso de globalización, es simplemente la imperialización occidental del planeta bajo el dominio estadounidense. Esto lo vemos reflejado en una de las características del proceso de globalización, como era el del establecimiento de una cultura global, o mejor dicho una norteamericanización cultural, donde se suponía que las identidades nacionales desaparecerían y se establecería una cultura o identidad global. Además podemos ver en la actualidad como el proceso de globalización llega a mostrar su verdadero rostro: el imperialismo. Donde por medio de la doctrina de guerra permanente, se pretende derrumbar el sistema internacional, con el fin de establecer un nuevo sistema que funcione en beneficio de los Estados Unidos.
Otras de las contradicciones que presenta el discurso de los globalistas es sobre la desaparición del Estado, o simplemente la reducción de sus funciones y la posible aparición de lo que podríamos llamar Estado-Corporación, empresas transnacionales, que podrían sustituir a los Estados-nación, como los encargados de la formulación de las políticas con las que se rige el sistema internacional. Sin embargo, esto no puede ser del todo cierto ya que «son de gran importancia la diferenciación territorial de los Estados y el mantenimiento de las fronteras estatales para la generación de precios nacionalmente diferenciados de bienes «no transables», es decir que no circulan a través de las fronteras o cuya circulación trasnacional es muy reducida (servicios nacionales como comunicaciones, combustible, rentas inmobiliarias; Estructura de precios en la industria de la construcción y otras similares)». Además que «los recursos políticos-militares de los Estados siguen siendo estratégicos para mantener o ampliar los espacios económicos y comerciales»(Vilas, 1999: 90). Aparte de esto es importante recalcar que «los Estados pervivirán en la medida en que es preciso que exista una instancia que imponga alguna disciplina, permita generar cierta confianza y opere a la manera de corrector de los desequilibrios más agudos en los momentos de crisis» (Taibo, 1999:180).
Más que un proceso de homogenización, la globalización puede ser interpretada como la puesta en práctica de la Grossraumwirtschaft, teoría nacional-socialista expuesta por Karl Haushoffer. En la cual se contemplaba que la era de los Estado-nación, como unidad económica, ya había pasado, y que estos debían reemplazarse por la idea de las grandes áreas (Grossräume) que presentaran una cierta unidad geográfica y económica (Saxe, J., 2001:169). Sin embargo lo que se pretendía con dicha teoría era la creación de «bloques económicos» en torno a Estados industrializados, desde los cuales dichos Estados, podrían aprovechar las materias primas y los recursos de sus bloques respectivos. Desarrollar políticas revisionistas en esas áreas de dominación, deponer gobiernos opositores y colocar (o simplemente apoyar) gobiernos clientelares (por ejemplo, las dictaduras de seguridad nacional en Latinoamérica, la mejor muestra del terrorismo estatal auspiciado por EEUU). Y como fin ulterior estos bloques llegarían a constituirse como lebensraum (espacios vitales) de los estados de capitalismo monopólicos o imperialistas.
La mundialización económica, que de lejos constituye a partir de los años noventa la dinámica dominante de nuestros tiempos, requería ser completada por un proyecto estratégico global en materia geopolítica para limitar la soberanía nacional, y la guerra de Kósovo brindó la oportunidad para ello (Dierckkxsens, 2000b:71). Al querer poner límites a la soberanía nacional, también pone en discusión el status de las Naciones Unidas, como la expresión de los Estados-Nación unidos. Kósovo debía constituir un escenario exploratorio para imponer, mediante la fuerza militar hegemónica estadounidense dentro de la OTAN, un nuevo orden en las relaciones internacionales, útil para las negociaciones económicas estadounidenses en la OMC (2000b:72)
El paso de la exclusión de los contrincantes económicos por los mecanismos de mercado a su eliminación mediante el uso de la fuerza bruta, es lo que tiende a transformar, paulatinamente, el neoliberalismo en neofascismo [12]. Es decir, en la actual crisis económica que vive el mundo, contrario a la estrategia de la globalización que buscaba la reducción (incluso la eliminación) de la soberanía nacional, para poder garantizar la estabilidad y la sobrevivencia de sus empresas, las potencias occidentales (en especial EEUU), deben recurrir a una mayor intervención estatal tanto nacional como internacionalmente, y con ello la promoción del nacionalismo (es aquí donde el discurso de la amenaza terrorista cumple su papel), por consiguiente, en esta lucha de las grandes transnacionales para acceder a mercados sin proteccionismos (sin soberanía), mediante el uso de la fuerza para el derrocamiento de la soberanía nacional, conduce a un fortalecimiento de la soberanía nacional de la potencia (EEUU) y como consecuencia sobresalen las políticas revisionistas del hegemón en decadencia.
Los cimientos del Imperium: la construcción del IV Reich
En Estados Unidos, George Bush hijo, llega a la presidencia por medio de unas elecciones cuestionadas y cuyo gobierno parecía destinado al fracaso y a un pronto olvido. Los descalabros financieros que se desataron a poco de su asunción, como la quiebra de Nerón (su principal contribuyente en la campaña electoral, seguido por Exxon Mobil) y el estallido de la burbuja económica de los felices 90′, no hicieron más que profundizar la situación. Sin embargo, un hecho traumático y funesto, como fue el ataque a las torres gemelas y el pentágono, la mañana del 11 de septiembre de 2001, harían variar significativamente el rumbo de los acontecimientos (Slavin, 2005c:117-118) Desde el inicio de su administración se va desarrollando una campaña subversiva con el propósito de manipular la opinión pública estadounidense. Se fomenta el miedo, la inseguridad y se crean enemigos públicos que llegan a generar un ambiente histérico belicista, que justifica las intervenciones militares en cualquier parte del planeta.
A partir de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, se contempla de manera más clara, en los Estados Unidos, la formación de un Estado de carácter absolutista, la pesadilla orwelliana, deja de ser ficción. Es decir, un Estado que limita las libertades de su pueblo, a tal punto que logra controlar su pensamiento. Todos son objeto de espionaje. Mediante los medios de comunicación, lanza campañas subversivas para justificar sus acciones, en su mayoría campañas militares. Se crea la figura de Osama Bin Laden como el enemigo del pueblo. El Emmanuel Goldstein por excelencia [13]. Un enemigo prefabricado por la CIA, quien constantemente se encuentra atentando contra el pueblo estadounidense, y es el rostro de toda la guerra contra el terrorismo. Se refugia en algún territorio enemigo (territorio elegido por Washington a su conveniencia). Por último, se observa como Bin Laden llega a ser uno de los más importantes factores decisorios para la reelección de G. W. Bush (una semana antes de las elecciones, aparece en la televisión estadounidense con nuevas amenazas).
El atentado del 11 de septiembre puede ser considerado como el acto justificador para la política exterior imperial de Estados Unidos. Es a partir de ese acto que se proclama el USA Patriot Act (Uniting and Strengthening America by Providing Appropriate Tools Requiered to Intercept and Obstruct Terrorism), semejante a la Ley de Incendio del Reichtag [14] y se establece la Estrategia para la Seguridad Nacional, estrategia que se encuentra enmarcada en la Doctrina Bush, o la doctrina Monroe en un ámbito mundial. Se crea la Seguridad de la Patria (Homeland Security), que podría ser catalogada como la viva imagen de la Policía del Pensamiento orwelliana, por la semejanza de sus funciones: Vigilar y castigar, semejante a la GESTAPO [15].
El terrorismo ha servido de excusa para afianzar el control que los gobernantes estadounidenses han decidido ejercer, en el interior de su país, en la forma de significadas restricciones en los derechos y las libertades. A los ojos de muchos, la defensa de la superioridad del individuo y de sus derechos con respecto al Estado y sus exigencias, que impregna a buena parte de la opinión pública norteamericana, parece haber entrado en retroceso tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.(2005b:82)
Al amparo de la USA Patriot Act se hicieron frecuentes, como anunciábamos, las aberraciones legales. Éstas adoptaron la forma de la detención, durante períodos prolongados y sin que se abriese causa legal alguna, de más de un millar de ciudadanos cuyos nombres no se hicieron públicos, de interrogatorios sumarios realizados a varios millares de jóvenes de origen árabe, de registro domiciliarios sin apenas restricciones, de escuchas telefónicas y controles exhaustivos de las comunicaciones por correo electrónico, de violaciones del secreto que afecta a los datos bancarios, de operaciones de vigilancia de las conversaciones entre abogados y clientes y de la posibilidad de declarar terrorista a cualquier organización con presuntas relaciones con grupos o personas de tal carácter. (2005b:85)
Cuando la administración Bush planteó como principal objetivo de su gobierno la guerra contra el terrorismo, lo hizo con un único fin: aprovechar el efecto del miedo que se generó en el pueblo americano tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 para poder imponer la agenda neoconservadora (2005c:121, énfasis del autor), posteriormente Slavin afirma que, «es indudable que la política de los neoconservadores que dirigen el gobierno de EEUU mantiene una lógica. Si al terrorismo se le combate mediante una guerra, y la amenaza del terrorismo es permanente, la guerra preventiva se transforma en una política de Estado. La guerra es continua porque el peligro siempre es inminente» (2005c:132). Visto desde el punto de vista orwelliano «la guerra moderna… sirve para agotar el sobrante de bienes y ayuda a conservar la atmósfera mental imprescindible para una sociedad jerarquizada. Y el objetivo de la guerra es… mantener intacta la estructura de la sociedad» (Orwell, 2002:198)
Por lo tanto se puede ver, que la actual lucha contra el terrorismo llevada acabo por el gobierno de Bush, es simplemente discursiva, necesario para generar histeria colectiva para justificar sus políticas revisionistas. Los infames, omnipresentes y omnipotentes terroristas han sido funcionales a los objetivos propagandísticos del gobierno de Bush, en tanto sirvieron de aguijón a la terrible mentalidad racista y militarista latente en muchos ciudadanos norteamericanos y fueron útiles para acorralar al Congreso y para hacer que suspendiera las garantías constitucionales y concediera facultades extraordinarias a la administración Bush (Petras, 2003d:22)
Se puede contemplar como en el discurso del presidente Bush II, se invoca el derecho a la guerra justa contra el terrorismo, claro está que sus argumentaciones no cumplen los principios necesarios para declarar la guerra justa «moderna», y por lo tanto recurre a una teoría de guerra justa de la Edad Media, fuertemente influenciada por el cristianismo fundamentalista de la Inquisición, en la cual la única autoridad legítima que sustenta la declaración de guerra, es dios y no el derecho internacional ni el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Como causa justa establece la autodefensa anticipatoria o guerra preventiva [16], lo que este concepto sugiere es defender la soberanía nacional antes de que sea materializado un ataque mediante una guerra (invasión) relámpago (Blitzkrieg ) contra el enemigo ( elegido «dedocráticamente»). Y por último, en lo que respecta a la rectitud de intenciones, el discurso es enfático, de que los EEUU y su coalición (o Estados Vasallos) no pretenden apoderarse del territorio ni de los recursos energéticos del país invadido (y sí sucede es mera coincidencia, como sucedió con los cruzados cristianos que se apoderaron de las riquezas orientales, para beneficio de la Inquisición); y por el contrario EEUU y su coalición (recalquemos, Estados Vasallos) buscará establecer la «Libertad» (una estatua que se localiza en New York), la (in)Justicia, la «Democracia (plutocracia, es decir nuevos gobiernos vasallos), y las buenas costumbres occidentales (lo mismo que pretendían los cruzados contra los impíos).
El terrorismo como discurso acarrea una serie de ventajas para la administración Bush entre las cuales podemos encontrar que: a) ha abierto el camino, a un proyecto de guerra permanente y sin reglas, que a buen seguro interesa a Washington, deseoso de mantener rivales que permitan preservar intervenciones en el exterior y restricciones en derechos y libertades de puertas adentro; b) el miedo que el terrorismo parece suscitar se ha convertido en la justificación de un sinfín de medidas represivas, quien no las acata, o quien cuestiona su fundamento general, se ve etiquetado de mal ciudadano y se hace merecedor, como poco, de la sospecha; c) los dirigentes norteamericanos obtienen el beneficio que se asienta en una falaz apreciación relativa a lo que guía a los autores de los actos de terror; y d) EEUU no se halla inmerso, como pudiera parecer, en una lucha, a primera vista cargada de legitimidad, contra una amenaza terrorista, cuya existencia, más allá de distorsiones y discursos interesados, es difícil negar. Los movimientos de los dirigentes norteamericanos desde el 11 de septiembre responden, antes bien, al firme propósito de deshacerse de disidentes y enemigos, sea cual sea la condición -terroristas o no- de unos y otros. En el aprestamiento de tales movimientos no es difícil identificar, en suma, un gran negocio con un principal beneficiario: El complejo militar industrial norteamericano [17] (2005b:79-81).
Michael Walzer encuentra en está tendencia una explicación para la lucha contra el terrorismo.
El Pentágono del secretario Donald Rumsfeld dejó a los prisioneros iraquíes en manos de reservistas a los que no se les dijo nada sobre la Convención de Ginebra, de agentes de inteligencia empeñados únicamente en obtener información y de contratistas privados, algunos de los cuales, al parecer, ya tenían experiencia en el maltrato a prisioneros.
Todo esto es vergonzoso, pero encaja perfectamente con otras actitudes y políticas de la administración Bush (…) Washington quiere privatizar en una escala que excede ampliamente todo lo visto en EEUU hasta el momento. (…) la privatización de las cárceles militares, de la ocupación militar y hasta de la guerra en sí es una innovación de Bush II.
En parte, es una forma de ocultar los costos de la guerra (también de aumentarlos) y por lo tanto socava las estructuras de responsabilidad fiscal. (…) Pero lo que es mucho más importante es que estas personas no son responsables ante la ley militar estadounidense, y están eximidas de cualquier jurisdicción iraquí futura. Si cometen delitos en Irak, deben ser juzgadas en EEUU y esas causas son muy difíciles. O sea que los trabajadores son efectivamente responsables sólo ante sus contratistas, y éstos son responsables sólo ante el Pentágono (y dentro de los límites de sus contratos), y el Pentágono es responsable ante el Congreso y el pueblo, sólo que al Congreso y al pueblo les cuesta muchísimo averiguar a través de los burócratas del Departamento de Defensa cuántos contratistas hay y qué hacen. Esto es exactamente lo opuesto a la transparencia. (2005c:135)
En la investigación realizada por la Fundació per la Pau sobre la investigación científica en el campo militar, en lo que respecta a la relación del complejo industrial militar universitario estadounidense con la lucha contra el terrorismo afirma que » para justificar el enorme gasto público en investigación, desarrollo y compra de armamentos, las empresas que componen el complejo y los representantes políticos afines (congresistas, miembros de la administración) magnifican sistemáticamente los riesgos y constituyen un auténtico «partido belicista» que presiona a favor de la guerra tanto a los políticos como a la opinión pública. Este hecho ya fue denunciado por alguien tan poco sospechoso de izquierdismo como el presidente republicano Eisenhower, que habló de un «complejo industrial-militar universitario» que impulsaba la investigación militar y el armamentismo, amenazando el futuro del país. La dinámica de Guerra Global Permanente contra el «terrorismo» es la última creación de dicho «complejo industrial-militar universitario», que esgrime las amenazas (reales o ficticias) a la «seguridad nacional» como principal argumento para reclamar de forma permanente un aumento de los gastos militares y una apuesta decidida por el desarrollo de nuevas generaciones de armas. Tales armas se ensayan en guerras periféricas -como la reciente de Irak- que sirven como auténtico banco de pruebas y, a su vez, justifican el diseño de otra oleada de nuevos armamentos que «supere» las «deficiencias» de las anteriores, completando así un círculo infernal. Poco importa que dichas armas sean a veces innecesarias incluso desde el punto de vista estrictamente militar, o que su desarrollo acabe en auténticos fiascos tecnológicos; lo importante es mantener el ciclo y conseguir fondos cada vez más cuantiosos para las empresas de armamento y sus laboratorios asociados [18].
Aunque EEUU y Occidente intenta protegerse del terrorismo (una nueva forma global de anarquía) a través del dominio soberano, la economía de mercado internacional (otra forma de nueva anarquía global) socava la propia idea de soberanía. Aunque EEUU ha construido el mundo a su imagen y semejanza, se ve forzado a controlar su propia economía, porque la interdependencia permite que el capital, el empleo y la inversión se trasladen a donde quieran, independientemente de la soberanía americana. EEUU puede difundir una civilización cultural pop de películas, música, software, comida rápida y tecnología de la información por todo el mundo hasta que éste renazca como un McWorld, pero no puede controlar el golpe de la yihad, pues la interdependencia concede a la yihad los medios necesarios para hacer frente al McWorld (Terrorismo Global), unos medios no menos impresionantes que los que posee el McWorld para combatir la yihad (mercados globales). De hecho, en cierto modo se trata de los mismos medios, en el sentido de que ambos se fundamentan en la anarquía global que promueven (Barber, 2004:22).
A modo de conclusión, es necesario abandonar ese mundo de las maravillas germinado por el » globalismo pop» que surgió en la década de los 90. la globalización tal y como fue expuesta por sus promotores ha dejado ya de existir (aunque con un análisis exhaustivo se demuestra que como fue planteada, realmente nunca existió), la agenda internacional ya no gira entorno a los temas que mistificaron los ideólogos del «globalismo pop», quien pretenda creer que todavía nos encontramos en el fantástico mundo ideado en la década de los noventa, no es más que una víctima de un terrorismo subliminal y que le impide a sus víctimas contemplar la realidad a la que nos enfrentamos en este preciso momento. Es necesario recordar el antiutópico mensaje que Orwell nos deja en 1984: En la práctica, una sociedad igualitaria no sería estable, pues si todos los seres humanos disfrutasen en la misma medida del lujo y el ocio, la gran masa, a quien la pobreza imbeciliza, comenzarían a entender muchas cosas logrando pensar por sí mismos; y al reflexionar, comprenderían más pronto o más tarde que tal minoría privilegiada carecía de derechos fundados para imponer leyes a los demás y las eliminarían. Una sociedad jerarquizada sólo es posible generando pobreza e ignorancia (…) y la única manera de lograrlo era mediante una guerra permanente . La idea de estar en guerra, y por lo tanto en permanente peligro, deforma los hechos de tal manera que la delegación del poder absoluto a una reducida casta aparezca como la condición natural e inevitable para la supervivencia (2002:189-191). Y por lo tanto una lucha contra el terrorismo para reestablecer la «paz y la seguridad internacional», sería el justificante para un mundo donde la paz significa recargar tus armas, «u na paz que fuera de verdad perpetua sería lo mismo que una guerra permanente» (2002:199)
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