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Grecia, Europa: la utopía del desarrollo capitalista

Fuentes: Rebelión

Desarrollo sin contradicciones En pleno «fin de los grandes metarrelatos» (Lyotard), algo hemos aprendido de las elecciones griegas, o de la irresponsable sumisión de políticos y destacados representantes económico-mediáticos de la sociedad civil hacia las medidas de ajuste: la utopía capitalista se mantiene vigente. Y es que en efecto, sólo se puede seguir apoyando a […]

Desarrollo sin contradicciones

En pleno «fin de los grandes metarrelatos» (Lyotard), algo hemos aprendido de las elecciones griegas, o de la irresponsable sumisión de políticos y destacados representantes económico-mediáticos de la sociedad civil hacia las medidas de ajuste: la utopía capitalista se mantiene vigente.

Y es que en efecto, sólo se puede seguir apoyando a la derecha griega (la que amañó las cuentas del país para entrar en el club del euro, la que se endeudó comprando armamento francés) y sólo se puede continuar apoyando las políticas económicas ortodoxas de reducción del déficit para pagar la deuda contraída con los estados (políticas que sabemos muy bien nos van a conducir directamente a la depresión económica) bajo la condición de que aún, como sociedad, nos resistamos a abandonar , en un puro ejercicio de denegación de lo evidente, una ideología del desarrollo capitalista que promete un crecimiento ilimitado libre de contradicciones.

«Paz» europea

Una utopía casi religiosa, que nos habla de un reino milenario de libertad, prosperidad y paz mundial. Como Milton Friedman, los europeos creen que la moneda común es la base de las relaciones pacíficas entre los estados de la Unión, cuando naturalmente esas relaciones son pacíficas por ser innecesaria la guerra colonial o imperialista, toda vez que el mercado es común y las naciones periféricas han abierto sus fronteras pacíficamente al capital extranjero de las potencias centrales. Por esa razón, cuando en las elecciones del 17 de junio los griegos votan «salvar el euro» (o eso interpreta la prensa) lo que realmente hacen es someterse «voluntariamente» a ese dominio del capital financiero que extiende sus tentáculos desde el centro a la periferia de Europa. Y por esta razón el capital satisfecho vuelve la mirada sobre España (el 18 de junio, la rentabilidad del bono español a 10 años supera el 7%, «punto de no retorno»), pues su posición de fuerza se encuentra afianzada.

Progreso «verde»

Así con todo. ¿No debe favorecerse el desarrollo económico, también, para salvar el medio ambiente y el planeta, pues a través de él conseguiríamos industrias limpias y productos menos contaminantes?1 El problema es que el proceso de desarrollo económico tal como funciona en nuestras economías capitalistas es en sí mismo altamente contaminante, y el proceso que nos podría llevar (utópicamente) a crecer hasta lograr una economía verde desarrollada al ritmo actual podría sencillamente matarnos a todos y destruir el planeta. Empleando recursos emocionales (todos queremos ser «progresistas», ninguno queremos vivir en la escasez de bienes) los partidarios de este particular «ecologismo» tratan de esconder el problema fundamental debajo de la alfombra, el hecho de que el desarrollo económico bajo el capitalismo es contradictorio no sólo estructuralmente, sino que además busca la salida de sus contradicciones internas por medio de la explotación irrefrenable del medio natural.

Prosperidad

El desarrollo económico, por supuesto, nos traerá la prosperidad. Cuando la riqueza de las corporaciones crece, aumenta el bienestar material de las personas, pues esas corporaciones reparten su dinero y crean puestos de trabajo. El problema es que la acumulación de capital, a que nos lleva el desarrollo capitalista, conduce al estancamiento. Según el argumento clásico de Paul M. Sweezy, la acumulación de capital genera un exceso de capacidad productiva que sobrepasa la demanda agregada; esto supone que necesariamente se termina produciendo un excedente cuya absorción se convierte en un problema (y puede suscitar una crisis de realización). Pero en el capitalismo desarrollado (lo que él llama el capitalismo monopolista) encontramos una concentración de capital en grandes corporaciones que optan por controlar la producción reduciendo el excedente. De este modo, la capacidad de sobreproducción, en lugar de desembocar en una sobreproducción real, es contenida como una sobreproducción potencial que en la práctica conduce a la escasez de bienes y al estancamiento de la economía. La sobreacumulación en los sectores productivos de la economía da paso a la financiarización, pues el excedente económico se desplaza a la especulación financiera, cuyos efectos (en el marco de la desrregulación neoliberal) conocemos bien.

La lógica fascista: los izquierdistas bloquean el «progreso»

En las elecciones griegas del 17 de junio, encontramos un hecho inquietante: los fascistas de Aurora Dorada consolidan sus resultados, lo que con toda seguridad hará crecerse a los grupos de matones que patrullan cada noche las calles de Atenas y de otras ciudades griegas. Una situación política como la que vive Grecia, de equilibrio de poder entre izquierda y derecha, en un capitalismo en crisis sometido económicamente, donde las medidas económicas tomadas van pauperizando a los pequeños propietarios, es la condición social de la que históricamente han surgido los fascismos. En este sentido, la victoria de la derecha, cuyo programa es perpetuar esta situación insostenible, hará crecer la tensión social que puede estallar de cualquier modo. Esa es la razón de que la derrota de Syriza sea el peor resultado posible para los griegos; la izquierda se queda ahora en la calle (y la colaboración con el KKE se hace imprescindible), una calle que comparten con la extrema derecha fascista.

Utopías del sistema, movilizaciones contestatarias

En los años de la República de Weimar, los nazis fueron tolerados porque suponían, para el «progresista» capital, una oportunidad para resolver una situación de equilibrio de poder que impedía tomar decisiones económicas «eficaces». El odio de los fascistas a la clase trabajadora los hacía idóneos para devolver la situación a la «normalidad», del mismo modo como los freikorps (los grupos paramilitares, embrión de las SA) en 1919 reprimieron a los espartaquistas y aplastaron la República de los Consejos de Baviera.

En la Grecia de 2012, una vez más, la consolidación de un pequeño partido fascista altamente beligerante va a significar un obstáculo para los activistas de izquierda que traten de oponerse, desde la calle, a las condiciones del rescate. Es decir, a las condiciones impuestas desde el gran metarrelato, desde la utopía capitalista de Nueva Democracia, PASOK, Merkel y tutti quanti, utopía compartida por capitalistas y fascistas. Si aguantamos ordenada y disciplinadamente, el sistema se salvará. El problema es que la utopía capitalista constituye un régimen en sí mismo imposible, antagónico, irrealizable en ninguno de sus supuestos (si algo nos enseñó el fascismo de los años 30, fueron los límites del capitalismo así como del imperialismo). Necesitamos darnos cuenta, romper el cristal, accionar el freno de emergencia.


Nota:

1 Bill Blackwater ha publicado un artículo en la Monthly Review donde caracteriza y critica a los ideólogos de este ecologismo «progresista», tan popular en círculos y think-tanks afines a demócratas y laboristas. «The denialism of progressive environmentalists», en Monthly Review, Vol. 64, nº 2 (june 2012), en http://monthlyreview.org/2012/06/01/the-denialism-of-progressive-environmentalists.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.