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Con demócratas como éstos, ¿cómo no va a estar en crisis la democracia?

Guardianes de la democracia

Fuentes: Rebelión

La semana pasada se dio a conocer en Washington el informe que, bajo el poético título de «Un Claro en las Nubes», había producido el Diálogo Interamericano sobre la situación de América Latina y el Caribe en 2005. Distintos boletines de prensa que difundieron la noticia mundialmente decían -como por ejemplo en el diario conservador […]

La semana pasada se dio a conocer en Washington el informe que, bajo el poético título de «Un Claro en las Nubes», había producido el Diálogo Interamericano sobre la situación de América Latina y el Caribe en 2005. Distintos boletines de prensa que difundieron la noticia mundialmente decían -como por ejemplo en el diario conservador argentino La Nación- que en dicho informe «reconocidos expertos» alertaban sobre la crítica situación de la democracia en nuestra región. La nota se abría, no por casualidad, con un párrafo en donde se decía que los expertos que lo elaboraron, más de cien, habían concluido que «Venezuela y Haití difícilmente califican hoy como democracia», mientras que pocas líneas más abajo se advertía al lector que Cuba no había sido considerada en el estudio por ser el único estado autoritario en el bienaventurado océano democrático latinoamericano.

El documento del DI sintetiza los lugares comunes del discurso oficial norteamericano. La premisa del DI es que, en materias fundamentales, no existe oposición entre los intereses de los Estados Unidos y los de sus lastimeros vecinos del Sur. A partir de tan «realista» supuesto es fácil imaginar los disparates y las aberraciones a las que llega el informe en su afán por promover el diálogo entre las dos regiones. «Diálogo» es un eufemismo cuya traducción exacta es «aceptar mansamente nuestro ineluctable destino neocolonial bajo el dominio de la Roma americana.» Ese es el objetivo del DI, para lo cual ha reclutado a un sector del establishment norteamericano, gente que todavía se emociona al recordar el «idealismo» de Woodrow Wilson pero que pareciera ignorar su miserable conducta en Versailles, en las negociaciones que siguieron al fin de la Primera Guerra Mundial, o su «idealista» decisión de enviar marines a México, Nicaragua y Haití a restaurar el orden amenazado por la plebe. También se emocionan con Franklin D. Roosevelt y su política del «buen vecino», pero olvidan el apoyo que le brindara a alguna de las más feroces satrapías de las Américas, como las inaugurada por Anastasio Somoza en Nicaragua. Se enternecen con el recuerdo de John F. Kennedy y su «Alianza para el progreso», pero olvidan la invasión de Playa Girón, la «Operación Mangosta» contra Cuba y el martirio de Vietnam.

En fin, gente bien intencionada pero un tanto incoherente. El DI tiene como contraparte a una amplia cohorte de políticos e intelectuales latinoamericanos, en general, protagonistas de la tan exitosa «transición democrática» que hemos experimentado por estas tierras desde el fin de las dictaduras. Desde su creación, el DI ha publicado reportes permanentes sobre la situación de América Latina. La elocuencia con la que nos tranquiliza al hablar de los grandes avances de la democracia gracias a la obra de Alfonsín, Sanguinetti, Cardoso y Lagos, sin embargo, se convierte en un estridente mutismo a la hora de producirse el fallido golpe de estado liderado por Carmona y sus secuaces en Venezuela. Hasta donde se sabe, como lo atestigua el sitio web del DI, no hubo para tal ocasión ninguna declaración.

Apostando temerariamente a la amnesia de sus lectores argentinos el diario La Nación informa que entre los «expertos» en cuestiones democráticas y de progreso económico y social se incluye José María Dagnino Pastore, de quien se dice que fue ex-ministro de Economía y Trabajo de la Argentina. Lo que no se dice es que lo fue durante dos brillantes etapas democráticas de ese país: una, presidida por el General Juan Carlos Onganía, como gestor del infame golpe oligárquico-clerical de la llamada «Revolución Argentina» y su noche de los bastones largos contra los científicos de la Universidad de Buenos Aires y otra inaugurada por el General Jorge Rafael Videla en 1976 y que cristalizara en la dictadura genocida que llevaría a la Argentina a su ruina. Este es uno de los expertos cuyo juicio hemos de aceptar como inspirado en los más elevados ideales democráticos. Entre otros notables demócratas sobresalen Enrique Iglesias, presidente del BID, ex-Secretario Ejecutivo de la CEPAL, y el hombre que en esta última institución borró con meticulosidad todas las huellas críticas dejadas por el pensamiento de Raúl Prebisch. Desde el BID convirtió a esa organización en una rueda de auxilio del FMI, a cuyos dictados se sometió indignamente imponiendo brutales «condicionalidades» a los gobiernos de la región que quisieran obtener los préstamos del BID. Con tales políticas, el BID contribuyó decisivamente a la imposición del neoliberalismo y sus secuelas de pobreza, exclusión social y deslegitimación democrática.

Otro de los «expertos» que avalan el informe es el inefable Mario Vargas Llosa, celosísimo custodio de los derechos humanos y la democracia en América Latina, pluma incansable al servicio de las mejores causas del imperio pero cuya elocuencia se transfigura en un sospechoso mutismo a la hora de juzgar las tropelías y crímenes cometidos por sus benefactores en la Base Naval de Guantánamo, en la prisión de Abu Ghraib, o cuando amparan terroristas o envían a sus detenidos a ser interrogados en países en los que la tortura es legal. Otros distinguidos miembros del DI son el ex-presidente mexicano Ernesto Zedillo, célebre por la forma democrática como manejó el conflicto con los Zapatistas; el ex-presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada, eminentísimo varón cuya incomprendida lucha por la libertad, la justicia y la democracia originó las iras de un pueblo conocido por su ancestral ingratitud hacia sus gobernantes. La dirección de este selecto grupo de expertos recayó en Fernando H. Cardoso, quien como presidente de Brasil aconsejara a sus lectores que «se olviden de todo lo que escribí» (cosa que él mismo había hecho unos años antes, habida cuenta del insalvable hiato que separaría sus escritos como científico social de sus obras como presidente) antes de abrir de par en par las puertas de Brasil al Consenso de Washington, haciendo del Brasil el país más injusto del planeta. Completa la composición de este panel una tenebrosa lista de funcionarios de casi todas las dictaduras de la región, políticos y «expertos» de nuestras capitulantes pseudo-democracias y voceros de las transnacionales.

Esta es la gente que dice que Cuba es autoritaria y que Venezuela difícilmente califique como democracia. Para estos expertos el Chile regido por la constitución pinochetista, con un régimen electoral increíblemente irrespetuoso de los derechos políticos de las minorías y sin supremacía civil sobre las fuerzas armadas era una democracia; pero la Venezuela de Chávez, con sus ocho elecciones consecutivas ganadas limpiamente, bajo el ojo avizor del Centro Carter y de la OEA -instituciones que habrían decretado la nulidad de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos en el año 2000, que culminaron en el «golpe de estado institucional» que consagró a George W. Bush Jr. como presidente- no lo es. Países que jamás conocieron un referendo popular, o que reforman sus constituciones a puertas cerradas, son bendecidos como democracias, mientras que un presidente que se somete a mitad de mandato a un referendo revocatorio, como Chávez, no es democrático. Venezuela es el único caso de un estado que somete la reforma constitucional a un veredicto popular. En los demás las reformas se hicieron a puertas cerradas, en nombre de la «democracia representativa.» Países que entregaron sus riquezas y el control de sus economías a las transnacionales sin la menor consulta a la ciudadanía; o que, como México y Chile, firmaron un tratado de libre comercio con los Estados Unidos que los somete para siempre a los dictados del imperio sin ofrecer a la ciudadanía la más mínima información y, mucho menos, la posibilidad de una decisión popular por la vía del referendo, son exaltados como vibrantes democracias, mientras que espesas sombras de sospecha se arrojan sobre Venezuela y se condena a Cuba, el único país de América Latina con acceso universal y gratuito a la salud y la educación. Con demócratas como éstos, ¿cómo no va a estar en crisis la democracia?

(Una versión corta de este artículo se publicó en Página 12)