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Guerra de ideas

Fuentes: Le Monde diplomatique

En las recientes revueltas contra el CPE (Contrato de Primer Empleo) que han tenido lugar en Francia, el entusiasmo y la vivacidad de la calle contrastaron, una vez más, con el desesperante silencio de los intelectuales. Lo mismo había sucedido en noviembre de 2005, con ocasión de las revueltas en los suburbios. Salvo raras excepciones […]


En las recientes revueltas contra el CPE (Contrato de Primer Empleo) que han tenido lugar en Francia, el entusiasmo y la vivacidad de la calle contrastaron, una vez más, con el desesperante silencio de los intelectuales. Lo mismo había sucedido en noviembre de 2005, con ocasión de las revueltas en los suburbios. Salvo raras excepciones (Jean Baudrillard, John Berger), pocas voces han sabido leer estos acontecimientos en medio de tanta palabrería, develar su profunda significación y proyectarlos en acciones futuras. La sociedad se ha encontrado huérfana de una interpretación pertinente y movilizadora, a riesgo de ignorar sus propios síntomas y volver a experimentar nuevas crisis.
Un intelectual es un hombre o una mujer que aprovecha su fama, adquirida en los campos del arte o de la cultura, para movilizar a la opinión pública en favor de ideas que considera justas. En los Estados modernos, además, su función ha consistido, durante los dos últimos siglos, en dar sentido a los movimientos sociales e iluminar el camino que conduce a más libertad y menos alienación.
Con ocasión de los sucesos mencionados más arriba hemos podido verificar cuánto extrañamos los análisis de Pierre Bourdieu, Cornelius Castoriadis o Jacques Derrida, por mencionar sólo a intelectuales fallecidos recientemente. Ha sido pues la confirmación de esta carencia la que nos ha conducido a concebir un dosier sobre la «guerra de las ideas» hoy en día. Hemos intentado responder a las preguntas que muchos se plantean: ¿Hay todavía referentes intelectuales? ¿Cómo influye en su autoridad la explosión mediática? ¿Por qué al odio, típicamente fascista, al intelectual (cf. Goebbels), o a la aversión que por él siente la derecha estadounidense (Halimi, pág. 19) se yuxtapone una suerte de autodestrucción por exceso de exhibición (piénsese en Bernard-Henri Lévy)? Sin olvidar un interrogante central sobre la manera en que hoy en día, en la edición (los libros/ publicaciones) y en la universidad, los intereses privados contratan a su servicio a pensadores prestigiosos para que libren a su favor la batalla de las ideas.

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