Los bombardeos de la OTAN sobre Libia suman más de cien civiles asesinados, decenas de heridos y miles de familias desplazadas. La crisis humanitaria que esto representa se recrudece cada minuto después de abierto el teatro aéreo de operaciones (zona de exclusión aérea) a partir de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la […]
Los bombardeos de la OTAN sobre Libia suman más de cien civiles asesinados, decenas de heridos y miles de familias desplazadas. La crisis humanitaria que esto representa se recrudece cada minuto después de abierto el teatro aéreo de operaciones (zona de exclusión aérea) a partir de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU.
Los alegatos al interior de la institución multilateral versaron sobre la situación interna del país norafricano, luego de las manifestaciones sociales contra el régimen de Khadafi y la represión desatada por sus tropas leales contra los opositores y rebeldes. Las naciones imperialistas urgían al mundo entero intervenir para evitar «la catástrofe humanitaria», que ahora ellas mismas profundizan. Masacran civiles, destruyen logística y parque de las fuerzas militares del régimen libio, ponen en peligro el abastecimiento de agua para el 70 por ciento de la población y asesinan a los rebeldes —a los cuales dicen apoyar— con bombas.
Los blancos militares de Estados Unidos y sus aliados son todos aquellos que interfieran a su paso orientado a derrocar a Khadafi; neutralizar, desarticular y desarmar a la oposición rebelde en un segundo momento; imponer un gobierno de transición (confiable para ellos) y comenzar la millonaria reconstrucción de la conquista.
Los actuales argumentos del Consejo de Seguridad reeditan la matriz utilizada en la intervención militar de 1999 en la hoy Ex Yugoslavia, su consecuente balcanización, destrucción nacional y apropiación de sus riquezas por los países agresores participantes. A este proceso de destrucción/despoblamiento y reconstrucción/repoblamiento en aquella zona de Europa Oriental, que comenzó con sobrevuelos de al menos 1,000 aeronaves tripuladas desde Italia y el Mar Adriático y 15 mil sistemáticos ataques, le llamaron «Guerra Humanitaria», un código lingüístico del «arte de la destrucción» de la administración del entonces Presidente Bill Clinton que encubrió el horror sufrido sobre todo por la población civil: miles de personas que murieron de hambre mientras otras esperaron a que los mataran con bombardeos de la OTAN o las bandas paramilitares del ELK, mientras Washington aplaudió las operaciones como «efectivos blancos estratégicos».
En aquél entonces, las naciones acuerpadas en la OTAN afirmaron que era un «esfuerzo humanitario» para frenar la represión de los albaneses en Kosovo. Y hoy en el caso de la escalada de fuego en Libia volvemos a escuchar frases de este tipo como la que recién declaró el asesor del Presidente Barack Obama para Medio Oriente, Denis Ross, en el sentido de que si las fuerzas leales de Khadafi llegaran a Benghazi, bastión de los rebeldes libios, realizarían una masacre y «todo el mundo nos culparía por ello», luego entonces lo menos que se puede hacer es «intervenir para evitarlo», claro está con sus daños colaterales previsibles y verificables que sufren familias inocentes.
Esta nueva guerra de intervención echa mano de otros elementos ya conocidos en los discursos oficiales de los Señores Imperiales. Por ejemplo, las «operaciones humanitarias» también representan una «guerra preventiva» que anticipa ataques con artillería pesada, más de 74 bombardeos hasta este fin de semana, con el objeto de neutralizar el despliegue del enemigo, acorralarlo y generar tácticas de «choque y pavor» que lo paralicen. Queda de relieve adelantarse al uso de la fuerza antes de que supuestamente otro la haga, una guerra que es más anticipada que preventiva contra Libia.
La «Guerra Preventiva» como doctrina estratégica geo-militar se lanzó por primera vez en la administración de George W. Bush para el caso de las invasiones en Afganistán y luego en Irak. Consistió en el ataque «sorpresivo» (inminente) antes de que la red Al-Qaeda realizara más atentados terroristas como el del 11 de septiembre en Nueva York y el régimen de Sadam Hussein usara sus inexistentes armas nucleares. Señalar a estos dos «enemigos de la libertad» como instigadores de la paz mundial y aliados del terrorismo internacional como construcción mediática y discursiva que posibilitara «acciones preventivas» urgentes. Hacer una guerra con el pretexto de futuras acciones contra la civilización occidental.
Con este concepto se identificaron enemigos reales o imaginarios, que dio rienda suelta a los Estados Unidos —su maquinaria de muerte— a intervenir en cualquier parte del mundo con o sin consenso de la ONU, con o sin del acompañamiento de la OTAN.
El entonces secretario de la defensa, el despreciable Donald Rumsfeld, declaró que «la defensa de los Estados Unidos requiere prevención, autodefensa y en ciertos casos la iniciativa en la acción… En ciertos casos la única defensa es una buena ofensiva.» Frases que marcaron el inicio de un viraje en las nuevas guerras de rapiña con los mismos objetivos de siempre: el negocio de las armas con dividendos económicos, políticos, geopolíticos y militares.
Para el historial construido en torno a Khadafi desde los años 80, Washington lo mantiene en el catálogo «de poca confiabilidad», aunque el Coronel se haya alejado de su práctica independentista de aquellos años y en los últimos haya permitido que naciones europeas se hagan de los suministros del petróleo altamente codiciados.
En la época del presidente Reagan, el régimen libio fue identificado como promotor del terrorismo. Libia fue designada como agente principal de la red terrorista de inspiración soviética. En 1981 se filtró en la prensa de los Estados Unidos un plan de la CIA para derrocar a Khadafi con una campaña militar de terror en el interior del país africano.
Así, llegaron en 1986 los bombardeos a Trípoli y Benghazi bajo el argumento «legal» de que la violencia contra «los autores de la violencia» está justificada como un acto de defensa propia. Y precisamente el motivo por el cual se justificaron los bombardeos estadunidenses fue «prevenir un ataque», lo cual podría verse como una forma de defensa propia en lugar de como una acción de represalia, siempre y cuando el uso estratégico de los medios de comunicación diera resultados favorables y efectivos en la opinión pública internacional.
En la actualidad, la guerra de intervención sin adjetivos está en marcha en Libia. Podemos adelantar resultados catastróficos: miles de desplazados, niños huérfanos, civiles asesinados, hambruna, un país desintegrado. Otras consecuencias más como la existencia del paramilitarismo, los señores de la guerra mafiosos que proliferarán con el tráfico de armas y drogas, las empresas militares privadas y las empresas de la reconstrucción. Todo ello como corolario de la política guerrerista del imperio. Un complejo criminal-institucional.
Las empresas privadas de la guerra están en marcha con sus diseños pretéritos y presentes. La firma Executive Outcomes de origen sudafricano de la época del Apartheid, la cual tiene un historial de horror en África subsahariana, Sierra Leona y Angola, espera contratos de seguridad, capacitación militar, acción sobre el terreno y sistema de inteligencia satelital en el territorio libio. Cada ramificación mafiosa prepara sus futuras actuaciones.
Como en los momentos críticos de las invasiones a Afganistán e Irak, los pueblos del mundo deben de manifestarse contra los bombardeos sobre Libia. Si en los casos anteriores sumaron millones en las calles, hoy es imprescindible alcanzar mayores niveles de organización y movilización pacífica contra la barbarie, una de las caras más visibles y aterradoras del sistema capitalista que padecemos. Todo acto o acción pacífica en estos momentos son anticapitalistas.
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