Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
La «Comisión contra la Financiación del Terrorismo» del régimen de Asad acusó recientemente al presidente de Turquía, al primer ministro del Líbano y a una serie de políticos, jueces, académicos y ciudadanos de a pie de apoyar el yihadismo. Las ridículas acusaciones describen más bien el propio historial de Assad, escribe James Snell .
Incluso en tiempos de guerra, las burocracias continúan produciendo kilos de papel. Las burocracias baazistas no son una excepción. A lo largo de la guerra de Siria, la medida en que los peores excesos del régimen de Bashar al-Asad han podido encontrar la manera de llegar hasta los documentos oficiales ha sorprendido a los observadores. Camuflada entre los certificados de defunción emitidos por las prisiones estatales hay una documentación, firmada oficialmente y atestiguada legalmente, que describe una campaña de asesinatos en masa. Es puntillosa y está a plena vista.
A nivel oficial, los burócratas siguen trabajando con una capacidad menos asesina. Los encargados de hacer listas siguen haciéndolas. El Estado funciona de forma automática, como en un reproche consciente a sus críticos. Hay normalidad y debe mantenerse, sin importar cuán falsamente se defienda esa apariencia.
La falsedad se convierte fácilmente en farsa. Uno de los organismos asociados con el intento del régimen de proyectar normalidad es su Comisión de Lucha contra el Lavado de Dinero y la Financiación del Terrorismo. La Comisión se nombra con consciente monotonía, y los informes de sus actividades aparecen, con consistencia mundana, en medios estatales como SANA. Pero, en ocasiones, los mismos órganos pueden producir algo más artificioso y más cómico. A menudo, estos productos dicen bastante a los observadores sobre las intenciones de las burocracias y de cómo pretenden satisfacer sus ambiciones.
A finales de diciembre, la Comisión publicó una lista de nombres; los mencionados estaban acusados formalmente de financiar el terrorismo en Siria y más allá. Debo señalar que la lista era un apéndice con añadidos y modificaciones, supuestamente el producto de alguna reflexión.
Que la lista incluyera un gran número de personajes afiliados a la oposición política de Siria no es sorprendente. La retórica del régimen es consistente en este aspecto: los opositores son, en su opinión y ante sus ojos, yihadistas y terroristas como un solo hombre. Sería extraño que la Comisión no se hubiera ajustado a ese juego.
Otros nombres en la lista tienen aún menos sentido, pero pueden entenderse como un intento de mantener la coherencia en la nomenclatura que el Estado reserva para sus enemigos.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan está incluido, al igual que su ex primer ministro Ahmet Davutoglu. El asediado primer ministro del Líbano, Saad al-Hariri, figura en la lista, junto con el líder de la comunidad drusa del Líbano, Walid Jumblatt. El jefe del partido de las Fuerzas Libanesas, Samir Geagea, también está incluido, a pesar de ser cristiano. Masrour Barzani, hijo de Masoud Barzani, expresidente del Gobierno Regional Kurdo de Iraq, también aparece en la lista. Del mismo modo, según el periódico prorégimen Al-Akhbar, también se incluyen muchas otras «figuras políticas, militares, religiosas, sociales y de negocios, profesores universitarios, jueces y ciudadanos normales» de todo el mundo árabe y de Asia, África y Europa.
Un conjunto impresionantemente variado. Sigue sin explicarse cómo se supone que los líderes de las comunidades libaneses han financiado, presuntamente, el terrorismo islamista. Han circulado rumores e insinuaciones que acusan a este o aquel miembro de la lista de tratar de alguna manera con el Estado Islámico u otros grupos yihadistas. Pero, consideradas en bloque, estas acusaciones resultan ridículas por su endeblez.
A menudo, en lo referente a Turquía, esas cosas solo pueden afirmarse en el más enrevesado de los lenguajes, en relatos que sostienen que el presidente turco, a fuerza de permitir que la frontera siria de su país permaneciera porosa mientras los combatientes de ISIS se movían dentro y fuera de Siria, estaba prestando ayuda de facto al grupo terrorista.
Como siempre, las acusaciones más locas están previsiblemente presentes online y en los medios hostiles. Pero esto es apenas sorprendente, y no debería constituirse en el forraje de un organismo oficial del Estado encargado de la grave tarea de señalar a los amigos del terror.
La forma en la que el comité lanza la red invalida la integridad de su captura. A menos que uno defina el apoyo al terrorismo como hacer algo que socave al Estado sirio de manera práctica o retórica, no puede decirse que la lista tenga el valor de la coherencia, y mucho menos de la credibilidad.
Pero, por supuesto, así es como el régimen de Asad lo explica. Desde que se inició la Guerra contra el Terror, a principios de la década de 2000, cada tirano medio capaz del Medio Oriente ha incorporado su retórica para sus propios fines. En la guerra de Siria y los frutos de la burocracia estatal, la apropiación de la terminología de la «Guerra contra el Terror» ha alcanzado su apogeo.
Desde los comienzos de los medios de comunicación, las dictaduras han obtenido amplias ventajas políticas de atacar a los enemigos internos con un lenguaje deshumanizador. Desde el Iraq de Saddam hasta la Libia de Gaddafi y, de hecho, la Siria de Asad, aquellos que se niegan a aceptar los excesos de la autoridad no pueden ser más que parásitos: «ratas» y «cucarachas». En el mundo posterior al 11-S, especialmente desde el advenimiento del ISIS, el término «terrorista» se ha añadido como sinónimo a ese léxico.
Esta usurpación de la retórica de la Guerra contra el Terror es doblemente irónica: no solo porque emplea el lenguaje de manera divorciada de la intención original, sino también porque la definición de terrorismo de la administración de George W. Bush incluía el amparo a grupos yihadistas y la práctica del terrorismo de Estado. Ambos han sido empleados por Estados mujabarat [*] pasados y presentes, incluso (o especialmente) aquellos que intentan volver a apropiarse de este lenguaje para combatir a sus propios enemigos y guerras.
Es ya una cuestión de registro histórico claro que puede encontrarse el origen de algunos de los cuadros del Estado Islámico en los restos del baazismo iraquí y en una insurgencia iraquí asistida materialmente por el entonces nuevo presidente de Siria, Bashar, incluyendo el hecho de facilitar viajes a través de Siria de un modo que podría evocar las acusaciones más dramáticas dirigidas a Turquía con respecto al ISIS. Hace poco, en 2009, se supo que las agencias de inteligencia de Asad se reunían fuera de Damasco con altos agentes de Al Qaida.
Pero, para los asadistas y sus amigos, todo esto no importa. Tampoco el hecho de que supone una gran ironía que un régimen que se ha asociado sin reparos con Hizbolá y otros grupos islamistas patrocinados por Irán, con historias documentadas de terrorismo en el Iraq posterior a la invasión, declare que son otros quienes están detrás del terrorismo global.
El enfoque adoptado por la Comisión de Lucha contra el Lavado de Dinero y la Financiación Terrorismo de Siria suscita una merecida burla. Pero es el producto de un régimen para el cual la producción de propaganda es tan natural como el papeleo. El escrutinio de los productos de este esfuerzo es tan necesario como entretenido, para que un régimen que ha sobrevivido a una guerra que provocó no pueda ya definir las palabras relativas al terrorismo ni a sus guerras.
N. de la T.:
[*] Término árabe para espías o informantes/Servicios de seguridad e inteligencia.
James Snell es un escritor británico. Ha colaborado con The Telegraph, National Review, Prospect, History Today, The New Arab y NOW Lebanon, entre otras publicaciones. Twitter: @James_P_Snell.
Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/terror%E2%80%99s-wars-words
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