Tras la muerte del camarada Vázquez Montalbán, el último articulista de combate que quedaba en El País era él. Así se lo dije en una conferencia en Córdoba: «Montalbán y tú sois un oasis en el desierto de la desinformación…», se sonrojó y contestó «Hombre, también hay gente de altura, está Millás…», «No, no, ese […]
Tras la muerte del camarada Vázquez Montalbán, el último articulista de combate que quedaba en El País era él. Así se lo dije en una conferencia en Córdoba: «Montalbán y tú sois un oasis en el desierto de la desinformación…», se sonrojó y contestó «Hombre, también hay gente de altura, está Millás…», «No, no, ese es sólo un cínico, hay que tener corazón». Él me regaló a cambio una firma en su libro Ser de izquierdas: «Luis, tú ya eres de izquierdas; no tienes nada que aprender de este libro». Categoría de hombre del Pueblo: humilde, leal. Leal como aquel pueblo de Madrid en el que Haro, siendo niño, el niño republicano, vendía en las calles los periódicos del Frente Popular. Porque era republicano del 36, no del 31. Creo que allí miró siempre, hasta el día de su muerte, a ese pueblo leal, a ese Frente del Pueblo, que trajo en su programa los proyectos de reforma (modesta y aún pendiente) para el campo, la educación y la salud públicas, el ejército, la participación política y la seguridad laboral… Y que resistió tres años, y cuarenta, y ya parece que no resiste nada.
Sobre su autopercepción política, rehuía los términos «progresista» e «izquierda», que consideraba desprestigiados, manipulados: él era «rojo». «La horda roja, la hidra roja, ¿recuerdan ustedes? Eso» (en El niño republicano). Sin ser comunista ni especialmente revolucionario, fue compañero de viaje de los comunistas, una acusación clásica de los fascismos norteamericano y español (macartismo y franquismo, respectivamente) que a él le henchía de orgullo. En una ocasión escribió: «Yo no soy comunista: pero cuando oigo denunciar al comunismo, pienso: ‘He aquí un fascista'» («Los comunistas», en El País, 17/IX/03). Y con análoga lucidez, dijo recientemente del agazapado PCE en Izquierda Unida: «[El Partido Comunista] se desnaturalizó al ganar la legalización por una transición derechista, una constitución monárquica, unos pactos sociales adversos, los de la Moncloa: mejor quedarse en la oposición total e incluso en la clandestinidad» («Partido Comunista de España», en Cadena Ser).
Escribía en El País, que precisaba de periodistas de la izquierda para llenar el cupo ideológico y legitimarse así ante sus lectores de la mediocre progresía nacional (progre-dumbre). Pero sin que se notara demasiado: estaba relegado a las penúltimas páginas, a los márgenes de la sección de radiotelevisión. De la misma forma que El Roto habita en los suplementos regionales. El señor Polanco, amigo de paramilitares y mafias, tiene envidia intelectual de los grandes, pero los necesita. Al menos una generación se ha educado políticamente en las páginas de su periódico, y en sus ramificaciones radiofónicas y panfletarias. De esa generación, si algo se ha salvado del desastre, se lo debemos, entre pocos, al compañero Eduardo. Conozco a muchos jóvenes que murieron antes de nacer, que mueren un poco todos los días. Haro, a sus ochenta y pico años, recién nacía todos los días, y de paso daba luz a alguna buena idea.