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Había una vez un 3,2%

Fuentes: Punto Final

Rodrigo Valdés ha triunfado. El ministro de Hacienda puede repetir desde ahora en adelante aquella frase de Pirro, rey de Epiro, luego de derrotar a los romanos: «Otra victoria como ésta y volveré solo a casa». Valdés ha ganado, mantuvo a firme la cifra del 3,2% de reajuste al sector público, contra viento y marea. […]

Rodrigo Valdés ha triunfado. El ministro de Hacienda puede repetir desde ahora en adelante aquella frase de Pirro, rey de Epiro, luego de derrotar a los romanos: «Otra victoria como ésta y volveré solo a casa». Valdés ha ganado, mantuvo a firme la cifra del 3,2% de reajuste al sector público, contra viento y marea. A ocho décimas de distancia del 4% planteado por la Anef. Pero revisemos el costo: la Agrupación Nacional de Empleados Fiscales, Anef, prolongó su paralización por más de tres semanas, y las calles colapsaron con toneladas de basura que se acumularon durante esta movilización. Es difícil calcular los costos directos e indirectos de tener a todo el aparato del Estado moviéndose a ritmo de tortuga, gracias a los turnos éticos de los trabajadores públicos. Una décima de incremento en el reajuste equivale a 9 mil millones de pesos, argumentaba el ministro de Hacienda. Es una cifra alta. ¿Pero cuánto ha costado la porfía de Valdés? Sin duda el precio de la paralización equivale a varias décimas de reajuste. Pero para el gobierno lo importante es que su ministro triunfó.

En medio de este proceso, la Nueva Mayoría estuvo a punto de colapsar en las dos ocasiones en que la Cámara de Diputados rechazó el porcentaje propuesto por Hacienda. Y para aumentar el desastre, los más conservadores de la coalición aprovecharon de poner al Partido Comunista en la lista de los acusados, señalándolo como desleal al gobierno por no votar el guarismo sagrado del 3,2%. La acusación se hace luego de los descomunales esfuerzos de silencio y sumisión que el partido de Guillermo Teillier ha realizado desde que entró al gobierno en 2014. Pero lo importante es que Valdés triunfó.

Como guinda en esta amarga torta, el diputado UDI Javier Macaya pudo jactarse luego de la votación final del reajuste: «Se llega a la conclusión que la Nueva Mayoría se acabó como coalición política. Tuvo que ser la oposición quien diera sus votos favorables para que el gobierno pudiera sacar su posición». Hacienda ganó, colgándose de las faldas de la derecha, que cobrará muy caro este servicio de urgencia. Pero no importa, lo único relevante para el gobierno es que Valdés triunfó.

Y lo peor es que el ministro seguramente siente que su triunfo podría haber sido mayor. Si no se hubieran alcanzado los votos para aprobar el porcentaje propuesto por Hacienda en la fecha límite, lo que hubiera ocurrido es que el reajuste hubiera sido equivalente a 0%. Y Valdés usó deliberadamente este argumento para chantajear toda resistencia parlamentaria. Esa fue su carta ganadora de última instancia.

 

EL CONTEXTO DE LA DERROTA

La CUT y la Anef , las dos grandes organizaciones sindicales que sobreviven en Chile y que agrupan fundamentalmente a los trabajadores del sector público, han sido derrotadas. Dos organizaciones que han hecho muchos méritos en los tres últimos años, moderando sus expectativas, disminuyendo las tensiones con el gobierno, facilitando el tan valorado «diálogo social»: la CUT y la Anef , encabezadas por militantes disciplinados de partidos de la Nueva Mayoría. A estas organizaciones se las ninguneó por semanas, negándoseles un rol como interlocutores, desalojando a sus representantes del Parlamento, criminalizando sus protestas. El resultado de todo esto ya se puede prever en palabras de Raúl de la Puente, presidente de la Anef : «Quisiera que supieran algo, vamos a recordar esto cuando llegue el momento de elegir nuestros representantes. Los trabajadores no tenemos mala memoria». Una repetición de una negociación como la de este año en 2017, en un contexto electoral, puede ser aún más desastrosa para la NM. ¿Cuántos votos tendrá que pagar la Nueva Mayoría por este triunfo del ministro Valdés?

Hay que tener como antecedente inmediato que en 2015 la Anef ya venía de una derrota por no lograr un guarismo superior al 4,1%, así como tampoco pudo mantener un bono de término de negociación a lo menos similar al del año 2014. Por eso la derrota de 2016 tiene un sabor tan amargo. De poco y nada ha servido la disciplinada paciencia de Bárbara Figueroa, presidenta de la CUT, que esperaba que sus silencios y gestos de cortesía fueran correspondidos a la hora de negociar el salario de los funcionarios públicos. El largo rosario de garabatos que ella le dedicó a Valdés mientras la desalojaban de las tribunas del Congreso, seguramente está en justa proporción a los sapos y culebras que tuvo que tragarse durante los últimos años, callando ante las decisiones de Hacienda.

 

BACHELET Y EL «SINDROME DE CLINTON»

Mientras tanto, la presidenta Bachelet y su gobierno parecen haberse contagiado del «síndrome de Hillary Clinton». Se trata de un virus bastante peculiar, que consiste en pensar, tecnocráticamente, que si los mismos de siempre ofrecen pequeños ajustes, la gente va a estar feliz, cuando lo que la calle demanda enfurecida es darle con un mazo a todo el engranaje del sistema. No importa el que caiga. Pero la pequeña cápsula liberal no entiende a estas masas vociferantes a las que califica de irracionales, desde su olimpo tecno-pop. A las marchas contra las AFP responde con una comisión de expertos encerrados en el Ministerio de Hacienda haciendo cálculos para sugerir medidas que en diez años más podrían incrementar las pensiones en 5%. El extremo centrismo, la ideología de los supuestos moderados, ha colapsado. En los 90 estas minireformas eran aceptadas entre resignación y complacencia. Pero hoy estas respuestas a medias se han desfondado, ante los retos de la derecha populista y los nuevos movimientos de Izquierda.

El «cambio» de gabinete del 18 de noviembre, con las muy anunciadas renuncias de Marcelo Díaz y Ximena Rincón para postular al Congreso, y el ingreso de su ex jefa de gabinete Paula Narváez, refuerzan esta tesis. Nada cambia porque el encapsulamiento del Ejecutivo se asemeja a una huelga de brazos caídos. La ley y el deber le mandan gobernar hasta marzo de 2018, pero el ánimo de la presidenta parece estar en otra parte, contando los días para terminar con la tortura de gobernar. Mientras tanto, los más conservadores de la Nueva Mayoría, como Sergio Bitar, lanzan mensajes explícitos: si no pueden ganar con Lagos, su candidato ideal, prefieren pasar a la oposición. Cualquier cosa antes de perder el control del aparato partidario y parlamentario.

 

EL VALOR DE UNA DERROTA

Lo cierto es que los funcionarios públicos nuevamente quedaron en el campo de los perdedores. Y sobre ellos llueven todo tipo de acusaciones: irresponsables, cortoplacistas, corporativistas, egoístas, faltos de sentido de Estado, ganapanes, flojos, etc. Por eso vale la pena repasar el sentido de esta lucha perdida. Walter Benjamin nos sirve para este objetivo.

El pensador judío-alemán enfrenta este asunto en la IV tesis de «Sobre la filosofía de la historia».(1) Allí reacciona a la tendencia a descalificar como «economicistas» todas las luchas populares que no expresan una demanda explícitamente política. La lucha por el socialismo sería algo más «sublime» que la lucha por un 0,7% de reajuste salarial. Benjamin responde: «La lucha de clases, que un historiador que está educado en Marx tendrá siempre a la vista, es una lucha por las cosas burdas y materiales, sin las cuales no habrá las espirituales y refinadas». Y citando a Hegel dice: «Procuraos primero comida y vestimenta, y se os dará por sí mismo el Reino de Dios».

¿Cómo se vincula el cambio de valores, la construcción del hombre y la mujer nuevos, con esta demanda material por los medios de subsistencia? Benjamin piensa que en el curso de las luchas materiales se hacen presentes las «cosas espirituales y refinadas» que «en estas luchas están vivas, como confianza, o valentía, o humor, o astucia o , en fin, como perseverancia…». Estos son los aprendizajes que el pueblo adquiere en un paro prolongado, en las experiencias de desafiar el orden burocrático, en el acontecimiento de la microsubversión de la normas instituidas, en la solidaridad de clase que acompaña todo el curso del proceso. Estos valores y hábitos adquiridos por la experiencia son las ganancias de los derrotados. Y por eso estas vivencias «pondrán siempre en cuestión, de nuevo una vez más, toda victoria que logren obtener los poderosos». La experiencia de lucha, el valor demostrado, los chistes compartidos, las penas asumidas en colectivo. En todo esto radica para Benjamin «el más discreto de todos los cambios». Estas intuiciones están presentes en las argumentaciones de los dirigentes sindicales. Carlos Insunza, coordinador de la mesa del sector público, decía algo parecido cuando afirmaba: «El ministro Valdés nunca entendió lo que es una negociación colectiva. Una negociación colectiva no es solamente números en una plantilla Excel, es una relación con quince organizaciones sindicales, que indirectamente representan a un millón de trabajadores». Esta relación es la que no supo construir Valdés. Por eso su triunfo es pírrico. Y por eso la derrota de la Anef implica semillas de futuras victorias.

 

 

(1) Benjamin, Walter. Escritos Políticos , edición de Ana Useros y César Rendueles. Abada editores. Madrid, 2012, p. 169.

 

 

Publicado en «Punto Final», edición Nº 865, 25 de noviembre 2016.

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