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¿Hacia el suicidio colectivo?

Fuentes: La Estrella Digital

Con motivo de la presentación en Madrid de su último libro, escribía hace poco Robert Fisk en la prensa española: «Buscar ahora a Ben Laden es tan útil como detener a los científicos nucleares tras la creación de la bomba atómica. Ésa es la cuestión. Ben Laden ha creado Al Qaeda. Su trabajo está hecho». […]

Con motivo de la presentación en Madrid de su último libro, escribía hace poco Robert Fisk en la prensa española: «Buscar ahora a Ben Laden es tan útil como detener a los científicos nucleares tras la creación de la bomba atómica. Ésa es la cuestión. Ben Laden ha creado Al Qaeda. Su trabajo está hecho». Con esas palabras, el periodista y escritor británico estaba aludiendo, en cierto modo, al mito de la caja de Pandora, en su más común acepción léxica de «acción de la que, de manera imprevista, derivan consecuencias desastrosas» y sobre las que ya no pueden intervenir quienes la decidieron y la comenzaron.

Tanto los prestigiosos científicos del llamado proyecto Manhattan -iniciado y estimulado por el presidente Roosevelt (quien murió poco antes de producirse la primera explosión atómica de la historia de la humanidad)- que entre 1942 y 1945 desarrollaron en EEUU las primeras armas nucleares, como los enfervorizados yihadistas que bajo la inspiración del fanático saudí ayudaron a configurar ese pulpo, ahora sin cabeza ni extremidades definidas, que es Al Qaeda, pusieron en marcha unos procesos que muy pronto adquirieron impulso por sí mismos y dejaron de ser controlables por sus creadores. Ambos procesos -la carrera armamentista nuclear y el terrorismo yihadista- se ciernen hoy sobre la humanidad, aunque el segundo haya cobrado mayor relevancia, tanto en las preocupaciones de los dirigentes políticos de todo el mundo como por el eco que recibe de los medios de comunicación. Por el contrario, el primero suele permanecer púdicamente relegado al rincón donde se ocultan los conflictos cobardemente aceptados, que no se desea resolver de modo definitivo. A él se va a dedicar este comentario.

Unas declaraciones públicas del presidente de Francia, efectuadas el pasado jueves 19 de enero, con motivo de una visita a la sede del Estado Mayor de la Fuerza Oceánica Estratégica, han vuelto a llevar irremisiblemente a primer plano la existencia de las armas nucleares y la posibilidad de su empleo, no sólo con el carácter pasivo y disuasorio que tan insistentemente se les atribuye -quizá para atenuar el miedo que causan en la opinión pública- sino también como instrumentos útiles de los que sería posible servirse en determinadas circunstancias.

El mensaje presidencial no dejó lugar a dudas cuando Chirac puntualizó que la respuesta de Francia ante la amenaza terrorista «podría ser convencional y podría tener también otra naturaleza». Naturaleza más que evidente cuando esas palabras se profieren en una base de submarinos nucleares y se alude a la reestructuración de la fuerza estratégica francesa e incluso a su posible utilización, ahora ya no orientada a la destrucción de ciudades enteras en represalia por un ataque sufrido -como ocurría durante la Guerra Fría-, sino a la aniquilación de «centros de poder», incluso en forma preventiva, cuando se prevean amenazas para los «intereses vitales» de Francia o para sus «aprovisionamientos estratégicos y para la defensa de los países aliados».

Habrá que dejar a los analistas especializados en los intríngulis políticos de nuestro vecino transpirenaico que deduzcan cómo ha podido influir en el discurso del presidente Chirac su debilitada situación interna y lo que algunos observadores denominan, con evidente acierto, «presidencia tambaleante» que da sus últimas boqueadas.

Pero nada de lo anterior podría justificar el hecho de que Chirac haya vuelto a poner de manifiesto ante todo el mundo la doble vara de medir con la que se juzga la proliferación nuclear. ¿Cómo exigir a otros países que renuncien a poseer armamento nuclear, cuando Francia -miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU- alardea tan ostentosamente de su arsenal? No solamente con ostentación sino también con manifiesta inoportunidad, cuando el crítico Oriente Próximo está sometido a un complejo entramado de conflictos, de muy difícil resolución, donde el armamento nuclear desempeña un papel no desdeñable: las armas no oficiales pero reales de Israel; las deseadas pero todavía inexistentes de Irán; la influencia estratégica de las rusas, estadounidenses y chinas; y la cercanía de las más recientes en poder de India y Pakistán. ¿No hay ya suficiente tensión acumulada como para que Francia actúe ahora polarizando aún más los conflictos?

El asunto no termina ahí. Mientras las potencias occidentales se oponen nominalmente a la proliferación nuclear, todo parece indicar que lo hacen pensando sólo en los demás, pero nunca en ellas mismas. No se olvide la fórmula básica que se suele aplicar: mis armas y las de mis aliados son beneficiosas; las de mis enemigos, peligrosas. De hecho, siguen cultivando y perfeccionando con esmero sus capacidades nucleares.

Chirac ha lanzado un guante al resto de Europa, sabedor de que en el 2007 otro político se hará cargo del control de la disuasión nuclear francesa y deseando que ésta no sea un tema abierto a discusión. Una Francia firmemente anclada en la disuasión nuclear -ahora peligrosamente aplicada al antiterrorismo- hará que el Reino Unido (la otra potencia nuclear europea) siga el mismo y arriesgado camino, lo que obligará a la UE a reconsiderar sus opciones estratégicas.

Si Alfred Nobel fundó los prestigiosos premios que llevan su nombre, abochornado por haber inventado y desarrollado una vasta gama de letales explosivos químicos -entre los que la dinamita no es el más potente pero sí el más conocido- y para impedir que fuese recordado por la humanidad como «el mercader de la muerte», nada parecido ha ocurrido con los artefactos nucleares. Éstos, por el contrario, siguen confiriendo al país que los posee respetabilidad, peso político y prevalencia entre el conjunto de las naciones. Sigue, por tanto, abierto el camino al suicidio colectivo.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)