Una parte de las vivencias de las poblaciones inmigrantes pobres o de inmigrantes trabajadores en muchas partes del mundo, dígase Costa Rica o España o Estados Unidos, se encuentra marcada por el rechazo y la xenofobia, que puede tomar forma de fronteras invisibles, fronteras simbólicas, las cuales consisten en barreras o límites que se establecen […]
Una parte de las vivencias de las poblaciones inmigrantes pobres o de inmigrantes trabajadores en muchas partes del mundo, dígase Costa Rica o España o Estados Unidos, se encuentra marcada por el rechazo y la xenofobia, que puede tomar forma de fronteras invisibles, fronteras simbólicas, las cuales consisten en barreras o límites que se establecen entre las personas en la cotidianidad. En torno a las poblaciones inmigrantes se construyen diferentes tipos de imágenes, discursos, ideas y sentimientos, acciones que son una barrera imaginaria para separarles y señalarles.1
Si bien a nivel social éstas fronteras le permiten a los grupos humanos separar o intentar separar lo conocido de lo ajeno, el afuera del adentro, también pueden construirse con base en contenidos xenófobos, en mitos o estereotipos, para aislar, marginar o agredir a un grupo en específico, como las comunidades inmigrantes, pues van más allá del establecimiento de los parámetros identitarios o definitorios de un colectivo.
Propongo, entonces, algunas alternativas para la destrucción de éste tipo de fronteras, la primera de ellas consiste en conocerlas, para así poder abordarlas. Por eso deseo presentar como preguntas iniciales: ¿cómo son construidas en el imaginario social?, ¿de dónde surgen? y ¿qué elementos les son constituyentes?
El proceso de construcción de las fronteras simbólicas xenófobas es bastante complejo, está en parte atravesado por aspectos ideológicos propios de las historias nacionales y del mantenimiento del orden. Por otro lado, esa construcción también pasa por la pretensión de destruir al otro que en el fondo pretende la destrucción del sí mismo (del nosotros mismos) no deseado(s). En este proceso se establecen lugares: un lugar desde donde mirar al otro y un lugar para ese otro; así, con las fronteras se toma conciencia de un lugar estableciendo una relación con la otredad. El lugar desde donde se ve al otro es un lugar muchas veces, inflado por un amor exacerbado hacia «lo nacional». El lugar para el otro, es el depositario de lo repulsivo, la escoria, la basura, que corresponde a lo negado, lo despreciado y lo ocultado por el sí (nosotros) mismo (s).
En el caso del trato dado a la población inmigrante pobre, se establecen barreras con base en aspectos reales o imaginados (atribuidos a los otros), que conllevan la intención de rechazo y discriminación hacia «el otro», pues se le coloca en una posición de inferioridad, y tienden a materializarse en una marca que señala y margina, o un muro que impide (o intenta impedir) el contacto e interacción con «el otro». En las fronteras simbólicas se percibe cómo las ideas compartidas por el grupo «dominante» -la ideología- trabajan sobre las subjetividades a través de una historia, y por lo tanto, establecen contextualmente «parámetros» para el trato hacia «los otros»; al socializarse, las fronteras simbólicas encuentran la legitimidad e impunidad con lo cual logran perpetuarse. La propagación de esas ideas en la cotidianidad del imaginario social, marcan con dolor las vivencias de las personas inmigrantes; pero no es mi intención pensar en las inmigrantes y los inmigrantes como víctimas pasivas ante su realidad. por el contrario, pensamos en estas personas como sujetos de acción capaces de organizarse y construir, junto con las poblaciones nativas, sociedades más equitativas y diversas.
Las fronteras simbólicas se establecen cuando se han despertado sentimientos como la amenaza (al orden establecido, al control), temores, ansiedades o se hacen visibles las contradicciones internas (del ser y de la comunidad imaginaria); esto ante un «otro» que es tomado como punto de referencia. Se da entonces la proyección (la atribución a otro de características propias no reconocidas y que provocan ansiedad) y el desplazamiento (sustituir el verdadero deseo que provoca ansiedad, por otro que no provoca ansiedad), en diferentes imágenes de la otredad.
Muchas personas inmigrantes son visibilizadas por los medios de comunicación, pero esa visibilización a su vez refuerza o construye nuevas fronteras simbólicas, pues convoca al alarmismo y la aversión ante «el intruso». Aquí juega un papel esencial el uso de imágenes vinculadas con la inmigración como la «inundación», la criminalidad, la contaminación. La visión de «lo diferente» y «el diferente», es crucial pues las fronteras simbólicas tienen una relación fundamental en el entendido de la relación yo – no yo, la exterioridad, lo diverso (que en muchas sociedades se intenta eliminar u ocultar) y resulta fundamental para la delimitación de las identidades.
Con respecto a la criminalización de «los otros», la persona inmigrante nicaragüense es representada en los medios como conflictiva, ligada a actividades desprestigiadas socialmente, o a problemas que «alteran» el supuesto orden público (robos, tráfico de drogas, tráfico de personas, prostitución, peleas, pandillas, bandas, deportaciones, expulsiones). Al ser consideradas criminales, la frontera simbólica rompe cualquier tipo de relación con esas personas, pues despierta miedos irracionales y una sensación de amenaza.
Como lo plantea Adorno 2 nuestros estereotipos son a un tiempo instrumentos y cicatrices: son instrumentos para diferenciar, dañar y alejar; y son cicatrices, pues se yerguen en las heridas que generaron dolor o en traumas sociales, que enfrentaron a las sociedades a pérdidas, a carencias, a privaciones, a problemas, a infelicidad o dificultades; se trata de resentimientos nacionales. En ese sentido, las ideas estereotipadas o mitos que se construyen en torno a la población inmigrante pobre se mueven en dos líneas: como una proyección y como formas de tapar o llenar las cicatrices nacionales. Con esto es posible comprender que cada mito responde a un fantasma, y cada fantasma a una cicatriz; en toda cicatriz social encontramos imágenes y estereotipos cargados de irracionalidad, pero que dan sentido y consuelan ante ansiedades colectivas.
Pero, para hablar de manera más concreta sobre las fronteras simbólicas, quiero referirme a algunas de sus formas: los chistes, los graffiti y las frases cotidianas, en relación con la xenofobia vivida por la población pobre nicaragüense que emigra a Costa Rica.
En el chiste sobre la población nicaragüense se ha popularizado al punto que constituye una categoría específica: «chistes de nicas»; éstos se comparten en toda ocasión y por cualquier medio: reuniones sociales, fiestas, mensajes de texto, correos electrónicos, etc; en ocasiones se establecen enormes cadenas facilitadas por la tecnología, en las cuales circulan los chistes y refuerzan en el colectivo costarricense sentimientos de superioridad étnica y de un rechazo del otro «compartido» (por algunas personas). De esta manera se evade la censura social a la agresión directa y el insulto.
Los chistes están cargados de un contenido discriminatorio y xenofóbico fácilmente identificable, y cuya finalidad difícilmente no es otra que la de causar daño a las y los inmigrantes. De esta forma, en el chiste se inventan o exageran aspectos físicos, lingüísticos o morales con el fin de hacer mofa o ridiculizar a este grupo humano; es posible que los atributos negados o rechazados del ser costarricense, sean proyectados hacia el o la nicaragüense por medio del chiste. En los chistes sobresalen imágenes cotidianas presentes en el imaginario costarricense sobre la población nicaragüense, en las que es representada como un colectivo o un grupo homogéneo sin rostro, de inciertas o reducidas capacidades intelectuales o de dudosa credibilidad, trazando ofensas bajo la máscara de lo cómico.
En gran cantidad de esos chistes, se disfruta y celebra la muerte o el sufrimiento del «otro», especialmente si se trata de hechos en condiciones violentas; no importa si son producto de fenómenos naturales, de acciones de estas personas o de la materialización de las fantasías (¿de exterminio?) del grupo dominante. La constante en esos chistes era la destrucción del inmigrante, del «otro», aunque sea en términos simbólicos.
Ahora pasemos a pensar en el graffiti o las pintas como frontera simbólica. Si bien el graffiti puede ser un arma política de protesta que lleva a su máxima la libertad de expresión, en este caso interesa analizar el graffiti en otra vertiente, como otra forma de establecer una barrera material y simbólica hacia «los otros». En el graffiti se materializa el uso de la palabra como frontera simbólica, al igual que en el chiste, pero a diferencia de éste, se ataca directamente, con sentencias o insultos. Las paredes de la ciudad serían los lienzos en los que se plasman esas fronteras. Escrita irregularmente por el movimiento de la superficie de lata de zinc en que fue escrito, se lee:
«…Costa Rica es de los ticos, fuera nicas…»
Es interesante la referencia que se hace de pertenencia, posesión y nacionalidad. Es decir, pareciera expresar que un país le pertenece a quien nace en él y no será bienvenido alguien que no haya nacido allí. Pero ¿quiénes son los ticos? En este texto se establece una linealidad entre el país y los ticos, una denominación que tal vez va más allá de la nacionalidad, pues pareciera que no todos los costarricenses son «ticos». Esto nos conduce a pensar también en una forma de apropiarse del entorno y de relacionarse con el medio, ligada a la construcción de los estados nacionales y a la lógica de acumulación capitalista. Entonces podría insinuar una hipótesis sobre la «privatización de la nacionalidad», que se extiende en una «privatización del territorio» lo cual no permite ni da lugar a «otros», vecinos que se convierten en «nicas». Esta «privatización» sería parte de una noción de poder, superioridad y derecho, nociones reconocidas en los «nacionales» de nacimiento -los ticos, en masculino-, no así en «los otros». Pero, ¿por qué hace falta decir que «Costa Rica es de los ticos»?, ¿es acaso que no es cierto, que entonces debe afirmarse?, lo que da cabida a que existan temores ante esa idea de posesión/pertenencia, pareciera desconfiarse de que eso sea real o verdadero; además, en dicha expresión es posible que se haga presente otro elemento importante, el temor a que se «apoderen» o quieran «tomar» del país, volviendo aquí al mecanismo por medio del cual se le atribuye un sobredimensionado poder a los «otros» a que se teme.
Es común encontrar también en autobuses y paredes la frase «fuera nicas», al punto de ser la expresión más común de rechazo hacia los inmigrantes nicaragüenses en Costa Rica. Aquí, «fuera» y «nicas» remiten a las nociones de adentro y afuera, lo incluido y lo excluido, y a la pretensión de ordenar a los «nicas» que salgan, que se vayan al «afuera». «Fuera nicas» plantea una posición de poder o autoridad sobre «los otros», pues el autor se expresa como dando una orden, lo cual probablemente justifica en el hecho de ser costarricense. El decir «fuera», también, puede ser interpretado como un adjetivo, y cómo el y la costarricense concibe que el y la nicaragüense pertenecen al ámbito de lo exterior a sí mismo, al espacio externo y de allí que le rechace. Pero el rechazo va dirigido al inmigrante pobre nicaragüense, no a todas las poblaciones extranjeras, y la imagen alimenta deseos de expulsión y de nuevo de eliminación o desaparición del «otro».
Un último graffiti que deseamos comentar, se trata del esbozo de otra intención agresiva de actuar directamente sobre la población inmigrante dice:
«…Me cago en los nicas…»
En nuestra opinión, esta expresión sintetiza el funcionamiento del mecanismo de proyección presente en una parte del rechazo y odio hacia las y los nicaragüenses por parte de las y los costarricenses. Por medio de una frase que es culturalmente entendida como un insulto, en realidad lo que se hace es explicar la relación entre costarricenses y nicaragüenses. El y la costarricense simbólicamente «se caga» en las y los nicaragüenses, porque les da un lugar de depositarios o receptáculos de su «mierda», su «porquería», su «cochinada», aquello que huele mal, lo que ha producido en su interior, pero de lo que quiere deshacerse arrojándolo a «los otros». Se trata entonces de una forma de atribuir al «otro» características propias no reconocidas y que provocan ansiedad, acción común en la xenofobia y la discriminación en general. Lo interesante es reflexionar sobre la negación, pues primero se niega que «la cochinada» haya salido del propio «cuerpo social», y, además, se niega el disfrute asociado a arrojar eso al otro, al arrojarlo, existe tal vez una ilusión de limpieza, o purificación porque ahora el sucio será el otro; pero esto no es más que una ilusión, pues en realidad lo sucio es producto del propio cuerpo social.
De esta manera, en el graffiti y en el chiste hemos podido leer también una expresión anímica, que puede manifestar estructuras ideológicas del contexto en que emergen, pues son expresiones de la visión de mundo de algunos sectores sociales y un espejo de la realidad que viven en el día a día.
Muchas veces la población nicaragüense en Costa Rica se pregunta «¿por qué nos odian?», ante las múltiples muestras de xenofobia que enfrentan. Entonces, ¿qué implica sentirse odiado o odiada? Podría decir que el odio es un sentimiento humano que se asocia a la acción de rechazar. Este sentimiento se liga con «separación», desintegración o destrucción, no lo utilizamos aquí como opuesto al amor, sino, siguiendo al psicoanálisis como la expresión de amor insatisfecho.3 Es decir, desde mi punto de vista, el «odio» expresado hacia ciertas personas o grupos, responde a insatisfacciones propias que nos hacen temer y experimentar ansiedades; la forma de liberar parte de esa ansiedad es por medio de acciones de rechazo y agresión hacia los «otros», de un cuerpo social al otro.
Entonces, las situaciones en las que el odio hacia la población nicaragüense en Costa Rica se incrementa son momentos sentidos por las personas costarricenses como de privación o amenaza para la vida, lo que puede explicar levemente, por qué se crean mitos sobre inmigrantes nicaragüenses (y sobre inmigrantes pobres en general). De esta manera, los costarricenses culpan a los nicaragüenses por la saturación de los servicios de salud y educación, por el aumento de la criminalidad y la violencia, por quitarle el trabajo a los nativos o por el aumento en la pobreza y el costo de la vida. A esto podemos agregar entonces, que el odio aparece ante situaciones de la vida cotidiana en las que las personas nativas se perciben como privadas de algo, o en los momentos en que sienten amenazadas sus vidas (cuando se ven limitados para satisfacer sus necesidades básicas, reciben agresión o no pueden desarrollar todas sus potencialidades). De allí que se culpe infundadamente a la persona inmigrante por muchos de los problemas del país, problemas que se han constituido en heridas sociales no atendidas: el desempleo, el aumento de la criminalidad, el desfinanciamiento de los programas sociales (salud, educación, vivienda) producto de las medidas neoliberales.
Como hemos podido apreciar, la palabra emerge como frontera simbólica tanto en las pintas como en los chistes y en las frases cotidianas que se escuchan en casi todos los espacios de interacción, y también en la omisión, al no dirigir la palabra a una persona por proceder de un país distinto al propio. Barreras invisibles aparecen también al burlarse del acento, usos del lenguaje o apariencia de las personas inmigrantes, así como privando del habla a las mismas.
Además, la violencia ejercida por las fronteras simbólicas goza de gran impunidad, pues no hay ley o regulación que pueda detenerla. No se plantea aquí la necesidad de implementar más leyes, ni mayor represión; sin embargo, sí es claro nuestro interés por evidenciar los vacíos existentes al respecto y especialmente, la posición de desprotección en el que se ubica a la población inmigrante.
La objetivación es otra de las manifestaciones de este tipo de violencia pues por medio de ella, toda persona nicaragüense será una muestra de esa imagen estereotipada. Y tal es la presión ideológica ejercida sobre el inmigrante nicaragüense que se les fuerza a mimetizarse, es decir, a ocultar sus raíces, sus orígenes o a disimularlo diciendo que se proviene de alguna región de Costa Rica. Entonces la ideología exige que cambien, se «adapten», que abandonen lo que son y sean como aquellos que son mayoría, sólo así se les «aceptará», y puede que hasta se les querrá. Sin embargo, luego de ese proceso «se vuelven sospechosos».2 Esta asimilación forzosa es otra forma de violencia.
Por lo tanto las expresiones de violencia dentro de la xenofobia, deben ser comprendidas dentro de un marco ideológico y en perspectiva histórica, en cada país o región, para atender adecuadamente las particularidades en las expresiones de rechazo y odio hacia esas poblaciones.
Pero no puedo concluir sin dejar planteadas algunas propuestas para hacer frente a las formas de rechazo en las que se construyen las fronteras simbólicas hacia la población inmigrante. Como lo planteamos al inicio, el primer paso consiste en conocer desde adentro las fronteras en sí mismas y lo que ocultan. Ahora, una de las principales acciones que podrían disminuir la construcción de esas fronteras invisibles, es la creación de espacios para el diálogo, y más importante aún, espacios para la discusión y el conocimiento de nuestros propios miedos, de nuestros propios fantasmas que tenemos como sociedad. Sería entonces responder a los discursos xenofóbicos con otros discursos, alternativos, de resistencia. Sin duda una forma de hacerlo es desnudando los mitos que fundan nuestras «historias nacionales» (esas que siempre aspiran a ser únicas y homogéneas) y las identidades, en una reflexión abierta sobre la historia contada y aprendida. Este proceso conlleva el borramiento de los mitos, implica, asimismo, luchar por una sociedad más equitativa, con buenos y accesibles servicios sociales, con participación ciudadana en la toma de decisiones y la seguridad comunitaria, entre otros aspectos.
Otro elemento importante en la destrucción de las fronteras invisibles, es el relacionado con la construcción de espacios para el reconocimiento de la diversidad de nuestras sociedades. Esto implica el movimiento que va de la diferencia a la diversidad y busca sociedades que aspiren al respeto y la celebración de la diversidad como principio de todo lo humano. Es necesario reconocer el espacio de la diversidad. Es luchar por el reconocimiento de las diferencias históricamente negadas o censuradas. Por eso, es indispensable intervenir sobre costumbres sociales que tienen en su base la «diversofobia», es decir, acciones que muestran irrespeto y odio hacia la diversidad, hacia el o la diferente, pero que en el fondo lo que esconden es un temor a lo que no se conoce.
No podemos olvidar un elemento más en la destrucción de las fronteras simbólicas, que consiste como bien señala Sandoval 1 en un interrogante: ¿cómo pensar la ciudadanía más allá de la nacionalidad? Lo cual implicaría una revisión de las nociones de identidad, nación, nacionalidad, ciudadanía, que como sabemos se han construido en muchos contextos con bases excluyentes. Por eso un marco general de derechos humanos que abrigue esta propuesta de ruptura sería fundamental, en especial en un contexto de globalización, pero una globalización antineoliberal.
Es entonces impostergable el trabajo en reconocimiento de la diversidad, con un sentido positivo y real, de las diferencias etáreas, de género, ecológicas, lingüísticas, culturales, étnicas, sexuales, políticas, regionales, ideológicas que deben ser reconocidas y respetadas.
Estas son entonces algunas de las posibles acciones a tomar hacia la destrucción de las fronteras invisibles, dejando abierto el debate y la pregunta por ¿qué podemos hacer al respecto?
Notas
1 Sandoval, Carlos (2002). Otros amenazantes: los nicaragüenses y la formación de identidades nacionales en Costa Rica. Editorial de la Universidad de Costa Rica: San José, Costa Rica.
2 Adorno, Theodor; Frenkel-Brunswik, Else; Levinson, Daniel; Sanford, Nevitt. (1965). La personalidad autoritaria. Editorial Proyección: Buenos Aires, Argentina.
3 Freud, Sigmund (1941). «Conclusiones, ideas, problemas«, «Obras Completas», en «Freud total» 1.0 [versión electrónica]