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Hacia una teoría comprensiva de la práctica social: Notas de reflexión acerca de La Distinción de Bourdieu

Fuentes: Revista Laberinto

«Si hay algo en mi trabajo que merece ser imitado (y no sólo discutido) es el esfuerzo para superar la oposición entre teoría y empiria, entre la reflexión teórica pura y la investigación empírica. Los instrumentos teóricos que he producido o perfeccionado deben su fuerza y su interés para la ciencia al hecho de que […]

«Si hay algo en mi trabajo que merece ser imitado (y no sólo discutido) es el esfuerzo para superar la oposición entre teoría y empiria, entre la reflexión teórica pura y la investigación empírica. Los instrumentos teóricos que he producido o perfeccionado deben su fuerza y su interés para la ciencia al hecho de que he practicado, como todo científico, un eclecticismo selectivo y acumulativo y he intentado totalizar las conquistas mayores de la ciencia social ignorando oposiciones y divisiones más religiosas que científicas, como entre marxismo y weberianismo, o entre marxismo y durkheimismo, o entre estructuralismo y fenomenología (o etnometodología)».

Pierre Bourdieu, 1999.

En la trayectoria del sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002) destaca su continua llamada de atención a la dimensión simbólica de las prácticas, pues a su juicio es éste un «punto ciego» tanto del marxismo como de todo el movimiento social. Mediante la aplicación rigurosa de un relacionismo metodológico, Bourdieu dirige sus esfuerzos a intentar producir una «teoría materialista de lo simbólico» y enfoca buena parte de sus investigaciones a establecer las condiciones de la adquisición de la cultura y los efectos de la herencia cultural sobre las prácticas.

Tras desarrollar una serie de trabajos empíricos – sobre el público de los museos europeos y sobre la práctica fotográfica [1] , Bourdieu publica La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (primera edición, 1979) en el que trata de exponer un modelo global sobre las prácticas sociales.

Con un talante audaz y provocador, el «eclecticismo selectivo y acumulativo» practicado por Bourdieu le permite construir un sistema conceptual propio, y fecundo, desde el que aborda la realidad social y trata de comprender incluso aquellos fenómenos que aparecen como más refractarios al análisis de lo social, tal como el gusto. Denunciador de la postura contemplativa del sociólogo, que lo ubica en una suerte de espectador del mundo, Bourdieu reclama militantemente la existencia de una autonomía (relativa) en el mundo intelectual, preguntarse por el poder y no sólo trabajar para el poder. Una postura ética y política clara, valiosa, en la batalla contra la trivial monotonía impuesta por el no-cuestionamiento del status quo y en la defensa a ver el mundo diferente.

Nuestra aportación al análisis de esta obra se inicia con un somero repaso a las tesis y argumentaciones mantenidas, metodología y conceptos aplicados, influencias y debates teóricos a los que el autor alude. Dice Bourdieu que, «los intelectuales deben sus goces más puros al olvido de las condiciones que los produjeron como tales» [2] . Sus goces y sus sombras, cabría añadir, particularmente si pensamos en la Sociología, pero también en cualquier otro campo de las ciencias sociales.

El segundo apartado de nuestro análisis de La Distinción pretende discutir con el autor la lógica que le lleva a ignorar «oposiciones y divisiones más religiosas que científicas», o más bien, se trata de identificar la adecuación y consecuencias de tal planteamiento. Así, una reflexión más detenida acerca del método de análisis de Bourdieu y la forma en que define el problema, su renuncia a trabajar con los supuestos del materialismo histórico, nos advierte de la omisión de toda una variedad de fenómenos sociales que, a nuestro juicio, han de ser considerados como elementos cruciales en la construcción de una teoría comprensiva de la práctica social.

La Distinción, como aplicación del relacionismo metodológico

El núcleo del trabajo de Bourdieu fue su deseo de superar la oposición entre objetivismo y subjetivismo, pues ambos modos de abordar la realidad son igualmente parciales, pero no irreconciliables. Bourdieu ubica en el campo del objetivismo a Durkheim y su estudio de los hechos sociales, al estructuralismo de Saussure, a Lévi-Strauss y a los marxistas estructurales. Critica estas perspectivas por centrarse en las estructuras objetivas e ignorar la acción y el agente, esto es, el proceso de la construcción social mediante el cual los actores perciben, piensan y construyen esas estructuras para luego actuar sobre esa base. A su vez, considera la fenomenología de Schutz, el interaccionismo simbólico de Blumer y la etnometodología de Garfinkel como ejemplos de subjetivismo centrados en el modo en que los agentes piensan, explican o representan el mundo social, pero ignorando las estructuras objetivas en las que esos procesos existen. Bourdieu, en cambio, adopta una orientación que denomina constructivismo estructuralista o estructuralismo constructivista, y se centra en la práctica social, tratando de aprehender la relación dialéctica entre la acción y la estructura, entre las relaciones objetivas (campo) y los fenómenos subjetivos o cognitivos (habitus).

La aplicación de su enfoque aparece bien ilustrada en La Distinción, donde examina el gusto, o «disposición adquirida para diferenciar y apreciar«, en distintos grupos sociales. En esta obra intenta, entre otras cosas, demostrar que el gusto estético puede ser un objeto legítimo de estudio científico, y se esfuerza por reintegrar el concepto de cultura en el sentido de «alta cultura» (por ejemplo, la preferencia por la música clásica) con el sentido antropológico de cultura, que hace referencia a todas sus formas, bajas o altas, mundanas o refinadas, populares o burguesas.

En La Distinción, Bourdieu expone su teoría en una serie de proposiciones formales que, según sugiere, son ciertas para todas las sociedades de clases, aunque las ilustraciones y la evidencia empírica (extraídas de los resultados de una encuesta, pero también de otras fuentes citadas) se obtienen generalmente de la Francia contemporánea.

Al respecto, dicho trabajo empírico sugiere serias dificultades, y en particular, en cuanto a su extrapolación, dada la singularidad nacional de las prácticas analizadas (por ejemplo, los nombres de los cantantes o de los actores favoritos son en su mayoría franceses). Con todo, nuestro autor insta a que antes que quedarse limitado al caso francés, es posible desprender de esta obra una enseñanza universal, si bien mediante una lectura relacional y no sustancialista, y una labor de transposición.

Básicamente, la enseñanza esencial de este libro puede expresarse en los siguientes términos: el espacio social es un espacio de diferencias, de distinciones entre posiciones sociales, que se expresa, se proyecta en un espacio de diferencias o distinciones simbólicas, que hacen que la sociedad en su conjunto funcione como un lenguaje. Esto significa que la topología social, que describe la estructura del espacio, es inseparablemente una semiología social, que describe el mundo social como un sistema de signos o lenguaje. Sistema de signos, que somos capaces de leerlo prácticamente, sin necesidad de poseer explícitamente la gramática (como se desprende del análisis sociológico) a través de las intuiciones del habitus. Esto nos permite percibir o relacionar inmediatamente un acento, un gesto, un traje o una práctica alimenticia con una posición social y, al mismo tiempo, apreciarlos, esto es, conferirles un cierto valor social, positivo o negativo.

La trayectoria desde el espacio de las posiciones económicas y sociales al espacio de la toma de posiciones simbólicas o signos sociales de distinción -que son signos distinguidos sólo para una pequeña parte de la sociedad, la de los dominantes-, se cumple por la intermediación del habitus. El habitus como sistema de disposiciones es el producto de la incorporación de la estructura social a través de la posición ocupada en esta estructura -y, en cuanto tal, es una estructura estructurada-, pero al mismo tiempo estructura las prácticas y las representaciones, actuando como estructura estructurante, es decir, como sistema de esquema práctico que estructura las percepciones, las apreciaciones y las acciones. Expresado más sencillamente, los agentes tienen tomas de posición y estilos de vida, gustos en pintura, en literatura, en cine o en música, del mismo modo que tienen también preferencias en cocina, en deporte e incluso determinadas opiniones políticas, que corresponden a su posición en el espacio social y, por consiguiente, al sistema de esquemas de disposiciones y apreciaciones, al habitus, que está asociado, por la intermediación de los acondicionamientos sociales, a esta posición. Una ilustración llamativa, a juicio de Bourdieu, de estos mecanismos lo constituye el fenómeno de la homogamia, que en ausencia de coacciones directas que ejercieran antaño familias cuidadosas de evitar las mésalliances, no puede explicarse sino por la afinidad espontánea de los habitus, de los gustos: «El amor es así una manera de amar en otro el propio destino y de sentirse amado en el propio destino».

Respecto al espacio social, en cuanto sistema de diferencias o posiciones separadas, no confundidas, se trata de un concepto que retiene la idea de que las sociedades están divididas en clases, pero a su vez, niega las clases en el sentido de grupos separados y opuestos que existen en la realidad. Para Bourdieu, si existe algo como clases sociales, en el sentido tradicional (marxista) del término, es sólo en la medida de que han sido hechas, construidas por un trabajo histórico. Trabajo, a un tiempo teórico y práctico militante, pero necesario, si lo que se quiere es transformar las afinidades de interés y de disposiciones ligadas a la proximidad en el espacio social en un proyecto consciente y colectivo dirigido a defender o promover esos intereses y ese estilo de vida en contraposición a los de la clase opuesta.

Las clases, cuando existen como tales, se realizan principalmente en los campos de la producción cultural e intelectual, y especialmente en el campo político. Bourdieu construye la noción de campo para referirse a un subespacio social relativamente autónomo, un microcosmos al interior del macrocosmos social, que puede ser definido como un campo de luchas para conservar o transformar la relación de fuerzas.

Los campos de producción cultural están asociados a un poder de un tipo particular, el poder simbólico, que ejercen los detentores del capital simbólico. La noción de poder simbólico, cuyos fundamentos teóricos integra tradiciones teóricas consideradas como incompatibles, kantiana (teoría de las formas simbólicas), durkheimiana, marxista y weberiana, es para Bourdieu de vital importancia científica -y política- porque permite asir y comprender la dimensión de la más invisible de las relaciones de dominación, de las relaciones entre dominantes y dominados según el género, según la étnia, y también según la posición en el espacio social. Es así que el sistema escolar en todos sus niveles, a través de las clasificaciones que opera y que se imponen a aquellos mismos que allí son víctimas, cumple una función de sociodicea, de justificación del orden establecido, incomparablemente más importante que todas las formas de propaganda.

Como se ha observado, la obra de Bourdieu contiene una gama de interesante de ideas que ha merecido y vale la pena explorar. El rechazo a un infructuoso intelectualismo, a la teoría pura como discurso desprendido de todo referente empírico, que obliga a una actitud de constante vigilancia epistemológica y de control metodológico en el proceso de investigación, en la «construcción social de la realidad social»; la convicción de que para explicar los fenómenos culturales es necesario vincularlos, tanto a la estructura social históricamente definida como al agente social que produce las prácticas no en cuanto individuo, sino como agente socializado y socializante- y a su proceso de producción; el papel de la violencia simbólica en el mantenimiento de la desigualdad social; o la discusión acerca de la relativa autonomía del campo intelectual, regulado por la lógica específica de la competencia por la legitimidad cultural….

La Distinción, como aplicación de una teoría de la privación cultural

La teoría expuesta en La Distinción puede señalarse en el marco de los estudios de consumo o, más bien, como una teoría de la privación cultural. Si bien Bourdieu negó que en cualquier sentido final la clase dominada o clase obrera esté privada culturalmente (tiene su propia cultura arbitraria, universalizante y legitimante), considera ciertamente que le falta capital cultural esto es, aquella cultura que es altamente estimada tanto por la clase dominante como por las instituciones docentes- y el poder para imponer su propia cultura a sus hijos dentro de la escuela, por ejemplo; es decir, considera las instituciones escolares como campos en los que las diferencias culturales vienen a ser definidas como privaciones culturales. Pero al no proporcionar un análisis más completo del contexto, dicho planteamiento resulta inadecuado como explicación total. Aparte de afirmar que hay clases sociales y relaciones de poder asimétricas, poco más sabemos acerca de cómo debería ser teorizado el contexto de las prácticas sociales y mucho menos comprendido.

Con respecto a los aspectos del contexto que sí trata, la estructura de clases, su planeamiento resulta deficiente en la generación de ideas significativas. Concibe las clases sociales más bien como una complicada jerarquía de ocupaciones, cuyos titulares se distinguen por sus rentas y hábitos de consumo y en el prestigio social que se les concede. De forma que a lo largo de la exposición de los resultados de su investigación empírica encontramos las diferentes fracciones de la clase dominante definidas de acuerdo con el criterio de ocupación, que es extraído sencillamente de las categorías socio-profesionales del INSEE (el equivalente francés del registro general de ocupaciones), e incluye las siguientes: profesores; cuadros del sector público; profesiones liberales; ingenieros; personal directivo en el sector público; patronos industriales; y patronos comerciales. Asimismo presenta unas tablas que tratan de demostrar que quienes él categoriza como pertenecientes a fracciones económicamente dominantes tienen las mismas rentas que los culturalmente dominantes (resulta inevitable aquí preguntarse, ¿cuánto cobran los profesores en Francia?). En otra parte define las fracciones económicas dominantes como los propietarios del capital económico, aunque en realidad se refiere a los que tienen la renta más alta, sugiriendo por ejemplo que los médicos y los abogados tienen cantidades elevadas tanto de capital cultural como económico. Ahora bien, mientras que los miembros de las profesiones liberales pueden tener elevadas rentas, generalmente no son miembros de la clase capitalista, al menos visto desde una problemática marxista; es claro que Bourdieu no maneja ningún concepto de capital que implique tanto relaciones sociales como técnicas con respecto a la propiedad legal y a la posesión de los medios de producción, ni cuenta con ningún concepto de capital económico como algo no adscrito necesariamente a agentes individuales, sino a instituciones tales como bancos, compañías de seguros y grandes empresas. A la luz de los criterios que utiliza para diferenciar entre las distintas fracciones de la clase dominante, es evidente que el autor de La Distinción se refiere a élites ocupacionales y no a fracciones de clase en el sentido marxista. Un marxista diferenciaría las fracciones en términos de tipos y subtipos de capital diferentes -dinero, mercancías y capital productivo- y en términos de su situación en el circuito del capital, realizado dentro de una formación social o entre nacionalidades. De forma similar, Bourdieu categoriza la pequeña burguesía o clase media y las clases populares -agricultores autónomos, asalariados agrícolas, peones, obreros cualificados y obreros especializados-, en términos de ocupación profesional y status social.

Bourdieu hace frecuente referencia a la lucha de clases, pero la sitúa en el ámbito del mercado. Tal como se derivaría de un enfoque neo-ricardiano, la describe como luchas distributivas por la asignación del producto en forma de bienes o de rentas. Esto es, no ve las luchas de clases vinculadas a la organización de la producción. Y de hecho, apenas hace referencia a la forma en que está estructurada la producción y basada la división social del trabajo, ni al origen de las condiciones económicas, políticas e ideológicas dentro de las cuales la lucha de clases se genera. Tamaña omisión se deriva de otra dificultad: el formalismo y la naturaleza ahistórica de su teoría. Siendo así difícil ver cómo podrían ser posibles análisis comparativos de carácter histórico, la teoría expuesta revela un vago potencial para la comprensión del cambio social. Con la clase definida, por ejemplo, en términos puramente ocupacionales, no tenemos medios para discernir los diferentes tipos de estructuras de clase en diferentes formaciones sociales, o el equilibrio cambiante de las fuerzas de clase en diferentes períodos históricos. De forma similar, no observar las formaciones sociales constituidas por diferentes modos de producción que pueden ser caracterizados por muy distintos mecanismos de reproducción social y cultural, le conduce a realizar una serie de proposiciones formalistas, en substancia, desprovistas de contenido. Desde una perspectiva bien distinta, podría aducirse que como la reproducción cultural nunca es automática ni está garantizada, es indispensable esta dimensión histórica y estructural en la teoría.

Bourdieu define la reproducción social como la reproducción de las relaciones de fuerza entre las clases sociales. Esto se consigue, al menos parcialmente, por la reproducción de los símbolos culturales que legitiman y de este modo sostienen otras relaciones de dominación. Así como el capital económico se transmite a través de las generaciones por medio de las leyes de la herencia, también el capital cultural se transmite a través del hábito en tal forma que confirma y reproduce la estructura de clases.

La teoría de Bourdieu de la reproducción difiere significativamente de una explicación marxista. Esta explicación no sólo se referirá a la reproducción de un sistema de relaciones de clases, sino a la reproducción de todas las condiciones para la acumulación de capital, al menos en una sociedad capitalista, involucrándose variables económicas, políticas e ideológicas para la comprensión de la dinámica del circuito del capital, a través de sus diversas etapas y formas. No son simplemente los agentes los que han de ser reproducidos, como trabajadores o capitalistas, con sus disposiciones y motivaciones, sino también los medios materiales y otros medios de reconstruir el proceso de producción capitalista. La acumulación tiene lugar dentro de las relaciones de clase definidas y se caracteriza por la lucha de clases que puede afectar a los elementos necesarios de la reproducción capitalista.

Ahora bien, aunque Bourdieu habla de la reproducción de una estructura de clase, no trata en absoluto ese proceso en el contexto de la dinámica de la acumulación capitalista. Como la mayoría de los científicos sociales, relega la economía a los economistas. Además, el papel del Estado es fundamental en cualquier proceso de reproducción social y cultural. Bourdieu define el Estado en términos weberianos, como la institución que tiene el monopolio sobre la violencia legítima, pero aparte de varias menciones a su existencia, no entra en absoluto en su marco, ni discute el carácter clasista del Estado, su autonomía ilusoria de los mecanismos de la sociedad civil o su papel fundamental para producir la hegemonía.

Bourdieu tiende a pensar que si se puede establecer una diferenciación dentro de las clases dominantes entre los agentes que poseen capital cultural y los que poseen otras formas, esto implica necesariamente un grado de autonomía. Supuesto discutible, teniendo en cuenta la historia de las sociedades capitalistas y el predominio de la ideología hegemónica. La experiencia de formaciones sociales en las que la dominación política efectiva de la clase dominante parecía amenazada, no parecen avalar la idea de que la unidad de una clase se vea socavada por una división del trabajo entre diferentes agentes.

Concluyendo

Elogiamos la gran contribución de Bourdieu al restablecimiento de ese aire revitalizador que la polémica aporta, también entre aquellos dedicados la «construcción social de la realidad social», a la producción del discurso sociológico, antropológico, político,… Pero independientemente del léxico que emplea Bourdieu para articular su teoría, su marco es como hemos visto básicamente weberiano y opera por tanto dentro de una problemática ampliamente definida en la teoría social «institucional». Coincidiendo con la crisis de reestructuración en el sistema capitalista mundial, La Distinción ilustra la tendencia entre ciertos científicos sociales occidentales a incorporar algunos términos marxistas (formación social, fracciones de clases, lucha de clases y apropiación de capital, etc.) a la vez que, simultáneamente, difumina su potencial más radical. Ese potencial radical descansa sobre la idea de Marx de que en el mismo corazón de los procesos de producción capitalista reside una contradicción fundamental relacionada con dos características: la naturaleza social de la producción y la base privada de la acumulación; la contradicción entre el valor de uso y el valor de cambio. Esta idea, que no requiere comprometernos con ninguna teoría de «ruptura inevitable» ni instalarnos en un inmovilista pesimismo respecto a las «estrategias de transformación», muy al contrario, debería conducirnos a una búsqueda a nivel teórico de las fisuras potenciales tanto en la ideología como en la sociedad capitalista, con el fin de fundamentar una práctica social y política apropiada.

BIBLIOGRAFÍA

Bourdieu, Pierre (1988): La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. Taurus. Madrid, 1988 (primera edición francesa, 1979)

Bourdieu, Pierre (1999): «Conferencia magistral para la Cátedra Michel Foucault de la Universidad Autónoma Metropolitana (Valle de México), sustentada el martes 22 de junio de 1999». Publicada en La Tarea. Revista de Educación y Cultura de la Sección 47 de SNTE (http://www.latarea.com.mx/articu/articu15)

Gutiérrez, Alicia B. (2002): «Con Marx y contra Marx: El materialismo en Pierre Bourdieu», en Materiales para Materialismo Histórico y Teoría Crítica. Universidad Complutense de Madrid

(http://www.ucm.es/info/INFOCOM/estudios /tpropios/titulos/prop-cienpoli.htm)

Loizaga, Patricio (dir.). Diccionario de pensadores contemporáneos. Emecé editores. Barcelona, 1996.

Matienzo, Ricardo: «¿Quién teme a Bourdieu?. Aires de una teleconferencia», en Arca 45/46 (http://www.elarca.com.ar/arca45/ )

Sharp, R. (1984): Conocimiento, ideología y política educativa. Akal.

NOTAS:

[1] Las obras antecedentes de La Distinción son:

P. Bourdieu, Boltanski, Chamboredon, Castel, Lagneau y Schnapper. La fotografía: un arte intermedio. Nueva Imagen. México, 1989.

P. Bourdieu, Alain Darbel y D. Schnapper. L’amour de l’art, Les musées auropéens et leur public. Minuit. París, 1969.

[2] Declaración de Bourdieu, citado en Matienzo, Ricardo: «¿Quién teme a Bourdieu?»

 

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