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Harold Pinter y la verdad

Fuentes: Foro por la Memoria

La concesión del premio Nóbel a un escritor políticamente incorrecto como Harold Pinter, ha gozado, no obstante, de amplio consenso en el mundo literario que se ve reconocido en la calidad de sus aportaciones al teatro: «La habitación», «El cuidador», etc.; al cine: guiones de «El sirviente» o «La mujer del teniente francés»; a la […]

La concesión del premio Nóbel a un escritor políticamente incorrecto como Harold Pinter, ha gozado, no obstante, de amplio consenso en el mundo literario que se ve reconocido en la calidad de sus aportaciones al teatro: «La habitación», «El cuidador», etc.; al cine: guiones de «El sirviente» o «La mujer del teniente francés»; a la televisión: «La salida nocturna»… Pinter es una apuesta brillante e inesperada, pero, ciertamente, incomoda para la clase política neoconservadora. El dramaturgo londinense parecía destinado a la solitaria degustación de ciertas minorías intelectuales pero con el Nobel este escritor de 75 años, de origen judío y proletario, ha pasado a primer plano de la actualidad y su obra puede cobrar una nueva dimensión.

Pinter, tan disidente como Sartre (que rechazó el Nobel), ha jugado sus cartas. A Sartre el escándalo le confirmó como icono de la rebelión juvenil de los años sesenta. Pinter parece, por contra, refractario a la popularidad. Es consciente de que la situación mundial es, cuarenta años después y tras la caída del imperio soviético, algo diferente. Harold Pinter tiene, como ha podido ver todo el mundo, ideas claras acerca de la verdad o las verdades, y la mejor oportunidad para difundirlas le ha llegado con el discurso de aceptación de su merecido premio titulado Arte, verdad y política.

Pinter no ha defraudado a los que pensamos que la verdad no es una cuestión banal, oficial y burocrática. Y con ello ha demostrado un raro valor: «¿Cuántos seres humanos deben morir para que califiquemos a sus responsables -en referencia a la política exterior estadounidense- como criminales de guerra? Con un discurso antiimperialista de alto voltaje, algo insólito en estas ceremonias, sus dardos han apuntando al corazón de los dos máximos dirigentes de Occidente: el inefable George Bush y el conspicuo Tony Blair, al tiempo que perfila un certero diagnóstico acerca del tsunami político y social que padecemos. Denuncia la perversión del lenguaje político que fabrica en cada situación la «verdad» que necesita, como el origen de la corrupción política que deviene en corrupción económica, verdadera madre de todas las batallas. La desinformación, sostiene, es la metodología utilizada por las elites políticas «para mantener al pueblo en la ignorancia». Insiste en «separar lo falso de lo verdadero» a fin de no confundir lenguaje y propaganda: «Hay que evitar a cualquier precio el panfleto como sustituto de la verdad…», aunque exime a la sátira política de cumplir estas reglas.

El reciente Nobel, en su extensa parrafada no se acordó para nada de José Maria Aznar, cómplice de los dos gigantes anglosajones en el «negocio» fallido de la guerra de Irak y responsable ante los españolesde faltar repetidamente a la verdad. El olvido parece intencionado pues el escritor hizo una explicita referencia a la Guerra Civil recordando unos versos de Neruda: «Generales traidores/ mirad mi casa muerta/ mirad España rota». Nuestros neocons difunden una versión propia donde los traidores no fueron «los generales» sino el Frente Popular y sus aliados de las autonomías.Pinter que como dijo Machado de Unamuno: «Sabe a Jesús y escupe al fariseo» debió de pensar que el ex presidente del gobierno español era, simplemente, un personaje de pacotilla.

* José Antonio Vidal Castaño. Historiador y escritor.