La Organización Mundial de la Salud -OMS- indica que “La inactividad física es uno de los principales factores de riesgo de mortalidad por enfermedades no transmisibles. Las personas que no hacen suficiente ejercicio presentan un riesgo de mortalidad de un 20% a un 30% superior a las que son suficientemente activas.” En ese sentido, promueve la práctica del ejercicio físico, pues ello trae aparejada una serie de beneficios innegables, que califica así:
- “en el niño y el adolescente: mejora la forma física, la salud cardio metabólica y de los huesos, y la capacidad cognitiva y la salud mental, y reduce la grasa corporal;
- en el adulto y el anciano: reduce el riesgo de mortalidad por todas las causas y por enfermedades cardiovasculares, la aparición de hipertensión, de cánceres en lugares específicos y de diabetes de tipo 2, y las caídas, y mejora la salud mental, la salud cognitiva, el sueño y las medidas de grasa corporal.”
La recomendación que da esta instancia de Naciones Unidas dedicada al campo sanitario promueve una práctica deportiva moderada, sana, agradable, de entre 150 a 300 minutos semanales, lo cual actúa como poderoso elemento preventivo de posibles enfermedades. Hacer deportes, mover el cuerpo saliendo del sedentarismo, realizar cualquier actividad física controlada (así sean unas cuantas sentadillas al borde de la cama cuando nos levantamos, unas cuantas despechadas, una caminata diaria de unos cuantos minutos, cualquier tipo de flexión que nos mueva y nos haga transpirar un poco, levantamiento de pesos moderados y, por supuesto, asistir a un gimnasio) es muy saludable. Activar la circulación llevando sangre oxigenada hasta la última célula del cuerpo mejora la fuerza muscular y aumenta la resistencia; ese ejercicio envía oxígeno y nutrientes a los tejidos, ayudando así a que los sistemas cardiovascular y respiratorio funcionen con mayor eficacia, evitando ciertas enfermedades, preparándonos en mejores condiciones para afrontar otras, mejora el sueño, da más brillo a la actividad sexual y ayuda a mantener un equilibrio psicológico.
Lo recomendable es que las políticas públicas incentiven esa práctica, lo cual redunda, en definitiva, en un mejor nivel de salud para las poblaciones. Pero el mundo moderno, desde inicios del siglo XX en adelante, de la mano de la competencia que promueve el capitalismo con su mito de “triunfadores” y “perdedores”, ha generado un monstruo que, hoy por hoy, ya no parece posible detener: el deporte profesional.
En el marco del capitalismo todo, absolutamente todo, es mercancía. El deporte también entró largamente en esa lógica. Con ya más de un siglo de transitar esa senda, esto que llamamos “deporte profesional” está tan hondamente arraigado en la cultura dominante -globalizada hoy día, muy similar en cualquier punto del planeta- que probablemente la mayoría de la población mundial, preguntada sobre este monumental circo de los deportes profesionales (fútbol, baseball, básquetbol, boxeo, Olimpíadas, y un largo etcétera en crecimiento), estaría de acuerdo con mantener la situación actual. Luego de años de establecida esa tendencia, no hay dudas que se ha ido logrando que a las grandes mayorías populares les agrade “consumir” deportes. O, mejor dicho: consumir espectáculos audiovisuales donde el deporte es la estrella principal (con algunos astros muy bien pagados con los que sueñan los fanáticos), azuzando nacionalismos vacíos, sin que con ello se promueva efectivamente la práctica del ejercicio físico en la población. Somos “obligados” a sentarnos ante el televisor comiendo y tomando una cerveza mientras apoyamos al equipo o deportista de nuestros amores.
El campo socialista, décadas atrás, si bien fomentó una nueva actitud hacia el deporte en el pueblo llano, no contribuyó en mucho a disminuir la tendencia a su profesionalización; por el contrario, también la favoreció. El deporte profesional -aunque formalmente no se le llamara así- fue un ámbito más de batalla durante la Guerra Fría, y los disparates humanos a los que llegó la mercantilización capitalista tuvieron su símil (igualmente disparatado) en el mundo socialista. Hoy día China, con su proyecto de “socialismo de mercado”, parece ofrecer más de lo mismo. Las potencias son potencias en todo: ¡también en lo deportivo! Hay que demostrar que “se las pueden”.
En unos pocos días comienzan los Juegos Olímpicos de París 2024, oficialmente conocidos como los “Juegos de la XXXIII Olimpíada”, que son, ante todo y más que una justa deportiva, una enorme demostración política. Sin la menor duda, toda esta parafernalia que se viene dando con fuerza creciente en el mundo moderno, nos presenta actividades que son 1) gran negocio, del que medran los grandes capitales y 2) portentoso mecanismo de control social. Ambas facetas se interpenetran y retroalimentan.
Salvando las distancias, puede decirse que el deporte profesional es a la práctica del ejercicio físico saludable, lo mismo que los hoy día popularizados concursos de belleza a la belleza. Amargamente, se expresó una concursante de Miss Puerto Rico luego del certamen, preguntándose en forma crítica:
“¿Es una Miss Puerto Rico una verdadera representación de la mujer portorriqueña? De ser así no serían necesarias cirugías y procesos estéticos, además de dietas estrictas a las que son sometidas estas muchachas a tan corta edad. ¿Acaso la celulitis, las estrías y el sobrehueso en la nariz nos resta belleza? ¿Ante los ojos de quién? Al final de cuentas, ¿para qué tanto sacrificio si luego de un año pasan nuevamente al anonimato en el que vivían antes de ser reina? Sin embargo, durante su reinado entregan la dirección de sus vidas a otras personas que es la que la va a llevar al triunfo. La reina solo obedece. La mayor parte del tiempo transcurre en la preparación para un concurso internacional, posando al lado de dirigentes de grandes empresas capitalistas (casi siempre hombres), realizando comerciales. En fin, una reina de belleza no es mucho más que un objeto que vende y se deja vender, un simple adorno que posa sonriente al lado de gobernadores, presidentes y cuya voz y opinión, junto con su ferviente deseo de paz mundial, no son más que eco en el vacío”.
En esa línea crítica, valen palabras de una mujer, atleta de élite de alto rendimiento, quien se preguntaba sobre el deporte profesional:
“Yo fui medallista campeona en dos Juegos Olímpicos en una especialidad que no viene al caso en este momento. Ahora, algunos años después, mirando para atrás toda esa historia, me pregunto consternada: ¿para qué toda esa estúpida parafernalia? Fomentar el deporte no es, en absoluto, tener atletas de élite. No, no. Eso es una locura que tuvo lugar durante la Guerra Fría, y que no ha parado. ¿Para qué sacrificar a jóvenes con cinco, ocho, diez horas diarias de rigurosísimos entrenamientos durante los mejores años de su juventud? Parece el entrenamiento de astronautas. Ahí lo creo pertinente, me parece correcto: un astronauta, aunque no se vea inmediatamente, aportará algo a la humanidad con sus investigaciones en el espacio. Es como un artista que ensaya horas y horas y horas, un virtuoso del violín, una bailarina clásica: algo deja a la gente. Ahí sí vale el esfuerzo. Pero ¿para qué sirve nuestro esfuerzo de atletas? ¿Parte de la Guerra Fría? ¿Para demostrar que el país al que represento es “mejor” que todos? ¿Dónde quedó el amateurismo y el espíritu deportivo? Ahora solo negocios y competencia. ¿Y para eso hay que tomar drogas supuestamente legales, siempre a escondidas, someterse a monstruosas dietas, sacrificar el cuerpo? ¡Por favor! ¡Qué estupidez!”.
Algo tragicómico, demostrativo de la monumental estulticia en juego: el país con mayor número de medallas olímpicas, con los mejores atletas de alta gama es, al mismo tiempo, el país con mayor porcentaje de población obesa y con problemas cardíacos. ¿Será posible cambiar esta tendencia?
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