«Los ‘marxistas’ no han salido de la lógica de la derrota». Carlos Pérez Soto El capitalismo actual -«senil», «tardío» y en proceso de auto-destrucción- es la negación de la democracia, la libertad y el desarrollo humano. La igualdad y la justicia social dentro de la lógica de acumulación capitalista son solo una ilusión. Incluso la […]
El capitalismo actual -«senil», «tardío» y en proceso de auto-destrucción- es la negación de la democracia, la libertad y el desarrollo humano. La igualdad y la justicia social dentro de la lógica de acumulación capitalista son solo una ilusión. Incluso la «equidad» y la «inclusión social», eufemismos inventados por los teóricos pagados por el capital, son simples fantasías para engañar incautos. Algunos teóricos sociales lo previeron desde el siglo XIX cuando la centralización del capital mostró esa forzosa e inevitable tendencia. Esa verdad irrefutable es hoy reconocida por la ciencia, la academia y los políticos más concienzudos del mundo.
Lo grave de la situación es que ni los dueños de las corporaciones transnacionales capitalistas pueden hacer algo. Dentro de la lógica de acumulación inercial del capital, ni ellos ni sus administradores, incluyendo a los gobernantes de los Estados -independiente de que sean neoliberales, «comunistas» o «progresistas»-, pueden detener ese rumbo. La maquinaria de destrucción masiva que es la economía crematística del siglo XXI, no tiene control. Devasta sistemáticamente la naturaleza, descompone y degrada a la humanidad y destruye riqueza para garantizar el movimiento del capital. Nadie puede controlar las fuerzas destructivas que se han desatado en el planeta. Es un demonio sistémico imparable.
Esta realidad ya ha sido reconocida por famosos multimillonarios (Bill Gates, entre otros) y muchos teóricos y economistas que hacen parte del establecimiento oficial que domina el mundo financiero [1]. Ellos han planteado de diversas maneras la necesidad de una intervención urgente del Estado en la economía. Sin embargo, no saben cómo hacerlo. Por el contrario, fuerzas sociales, económicas, políticas y culturales empujan por soluciones inmediatistas de tipo «ultra-nacionalista» que van -sin quererlo- a desatar fenómenos que acelerarán el proceso destructivo. El Brexit en Reino Unido y la elección de Trump son solo su inicio. Políticos de derechas protofascistas estimulan sentimientos de odio nacional, religioso, étnico y homofobias fundamentalistas entre los sectores sociales más golpeados por la crisis.
El escenario del futuro -si no surge la contraparte social y revolucionaria que lo impida- es la aparición de ciudades y regiones con nuevos tipos de «guetos», amuralladas y controladas militarmente, en donde se impida el acceso de los inmigrantes, pobres y vagabundos. En realidad, ya existen ese tipo de espacios vedados y exclusivos dentro de muchas ciudades del mundo. El fraccionamiento de la sociedad y la desintegración de las naciones actuales, es un proceso que ya está en marcha. Frente al caos y a la crisis, ricas provincias, estados y regiones, promueven la separación y la independencia. En California (EE.UU.) y en Cataluña (España) son temas públicos en las campañas políticas. Las propuestas xenófobas y discriminatorias del presidente electo de los EE.UU., van en esa dirección. No exageramos.
Los más avanzados teóricos marxistas y de otras corrientes de pensamiento crítico del capitalismo [2] lo han anunciado desde hace varias décadas. Sin embargo, los partidos de izquierda y los movimientos sociales -con contadas excepciones- parecieran no reaccionar. Solo muy pocos políticos, especialmente aquellos veteranos que nada tienen que perder, como el uruguayo «Pepe» Mujica, lo plantean abiertamente. Ese era el gran mérito de los fallecidos Fidel Castro y Hugo Chávez, que hoy tienen en el Papa Francisco una especie de sustituto y émulo en cuanto a denunciar ante el mundo algunos de estos problemas, pero con la gran diferencia que el prelado católico no trasciende más allá de la retórica cristiana.
Mientras los políticos fascistas no tienen ningún escrúpulo en estimular los nacionalismos étnicos y religiosos, los socialdemócratas y socialistas no han logrado superar el «síndrome de la derrota». No se atreven a plantear un cuestionamiento radical al sistema capitalista porque tienen miedo de ser identificados como «estalinistas», «estatistas», «autoritarios» u otros calificativos que los propagandistas del gran capital usan para aislarlos y derrotarlos. Y como nuestros políticos de izquierda piensan básicamente en la siguiente elección, quedan paralizados frente a una realidad creciente que es aprovechada por la derecha extrema.
El problema de fondo es que no hemos construido la idea, el «orden imaginado», la «fórmula de la esperanza» y la «narrativa apasionada» que respalde y soporte la alternativa viable al sistema dominante y destructor que nos arrasa. Hay esbozos iniciales, ideas diversas, prácticas sectoriales, propuestas en borrador, pero -en verdad- no tenemos la teoría y el programa acabado, consistente y coherente, que nos permita unificar a los demócratas, progresistas, humanistas, ambientalistas, socialistas y comunistas, que están dispersos en múltiples y variados movimientos, partidos y grupos, sin un «común hacer».
El otro problema a resolver es la actitud frente a los cambios estructurales. Los ideólogos del capitalismo han logrado vender la idea de que «toda revolución conduce a la dictadura». Mientras ellos imponen en todas partes la «Dictadura del Capital» con fachada democrática o con forma de gobiernos «comunistas» (capitalismo asiático), y además, imponen su orden acudiendo a los poderosos aparatos policiaco-militares y a su maquinaria de inteligencia y control masivo de la población, los políticos «progresistas» tienen miedo de ser tachados de «anti-democráticos» porque medianamente aprietan con normas y leyes a los grandes medios de comunicación o intentan detener los omnipotentes poderes de los conglomerados transnacionales capitalistas que hoy dominan todos los campos de la vida en el planeta.
Y además, hasta la idea de la necesidad del «partido» ha sido demolida por la propaganda contra-revolucionaria. Mientras el gran capital actúa con la más absoluta centralización, entre los «progresistas» y los «revolucionarios» se ha sembrado la idea de que la simple organización atenta contra la democracia. Hasta esos niveles ha penetrado la «ideología de la derrota».
Es indudable que se requiere un sacudón, un remozamiento, un replanteamiento general, para poder responder a los retos del inmediato futuro. El «acontecimiento» que muchos esperaban ha tocado nuestras puertas. ¿Sabremos responder?
Notas:
[1] Joseph E. Stiglitz, Paul A. Samuelson, Edmund S. Phelps, Robert E. Lucas, Paul Krugman y Reinhard Selten.
[2] Las principales corrientes de pensamiento crítico y anticapitalista que hoy se mueven en el mundo están representadas por los siguientes teóricos y pensadores: a) Slavoj Zizek, marxista libertario y psicoanalista-lacaniano que aplica sus ideas a la política y a la crítica de la ideología capitalista; b) Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, teóricos de la «democracia radical»; c) Immanuel Wallerstein («sistema-mundo»), John Holloway («hacer la revolución sin tomar el poder») , Raúl Zibechi y los neo-zapatistas, teóricos de un tipo de autonomismo anti-capitalista; d) Noam Chomsky, demócrata liberal-radical, revolucionario, lingüista y analista crítico; e) David Harvey, Giovanni Arrighi, Jorge Beinstein, Yanis Varoufakis, István Mészáros, Álvaro García Linera, Boaventura de Souza Santos, Heinz Dieterich y otros marxistas, con excelentes aportes; f) Toni Negri y Michael Hardt, teóricos del Imperio y la «multitud»; g) Los pensadores críticos «de-coloniales» latinoamericanos como Aníbal Quijano, Enrique Dussel, Walter Mignolo, teóricos de cierto «indigenismo andino», el «anti-extractivismo» y la economía del decrecimiento; h) Jeremy Rifkin y Elinor Ostrom, no-marxistas, teóricos del «pro-común colaborativo» y el «gobierno de los bienes comunes»; i) Las numerosas corrientes ecologistas y ambientalistas; j) Las corrientes tradicionales de las izquierdas (marxistas, leninistas, maoístas, trotskistas) y anarquistas. Hay muchos más pensadores en Asia, África, América Latina, EE.UU. y en Europa, pero estos son los más conocidos. Todos tienen ideas muy elaboradas que hay que valorar y recoger.
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