Escribo estas palabras justo después del último mitin electoral. Se acaba de cerrar el telón de la campaña y se abre el tiempo de los sueños, de las certezas. Cuando se publique este artículo circularán ya los primeros análisis pos-electorales de urgencia. En este momento nadie sabe qué sucederá el 24-M. Yo me siento como […]
Escribo estas palabras justo después del último mitin electoral. Se acaba de cerrar el telón de la campaña y se abre el tiempo de los sueños, de las certezas. Cuando se publique este artículo circularán ya los primeros análisis pos-electorales de urgencia. En este momento nadie sabe qué sucederá el 24-M. Yo me siento como en la víspera del día de Reyes. Como esa niña ilusionada que pone los zapatos bien colocaditos antes de irse a la cama, sabiendo que pase lo que pase recibirá algún regalo a la mañana siguiente.
Porque ya hemos ganado. Porque por fin se ha roto el maleficio de la tristeza, de la resignación. Nuestro regalo es la esperanza de la gente, más allá de los resultados, más allá de porcentajes o del número de votos o representantes. Que la gente crea que el cambio es posible, el cambio real y no el recambio. Que la gente se indigne y deje de tolerar la injusticia. Porque solo es cuestión de tiempo y ya estamos en el camino. Porque sin optimismo nada se puede construir. Por eso lo primero que nos roban los de arriba es la alegría, como decía hace pocos días Manuela Carmena en Madrid.
Porque hemos vencido los temores y los prejuicios de mucha gente; su descreimiento, su desafección política. Lo contaba Ada Colau en otro mitin. En los barrios humildes el porcentaje de participación es mucho menor al que se da en los barrios ricos. ¿Será que los primeros no le ven utilidad al voto tras tantas promesas incumplidas?, ¿será que los segundos tienen claro quien vela por sus intereses? Aquí estaremos para dar voz a la gente y defender sus derechos y su bienestar, en esas instituciones cansadas de acoger siempre a los mismos; los mismos que se turnan cada cuatro años con distintos rostros, pero representando siempre a los poderosos.
Se acabó el secuestro de la democracia. «Ojalá este domingo regrese la decencia». Lo decía Emilio Lledó el viernes. Lo recreaba Borges en una viñeta al día siguiente. Necesitamos personas honradas que pongan las maquinarias institucionales al servicio de las mayorías. Empieza la cuenta atrás. Por eso ya hemos ganado.
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