El autor de Las venas abiertas de América Latina habla en esta entrevista del manicomio en que, sus dueños, están transformando el mundo. Propone una historia ficticia de la colonización de América para entender el rechazo actual de la inmigración. Advierte del hastío político y de la incredulidad de las juventudes latinoamericanas. Y afirma que en Medio Oriente se está jugando el destino del mundo.
Hay muchas formas de mirar la historia. Por lo tanto, hay muchas maneras de ser historiador. La de Eduardo Galeano es, sin duda, crítica. O sea, que muchas de sus investigaciones sobre el pasado difieren, a veces radicalmente, de las versiones oficiales que se dictan en general en las escuelas. Ahí está Las venas abiertas de América Latina, su obra célebre -aunque no la única-, que allá por los 70 revolucionó la forma de concebir el atraso de la región que se extiende al sur de los Estados Unidos. Con este libro, Galeano demostró cómo el subdesarrollo latinoamericano se forjó a merced del enriquecimiento de las potencias coloniales, incluyendo a España. Y no lo hizo hace dos años y de manera superficial, sino hace tres décadas y media y con vastos fundamentos. Quien quiera conocer otra mirada del mal llamado descubrimiento de América y de los cinco ruinosos siglos posteriores, sólo debe acudir a la biblioteca.
En la entrevista con Teína, Galeano habla sobre la emigración del mundo pobre hacia el rico. Y lo hace por medio de un prisma crítico, una visión inconformista y que va más allá de las miradas superficiales que ven a las migraciones sólo como un ejercicio interesado por parte de quienes emigran. Una mirada externa, esa, muchas veces egoísta y limitada que sólo acepta que los seres humanos se van porque así lo desean. Como explica Galeano, en verdad hay mucho más detrás de esa supuesta práctica de voluntades viajeras: necesidad, sufrimiento y, también, relaciones de poder.
Corren tiempos de enfermedades múltiples sin aparente vacuna y con síntomas peligrosos. ¿Cómo vive usted este tiempo de guerras y emigraciones?
Los dueños del mundo lo están convirtiendo en un matadero y en un manicomio. Ellos dicen que la condición humana es así. Puede ser. No sé. No me convencen. Si nuestros abuelos más remotos hubieran sido como somos ahora, no hubiéramos durado ni un ratito en el mundo. Ellos sobrevivieron porque supieron compartir la comida y defenderse juntos. No se aniquilaban entre sí. Las hormigas tampoco, y por eso, insignificantes como son, pesan ahora tanto como todos nosotros sumados. No se matan entre ellas. Nosotros sí. Hemos perdido la memoria de la solidaridad.
En este aparente caos está latente la xenofobia, el racismo, el rechazo del otro. Parece que nunca el ser humano aprenderá a convivir como especie.
Citarme es de mal gusto, bien lo sé. Pero no resisto la tentación. Te contesto con algo que escribí en mi último libro, Bocas del tiempo, y pido perdón:
La historia que pudo ser:
Cristóbal Colón no consiguió descubrir América, porque no tenía visa y ni siquiera tenía pasaporte.
A Pedro Alvares Cabral le prohibieron desembarcar en Brasil, porque podía contagiar la viruela, el sarampión, la gripe y otras pestes desconocidas en el país.
Hernán Cortés y Francisco Pizarro se quedaron con las ganas de conquistar México y Perú, porque carecían de permiso de trabajo.
Pedro de Alvarado rebotó en Guatemala y Pedro de Valdivia no pudo entrar en Chile, porque no llevaban certificados policiales de buena conducta.
Los peregrinos del Mayflower fueron devueltos a la mar, porque en las costas de Massachusetts no había cuotas abiertas de inmigración.
Además de transitar América, las circunstancias políticas del Uruguay lo han forzado a emigrar a Argentina y luego a España. ¿Qué diferencias encuentra entre el emigrante político y el económico?
Yo fui exiliado político. No tuve más remedio que cambiar de mapa, porque no me gusta estar preso ni me gusta estar muerto. Pero siempre tuve bien clarito que los corridos por la economía la pasan mucho peor que los corridos por la policía. Nosotros tuvimos, tenemos, perspectivas de cambio. Ellos no.
Después de años fuera eligió volver al Uruguay y reencontrarse con su gente. Hace algunos meses afirmó en un programa de TVE que aún prefiere vivir en su país. ¿Por qué?
Elijo vivir en Montevideo porque es una ciudad donde todavía se puede respirar y caminar. Los dos derechos humanos más elementales, que la civilización moderna niega. Montevideo sigue siendo afortunadamente prehistórica. Ojalá siga.
Por las crisis económicas muchos latinoamericanos se vieron forzados a emigrar hacia Europa y EE. UU. ¿Se trata esta partida de una elección totalmente individual o hay que considerar la coacción que ejerce el contexto sobre esas personas?
No se van porque quieren. Se van porque los echan. Los emigrantes son desesperados, gente que se han cansado de tanto esperar y que, ya sin esperanza, huyen. Pasan los años. A algunos les va bien, a otros no tanto. Pero todos siguen, mal que bien, lo confiesen o no, con las raíces al aire. Los que vamos al dentista sabemos que las raíces al aire duelen.
La izquierda ha cobrado fuerza en los últimos tiempos y ha logrado históricos triunfos electorales en diversos países del cono sur, incluido Uruguay. ¿Cree que estos resultados representan una prueba de que América Latina se hartó de la injusticia? En todo caso, ¿qué pueden hacer estos gobernantes para abrir una etapa de mayor justicia social?
Lo primero que tienen que hacer es cumplir con lo que prometieron que iban a hacer. Esto es lo que más me preocupa. Las encuestas, las serias, las de verdad, demuestran que la mayoría de los jóvenes no cree en la democracia en América Latina. Y no sólo las encuestas. En la última elección de Chile, modelo de democracia si los hay, dos de cada tres jóvenes no votaron. No se tomaron el trabajo de inscribirse, por la sencilla razón de que no creen en eso. Esta es, creo, la gran responsabilidad de los políticos latinoamericanos. Los muchachos no quieren circo, y tienen razón. Ya basta de piruetas para engrupir [NdR: artimañas para engañar] a los giles.
Cuba ha sido un estandarte en política social durante los últimos 50 años. Un estado que mantuvo viva la utopía romántica de un modelo social más justo. Hoy parecen avecinarse tiempos de cambio para la isla. ¿Cómo cree que puede ser el después de Fidel?
No sé. Ojalá Cuba pueda mantener vivas sus dos mejores fuentes de energía: la solidaridad, porque Cuba es el país más solidario del mundo, y la dignidad, que Fidel Castro ha encarnado, hasta ahora, contra viento y marea. Yo he manifestado públicamente, en más de una ocasión, mis divergencias con la revolución cubana, porque entiendo que ha hecho lo que pudo y no lo que quiso, pero no puedo comulgar con la negación del derecho a la divergencia y del derecho a la libre circulación de las personas y de las ideas. Pero en fin, así es la vida. Sigo creyendo, y creeré mientras viva, que la verdadera militancia se ejerce desde la libertad de conciencia y no desde el deber de obediencia.
Medio Oriente se tambalea: Afganistán e Irak en ruinas, Palestina sin voz y en el olvido, el Líbano en llamas, Irán y Siria expectantes. ¿Puede salvarse Medio Oriente? ¿Cumple alguna función Latinoamérica en este sentido?
En Medio Oriente se está jugando el destino del mundo. Doña Condoleezza habla de un nuevo mapa. Ella no lo dice, pero quiere decir: que los países que tienen petróleo se incorporen como nuevas estrellitas a la bandera de los Estados Unidos, para que el miembro más querido de la familia siga siendo ese que duerme en el garaje. En esta guerra geopolítica por el dominio del petróleo, Israel desempeña un triste papel. Sus gobiernos sucesivos, desde hace años, hacen todo lo posible para que el mundo crea que Israel no es más que una base militar estadounidense. Yo no lo creo.
Mientras el mundo centra su atención en Medio Oriente parece que una vez más se ha olvidado a un continente en agonía constante. ¿Nos hemos hecho inmunes a la hemorragia diaria del continente africano?
Ninguna tierra del mundo ha sido tan maltratada, humillada, desangrada, como África. Eso que llaman Occidente tendría que empezar por pedirle disculpas.