«Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás cuando llegue.» -Heráclito de Efeso (535-470 a. C.)
La leyenda contada y recontada hasta convertirla en hecho histórico cuenta que Cristóbal Colón viajando a las Indias Orientales se encontró, en el camino, un continente con gente y todo. Ese episodio no se volvió a repetir. Esto de viajar a la buenaventura tiene sus exitosos tropezones y sus desastres irremediables. O remediables a largo plazo, alto costo económico y bajón anímico colectivo cuando se trata de un país. Ecuador mi país, por ejemplo. Los teóricos políticos castigaban, en los años ochenta del siglo pasado, a quienes comían caliente y escupían candela: “la izquierda de tanto ir más a la izquierda acabó en la derecha”. No todas sino algunas organizaciones, además no es un axioma aunque sí un apotegma. No le pregunten a este jazzman quién fue el autor de la sentencia, pero está en el parnaso de los micro ensayos burlones. Muy pocos, mujeres u hombres, podrán tirar primeras piedras por la calentura cerebral; de ese izquierdismo infantilizado o encaprichado nadie fue vacunado. Ahora, en este siglo XXI, con otras lecturas científicas de las sociedades, mejores perspectivas de análisis por la diversidad de propuestas, complejidad de las opresiones y también renovadas insurgencias; los dogmas del pasado son vainas ridículas, aunque hay quienes se quedaron allá en modo ‘honorable antigüedad’. La izquierda ganó en pureza ideológica y perdió en política y sus resultados (elecciones a cargos estatales, ampliación de la base social, por ejemplo). Qué se va hacer, la terquedad era un respetable factor revolucionario (sin comillas, por favor).
Y en eso llegó Hugo Chávez para devolver los libros de la Editorial Progreso de Moscú a los anaqueles de las bibliotecas personales de las militancias americanas, en el momento preciso que se consideraba literatura inútil. Activen la memoria corta: nos aburrían con aquello del fin de la historia. O sea el fin de todo aquello que hablara de socialismo o izquierdismo radical. Los irrenunciables, con la fe a la baja, escribían su incredulidad en H. Chávez y contagiaban desafecto a ese militar que parecía jugar a pares o nones con las dudas razonables del izquierdismo guácharo de afectos nacionales e internacionales. La derecha presentaba tantos candidatos a las presidencias de los países que el electorado elegía al “menos malo”, al contador de chistes idiotas, al menos zángano o al que mejor se arremangaba la camisa dizque imitando a la clase obrera. La comunidad lectora (y electora) latinoamericana no debería olvidar estos episodios para que no se repitan. ¿Y la izquierda nuestra de cada día? Calentaba calles y no aprendía, porque cada tendencia ejercía su derecho a los mordiscos ideológicos disputando el quién es quién. El heracliteísmo que detuvo ese rumbo, en la práctica, sin destino se llamó progresismo. La denominación marimbera pretendía (aún pretende) esquivar o atenuar décadas de ensuciamiento cognitivo de las ideas izquierdistas (o socialistas y no digamos comunistas). Una contraseña eficaz, ¿porque quién no quiere progresar? Fue un árbol frutal al que casi nadie le tiraba piedra.
Aquello de progresismo fue uppercut, a lo Muhammad Ali, que la derecha no vio venir y eso que tienen oídos hasta en las capillas de barrio adentro. (Qué más da, algo de paranoia de este jazzman). Para el derechismo latinoamericano, incluido el ecuatoriano, todos los tiempos son pa’matar. Se le mojó la pólvora o esa Embajada prefería esperar y comprender. Ocurrió la teoría del dominó: Venezuela, Brasil, Uruguay, Ecuador, Bolivia, Argentina y hasta Honduras. Más que la publicidad electoral los triunfos del progresismo corresponden, en alta proporción, a la eficiencia histórica estatal, a unos liderazgos independientes y sueltos de lengua, a mayor participación pública en asuntos que beneficiaban a la totalidad ciudadana y produjo una suave corriente de optimismo popular, parecía que se derrotaba al pesimismo habitual. La derecha no agonizaba ni estaba de parranda y consiguió darle la vuelta al proceso. Y su retorno es siniestro: ahora es ultra hasta por publicitar el odio social desiderable, sin arrugas en el alma maldice al Estado, barniza sin disimulo al racismo más ramplón, culpa al descaro a los empobrecidos de su mala suerte, enseña manoseando niños negros que la mayor virtud es la limosna de los enriquecidos y así por estilo y detalle. Pero eso ustedes ya lo saben.
El parnasianismo esquinero de arriba vale acá abajo: “la derecha de tanto derechizarse ya está en el siglo XIX”. No sorprende, al menos no debería. Cuando ocurrió el desbarajuste de la URSS y compañía, el derechismo latinoamericano calificaba de dinosaurio a la gente de zurda conducta. ¿Y ahora? Hablan a la altura de este siglo XXI, pero desde el túnel de tiempos pasados. Bastante. Eso es anacronismo sin adornos ni carantoñas. En efecto las derechas de Latinoamérica son extemporáneas, por ahí habrá alguna excepción. Ojalá alguien la encuentre. Sus think thanks debieron aconsejar estrategias de acuerdo al país y sus circunstancias el berrinche de Javier Milei (Argentina), el alboroto de José Antonio Kast (Chile), las bravuconadas superficiales de Jair Bolsonaro (Brasil), el fantasmal Juan Guaidó (Venezuela, adoptado por D. Trump) y un filoso tragicómico como Guillermo Alberto Santiago Lasso Mendoza (Ecuador). Y ahora al relevo Daniel Roy-Gilchrist Noboa Azín corregido, aumentado y más filoso si se quiere contra la ciudadanía urbana y rural en joda y descalabro. No es percepción de este escribidor, no qué va, apretarán ahí donde Lasso falló (corrigen), profundizarán la desinstitucionalización ecuatoriana (mayor descalabro) y ya se devuelven al colonialismo decimonónico (abismal lucha de clases sociales).
No son malafesivos silenciosos. La quiromancia agenciosa aconseja hablar fuerte y claro con valentía, porque subestiman la capacidad intelectual del electorado de barrio adentro. Si algunos comprenden y explican el próximo círculo dantesco, por fuera de nuestra para nada divina comedia, entonces al chamullo se lo carga con doble o triple sentido, de todas maneras no es aquello que se dice sino aquello que se hace en beneficio de la argolla banquera o bananera. Está en su ADN y no lo ocultan, ¿por qué habrían de hacerlo? Y en sus reuniones con tufo a naftalina es posible que se diga, palabras más, palabras menos: “The State is a ball to score goals for the people”. Translation: “El Estado es un balón para golear a las masas”. ¿Es válida esa analogía? Por supuesto, su sinceridad es elocuente. Al menos Galileo Galilei, antes de cerrar la puerta y mandarse a cambiar con las prisas del miedo reafirmó su credo: “e pur si muove”[1].
Esta derecha no se niega así canten todos los gallos del Ecuador cada madrugada, ella va por el todo o el más del todo. Me refiero a los bienes públicos. El riesgo es el electorado, una porción mayor, crea que sinceridad es nobleza. No, más bien es pereza no consumir neuronas y evitar ser embolatado por esta telenovela sesentera. No sé qué tanto se asemejan el libreto de la derecha ultra de Argentina o de Brasil con el que se engatusa en Ecuador, pero las intenciones son parecidas. Hay una diferencia: la ecuatoriana propagandiza que tiene huevos o güevos para devolvernos al siglo XIX. Que no se ahueva ante la candidatura de Luisa González, que no se ahueva si le sale del forro privatizar la educación y no se ahueva si aquello causa arrebatos populares. Peor para ellos, se lo buscaron con sus votos. Está para cuatro dedos de espanto, en la escala de la medicina tradicional afroecuatoriana.
[1] Y sin embargo se mueve, frase de consuelo atribuida a Galileo Galilei después de que tuviera que negar su teoría heliocéntrica ante la Inquisición.
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