Traducido por Ana Atienza
Parece que va siendo hora de retomar este angloamericanismo de la década de los 30, uno de los numerosos vocablos evocadores que Estados Unidos ha aportado a la lengua inglesa, según Harold Evans.
A los estadounidenses se les da muy bien añadir palabras a la lengua inglesa. A ellos debemos términos como pin-up girls (chicas de revista), highbrows (intelectualoides), killjoys (aguafiestas), stooges (hombres de paja), hobos (vagabundos), drop-outs (marginados), shills (claque, aplaudidores profesionales), bobby-soxers (monadas), hijackers (secuestradores), do-gooders (bienintencionados) y hitchhikers (autoestopistas) que enseñan el dedo para que les lleves en el coche. Los angloamericanismos son mucho más concisos y elocuentes. En lugar de decir «Sorry, we’re late but drivers ahead of us slowed us down when they craned their necks to look at a crash» (Lo siento, hemos llegado tarde porque los conductores de delante de nosotros aminoraban la velocidad mientras estiraban el cuello para mirar un accidente), podemos decir «We were held up by rubberneckers» (Nos han retrasado unos mirones). Las palabras aparecen y desaparecen de nuestro idioma en función de las circunstancias sociales. Según mi Oxford Abreviado, el gánster estadounidense, que continúa entre nosotros, lleva existiendo como sustantivo y en la vida real desde 1896, pero por lo visto creó otro angloamericanismo en la década de los 30, y me parece que es el momento de recuperarlo.La palabra en cuestión es bankster (que podríamos castellanizar como «báncster»), y proviene de la unión entre banker (banquero) y gánster. Por lo que he podido deducir, fue acuñada por un inmigrante estadounidense, un fogoso abogado nacido en Sicilia que atendía por Ferdinand Pecora. Fue asesor principal del Comité de Banca del Senado estadounidense creado a principios de la década de los 30 para investigar los orígenes del Crash del 29. Pecora sacó a la luz muchas de las prácticas de Wall Street que el profesor de Harvard William Z. Ripley había condenado en 1928. Ripley, hombre fidedigno, las calificó de –prepárense para estos angloamericanismos– prestidigitation (prestidigitación), double-shuffling (dobles trucos), honey-fugling (engatusamientos), hornswoggling (martingalas) y skullduggery (artimañas). Este profesor había tratado en vano de advertir al presidente Calvin Coolidge de que Wall Street era un globo de gas a punto de estallar. Para gran incomodidad de todos, Pecora señaló al propio Coolidge, cuyo mandato ya había concluido, como uno de los implicados en los «engatusamientos». El gran banco JP Morgan había incluido al presidente en una «lista preferente» en la que figuraban los amigos influyentes del banco a los que se ofrecía la oportunidad de comprar acciones a mitad de precio. ¿Podríamos decir que prosperaron como bandidos? En la actualidad, el término «báncster» es el calificativo perfecto para Bernard Madoff, cuyo tortuoso sistema estilo Ponzi generó pérdidas por valor de 50.000 millones de USD de lo que en argot financiero se denomina DDO (Dinero De Otros) invertido en su empresa.
Una alfombra muy cara
Pero están apareciendo revelaciones a raudales. Ahora a la gente le cuesta encontrar palabras para describir las últimas manifestaciones de locura financiera de Wall Street. El legendario banco de inversiones Merrill Lynch, regentado por un tal John Thain, tenía tantos números rojos en el balance que sólo se consiguió liquidar en diciembre y mediante una fusión con el Bank of America. Se trató sin duda de una boda de penalty o a punta de pistola -como dicen en EE.UU.–, ya que el Bank of America tuvo que recibir miles de millones de dólares del Gobierno cuando posteriormente supo que Merrill Lynch había perdido otros 15.000 millones de USD. ¿Y después, qué? En los pocos días de diciembre en que continuó en el cargo, Thain supuestamente gastó cerca de 4.000 millones de USD en primas para sus empleados. Una menudencia para Wall Street. En 2007, el propio Thain recibió 83 millones de USD. Pero hace una semana, Charles Gasparino, de la CNBC, en una detallada primicia que se publicó en el sitio web del Daily Beast, reveló que mientras Thain estaba ocupado reduciendo costes se había gastado 1,1 millones de USD en reformar su despacho, de los cuales 86.000 dólares se destinaron a la adquisición de una alfombra y 35.000 a algo denominado «cómoda con patas». Los lectores pidieron su cabeza, con comentarios de tipo: «Cómo me gustaría estar en la Francia de la Revolución y que los de la plebe pudiéramos entrar a saco en los despachos…». En mi opinión, la ira que provoca la avaricia que nos ha llevado a este desastre está plenamente justificada. Y para colmo ahora nos enteramos de que diez de los grandes bancos que recibieron 148.000 millones de USD del Tío Sam para poder conceder préstamos y volver a poner en marcha el sistema en realidad han reducido su volumen total de préstamos en 46.000 millones de USD. Thain ya es historia, puesto que ha dimitido, pero el gran Bank of America, el mayor de EE.UU. y quizás del mundo, figura ahora en la lista de bancos que posiblemente haya que nacionalizar, un término que ningún estadounidense en condiciones pensó oír jamás en la tierra de las empresas.
¡Presto dinero!
La cuestión es que para que el término «banquero» recupere su anterior prestigio, el público y Wall Street podrían reflexionar sobre un caso enormemente relevante de banquero que no fue báncster. La historia gira en torno a Amadeo Peter Giannini, un hombre grande que se puso del lado de los pequeños. Cuando el ferrocarril transcontinental inició sus actividades en California al concluir la construcción de la línea férrea en mayo de 1869, él fue uno de sus primeros pasajeros. Aún estaba en el vientre de su madre recién casada de quince años de edad, Virginia. Su padre había hecho dinero en los yacimientos de oro y regresó a Italia a buscarla. Resulta agradable pensar que, mientras estos jóvenes inmigrantes atravesaban las Rocosas, sus espíritus aventureros atravesaron también de alguna forma la barrera placentaria.
Amadeo nació el 6 de mayo de 1870. Se crió en una pequeña granja cuya producción vendían sus padres en la floreciente ciudad de San Francisco. Cuando tenía seis años, en 1877, vio cómo abatían a tiros a su padre. Su madre se trasladó a la ciudad para comprar mercancías al por mayor a los agricultores y venderla en las tiendas. Amadeo –o AP, como se le conocería más tarde-se convirtió en un hombre alto y fuerte, capaz de desenvolverse a la perfección en las turbulentas subastas de frutas y verduras de los muelles donde los intermediarios recibían a las barcas de los agricultores. Contribuyó a crear un próspero negocio. A los 31 años de edad vendió sus participaciones, alegando que no le interesaba acumular riquezas. «No son los hombres los que poseen las fortunas», decía. «Son ellas las que poseen a los hombres». Ése fue el lema de su vida. Se había casado, y a la muerte de su suegro le persuadieron para que ocupara el puesto que éste había dejado vacante en el consejo de un pequeño banco en North Beach. Le escandalizaba que no se prestara dinero a los inmigrantes pobres. Las discusiones en la sala del consejo resonaban por todo North Beach hasta que AP se marchó y fundó un pequeño banco por su cuenta para conceder ese tipo de préstamos, el Bank of Italy. Gracias a la experiencia adquirida en los muelles, se había convertido en una persona con gran astucia para juzgar a la gente, por lo que alegremente prestaba dinero para pagar la factura del médico por haber atendido un parto si consideraba que la pareja solicitante era honrada.
El ave fénix surge de los escombros
El miércoles 18 de abril de 1906, San Francisco quedó devastada por un terremoto y un incendio. AP se apresuró a poner a buen recaudo todo su oro y su papel moneda, lo escondió debajo de unas cajas de naranjas para ocultarlo a la vista de los saqueadores e hizo guardia toda la noche en su casa. Al día siguiente debió de ser bastante descorazonador el momento en que encontró su banco recién creado convertido en un amasijo de cascotes chamuscados. Otros bancos más grandes, cuyas cámaras acorazadas estaban demasiado calientes para poder abrirlas, no tenían documentos y no concedían préstamos.
AP bajó a un muelle próximo a North Beach, que había quedado reducida a cenizas, plantó una tabla sobre dos toneles y con su voz de barítono resonando en medio de la desolación, empezó a prestar parte de sus 80.000 dólares para reconstruir San Francisco. Fue en busca de los patrones de los barcos de vapor que conocía, les puso dinero en la mano y les dijo «id al norte y traed madera». AP irradiaba seguridad en sí mismo, meneando entre aspavientos su bolsita de oro, y cientos de personas que habían ido haciendo acopio de efectivo y de oro lo depositaron en su banco. North Beach se reconstruyó con mayor rapidez que ninguna otra zona. En 1918 fundó el primer sistema bancario a escala nacional de California. Un pequeño banco local del valle que hubiera cerrado a causa del pánico tras una mala cosecha ya podía seguir abierto pidiendo fondos prestados a la sucursal de la ciudad. Su intención era crear un sistema bancario de ámbito nacional de manera que las zonas afectadas pudieran recibir ayuda de las que prosperaran. Se granjeó la enemistad de Wall Street, pero consiguió salir adelante a pesar de los intentos de destruirle. Durante la Gran Depresión aprovechó todas las oportunidades que ofrecía la legislación del New Deal para reavivar California a tiempo para la guerra y para la época de prosperidad subsiguiente.
Lo consiguió anteponiendo la comunidad a sus intereses. Instauró planes de crédito a plazos con bajos intereses que permitieron a miles de personas librarse de los préstamos abusivos y comprar cocinas, frigoríficos y coches, y levantó toda una nueva industria eléctrica gracias a sus préstamos. Financió el puente del Golden Gate y la película de Disney Blancanieves y los siete enanitos. Pero nadie podía hacer tanto bien sin ser vilipendiado. Se le acusaba de ponerse una máscara de populismo para crear un peligroso instrumento de poder y riqueza personal. Sin embargo, lo cierto es que el hombre cuya vida era el dinero no sentía ningún interés por él. Se negaba a que le aumentaran el sueldo y desdeñaba las primas. Prohibió el tráfico de información privilegiada. Poco después de jubilarse en 1945, cuando empezó a ver que corría el riesgo de volverse millonario, creó una fundación a la cual donó la mitad de su fortuna personal. ¿Y cuál fue ese pequeño banco que fundó para el pueblo llano? El Bank of America.
Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=3514