Tras la lectura de este amasijo de cartas, fragmentos de diarios, poemas, dibujos y confesiones de las esposas e hijos de los Cinco Cubanos injustamente encarcelados en Estados Unidos, por primera vez sale a flote la verdadera historia de un suceso cuyas claves han sido distorsionadas y, más aún, alevosamente silenciadas
Quien lea estas páginas -que rompen ese silencio- tendrá una experiencia insustituible, pues podrá reconstruir no solo los hechos más importantes de una cadena de acciones protagonizadas desde el 12 de septiembre de 1998 por René González, Antonio Guerrero, Fernando González, Ramón Labañino y Gerardo Hernández sino que, además, podrá conocer el lado oculto de los sucesos mientras le será dado traspasar los umbrales de una increíble fortaleza de sentimientos; en realidad, una vasta mansión forjada a base de nobles sacrificios y de intensos valores morales de una pureza tan hermosa como conmovedora. Su techo, sus paredes y sus ventanas nos dan una lección de esperanza y amor, de resistencia y desprendimiento, pocas veces presentes en episodios de tanta envergadura política, de tanto patetismo. Esta es la historia real que bordaron las manos -sutiles y firmes, consoladoras y valientes- de sus primeros receptores, de sus primeras víctimas, de sus primeros dolientes, es decir, de las madres, de las esposas, los amigos más allegados y los hijos de estos cinco cubanos -nacidos aquí o allá- cuya entereza de propósitos y cuyo limpio escudo se nutren de una sola raíz: la de la patria, en la acepción que fuera tan cara a José Martí, el cubano universal, el poeta de La Edad de Oro: «Patria es humanidad».
Como infinidad de cubanos de hoy, asomados a una inquietud intelectual sin precedentes, vemos a estos hombres sobreponerse a la adversidad mediante la literatura no solo en su primer disfrute -que es la lectura-, sino en el pleno ejercicio de la escritura que es uno de los más deslumbrantes caminos hacia el mejoramiento de la vida en este asombroso e infinito planeta. Y vemos cómo, desde una celda inicua, estos cinco hombres nos inculcan la imperiosa necesidad de la lectura, o de hábitos tan enaltecedores y edificantes como los de aprender a plantar un bonsai; o de apreciar en su justa dimensión a los animales domésticos, no menos subyugantes que cualquier prójimo; o a descubrir los conocimientos que resultan de la práctica de la filatelia, es decir, del aprendizaje para coleccionar sellos postales provenientes de otras latitudes. En fin, un sugerente modo de defender su derecho a soñar; de extinguir el empobrecimiento espiritual que, a despecho de todo el avance tecnológico al uso, aqueja impunemente este desgarrador comienzo de un nuevo siglo y un nuevo milenio.
La poesía que alienta en estos textos no ha nacido de un ideal importado, o de la letra muerta, sino de la propia mano de sus autores; no ha nacido de su vanidad ni de un anhelo de proselitismo o de un didactismo a ultranza; tampoco de un afán literario -bien legítimo, como se sabe, en semejantes circunstancias- sino de una ética integral, asentada en su espíritu ancestral, cimarrón e indomable. Esta poesía nace de la vida misma, de la necesidad de una existencia más plena, del deseo de establecer relaciones más saludables entre mujeres y hombres, más allá incluso de la procreación biológica.
En esta maravillosa espiral coexisten, con un fulgor de estrella, el sedimento insobornable de la familia cubana, una familia excepcional, y el amor a una patria enfrentada desde hace más de cuarenta años al más hostil de los aislamientos posibles sin haber perdido, por ello mismo, esa vocación humanista que recorre el paisaje cotidiano de estas mujeres y estos niños excepcionalmente dotados de una dignidad tan tierna como su entereza; junto a la transparencia y el candor infantiles, plenos de gracia y humor, circula el alma de una nación expresada y defendida, precisamente, a través de sencillas anécdotas cotidianas o a través de estos dibujos que nos recuerdan tanto las geniales razones de los de El principito, de Saint-Exupéry.
Aquí no solo se libra una batalla por la imagen y la dignidad de Cuba, sino por la del universo porque con seres humanos como Olga, Mirta, Rosa, Elizabeth y Adriana, no solo una isla, sino un mundo mejor es más que posible.