«Todo acto de violencia es un acto político» (Friedrich Engels) «Todos los conceptos materialistas contienen una acusación y un imperativo.» (Herbert Marcuse) El gran Rousseau afirmaba que «el principio fundamental de la Moralidad, que he razonado en todos mis escritos y desarrollado tan claramente como pude, es que el Hombre es un ser […]
(Friedrich Engels)
«Todos los conceptos materialistas contienen una acusación y un imperativo.»
(Herbert Marcuse)
El gran Rousseau afirmaba que «el principio fundamental de la Moralidad, que he razonado en todos mis escritos y desarrollado tan claramente como pude, es que el Hombre es un ser naturalmente bueno, amante de la Justicia y el Orden, que no hay perversidad original en el corazón humano, y que los primeros movimientos de la Naturaleza siempre tienen la Razón.»1 La raíz del hombre, decía un joven Marx, es el hombre; la misma alienación no depende ni de un Dios ni de la Naturaleza, sino sólo de la «relación» histórico-social del hombre con otro hombre. Para la naciente Antropología iluminista y sus herederos el Hombre era bueno por naturaleza, tanto para sí mismo como para los otros. Una idea-fuerza que hoy se nos presenta como inocente y acientífica. Uno de los más insidiosos pseudoargumentos de la Ideología burguesa moderna y posmoderna es que la guerra, la polemos, es innata a la Naturaleza humana, un dato objetivo e irreductible. Nada del mito del «buen salvaje», nada del ridículo Homo Rousseau. Se trataría de una adaptación creada por nuestros antecesores por un mecanismo neutro de la famosa selección natural descubierta por Darwin. Si lo analizamos, se trata de un corolario derivado del egotismo inconsciente y la competencia interpersonal, causas que se nos presentan como sui generis, ahistóricas, amorales, presociales y apriorísticas. Básicamente reza así: el señorío de la Naturaleza por el hombre (el proceso civilizatorio) presupone (previa conditio sine qua) el señorío del hombre sobre el hombre. El dominio, la explotación, la lucha de clases no es ya una función social, sino un efecto secundario, una variante y una herencia atenuada de una forma natural y primitiva de adaptarnos al medio ambiente y de un ciego impulso antropófago (utilización de los enemigos vencidos) sublimado. Esta hipótesis, llamada en el mundo anglosajón como «Deep Roots Theory of War» (DRTW) −poco más o menos «Teoría de las raíces profundas de la guerra»− disfrazada de evidencia y certeza, es sostenida por toda la genealogía conservadora, liberal y reaccionaria, de Maquiavelo a Hobbes, pasando por Malthus, Dühring, Nietzsche hasta Heidegger, Foucault y Fukuyama, pero apuntalada recientemente también por científicos «serios» y pesos pesados de la divulgación científica como Steven Pinker, Edward O. Wilson, Jared Diamond, Richard Wrangham y David Brooks. En el mítico Estado de Naturaleza, tal como lo esbozó toscamente Hobbes, lo cotidiano es el mecanismo pulsional de atacar y dominar a otro grupo, como señala Pinker en su reciente best-seller Better Angels of Our Nature, en español traducido como Los ángeles que llevamos dentro.2 El declive de la violencia y sus implicaciones. El «hombre, lobo del hombre» es una «maldición hereditaria» (según Wilson en su libro The Social Conquest of the Earth, ganador del prestigioso premio Pullitzer)3 misteriosa, un cultural development, al mejor estilo teológico de la de Noé sobre la raza negra, que la Humanidad no puede hacer desaparecer ni con las mejores utopías. La DRTW no aborda sólo la agresión humana violenta en general, sans phrase, sino una manifestación cooperativa y particular de la misma, que implica ataques de un grupo contra otro: somos visceralmente violentos ahora, y lo éramos mucho más antes del advenimiento de la Civilización occidental. La DRTW es extremadamente popular, una doxa liviana pero muy fácil de entender y argumentar, la difunden los medios de comunicación y la misma academia la legitima. Y no es raro, dada la aplastante evidencia cuantitativa que nos muestra que desde hace milenios nuestra especie de simios no para de matarse unos a otros. Obama mismo la sostuvo cuando le entregaron el Premio Nobel de la Paz en 2009: «War, in one form or another, appeared with the first man», lo peor es que nadie se escandalizó.4 Pero la pregunta es: ¿cui bono? ¿a quién beneficia? Se trata de delicada manipulación ideológica, una inoculación «laica» del pecado original que legitima, en última instancia, la Weltanschauung, la cosmovisión neoliberal. La Humanidad está encerrada, ad eternum, entre las gruesas paredes del «Fight Club».
Aunque la supuesta universalidad de la guerra en la Historia humana y su ascendencia inevitable sobre nosotros pueda ser satisfactoria para la opinión pública burguesa y el sentimiento popular, sin embargo tal «universalidad científica» carece de todo apoyo empírico, es «falseable» con mucha facilidad. A contracorriente, surge una fuerte contra-evidencia de la mano de muchas investigaciones: por ejemplo, la llevada a cabo por dos antropólogos, Douglas Fry y Patrik Söderberg de la Abo Akademi University en Finlandia. En el trabajo publicado en la prestigiosa revista Sciencie, titulado crípticamente como «Agresiones letales en banda móviles de pastoreo y sus consecuencias para el origen de la guerra», demuele los cimientos de la ideología burguesa de la DRTW. Reconocen que han encontrado, en sus trabajos de campo, hechos que contradicen abiertamente las aserciones que los grupos de pastoreo primitivos se comprometen regularmente en guerras de coaliciones contra otros grupos. Fry&Söderberg se focalizan en las bandas móviles que recolectan forraje, denominadas de «cazadores-recolectores», esencialmente errantes y nómadas, cuyo estudio hoy en día nos proporciona una ventana abierta al origen de la evolución humana. Nuestros antepasados vivieron como ellos antes de la aparición del género Homo, hace unos dos millones de años hasta hace tan sólo unos 10.000 años, cuando los humanos comenzaron a cultivar la tierra, domesticar animales y establecerse en sociedades complejas y jerárquicas que dieron origen al Estado. Para este ambicioso estudio, Fry&Söderberg examinaron los datos sobre dominio y violencia entre veintiún sociedades nómadas y móviles basadas en la observación de etnógrafos, incluyendo la Aranda y Tiwi de Australia, Kaska, Cooper Inuit y Montaggnais de los EEUU; Botocudo de América del Sur; Kung, Hadza y Mbuti de África; finalmente la Vedda y Andamanese de Asia del Sur. Contabilizaron un total de ciento cuarenta y ocho eventos con agresiones letales en estas sociedades primitivas, los investigadores distinguieron entre la violencia que envuelve a la gente del mismo grupo (o que con frecuencia están relacionados); y la violencia entre personas de diferentes grupos. También distinguieron entre la violencia que envuelve a un perpetrador y la víctima y la violencia que involucra a dos o más asesinos y a dos o más víctimas. Estas distinciones son cruciales para «deconstruir» la ideología de la DRTW, ya que la guerra es por definición una actividad cooperativa y grupal. Por supuesto, como suponíamos, la DRTW contabiliza todas las formas de violencia mortal, no la violencia grupal, como evidencia empírica de su teoría. De las veintiún sociedades estudiadas por Fry&Söderberg, en tres no observaron ningún tipo de muerte violenta, en diez no existía violencia mortal perpetrada por más de un asesino. Exclusivamente en seis sociedades los etnógrafos pudieron registrar muertes violentas que involucraban a dos o más ejecutores y a dos o más víctimas; pero de este grupo, una sociedad primitiva, la Tiwi de Australia, contabilizaba y explica la mayor parte de esa violencia grupal.
Algunos datos de interés de la investigación: el 96% de los asesinos grupales eran hombres. Aquí no hay mucha sorpresa. Pero lo que sí era chocante se reflejaba sin embargo en el móvil final de la guerra fratricida: nada más que dos víctimas, de las ciento cuarenta y ocho contabilizadas, provenía de una pelea intergrupal malthusiana por «recursos», generada por un entorno de escasez, como un territorio de caza, pozos de agua o árboles frutales. Nueve episodios de agresión letal involucraban a esposas asesinando a sus mujeres; tres involucraban algún tipo de «ejecución» de un individuo del grupo por otros miembros del grupo (faltas de honor o de lealtad); siete casos involucraban la ejecución de «otros», foráneos y extraños, como colonizadores, misioneros o miembros de otras etnias o tribus. La mayoría de los asesinatos que analizaron Fry&Söderberg, fueron categorizados como «miscellaneous personal disputes», o sea: disputas personales sobre cosas variadas, como celos, robos, insultos, pequeños hurtos, etc.; a su vez, la causa específica más común de la violencia letal en la que participaban activamente uno o varios autores, era una acción de venganza por un ataque anterior.
¿Conclusión novedosa y sorprendente? No mucho: Fry&Sordeberg en realidad corroboraban, con más base documental y datos fidedignos, la teoría de la guerra esbozada por la antropóloga Margaret Mead en un ensayo de 1940 titulado sugestivamente: «Warfare Is Only an Invention-Not a Biological Necessity» («La guerra es solamente una invención -no una necesidad biológic»). Tomando como trabajo de campo sociedades recolectoras más simples, en su caso los Lepchas y los Eskimos, con similares características a las de los aborígenes australianos Tiwi, que eran proclives a actividades guerreras, Mead rechazó la idea reaccionaria que la guerra es una consecuencia sociológica inevitable de la civilización o el precio inamovible de la conquista de la Naturaleza por el hombre. Pero, contra el Darwinismo social más tosco, también rechazó la noción que la guerra es innata (una «necesidad biológica», una pulsión creativa de la Vida), señalando, al igual que Fry&Söderberg, que muchas (la mayoría) sociedades no se involucran en la violencia intergrupal organizada. Mead, otra vez como Fry y Söderberg, no encontró ninguna evidencia de lo que podría llamarse la teoría malthusiana de la guerra, que sostiene que la guerra es la consecuencia inevitable de la competencia por los recursos en un entorno de escasez. La guerra era una invención social, como el mercado, el matrimonio, enterrar a los muertos bajo tierra o la escritura. En lenguaje moderno: la guerra es un «meme» clasista, como diría Richard Dawkins.5 Y Mead daba otra pista preciosa sobre la cuestión, la violencia mortal como actividad grupal y cooperativa, «coaliciones políticas», se daba cuando se desarrollaba el Estado,6 cuando las sociedad se dividían en estamentos y clases (la desigualdad era «inventada»), pero jamás podía derivarse fatalmente de una supuesta naturaleza humana perenne, sino «de la propia naturaleza de la Historia». Como había comentado Marx en sus estudios etnológicos, la «relación política» es la negación de la primitiva relación colectiva, disolución de la Gens, la cual a su vez comprendía en una forma más o menos indivisa tanto las relaciones personales como las impersonales. La individualidad se escinde de los vínculos no-despóticos de la comunidad primitiva, tal la premisa para la guerra como coalición asesina. Para Mead la violencia letal y cooperativa, política y clasista, puede surgir en cualquier sociedad, desde las más simples hasta las más complejas. Una vez que surge, y es una herramienta rápida y eficaz para la acumulación de tierras, mujeres y riqueza, para apropiarse del excedente local y el externo, la guerra a menudo se perpetúa a sí misma instalándose en el Estado y en la reproducción social; a su vez los ataques de un grupo generan represalias y ataques preventivos de los demás. Las intuiciones de Mead, que ya habían sido sugeridas por filósofos y antropólogos en el siglo XVIII y XIX, fueron plenamente confirmadas por antropólogos contemporáneos como, por ejemplo, Sarah Blaffer Hrdy, Douglas Fry, Brian Ferguson, Jonathan Haas y Matthew Piscitelli. El debate sobre los orígenes de la guerra, y la subyacente Antropología negativa reaccionaria que le subyace, es de vital importancia, ya que la DRTW nos inculca que la violencia letal, la competición agonal y la voluntad de poder son una manifestación permanente y necesaria de la Naturaleza humana. Es la confirmación del dominio de Robinson sobre Viernes, abrazarnos a que siempre hemos conquistado, explotado, luchado y asesinado, y lo seguiremos haciendo, así que no tenemos más remedio que adaptarnos a lo inevitable. Carecemos de un progreso «moral», cooperativo, empático, no hay interés creciente en el prójimo (ni individual, ni colectivo), el amour propre, el l’amour de soi, el individualismo metodológico y el egoísmo controlado y encausado en el Capitalismo global ¿no es acaso el mejor del mundos posibles, como decía Leibniz? Parafraseando la crítica de Marx a Darwin, diríamos que es sorprendente cómo estos científicos redescubren, entre los aborígenes recolectores, la sociedad primitiva y la vida nómada salvaje, la misma sociedad burguesa actual, con su división alienada del trabajo, la competencia ciega y feroz, la lucha por los mercados mundiales, la guerra de exterminio y conquista, la «lucha por la existencia» malthusiana y el romántico bellum omnium contra omnes, la guerra de todos contra todos de Hobbes.
Notas:
1 Rousseau, Jean-Jacques: Lettre a Mgr. de Beaumont, Archevêque de Paris, 1762: «Le principe fondamental de toute morale, sur lequel j’ai raisonné dans tous mes écrits et que j’ai développé dans ce dernier avec toute la clarté dont j’étais capable, est que l’homme est un être naturellement bon, aimant la justice et l’ordre ; qu’il n’y a point de perversité originelle dans le coeur humain, et que les premiers mouvements de la nature sont toujours droits.» La carta era una respuesta al arzobispo de París que había condenado su libro Émile, ou De l’éducation .
2 Pinker, Steven; Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones; Paidós, Barcelona, 2012; la verió original en inglés es de 2011.
3 Wilson, Emund, O.; The Social Conquest of Earth; Liveright, New York-London, 2012; el apartado 8 del capítulo II del libro se titula precisamente «War as Humanity’s Hereditary Curse»; Wilson es el principal promotor de una ciencia multidisciplinar, la Sociobiología, véase su tratado clásico: Sociobiology. The New Synthesis; Harvard University Press, 1975: Wilson acuñó el concepto de «Culturgen» para explicar los procesos evolutivos de la Humanidad, el equivalente al «Meme» de Dawkins.
4 «La Guerra, en una forma u otra, aparece con el primer hombre»; véase su discurso: «Remarks by the President at the Acceptance of the Nobel Peace Prize».
5 El neologismo «Memes» fue creado por Dawkins por su semejanza fonética con el término «genes» (acuñado en 1909 por Wilhelm Johannsen para designar las unidades mínimas de transmisión de herencia biológica) y, por otra parte, para señalar la similitud de su raíz con memoria y mímesis. Según Dawkins, nuestra naturaleza biológica se constituye a partir de la información genética articulada en genes, y nuestra cultura se constituye por la información acumulada en nuestra memoria y captada generalmente por imitación (mímesis), por enseñanza o por asimilación, reproducción del sistema social en la que el Estado es una figura clave, que se articula en «memes». Véase su obra más popular: Dawkins, Richard: El gen egoísta; Barcelona; Salvat Editores, 2000.
6 La primera evidencia arqueológica de violencia letal en grupo, de guerra, data de 13.000 años a.C., en un yacimiento en la región de Jebel Sahaba, en el moderno Sudán, cerca del Río Nilo.
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