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A 50 años del golpe de Estado

Horacio

Fuentes: Rebelión

Horacio se quedó 11 días en Santiago haciendo un reportaje fotográfico del golpe. Las imágenes que nos enseñó son insostenibles de dolor, brutalidad, violencia, desesperanza.

Tengo que hablar de Horacio. No del poeta latino Quintus Horatius Flaccus, que es considerado una muy confiable fuente de informaciones, sino de mi amigo argentino, periodista gráfico, de esos que le cuentan al mundo la firme de la milanesa con relación a lo que está ocurriendo. Con tanta o más confiabilidad que la del autor de Las Odas.

Hace poco publiqué una nota de Ricardo Tirado Concha (Falla la memoria), sin percatarme que -en esa ocasión- le falté a la obligación de verificar. Echo pues mano al recurso de la contrición, y rectifico. La primera foto que ilustra la nota, esta foto…

no fue tomada en Santiago, como pensé, sino en Buenos Aires. “Fue tomada por el fotoperiodista de AFP Daniel García durante la manifestación de fines de marzo del 1982 contra la dictadura argie”, me precisó Horacio, cuya excepcional memoria visual fuerza la admiración.

¿Porqué Horacio está tan seguro? te preguntarás vos. Por una razón muy simple. Horacio estaba al lado, tomando fotos en su calidad de periodista gráfico. Su foto de Horacio es esta, en la que una valiente mujer intenta salvar la vida del muchacho:

Dos dictaduras, los mismos métodos: los milicos argentinos, en materia de brutalidad no tienen nada que envidiarle a nadie, aunque los nuestros compiten en primera serie.

A Horacio le conocí en París, hace ya unos años, cuando asistí a una exposición de sus fotos, tomadas un cierto 11 de septiembre de 1973, en Santiago… Yo no vi el golpe… Él lo vio en primera fila: había llegado a Santiago el día anterior, y desde la madrugada estaba en las cercanías de La Moneda haciendo “monos”. Horacio está siempre donde las papas queman, en el momento oportuno, a la hora precisa, ché boludo vos no podés decir ‘eso no fue así’, porque Horacio te muestra una foto y te cierra el tarro.

Allí, Horacio hizo la última foto de Salvador Allende vivo, en un balcón de La Moneda, saludando a unos muchachos, estudiantes secundarios, que le saludaban afectuosamente. Los tanques ya estaban llegando, y con ellos el fin de Chile como un país viable.

Horacio se quedó 11 días en Santiago haciendo un reportaje fotográfico del golpe. Las imágenes que nos enseñó son insostenibles de dolor, brutalidad, violencia, desesperanza. Pero son la verdad de lo ocurrido. Para eliminar cualquier intento de negar la vesania, Horacio fue al Instituto Médico Legal, a fotografiar los cadáveres…

Valientes soldados contra un puñado de héroes…

«Orden y patria, es nuestro lema..». No te jode…

Mira sus ojos… todo está perdido. Incluso la descendencia…

El jardín de invierno de La Moneda. ¿Quién dijo violencia?

«Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada…» P. Milanés

Después nos fuimos a Créteil. Después de asistir a la exposición de sus fotos, digo. A una Brasserie, a tomarnos unas birras. Y allí se nos cayeron las lágrimas a los dos evocando nuestros respectivos países, a Salvador Allende, a las víctimas de las dictaduras. Nos hicimos amigos, y pedimos otras birras. Allí le conocí, entero. Su inteligencia. Su entereza. Su calidad humana. Su erudición. Su buena leche. Y me di cuenta de que la gran nación argentina no es solo Gardel, ni solo Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, el pibe Maradona, Messi, Piazzola, Ché Guevara… Argentina está poblada de estos magníficos profesionales, dotados de genio, de competencias inigualables, de decencia, de generosidad que hacen que, a pesar de su correspondiente dosis de sicarios -de esos que pueblan nuestra América Latina- Argentina es grande.

No sé qué me dirá Julio, otro amigo argentino, músico, compositor, flautista y no solo: también toca flauta piccolo, clarinete, clarinete bajo y toda la familia de los saxos. Julio compuso Gran tango para fagot y orquesta, concierto cuya estructura corresponde a la llamada “música clásica” con los elementos culturales nuestros, no los que utilizaron en su día lo que Julio llama “los indios europeos”, como Mozart, Beethoven, Tchaikovsky y aun otros. Gran tango para fagot y orquesta fue estrenado hace unos treinta años en París, en la Iglesia de La Madeleine, y es repertorio en Chile, cada año con un fagotista nuevo. Y ha sido interpretada en muchos países del mundo.

Son estos argentinos los que viven fuera de su país, adivina porqué. Como vivimos muchos chilenos, como una forma de preservar nuestras familias, nuestros hijos, nuestros padres y abuelos, en fin, la vida.

Pronto se cumplirán 50 años del desastre. No lo digo con nostalgia, sino con dolor. La dictadura, la pseudo democracia amaestrada y blanda que trajeron después de la dictaDURA, la preservación de la Constitución ilegítima que niega la existencia misma de la nación, los intentos de sustituirla por un mamarracho pergeñado a su imagen y semejanza, el desorden, la inseguridad, las delincuencias de cuello y corbata y de puñal y pistola, la ausencia de un Estado de Derecho reconocido, aceptado y respaldado por la población, la payasada en la que convirtieron al Poder Ejecutivo… dan cuenta de la inviabilidad de Chile como país. Apenas un supermercado rodeado de explotaciones mineras controladas por capitales extranjeros.

Las peores cosas, si eres optimista, tienen un lado positivo. En el exilio conocí a Horacio. Y a muchos como él, que te devuelven el orgullo de ser sudaka.

Entonces recordé esa bella canción de Vinicius de Morães que escuché en la voz inigualable de Maria Bethania, esa que dice…

É melhor ser alegre que ser triste

Alegria é a melhor coisa que existe

É assim como a luz no coração…

Eso, ¡cabrones!, no me lo quitarán nunca. La alegría de vivir. Ni el placer ni el orgullo indecible de haber conocido tipos como Horacio.