Las prácticas sociales, al estar instaladas y reproducirse durante años, se refuerzan y en ciertos casos, adquieren una inercia tal que permanecen incuestionadas [i] por largos periodos, o al menos sin ser suficientemente sujetas a revisión [ii] . Especialmente para quienes abrigamos utopías de transformación social, debiese estar patente la necesidad de someter a escrutinio […]
Las prácticas sociales, al estar instaladas y reproducirse durante años, se refuerzan y en ciertos casos, adquieren una inercia tal que permanecen incuestionadas [i] por largos periodos, o al menos sin ser suficientemente sujetas a revisión [ii] . Especialmente para quienes abrigamos utopías de transformación social, debiese estar patente la necesidad de someter a escrutinio aquello que está a la base de gran parte de las relaciones sociales que sostenemos, puesto que sin advertirlo, pueden tener repercusiones que al evaluarlas críticamente, no nos resulten admisibles.
La concentración del poder (económico, político, comunicacional, militar) es el sustrato en el que se sustenta el establecimiento de relaciones sociales de dominación, que implican el ejercicio de las diversas formas de violencia y la explotación. Como es lógico señalar, en la tarea de liberación de los seres humanos es menester desconcentrar profundamente el poder en la sociedad, en sus diversas formas.
Intuitivamente se podría señalar que la horizontalidad se plantea en oposición a la verticalidad de las estructuras jerárquicas. Ahora, habría que extender esa básica constatación a la democracia representativa -y lo que sigue es válido para la democracia ‘participativa’-, que delega en un conjunto acotado de personas habitualmente electas previamente, en condiciones que generalmente tienden a no ser las óptimas [iii] , la facultad de llevar adelante los procesos de elaboración, decisión, implementación y evaluación de las políticas. En contraste, desde una perspectiva horizontal es posible plantear que: no hay que pretender representar a nadie, porque es imposible representar a todas y todos, sino que buscar la generación de vocerías de procesos desarrollados por conjuntos sociales amplios y soberanos. Es decir, las instancias sociales de deliberación -siendo las asambleas el ejemplo por antonomasia- cumplirían un lugar central y no uno secundario o testimonial como ocurre en algunos casos, y se traducirían en mandatos a quienes cumplen la función de vocería, quienes debiendo ser portavoces de los consensos mayoritarios ante las instancias pertinentes. En suma, es compatible con lo que se denomina una democracia directa.
En Chile, el 2014 ocurrieron algunos sucesos que merecen atención: de la mano de una estudiante de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile [iv] , una organización política que se inscribe en la tradición libertaria asume la Presidencia FECh (el Frente de Estudiantes Libertarios) y «para colmo» con una feminista, todo lo cual constituye un hito relevante en la historia de la Federación. Esto trajo consigo una serie de expectativas e interrogantes: ¿Qué implicancias tendría al interior de una organización libertaria y cómo debiese manejarse el tener un sitial privilegiado en cuanto a influencia en el devenir del movimiento social? ¿Cómo cambiaría el emplazamiento de la FECh en el movimiento estudiantil y en las relaciones con otros sectores sociales, particularmente los trabajadores?¿Qué sello distintivo caracterizaría a una FECh libertaria? ¿Cómo debían modificarse en ese sentido las relaciones en la Mesa FECh, con los Centros de Estudiantes de los espacios locales y los estudiantes en general?
En este marco, enfrentando el adverso y demandante contexto del primer año de un gobierno que habiendo sido electo por un amplio margen, se vestía con el ropaje de las consignas de las movilizaciones del 2011 se disponía a tomar la iniciativa -imprimiendo un ritmo vertiginoso a la agenda-, se trataría de un periodo marcado por una fuerte polémica al interior del FeL y otras organizaciones libertarias en lo tocante a estrategia, táctica, principios y prácticas políticas. Así, consistió en un año que invitó a la reflexión sobre la praxis política [v] . Probablemente esta experiencia reciente, al mirarse en retrospectiva, se traduzca en la acumulación de aprendizajes en las colectividades e individualidades de dicho sector. Uno de los objetivos de este ejercicio es proporcionar algunos insumos para ese necesario análisis. Además, nos encontramos en la antesala de dos escenarios relevantes en que estas preguntas tendrán cabida: un nuevo ciclo de disputas federativas por parte del Frente de Estudiantes Libertarios y el proceso congresal de conformación de la Izquierda Libertaria.
Ahora, más que hacer una apología de la horizontalidad o de discutir in extenso acerca de sus fundamentos filosóficos, éticos u otras, en el presente texto se busca principalmente abordar la serie de limitantes que nuestra realidad actual supone para su aplicación completa, aportando elementos de análisis y propuestas que nutran la práctica política de la izquierda. Inicialmente, revisaremos 3 niveles: histórico, cultural y práctico (en el que más profundizaremos), para luego ahondar en los efectos funcionales de la horizontalidad y finalizar con algunas conclusiones.
Hay ciertos determinantes que -parafraseando a Heidegger- tendrían un alcance epocal, o utilizando las categorías la Nueva Historia, los caracterizaría una temporalidad propia de fenómenos denominados de larga duración [vi] , puesto que aunque lejos en el reloj y los calendarios, siguen siendo cruciales para acotar el marco de posibilidades que ofrece el presente, actuando como un telón de fondo del escenario en que se desenvuelve la realidad.
No pretendo en ningún caso la insolencia de aspirar a la realización de un retrato exhaustivo de ellos, pues involucra núcleos profundos sobre los cuales ha orbitado nuestra civilización, sino hacer una mínima referencia a ellos para simplemente poner de manifiesto que en sí mismos -y no sólo a través de las expresiones intermedias más fácilmente observables- condicionan fuertemente las estructuras y relaciones sociales y por tanto merecen contemplarse y atacarse en esos mismos términos.
El Capitalismo, en orden de su inherente búsqueda de garantizar la acumulación del capital, fomenta el individualismo, la competencia y justifica en el nombre de la libertad cualquier forma de abuso hacia los seres humanos (en particular la clase trabajadora) en la medida que sea funcional a la eficiencia del proceso productivo. Requiere para ello de la instalación de determinados dispositivos que aseguren la estabilidad de relaciones sociales de explotación de unos en favor de la acumulación de otros, algunos dirigidos a la legitimidad del orden y otros al control y disciplinamiento de los cuerpos y poblaciones [vii] .
La cosificación consustancial al capitalismo que a partir de una acción racional con arreglo a fines orientada a la maximización de utilidades concibe al trabajador como mero instrumento del capital, es una forma radical de negación del otro en cuanto ser humano capaz de autodeterminación y de transformación de la realidad, que hace imposible una efectiva igualdad y origina serias limitaciones para erigir una democracia en este contexto.
El Patriarcado, que nos arrastra a páginas aún más remotas de la historia de la humanidad -para ponerse a tono habría que decir de la historia del hombre-, es la subyugación de una mitad de la humanidad a la otra, en la más amplia gama de dimensiones en que aquello es posible . Hoy, las mujeres, además de ser estereotipadas e instrumentalizadas por los medios de comunicación, viven con menores salarios a iguales o mayores responsabilidades, tienen menor representación en los espacios de decisión política, sufren de violencia de género y diversas formas de discriminación. Afortunadamente algunas de estas cosas vienen modificándose incipientemente en el mundo, siendo la incansable lucha de las mujeres y las organizaciones feministas muy importantes en aquello. Sin embargo, se debe subrayar que tal como ya se ha reconocido nacional e internacionalmente [viii] , su mayor incorporación al mundo laboral no ha tenido un correlato en una disminución ostensible de las tareas domésticas, por lo que acaban teniendo doble o triple trabajo (trabajo informal sumado al principal, crianza exclusiva de la descendencia, etc.).
Ahora, a los dos elementos anteriores, clásicamente abordados, quisiera añadir un tercero: El Mesianismo. Dice relación con la importancia de lo mitológico-religioso en la comprensión del mundo; que puede ir desde una deidad particular, como en el monoteísmo -pasando por entidades abstractas a las que se le atribuyen propiedades supernaturales y esoterismos- hasta incluso, individuos en los cuales se deposita una confianza o una esperanza desmesuradas. Aun cuando muchos autores coinciden en que en la modernidad existe una fuerte pérdida de centralidad de lo religioso [ix] , el fantasma mesiánico-divino con la carga de su versión actualmente hegemónica -que no es precisamente la de la teología de la liberación– sigue vigente; sólo adquiere otras formas, se dirige hacia otros objetos. Lo relevante de aquello radica en que se asocia a concepciones que en distintos grados alejan a las personas y conjuntos humanos del protagonismo en la construcción de la realidad, suele ser un obstáculo para la germinación del pensamiento crítico y sobre todo, legitima o sinergiza con algunas instituciones conservadoras de distintos tipos.
Como varias otras naciones de Latinoamérica, cargamos con una larga historia de gran concentración del poder económico, político, comunicacional, religioso que se puede rastrear hasta la colonia, experimentando lentos cambios en los modos en que se vivía la relación entre dominados y dominantes (indígenas-colonos, peones-hacendados, obreros-patrón, trabajadores-gerentes-dueños) pero persistiendo una clase que concentraba el poder y los privilegios (existiendo unas pocas familias en que el grado de concentración llega al absurdo) en desmedro de una clase que era despojada de los frutos de su trabajo, que más tarde y hasta nuestros días se diversifica y fragmenta de la mano de la complejización de la estructura productiva del país. La institucionalidad estatal levantada en este discurrir está atravesada por esa contradicción fundamental, que se estructura de un modo tal que siempre deja un segmento de marginados que no entran siquiera en esos antagonismos y viven en la exclusión. Esa institucionalidad por medio del Presidencialismo, de la mano del centralismo, cuenta con un modelo bastante afianzado, que replicando su esquema en diversas instituciones y organizaciones sociales, estrecha fuertemente las concepciones alternativas que pudieran levantarse.
La dictadura cívico-militar, gracias a la persecución de dirigentes, desmantelamiento e intervención en piezas claves para el movimiento social en diversos frentes y por supuesto de los partidos de izquierda, el empleo de una maquinaria comunicacional y propagandística (promoviendo, fusil en mano, el gremialismo y el más absoluto de los neoliberalismos), consiguió que imperara una severa despolitización en la población, de la que aún estamos lejos de liberarnos en esta eterna transición a la democracia, en la medida que aún no se derriba el entramado cultural desarrollado, dentro del cual destacan la valoración exacerbada del orden en desmedro de otros principios básicos como la igualdad, y la fe ciega en las instituciones -que trasciende el descontento frente a situaciones de corrupción o el desprestigio de algunas instituciones.
Otro elemento a tomar en cuenta es la entelequia de las vanguardias en los procesos políticos revolucionarios -y el «Caudillismo» que de ella se deriva-, de la que muchos de los grupos, movimientos y partidos de la izquierda (especialmente una parte de los pertenecientes a la tradición marxista leninista [x] ) reciben un fuerte influjo.
En la mayoría de las sociedades occidentales, la familia (normativamente heterosexual, por cierto) constituye el espacio de socialización fundamental en la formación de los individuos, y desafortunadamente en muchos casos promueve o funciona según valores conservadores. La concepción aún hegemónica de la familia es vertical, en ella se tienden a desarrollar modos educativos que siguen algunas de las lógicas del sistema; una educación conductista y autoritaria, basada en castigos y premios/refuerzos, una orientada a la incorporación acrítica y adaptación de las nuevas generaciones a la sociedad, más que una educación para la autodeterminación y para la transformación del mundo. En una sociedad atomizada como la nuestra, merced de la destrucción del tejido social, esta institución cobra aún más relevancia.
Como es presumible, se presentan algunas dificultades asociadas a la mayor complejidad que supone el funcionar de organizaciones con lógicas horizontales, por ejemplo el riesgo de un exceso de laxitud o de poca claridad en las responsabilidades que podría traducirse en una menor «eficiencia política», sobre todo frente a funciones que no se habían previsto o ante alguna coyuntura. En lo sucesivo revisaremos la tensión coyuntura-programa, la división del trabajo, la disputa política y por último algunas consideraciones psicosociales.
Uno de los equilibrios que deben cautelar los gobiernos de distinto orden y organizaciones políticas, político-sociales o sociales es precisamente el equilibrio entre la respuesta a la coyuntura y el impulso del programa.
Tener una agenda propia, marcar la pauta, generar coyuntura, abrir espacios de disputa donde no los había o ponerlos en crisis, tensionándolos hacia una dirección que favorezca los intereses de las mayorías forman parte de las tareas fundamentales en política. Para desarrollar la propia iniciativa – muchas veces orientada a esas tareas – es más probable que existan procedimientos explícitos, conocidos por todas y todos, que busquen asegurar una amplia participación, a diferencia de lo que ocurre con la contingencia, que suele moverse con tiempos más apremiantes y menos susceptibles de ser manejados por la propia acción.
Una distinción clásica en política es entre lo importante y lo urgente. La importancia de algún tema o conflicto imprime la necesidad de realizar los procesos de discusión al respecto de la mejor forma posible (con la extensión temporal y metodología «ideales»), mientras que por otro lado la urgencia presiona para generar una respuesta pronta, lo que suele implicar sacrificar en distinta medida las condiciones ideales para la deliberación.
Conscientes de esta insalvable tensión, es deseable que las organizaciones cuenten con espacios de coordinación/ejecutivos que permitan hacerse cargo de los a ratos vertiginosos tiempos políticos, con el resguardo de que se garantice por medio de conductos explícitos y preestablecidos la difusión oportuna de la información obtenida y las gestiones realizadas en el desempeño de dichas funciones, modulándolo continuamente en las instancias de encuentro.
Diversos autores han sabido plantear [xi] lo medular que es la división (social y sexual) del trabajo en la historia, en la estructuración de las sociedades. Por tanto, cabe hacer algunas gruesas apreciaciones sobre ese fenómeno al interior de las organizaciones sociales.
Es perentorio conciliar la efectividad táctica de las colectividades con que las dinámicas que hay en su interior sean las deseadas, nunca se debe olvidar que en la coyuntura política, solemos enfrentarnos a actores que no tienen mayores reparos con los medios y que cuentan con recursos y poder cuantiosos, por lo que habitualmente la contingencia requiere de respuestas rápidas y contundentes, que permitan hacer frente a la contraparte reaccionaria.
Esto nos lleva entonces a aclarar de qué forma se entiende el ejercicio de la horizontalidad; no como una situación idílica donde no existe distribución de funciones, en que todos hacemos todo y que estaría sustentada en un voluntarismo apabullante, que sería por cierto uniforme y armónico, lo que es casi un misticismo ingenuo, al menos en este momento histórico. Abogar por la horizontalidad es perfectamente compatible con la distribución de las funciones dentro de las organizaciones político-sociales, las que si bien pueden ser flexibles, rotativas, revocables y en ningún caso jerárquicas, operando una lógica de que nadie es indispensable, porque todos somos indispensables, son generalmente necesarias.
Sin embargo, se deben considerar algunos lineamientos:
● Como es de perogrullo -pero no por ello suficientemente llevado a la práctica- se debe evitar la excesiva concentración de tareas y responsabilidades en una persona o en un grupo reducido, especialmente cuando tienen implicancias políticas
● Respecto a las funciones de vocería y coordinación
○ Debe existir un equilibrio hombres-mujeres [xii] en la ocupación de esos cargos, no sólo en términos cuantitativos sino también cualitativos, evitando que los más cruciales sean desempeñados mayoritariamente por hombres
○ Si bien por razones prácticas hay cierto margen de decisiones políticas que se deben tomar por quienes cumplen estas funciones, las discusiones que orienten el grueso del quehacer deben presentarse en espacios lo más amplios posibles
○ Afortunadamente en los movimientos sociales está bastante extendida la rendición de cuentas por parte de quien tenga algún cargo, sin embargo, ésta debe ser periódica y lo suficientemente exhaustiva como para posibilitar la injerencia de todas y todos en los distintos procesos y no el mero cumplimiento de una formalidad
● Frente a la indispensable tarea de elaboración teórica, programática, el análisis profundo de la coyuntura, del periodo y la ineludible diversidad de los miembros en términos de asimetrías de conocimiento, habilidades sociales o en otros aspectos
○ Debe ser algo que se aproveche para el buen funcionamiento de la organización [xiii] , evitando que sea un obstáculo para la mayor igualdad de condiciones posible de la participación
○ Instancias periódicas de autoeducación, debate, en que se comparta el conocimiento teórico, la mirada desde las distintas disciplinas o desde los distintos espacios sociales en que uno se encuentra arraigado (estudiantiles, territoriales, sindicales, etc)
○ No debe existir un divorcio total entre el trabajo intelectual y el trabajo manual (o físico)
● Evaluación periódica del diseño orgánico.
○ Dentro de los espacios más importantes con que la organización cuente, deben existir instancias que se evalúe el grado en que se aplicó dicho diseño, debatir si se ajusta a las necesidades del momento, si maximiza el carácter democrático de la organización sin afectar su eficiencia y que establezcan las modificaciones necesarias en atención a las experiencias recientes
○ En atención a que la historia muestra con numerosos ejemplos cómo los espacios no-formales (fuera de las reuniones oficiales, las asambleas o los congresos) pueden determinar el devenir tanto o en ocasiones incluso más que los formales, es importante que a nivel interpersonal exista una retroalimentación fraterna por parte de compañeras y compañeros que module el ejercicio de quienes desempeñan algún cargo
El hecho de que en la organización social, por ejemplo la estudiantil, conviven diversas organizaciones políticas -o incluso sectores dentro de ellas- que buscan instalar su discurso, su programa, sus líneas políticas y, en consecuencia esto puede favorecer que busquen tener un mayor nivel de responsabilidades, poder y/o protagonismo dentro de las estructuras organizacionales, lo que se vuelve un obstáculo para que efectivamente éstas obedezcan a la horizontalidad, involucrando incluso a grupos políticos que la tengan entre sus banderas. Es delgada la línea entre las prácticas que se enmarcan en la legítima disputa política y aquellas que distorsionan significativamente el ejercicio de la soberanía por parte de las mayorías.
Otro fenómeno que ocurre, es que en el marco del posicionamiento de una fuerza política, se emplea la visibilización de determinados «dirigentes», sobre todo cuando ocupan algún espacio de representación, lo cual puede distorsionar la percepción que se genera dentro y fuera de la organización respecto de la importancia que la acción de esas personas tiene en cuanto a determinar el acontecer, reforzando visiones que sobredimensionan el rol que ciertos «líderes» tienen en el devenir, en detrimento de una perspectiva que ponga el acento en los procesos colectivos.
La disputa política en lo institucional involucra la relación con posiciones en las que subyacen enclaves autoritarios, tanto en términos de concepciones y discursos, como de estructuras. Por tanto, de ser parte de la estrategia política, debe ejercerse realizando una crítica profunda al origen de estas instituciones, al rol del Estado en la historia, resignificando profundamente el carácter de los cargos a ejercer y acercándose lo más posible a las comunidades de las que deriva la soberanía, lo que ha de involucrar la introducción de formas diametralmente opuestas a las tradicionales, abarcando todo el proceso; desde las campañas hasta el ejercicio mismo.
Weber distingue 3 tipos puros de dominación según el fundamento de la legitimidad que les es propio [xiv] : de carácter racional, tradicional y carismático, siendo esta última un modelo clásico de mecanismo de ejercicio del poder y la dominación en la sociedad y sus instituciones, en relación al cual el plano psicosocial es relevante.
Indudablemente existen quienes tienen una gran capacidad de oratoria, han aportado años de experiencia y trabajo, capacidad de síntesis y de generación de acuerdos, quienes cuentan con un gran conocimiento o quienes reúnen ciertas características que los vuelven potenciales líderes carismáticos. Para evitar que ocurran desviaciones demasiado significativas en los procesos de decisión colectivos merced de su influencia individual, el desarrollo del pensamiento crítico [xv] es indispensable, por ejemplo para poder estar atentos a los contenidos del discurso, así como también a los objetivos e intereses que en él subyacen, evitando la aceptación irreflexiva de sus propuestas.
Más allá de que pudiese existir una mayor propensión de parte de quienes participan activamente en política -o más específicamente aquellos que adquieren responsabilidades importantes- con determinados rasgos de personalidad, cuestión que por supuesto podría ser algo interesante de examinar desde la academia, la experiencia histórica muestra la existencia de determinadas características de personalidad que no son poco comunes en éstos individuos: como el narcisismo (preocupación excesiva por la imagen, gran ego y vanidad), oportunismo, deshonestidad, entre otros rasgos que inevitablemente cumplen un rol en las dinámicas concretas, pudiendo afectarlas negativamente en forma significativa. Más allá de los diversos orígenes que esto pueda tener, es algo con lo que hay que saber interactuar, con tal de que perjudique lo menos posible al conjunto.
La corrupción a la que se tiende desde el poder y la alteración en la percepción de la realidad y de los otros que se asocia a detentar ciertos privilegios, se ha concebido históricamente como un problema. Esta sería otra arista de la que hacerse cargo en una disputa política con un componente institucional. Recientemente, se reeditó el libro A quien quiera escuchar, que reúne diversos escritos de Laura Rodríguez. En uno de ellos, en torno a su experiencia como Diputada a principios de los 90′ tras el fin de la Dictadura Cívico-Militar en nuestro país, se muestran los diversos vicios que observó con el paso a espacios de poder en el Estado por parte de la Concertación y que vivió en ella misma. Esto va en línea con algunas investigaciones que plantean que la riqueza o la pertenencia a clases más altas (que son, en el fondo, posiciones de poder en la sociedad) se asocia a comportamientos menos solidarios y éticos y cómo a partir de situaciones de arbitrarias ventajas iniciales, los individuos pueden de todas formas atribuir al propio mérito los mayores logros alcanzados [xvi] .
A lo recién señalado habría que añadir que lo analizado en los niveles histórico, cultural y práctico opera sobre y desde los individuos, todo lo cual nos sugiere la contribución que podría constituir el considerar seriamente la transformación personal como un eje del trabajo político.
Es importante cultivar la humildad frente a las compañeras y compañeros, frente a las y los trabajadores, pobladoras y pobladores, puesto que las intuiciones y convicciones ético-políticas son más trascendentes y suelen ser más determinantes que el mero conocimiento técnico -pues está siempre supeditado a lo político, que depende de fenómenos colectivos- y que los sesudos análisis de coyuntura o la experiencia «de gestión» que tienen quienes llevan tiempo trabajando en política, porque no tienen por sí solos la capacidad de jalonar procesos de cambio significativos como sí lo tiene la organización popular que puede valerse de una suerte de sabiduría popular que desarrollan las comunidades (aunque no siempre aparezca explícitamente en cuanto tal). Para quienes toman al lenguaje académico como criterio de rigor, existe un capital social [xvii] que las comunidades acumulan y cuyo efecto en el devenir no se puede despreciar, aun cuando no siempre se esté expresando en su totalidad. Los partidos u organizaciones políticas deben ponerse al servicio del movimiento social, no instrumentalizarlo para sus objetivos de acumulación, por tanto, han de entender sus propuestas reivindicativas, programáticas y en general su discursividad como un insumo, como elementos que aportar para que las mayorías sean las que contrapongan o integren las tesis en debate.
Se requiere a su vez evitar la frenética búsqueda de instalar al interior de la organización la propia postura o la de un grupo de afinidad respecto a los debates que se sostienen, a la lectura de la coyuntura, las estrategias y tácticas apropiadas para el momento, entre otras cuestiones. Esto suele expresarse de diversos modos: generar activamente espacios informales o más bien paralelos a los diseñados para la discusión política, con tal de instalar ciertas tesis o «ganar» determinados debates.
Estructuras horizontales: efectos funcionales
Resulta pertinente en este punto diferenciar entre i) organizaciones que están en adaptación por el desarrollo de procesos de democratización interna ii) organizaciones que se encuentran en afianzamiento, profundización y mantención de las lógicas horizontales que ya les son propias en algún grado.
Respecto al primer caso, exigen un buen grado de empleo de energía «hacia adentro» o -si los físicos me permiten la metáfora- centrípeta en la estructuración y aplicación de la propia orgánica. Esto muchas veces suele implicar la pérdida de energía para el despliegue «hacia afuera» o centrífuga, riesgo que debe enfrentarse confiriéndole un lugar importante dentro del quehacer a las comunicaciones, a la propaganda y exigiendo la misma rigurosidad para la elaboración y trabajo que se emplea a la hora de definir las disposiciones internas y la canalizada hacia los proyectos que se decide impulsar en los espacios sociales.
Existe, eso sí, un fenómeno interesante que actúa en forma compensatoria a lo descrito más arriba, y es que este tipo de organizaciones son más proclives a favorecer la inclusión de un mayor número de personas, lo que acaba dotándolas de una mayor fuerza que puede paliar las demandas que supone su desenvolvimiento dadas sus particularidades.
En cuanto al segundo caso, hay más energía centrífuga disponible, tanto desde un punto de vista cuantitativo como cualitativo, puesto que la participación política incidente, la asunción de responsabilidades y el desempeño de funciones relevantes lleva a la autoformación de quienes integran la organización, lo cual le proporciona una mayor solvencia a su acción. No obstante, debe mantenerse una constante vigilancia que permita mantener en buen estado el funcionar interno.
La única forma en que la búsqueda del poder es legítima, es cuando se hace en forma colectiva y esencialmente para socializar ese poder. Dicho de otro modo: El poder político hay que disputarlo sólo para perderlo y que lo ganen las mayorías, es decir, distribuirlo. Y esto se logra construyendo de la mano de ellas la fuerza que permita su conquista.
Sin la superación de ciertos determinantes estructurales de la configuración de las sociedades y por tanto, de las las relaciones sociales que en ella se dan cita, no es en ningún caso razonable esperar la consecución de una ‘horizontalidad plena’, pues se trata de luchas articuladas.
No obstante lo recién señalado, no estamos exentos -al adherir a un ideario libertario- del mandato ético-político de implementar en las organizaciones políticas y político-sociales mecanismos concretos que, conscientes de barreras como las descritas en este texto, busquen evitar las distorsiones que concurren en el tránsito hacia la conformación o en el mantenimiento de organizaciones horizontales, esto es: radicalmente democráticas y con una acentuada desconcentración del poder en su interior, que favorezcan el proceso de transformación social en esos mismos términos.
Análogamente a lo que sucede en el modelo de determinantes sociales de la salud de Dahlgren y Whitehead (1991), en que las variables que más fácilmente podemos manipular son las que menos contribución realizan al proceso global (que en este caso no sería la dialéctica salud-enfermedad, sino la dialéctica verticalidad-horizontalidad) y, recíprocamente, las que tienen un mayor rol en él son las más difíciles de modificar. Es ese el contexto en que debemos saber movernos; atacando los diversos niveles en que las variables en juego están insertas.
Debemos llevar la práctica, más allá de los purismos que la idealizan y de los pragmatismos que la terminan volviendo una declaración de principios vacía, una concepción doble de la horizontalidad: como elemento integrante de la utopía y como principio que ha de impregnar la estrategia.
No se pretendió aquí entregar recetas, sino contribuir al debate y a la construcción políticas. Se considera que son las organizaciones político-sociales desde sí mismas, labrando su propio camino -como ha sido históricamente la tónica de los poderes populares [xviii] -, las que deben buscar activamente revertir las tendencias (colectivamente y en algunos casos a nivel individual) que devienen en vicios que dificultan la aplicación efectiva del principio de horizontalidad; reflexionando (auto)críticamente, tomando atención a las propias prácticas, realizando una retroalimentación periódica acerca del diseño orgánico y de su implementación y haciendo esfuerzos claros por efectuar los cambios requeridos. De esta forma, no sólo estaremos siendo coherentes con aquello que promulgamos sino que potenciaremos el enriquecimiento, ampliación y en último término el poder de nuestras organizaciones en la lucha por una transformación radical de la sociedad.
Se trata, entonces, de desarrollar experiencias históricas anticipatorias del horizonte emancipatorio, de dotar al movimiento social de prácticas coherentes con ciertos principios políticos que, en definitiva, abran camino al advenimiento de una nueva cultura política que permita acelerar y a la vez robustecer los procesos revolucionarios.
Santiago de Chile, 2015.
Gonzalo Cuadra Malinarich [xix]
[i] Nietzsche en sus Consideraciones intempestivas plantea la oposición entre una vida asentada en la tradición incuestionada y una vida creadora.
[ii] Berger y Luckmann, en La Construcción Social de la Realidad plantean que toda relación social es susceptible de experimentar habituación.
[iii] La saturación con propaganda política, el rol de los medios de comunicación que están al servicio de los más poderosos, la operación de poderes fácticos, financiamiento empresarial de campañas y un largo etcétera. Los casos Penta y SQM son bastante ilustrativos al respecto.
[iv] Melissa Sepúlveda A.
[v] Personalmente, fui parte de la Mesa Coordinadora del Consejo de Estudiantes de la Salud de la Universidad de Chile, organización que representa a las 8 carreras de la salud de la Facultad de Medicina y en la que desde hace algunos años se ha ido progresivamente avanzando hacia la horizontalidad, siendo ese el proceso que viví más de cerca. Terminado ese periodo, lo que se apunta a continuación -además de basarse en otros conocimientos, experiencias y procesos previos- se relaciona con las preguntas, reflexiones y aprendizajes que surgieron en ese contexto.
[vi] Revisar La historia y las ciencias sociales, Braudel, F. (1968)
[vii] Ver Vigilar y Castigar (1975), de Foucault
[viii] Como en el I nforme de Desarrollo Humano en Chile titulado «Género: Los desafíos de la igualdad» elaborado por el PNUD (2010)
[ix] Ampliamente conocido es el anuncio de Nietzsche -por medio de Zaratustra- sobre «la muerte de dios». El «desdiosamiento» descrito por Heidegger en La época de la imagen del mundo apunta en la misma dirección. En el ámbito de la filosofía política nacional, podemos citar a Salvat P. en El porvenir de la Equidad.
[x] Prólogo de la Segunda Edición de Introducción al Poder Popular, de Mazzeo, M. Por Urrutia, M. y Seguel, B.
[xi] Como Marx y Engels en el Manifiesto Comunista.
[xii] Sin ser muy versado en la materia, me permito aventurar lo siguiente: del mismo modo que desde una perspectiva de equidad lo justo no es dar lo mismo a los distintos grupos desiguales en principio sino a cada uno según su necesidad, el feminismo se requiere porque existe el patriarcado y pone atención y distinciones entre hombres y mujeres en distintos aspectos de la realidad no porque sea deseable poner siempre una línea divisoria, sino precisamente porque existe una discriminación artificial e injusta en base al género -e incluso al sexo biológico en determinados casos- que es necesario revertir activamente.
[xiii] Nos referimos al valor de los intelectuales orgánicos de Gramsci, y todas las otras denominaciones que distintos referentes teóricos de la izquierda han acuñado con el mismo sentido.
[xiv] Ver Capítulo Tipos de Dominación en Primera Parte: Teoría de las categorías sociológicas, en Economía y Sociedad – Weber, M.
[xv] Entendido en sentido Habermasiano, según se trata en Pensamiento Crítico en la Formación Universitaria, Hawes G. (2003)
[xvi] Experimentos sociales de Piff, P. Véase por ejemplo » Higher social class predicts increased unethical behavior», 2012.
[xvii] Para efectos de la definición, revisar Labra, ME (2002, 2006). Salazar, G. (1998) se refiere al Capital social constante y Capital Social variable.
[xviii] En el nombre del poder popular constituyente – Salazar, G. y Poderes Populares en América Latina, pistas estratégicas y experiencias recientes – Gaudichaud, F.
[xix] Estudiante de V año de Medicina, Universidad de Chile. Mesa del Centro de Estudiantes de Medicina (CEM), 2012-2013. Mesa Coordinadora del Consejo de Estudiantes de la Salud (CES) 2013-14. Militante del Frente de Estudiantes Libertarios (FeL) y de la Izquierda Libertaria (IL)
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