El pasado martes tuvo lugar en internet uno de los episodios más controvertidos e inusuales acontecidos hasta la fecha en la breve historia de la red. Tres amigos indigentes, que pernoctan al raso en las inmediaciones de Hyde Park, en Londres, y que a menudo se les ve pedir comida en el Salvation Army de […]
El pasado martes tuvo lugar en internet uno de los episodios más controvertidos e inusuales acontecidos hasta la fecha en la breve historia de la red. Tres amigos indigentes, que pernoctan al raso en las inmediaciones de Hyde Park, en Londres, y que a menudo se les ve pedir comida en el Salvation Army de Newington Causeway, entraron a las once y media de la noche en un cibercafé del barrio obrero de Islington y, tras pagar por adelantado tres horas de conexión a internet, accedieron a la web oficial de la tal vez más prestigiosa cadena de hoteles de lujo del mundo -cuyo nombre omitimos por petición expresa de la propia cadena-.
Tras deambular impunemente por la suite real del hotel más lujoso de Londres, echar un vistazo al salón de baile, recorrer con descaro el gimnasio y el ‘spa’, además de comprobar numerosas tarifas -a las que añadían el servicio de desayuno en la habitación-, los tres indigentes tuvieron la osadía de firmar en el libro de visitas de la página con las siguientes palabras: «Somos Aston, Thomas y Mike. Estamos desorientados con los precios porque normalmente pasamos mucho tiempo recogiendo cosas por la calle que no valen mucho. Mike tiene ahora una manta nueva».
Este comentario en el libro de visitas de la web del hotel, que fue rápidamente borrado por el administrador de la página en cuanto lo vio por la mañana, así como el tiempo de permanencia de los tres vagabundos en cada uno de los rincones del portal, fue trasladado sin demora al director de márketing del hotel, que desbordado por la magnitud del incidente hizo llegar la información una hora después al director de márketing de toda la cadena. Asimismo el director de márketing de toda la cadena, en vista de la gravedad del asunto, y viéndose igualmente desbordado por el caso, decidió dar cuenta del suceso al director general de la cadena.
La reacción del director general no fue de cólera. Se limitó a pedir una información más detallada sobre las tropelías del grupo de indigentes y también preguntó dónde estaba el administrador de la página cuando los vagabundos se infiltraron en el portal. Otro dato que quiso conocer el director fue si los indigentes se cruzaron en su visita a la web con algún otro visitante y si el comentario dejado en el libro de visitas había sido leído por muchas personas.
La respuesta fue instantánea. Trescientos veintitrés visitantes habían coincidido con los vagabundos durante las dos horas y cincuenta y siete minutos que había durado su estancia en la página, aunque por fortuna ninguno cruzó una palabra con ellos. Luego un exhaustivo informe detallaba el rastro dejado por los tres indigentes en la página, así como el tiempo de permanencia en cada sección. Se hacía insólito comprobar cómo el tiempo de permanencia en el salón comedor principal, repleto de humeantes y apetitosas viandas, había sido de tan sólo veinte segundos, mientras que la permanencia en el ‘spa’ había sido de una hora y diez minutos.
Sin embargo, la mayor preocupación del director no era qué lugares de la página del hotel habían visitado los vagabundos, sino si alguno de ellos se había quedado dormido en la visita. De ser así, si habían dormido durante algún momento de las casi tres horas de estancia en la web, podía hablarse de que técnicamente habían pasado la noche en la página del hotel, ya fuese en la suite real, en el ‘spa’, o en algún pasillo, con lo que el director debía una disculpa al resto de visitantes que habían visitado el hotel por internet coincidiendo con los indigentes.
Tras averiguar la dirección física del cibercafé a través de la IP (Protocolo de Internet), el equipo de investigación contratado por la cadena hotelera acudió al lugar del incidente e interrogó al encargado del negocio. Los peores augurios se hicieron realidad ya que el más joven de los tres indigentes, Mike, se había quedado dormido en su silla durante un buen rato, arropado con una manta. Los investigadores pudieron saber también de boca del encargado que Thomas, alias ‘el licenciado’, era el que había escrito el mensaje, ya que Aston llevaba una mano vendada e iba demasiado borracho para escribir.
Cuando el director supo que uno de los indigentes había dormido en su hotel vía internet no reaccionó con cólera pero se puso en contacto con el departamento de márketing para que despidiese en el acto al administrador de la página y buscase rápidamente a otro. Luego se hizo a sí mismo esta valiosa pregunta: ¿Si en mis hoteles no pueden pasar la noche los indigentes, por qué sí pueden hacerlo a través de internet?
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