Días atrás, que Trump se paseó por el mundo, cruzamos escritos, conversaciones y saludos. Y Harald Martenstein me contó que desde hace 15 años viene escribiendo una columna en Zeit Magazin, que no es política pero que a veces se desliza por esos derroteros. En realidad, sostiene, es la crónica de una vida con casi […]
Días atrás, que Trump se paseó por el mundo, cruzamos escritos, conversaciones y saludos. Y Harald Martenstein me contó que desde hace 15 años viene escribiendo una columna en Zeit Magazin, que no es política pero que a veces se desliza por esos derroteros. En realidad, sostiene, es la crónica de una vida con casi todos los aditamentos que la conforman: hijos, familia, enfermedades, política, sensaciones, vivencias… Eso sí, hay fases y fases, y a unos les gusta más unas y a otros otras. Y hay quienes, naturalmente, me odian.
Y siempre que hay algo, que invita a contradicción, dice, recibo cartas en las que se dice que estoy viejo, que no calibro bien las cosas porque se me pasó el arroz. La verdad es que no sé si calibro y valoro bien el acontecer, con frecuencia yo mismo dudo de mis opiniones y pareceres. Y me alegro de la contradicción y reproche que me lleva a repensar y, a veces, al cambio. Pero es cierto, soy viejo, muy viejo. Y a quien me recuerda debo decirle que estoy de acuerdo con él o ella, también yo me doy cuenta de mi vejez. Es un hecho.
¿Y qué es envejecer? Cuando era joven, como autor quería agradar a todos, algo naturalmente imposible. Creo que sólo lo ha conseguido Loriot, Vicco von Bülow , pero él era un genio. Una ventaja de ser viejo es que uno se vuelve más indulgente. A nada que uno sea autocrítico percibe errores en su vida, por eso uno se vuelve más humano y comprensible con el error del otro. Pero, por otra parte, uno se vuelve más arrojado y valiente, la guadaña afila la hoz y se tiene poco que perder. Y puedo decir que escribo lo que pienso, y nada va a cambiar. Si mañana dejo de ser columnista me va a doler, pero no va a ser una catástrofe en mi vida. Los que hoy me odian se alegrarán.
No cada semana puedo escribir algo divertido, antes lo intentaba, me esforzaba, pero resultaba un verdadero martirio, que quedaba reflejado en el texto. Esta semana de su paseo por el mundo he querido escribir algo chistoso sobre Trump, porque tiene potencial cómico, hay mucha broma filmada y escrita sobre él. Pero no he podido, temo a este hombre, le creo capaz de iniciar una guerra a escala mundial. En cierta manera, y a modo de defensa interna, me repugna tomarlo a chiste. Me he dado cuenta que sólo puedo hacer chistes y reírme de gente y tesis con las que sienta una cierta empatía. El humor para mí es un método de distanciarme de algo que yo, sustancialmente, no quiero ni denigrar ni injuriarlo. No tengo problema en escribir algo chistoso y cómico sobre Alice Schwarzer (representante destacada del feminismo) porque la respeto, aun cuando a menudo me enoja e incomoda. ¿Complicado de entender?
La mayoría de la gente que me odia es por mis textos sobre feminismo y género, también por ser políticamente correcto. ¡Odiadme tranquilamente si os ayuda! Y sabed que básicamente vuestro pensamiento lo considero razonable, si bien os pasáis de frenada. Yo, aunque os dé igual, no os odio.
Respecto a Donald Trump pienso que en injurias y descalificaciones no se debía pisar una determinada línea roja. Por ejemplo, no me parece bien que a su hijo pequeño Barron se le meta en el mismo saco. Y me parece una idiotez criticarle por sus años. El demócrata izquierdoso Bernie Sanders es todavía más viejo. En la vejez uno se vuelve más conservador, o más radical, o ambas cosas, o nada de ambas.
En cualquier caso a uno le gusta hablar, así que la próxima semana, te prometo Mikel, una nueva columna.
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