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Ideología unifamiliar

Fuentes: Rebelión

Una tupida tela de araña tosca e invisible, pero efectiva y resistente a las inclemencias de la crítica, envuelve a la sociedad actual, provocando, conduciendo y, en última instancia, produciendo todo lo que consumimos: estilos de vida, gobiernos, alimentos, saber y noticias. Se trata de un pensamiento uniforme, nunca evidente, que nos hace iguales en […]

Una tupida tela de araña tosca e invisible, pero efectiva y resistente a las inclemencias de la crítica, envuelve a la sociedad actual, provocando, conduciendo y, en última instancia, produciendo todo lo que consumimos: estilos de vida, gobiernos, alimentos, saber y noticias.

Se trata de un pensamiento uniforme, nunca evidente, que nos hace iguales en la diferencia virtual a través de un espejismo psicológico universal que debidamente activado elimina cualquier atisbo de respuesta colectiva. Hablamos del egoísmo, de la competitividad, del individualismo-masa que en el acto de compra se reproduce y aprecia en plenitud como consumidor omnipotente, sujeto pasivo controlado y ciudadano de la mayoría silenciosa y adaptada.

Esta red sutil podríamos desenmascararla con el apelativo de ideología unifamiliar. Hay manifestaciones de ella en estratos muy dispares. En lo cotidiano, simplemente hay que dejarse caer por una de esas urbanizaciones diseminadas por cada localidad emergente que crece y crece… Siguiendo a un automóvil 4×4 que sale de un garaje cualquiera observaremos que la ideología unifamiliar estaciona al lado del trabajo entre lamentos de contribuyente violado, cumple sus obligaciones laborales sin inmiscuirse en debates ajenos, al volver a casa se pasa antes por el centro comercial para adquirir una nadería que será el capricho suntuoso a deglutir por la noche, encargará un tablón de madera sueca de marca en la tienda de bricolage ya veremos para qué y, por fin, llegará al chalet cercado donde sus pequeños chatearán vía mess con un cooperante blanco destinado en Burundi mientras su marido/mujer en la cocina último modelo estará preparando una cena baja en calorías para mantener la inteligencia a raya ante posibles contaminaciones que den al traste con su nido de bienestar particular e hipotecado. En este modelo de domicilio privado, cualquier idea que contenga una pregunta no contemplada en la memoria ram está vedada por la razón de estado, lo raro es marginal, lo marginal es minoría, y las minorías son cosas de antropólogos locos o competencia del ministerio del interior. Una primera característica de la ideología unifamiliar es su endogamia lógicoformal y tautológica, A es A y B es B, A somos nosotros, nosotros no somos B. En su microuniverso digital, ver más allá del yo y la tierra de nadie por urbanizar es ciencia ficción o un documental curioso de La 2.

Saliendo del recinto de la urbanización residencial, la ideología unifamiliar también germina en ámbitos políticos. La erupción de nacionalismos a la carta es una vertiente moderna de esa ideología peculiar que forma clubes con etiquetas diversas e inocuas, naciones, nacionalidades, comunidades autónomas, corporativismos, colores, banderas, religiones, acentos, gimnasios selectos, colegios privados, equipos de fútbol… Estos clubes apagan nuestra sed de gregarismo al tiempo que nos evitan la soledad de la opulencia, y nos distinguen del otro a la vez que nos permiten sentirnos socialmente incluidos en la horma del mundo global. Se trata de un escalón superior de la ideología unifamiliar, un viaje necesario desde el confort hogareño al teatro de calle predeterminado y previsible, donde los conflictos reales se dirimen y se solapan mediante disputas programadas entre actores que comparten la misma ideología unifamiliar del individualismo encerrado entre las cuatro paredes del edificio capitalista: chalet, coche, vacaciones y educación concertada o privada. Segunda característica de la ideología unifamiliar, vivimos en una sociedad sin clases, en la mejor de las sociedades posibles, el campo de juego son las urnas, entre consulta y consulta, mucha queja de salón, mucha democracia parlamentaria y más consumo privado.

Ética, dignidad y conciencia

En nuestro rápido recorrido por la ideología unifamiliar hemos transitado por sus manifestaciones más externas y obvias, la vivienda conformadora de pautas férreas de conducta y la calle como medio de comunicación y autoafirmación social del yo consumidor de la cultura mayoritaria y uniforme de nuestros días. Queremos ensayar un paso adelante, adentrarnos en la conciencia, ese intangible tan colonizado por intereses culturales no explícitos. Marvin Harris escribió hace ya varias décadas que «la ignorancia, el miedo y el conflicto son los elementos básicos de la conciencia cotidiana.» Para el asunto que nos ocupa, las preguntas a las que deberíamos responder serían, ¿qué ignora la ideología unifamiliar?, ¿de qué tiene miedo?, ¿por qué evita el conflicto? Y quizá una más, ¿dónde reside la dignidad de la ideología unifamiliar?

Lancémonos a las aguas cenagosas de pensar por nosotros mismos…

Es difícil hablar de la ignorancia en la autodenominada sociedad del conocimiento en que vivimos. Sin embargo, lo primero que salta a la vista es que la ideología unifamiliar no sabe que existe como tal, es ignorante de sí misma. Su ausencia de cuerpo ideológico coherente la suple con movimiento constante y acumulación de materialismo visible para sus entornos más próximos: vecinos, familiares, amistades.

Por lo que se refiere a sus miedos, la nota más destacable estriba en que el pánico es el elemento constitutivo de su ser. La ideología unifamiliar tiene miedo en su cuarto de estar, sale con miedo a la plaza mayor, trabaja con miedo al despido y vive su miedo incomprensible porque no tiene conciencia de sí como sujeto coprotagonista y cocreador de la sociedad que habita. La ideología unifamiliar ha tenido que inventarse un otro difuso para otorgarse carta de naturaleza real. Ese otro es un merodeador de sus propiedades legales, la propiedad es su refugio ideológico. Desde este nicho mío es-tuyo no, cualquier asesinato será sancionado como legítimo y en defensa propia.

A priori es mucho más fácil responder a las razones que llevan a la ideología unifamiliar a eludir los conflictos sociales. Ignorancia y miedo abonan el terreno. Su campo de actuación no es lo público, lo público no forma parte de sus querencias, lo público es cosa de políticas para inadaptados. La ideología unifamiliar vive al día, consumir es su proyecto vital.

Cabría pensar que en ese reducto de dignidad donde la ética libra sus batallas más personales, la conciencia, alguna luz roja o quizás verde debiera encenderse para decirnos algo al respecto, pero resulta que la dignidad es una entelequia sometida a tantas presiones que su única salida a día de hoy es la del grito desgarrado o la de la solidaridad de palabra o la de la obra caritativa (o el racismo o el atrincheramiento burgués o las veleidades fascistas). Son los escapes de dignidad bienpensante o acorralada por los cuales la ideología unifamiliar excreta las inmundicias de sus conciencias para no pagar peaje político ni moral en el mundo globalizado que están construyendo en nuestro nombre y acatamos todos con disciplina castrense humanitaria.

Occidentales clase media, jerarcas religiosos, castas autocráticas… Todos somos ideología unifamiliar o nos estamos preparando para ingresar en ella, mientas asistimos en riguroso directo al culebrón cotidiano de las pateras que naufragan, de las guerras posimperialistas, y de dioses, yahvés y alás protectores del inmovilismo… El pensamiento único bipartidista, los sindicatos gestores y los medios alternativos de fachada cultural nos están adoctrinando en la política inocente de la reivindicación fragmentaria; las respuestas totales no están de moda.

Escapar de la telaraña urdida por la ideología unifamiliar requiere hacerse preguntas y ensayar respuestas colectivas en voz alta. Manifestarse contra la invasión de Irak está bien, pero no es suficiente. Promulgar una ley a favor de los matrimonios entre homosexuales es correcto, pero hay más. Firmar acuerdos por arriba sobre empleo entre empresarios y sindicatos puede no perjudicar a los trabajadores, pero los beneficios siguen intocables para los de siempre y subvencionados con el dinero público de todos. Con objetivos pequeños, reivindicaciones tímidas y políticas coyunturales, la ideología unifamiliar echará raíces en el siglo XXI, ¿esto es lo que queremos?