Si bien la tesis básica del llamado «socialismo científico», sostén del «socialismo real», basada en la idea de construir una nueva sociedad con arreglo a un plan se reveló difícil en términos de la base económica, resultó inviable en lo que a la superestructura se refiere. Tanto los bolcheviques rusos como los líderes de los […]
Si bien la tesis básica del llamado «socialismo científico», sostén del «socialismo real», basada en la idea de construir una nueva sociedad con arreglo a un plan se reveló difícil en términos de la base económica, resultó inviable en lo que a la superestructura se refiere. Tanto los bolcheviques rusos como los líderes de los países ex socialistas, se esforzaron por crear estructuras de poder, mecanismos de participación e instituciones idóneas para el sistema que se intentaba construir. En ese ámbito todos los empeños fueron infructuosos.
Uno de los problemas fue que en lugar de un fenómeno internacional ese proceso se desplegó sólo en Rusia, trasladándose casi treinta años después a otros países de Europa donde predominaba el paradigma liberal de la democracia parlamentaria y sufragista a la que, a pesar de sus reticencias, Rusia y luego el resto de los países trataron de homologarse.
No existe ningún líder que haya detestado más profundamente el parlamentarismo, las formalidades y las frivolidades democráticas burguesas que Lenin, que no obstante no logró dar a las relaciones sociales bajo la revolución formas también nuevas.
En el empeño institucional la Unión Soviética tuvo seis constituciones. La primera (1918) fue las más problemática dado que los bolcheviques disponían sólo del 25 por ciento de los escaños de la Constituyente. Ante esa dificultad se consiguió un breve texto destinado básicamente a traspasar todos los poderes y todas las funciones a los soviets, a lo cual Lenin añadió una Declaración de Derechos. No obstante sus reservas, los constituyentes no tuvieron otra alternativa que, con algunos remiendos, aplicar las fórmulas conocidas.
Las limitaciones fueron explicadas por las condiciones de los primeros años del triunfo, la Guerra Civil y la intervención extranjera. No obstante, en 1924 al crearse la Unión Soviética y adoptarse una nueva Constitución, excepto las enmiendas asociadas a la organización federal del inmenso país integrado y la organización del Estado, la nueva Carta no introdujo innovaciones importantes.
La Constitución de 1924 mantuvo el sistema político basado en los soviets que concentraba todos los poderes y el mecanismo electoral abierto. La novedad era que entonces Lenin había muerto y Stalin era el Secretario General que, a diferencia de Lenin que condujo el proceso desde el cargo de presidente del gobierno, Stalin lo hizo desde el partido y hasta el inicio de la II Guerra Mundial no ocupó cargos en el Estado. Aquel estilo debilitó el papel del Estado y minimizó la función del gobierno, sin favorecer al partido, que se alejó de la democracia interna e introdujo prácticas burocráticas en su gestión.
En 1936, bajó la presión del entorno europeo, se adoptó una nueva Constitución que, aunque fue promocionada como la forma apropiada para el socialismo que entonces se consideraba «construido en lo fundamental» y por ello se apartaba de la idea de la dictadura del proletariado, no aportó ninguna innovación fundamental, excepto introducir la votación secreta en los soviets y elevar a rango de precepto constitucional el papel dirigente del Partido sobre la sociedad y el Estado, hecho que tornó ocioso todo el mecanismo electoral.
Dado que el Partido estaba estructurado verticalmente y regido por el llamado centralismo democrático, bajo diferentes interpretaciones, este precepto se trasladó a las republicas y a todos los niveles de la estructura estatal y gubernamental.
Las sucesivas rectificaciones y las constituciones correspondientes no aportaron las ansiadas formulas institucionales que hicieran del socialismo real un sistema en el cual la gente se mejor representada y con instituciones más eficaces. Tal vez Gorbachov intentó lograrlo con una serie de audaces iniciativas pero o bien no fueron eficaces o era demasiado tarde.
El socialismo real fracasó, entre otras razones por incapacidad para encontrar fórmulas nuevas y crear instituciones idóneas. Las instituciones parlamentarias y sufragistas de la democracia liberal más o menos adaptadas, se convirtieron en grilletes de las ideas socialistas que no pudieron ser realizadas mediante parlamentos ceremoniales, sindicatos y organizaciones sociales formales, gobiernos burocráticos y partidos cuya función dirigente se sostenía en un precepto legal y no por una real ascendencia en las masas.
En ese terreno las búsquedas no dieron resultados y la utilización de las «armas melladas» se revelaron no sólo inútiles sino contraproducentes. Tal vez las formulas capaces de dotar al socialismo de instituciones nuevas y eficaces exista, aunque por hora, nadie las ha encontrado.