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Imágenes y palabras: modos de uso

Fuentes: Rebelión

Ponencia impartida en la Universidad de Alcalá de Henares en el marco del Festival de la Palabra


«La vista llega antes que las palabras. El niño mira y ve antes de hablar«,con este encabezamiento comienza Jon Berger su libro Modos de Ver. Esto, que siempre ha sido exacto, lo es ahora más que nunca. Mucho antes de pronunciar sus primeras palabras los niños no solo conocen por medio de la mirada el mundo circundante sino que han tenido acceso a otras muchas visiones de la realidad a través de múltiples pantallas: cine, televisión, vídeo-juegos, internet. Pero si es cierto que la vista es la que establece en principio nuestro lugar en el mundo también lo es, de nuevo siguiendo a Berger, que explicamos ese mundo con palabras y, aún más, que la explicación nunca se adecua completamente a la visión. En el punto de partida, pues, imágenes y palabras no solo son complementarias sino ambas imprescindibles de cara a la formación de los individuos, al desarrollo de su pensamiento y a su conocimiento del mundo que le rodea. Visto así parece incomprensible que una suma se transforme, de pronto, en una resta y de lugar a un panorama tan desalentador como el que a menudo se nos dibuja desde distintos centros educativos y medios de comunicación: un porcentaje alto de jóvenes, hoy, tienen dificultades para comprender la palabra escrita e incluso hablada y para utilizarla a la hora de comunicar ideas y pensamientos y se alimenta únicamente de imágenes en movimiento cuyos contenidos son incapaces de discernir puesto que tampoco saben leerlas. Se sitúan, pues, ante la realidad en un estado de «ver sin mirar, oír sin escuchar» -la frase es del guionista de Buñuel, Jean Claude Carriere– que lógicamente tiene importantes consecuencias en cuanto al proceso de aprendizaje y al desarrollo intelectual. De ello parece deducirse -y así se hace a menudo- que la imagen en movimiento es sin duda el mayor enemigo que tiene la palabra. Pero al afirmar esto se olvida, sospecho que premeditadamente, el sistema político y económico en que imágenes y palabras conviven con nosotros porque, y sigo una vez más a Berger, lo que realmente importa es quién usa un lenguaje y para qué lo usa. Lo que da sentido a imágenes y palabras en cualquier momento histórico es en manos de quienes están y con qué función. Y ahora mismo habitamos en un mercado que se ha adueñado por completo de nuestras imágenes y de nuestras palabras, en el que las imágenes son únicamente logotipos de productos y las palabras solo se usan para definir la identidad de una marca. El valor de una imagen o de una palabra ya no está en lo que dice sino en lo que vende. Pero también en este mercado capitalista ambos lenguajes, palabras e imágenes son, no enemigos irreconciliables, sino aliados que se presentan ante nuestros ojos con todo su atractivo no para que las usemos sino para posibilitar que el mercado nos use a nosotros. Las imágenes no ayudan a conocer el mundo ni las palabras a explicarlo, ambas colaboran a consumirlo. «ver sin mirar, oír sin escuchar» es el estado ideal del consumidor. Palabras e imágenes, gratas, cálidas, atractivas pero incomprensibles, lanzadas a borbotones a través de todos los medios envuelven a los jóvenes y también a los adultos con la intención de hacerles desear, no pensar. Y este proceso afecta muy especialmente a los medios narrativos, da lo mismo que hablemos de televisión, de cine o de literatura. En el mercado en el que vivimos sólo se apuesta por lo que se considera, de antemano, fácil de vender y no se publican, exhiben o emiten programas, películas o libros cuya comprensión requiera tiempo, esfuerzo y concentración. Si un formato de programa, película o libro funciona se repite idéntico hasta la saciedad y los productos, no obras, editoriales o audiovisuales apenas se mantienen en antena, en las salas de exhibición o en las librerías, ya que solo queda espacio para las novedades, el resto es destruido. No podemos olvidar, además, a quién pertenecen realmente todos estos supuestos productos culturales, cual es su precio y los cupos y canones con los que se les grava continuamente, todas estas cuestiones son importantes, también nos lo recuerda Berger. En este experimento en el que participan imágenes y palabras y que consiste, como hemos dicho, en hacernos olvidar su sentido primigenio las imágenes televisivas han sido la avanzadilla: todos los textos que se publican actualmente siguen, salvo excepciones, la línea marcada por los formatos de televisión; son copia indiscutible de estos formatos. Apenas se publican novelas o ensayos; solo se editan programas de televisión en forma de libro: autobiografías, reportajes, cotilleos y confesiones para consumir por la mañana y desechar por la noche. La televisión no va a acabar con la literatura, las imágenes no van a acabar con las palabras -como quieren hacernos ver- porque dentro del sistema capitalista, literatura, cine y televisión son la misma cosa. Imágenes y palabras cumplen ya la misma función. Pero volvamos otra vez a Berger. Berger dice refiriéndose al lenguaje audiovisual: Si este nuevo lenguaje de las imágenes se utilizase de manera distinta, estas adquirirían, mediante su uso, una nueva clase de poder. Podríamos empezar a definir con más precisión nuestras experiencias en campos en los que las palabras son inadecuadas. Lo mismo podríamos decir de las palabras, seguro que Berger estaría de acuerdo: si el viejo lenguaje de las palabras se utilizase de manera distinta, estas adquirirían, mediante su uso, una nueva clase de poder. Podríamos empezar a definir con más precisión nuestras experiencias en campos en los que las imágenes son inadecuadas. De este modo, imágenes y palabras recuperarían, por fin, su lugar primigenio. Imágenes y palabras se presentarían de nuevo ante nuestros ojos como complementarias e imprescindibles de cara a la formación de los individuos, al desarrollo de su pensamiento y a su conocimiento del mundo que les rodea. Serían imágenes y palabras que trasmitirían pensamientos que servirían para conocer y explicar la realidad pensadas por autores libres que para decidirse por un medio u otro como vehículo de expresión se basarían no en un estudio de las condiciones de mercado, sino en una necesidad interior porque algunas cosas sólo podemos decirlas por medio de la palabra en una novela, una obra de teatro o en un ensayo o un poema y otras nos piden acuciantemente imágenes y sonidos. Y estas palabras y estas imágenes las contemplarían y escucharían espectadores y lectores libres, dueños de su tiempo, que harían una elección del medio, nunca excluyente, sino dependiendo de sus deseos y necesidades o del placer que puede extraerse de cada actividad en cada momento, leer y ver. Pero ¿cuál es el camino que tenemos que recorrer para llegar hasta aquí? Volvamos a Berger por última vez. Berger habla de uso, insiste en el uso. Es el uso lo que da sentido a un lenguaje y lo que le da poder a quién tiene capacidad para utilizarlo. A nosotros el mercado nos está arrebatando las imágenes y las palabras. Es imprescindible recuperarlas y para ello tenemos que usarlas. Pero sólo se puede usar adecuadamente lo que se conoce bien. Por el momento, sobre todo los jóvenes, que son los futuros ciudadanos, autores y espectadores, son mantenidos premeditadamente en la ignorancia. Reciben pasivamente palabras e imágenes, especialmente imágenes, que devoran y no saben descifrar. Es urgente, si queremos recuperar el uso de palabras e imágenes y por lo tanto volver a ser dueños de nuestro pensamiento y de nuestros actos, educar en la palabra y en la imagen. Enseñar a desentrañar el proceso de producción de palabras e imágenes dentro del mercado capitalista, mostrar, que toda imagen, toda palabra, encarna un modo de ver y de pensar, y sobre todo que pueden encarnar nuestro propio modo de ver y de pensar. Podemos usarlas. Tenemos que usarlos. Debemos usarlas. Hay que capacitar a los jóvenes para hacer en el futuro un uso certero, reflexivo y creativo de palabras e imágenes. Imágenes y palabras pueden ser para ellos, para todos nosotros, escudos y armas. Pensar imágenes, pensar palabras son dos formas complementarias e inseparables de pensar, es decir, de posicionarnos frente a la realidad.