Cuba no puede escapar a ese impacto y requiere soluciones diferenciadas e inclusivas.
Actualmente nos encontramos inmersas en una situación de crisis profunda que amenaza el tejido social y el bienestar de las personas, poniendo en serio peligro las condiciones de vida de los sectores más vulnerables de la población.
No obstante, la gran mayoría de los análisis en torno a la crisis muestran ceguera respecto a los efectos que desde una perspectiva de género se producen en los avances hacia la igualdad en ese sentido.
Obviamente no se trata de ofrecer un discurso victimista sobre “lo peor le sucede a las mujeres” tras la crisis, sino de comprender cómo ésta les afecta de forma diferenciada debido a la desigual posición que ocupan en el sistema socioeconómico.
Los efectos negativos de la crisis sobre las mujeres van desde el ámbito económico -menos ingresos y ahorro, mayor inseguridad laboral-, hasta la salud reproductiva, el trabajo de cuidados no remunerado y la violencia de género.
La crisis pone su atención en la importancia para las mujeres de contar con ingresos propios. La autonomía económica contribuye al empoderamiento de las mujeres, puesto que las pone en una situación de igualdad de condiciones en comparación con los hombres; pero en este complejo escenario, nos preguntamos:
¿De qué viven las mujeres, cuántas de ellas tienen algún tipo de ingreso propio y cuántas son totalmente dependientes de terceros? En el caso de que perciban algún tipo de ingreso ¿de qué tipo de ingreso se trata?
Por ejemplo, los ingresos primarios generados por ellas reflejan mayor autonomía porque son producto del propio trabajo. En el caso de los ingresos por transferencias, estos dependen más de terceras personas o del Estado, y lo interesante es entender el rol que juegan en la subsistencia de los hogares.
Brechas de género
Previo a la situación epidemiológica y de crisis que enfrenta el país, debemos prestar atención a las brechas en el mercado laboral. Datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), revelan que en 2018 la brecha de género se mantiene alrededor de los 27 puntos porcentuales, cuando se compara la diferencia entre la Tasa de Actividad Económica masculina (76,9 por ciento) en relación a la Tasa de Actividad Económica femenina (49,5 por ciento).
Asimismo, los dos censos realizados muestran la feminización de la inactividad en el país.
Aunque no se cuentan con estadísticas de ingresos desagregadas por sexo, solo son públicas las estadísticas relacionadas con los salarios medios.
En 2018, el salario nominal medio mensual era de 777 CUP y las actividades económicas de mayores salarios promedio en el país fueron: construcción (1.539 CUP); explotación de minas y canteras (1.423 CUP); intermediación financiera (1.119 CUP), industria azucarera (990 CUP); ciencia e innovación tecnológica (981 CUP); pesca (958 CUP); agricultura y ganadería (921 CUP): todas ramas con salarios medios por encima de los 900 pesos cubanos y, como tendencia, de mayoría masculina, con excepción de intermediación financiera (ONEI, 2019).
Las mujeres representan el 49 por ciento del total de ocupados en el sector estatal civil y mixto. Mientras que el sector que mayor salario medio nominal mensual recibió en 2018, el de construcción, recibe tres veces lo que percibe el de menor salario medio mensual: cultura y deporte (503 CUP).
Se puede afirmar, entonces, que parte de las diferencias salariales dependen del sector de actividad económica al que se inserte una persona, aunque, como tendencia, los hombres se ocupan principalmente en aquellos sectores de mayores salarios.
Crece el costo de vida
A esta brecha de género en los ingresos primarios obtenidos se le añade el hecho de que un incremento en los salarios y pensiones medias no llega a compensar el acelerado incremento en el costo de la vida.
Más recientemente, esta situación empeoró como consecuencia de que se combina la contracción en la disponibilidad de los productos racionados, con la aguda escasez de productos alimenticios y de aseo de alta demanda que se adquieren en los mercados de “oferta y demanda” (pollo, carne de cerdo, aceite, detergente, etc.).
Otro elemento adicional sumamente importante ha sido la disminución de recursos procedentes del exterior como consecuencia de la ralentización del flujo de remesas que la población inmigrante envía desde los países donde trabajan y como las remesas actúan como sustituto del ingreso con que las mujeres no cuentan o que resulta insuficiente para satisfacer sus necesidades básicas.
Según la Comisión Económica para América Latina y El Caribe, los flujos de remesas hacia la región se podrían contraer entre 10 y 15 por ciento en 2020 y podrían pasar entre cuatro y ocho años para que retomen el monto alcanzado en 2019.
Entre 80 y 90 por ciento de las remesas se usan para cubrir necesidades básicas de los hogares receptores (alimentación, salud y vivienda), por lo que su contracción tendrá fuertes efectos en el consumo y la incidencia de la pobreza.
Ajuste del consumo
Esta situación presiona a los hogares a realizar severos ajustes entre los recursos disponibles y consumo. Sobre todo para núcleos familiares donde ingresen menos de tres salarios medios mensuales (de acuerdo a una serie de estudios menos de 2.220 CUP mensuales).
Como afirma la economista feminista británica Diane Elson, “los riesgos de las decisiones que se toman en la sala de juntas se absorben en la cocina; no es alrededor de la mesa del despacho donde se hace el balance final de tiempos, trabajos y recursos, intentando sacar la economía adelante bajo los condicionantes que esas decisiones imponen”.
Para muchas mujeres esta situación implica la reducción del consumo y, en este caso, qué se considera básico y qué prescindible a la hora de renunciar y cómo se distribuye esa reducción entre quienes componen un hogar (las necesidades de quién/es se priorizan).
En definitiva, si la aparición de nuevos patrones de no-consumo implica la degradación de las condiciones vitales (desigualmente repartida entre grupos sociales y en el interior de los mismos). La modificación de los patrones de consumo se compagina con diversas estrategias para acceder a los recursos.
En los hogares se intensifican y multiplican los trabajos, se buscan nuevas fuentes de ingresos (economía de rebusque) y se trasladan costes y responsabilidades hacia el trabajo no remunerado (economía invisibilizada).
Donde hay disponibilidad de datos cuantitativos, se observa que los hogares están permanentemente ajustando diversos tipos de trabajos en función de elementos cambiantes; en concreto, los no remunerados actúan como amortiguador ante la crisis, juegan lo que puede llamarse un “papel contracíclico”.
Más trabajo, menos ingresos
Los datos recogidos en las dos encuestas nacionales sobre el uso del tiempo para el país destacan que la relación de horas en la semana dedicadas por las mujeres a estas actividades supera en alrededor de 14 horas a las que dedican los hombres.
Según los datos de la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género de Cuba, el 21,6 por ciento del tiempo de las mujeres en una semana se dedica al trabajo no remunerado y el 13,2 por ciento los hombres.
Los hombres y mujeres que opinaron en esa encuesta expresan que los bajos ingresos económicos (72,8 por ciento), la escasez de viviendas (35,2 por ciento) y los problemas de transporte (31,8 por ciento), son los tres principales problemas para las mujeres hoy en día.
La población reconoce en cuarto lugar, la sobrecarga doméstica como problema para las mujeres (30 por ciento de la población).
A partir de todas estas consideraciones, se entiende que el principal efecto de la crisis ha sido la intensificación de tiempos y trabajos no remunerados que principalmente asumen las mujeres en el seno de los hogares, es decir, una intensificación del esfuerzo, del sacrificio y de las cargas de todo tipo que pesan sobre ellas.
Blanca Munster es economista