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Impedir la guerra imperialista

Fuentes: Rebelión

La crisis del mundo capitalista empeora a diario. De fase pre-revolucionaria entramos aceleradamente en una situación de crisis revolucionaria en numerosos países y a nivel orbital. Aunque los pueblos y trabajadores no tienen una dirección colectiva que contribuya a orientar sus luchas – inexorablemente -, la explosividad acumulada se va a desbordar. La desconfianza en […]

La crisis del mundo capitalista empeora a diario. De fase pre-revolucionaria entramos aceleradamente en una situación de crisis revolucionaria en numerosos países y a nivel orbital. Aunque los pueblos y trabajadores no tienen una dirección colectiva que contribuya a orientar sus luchas – inexorablemente -, la explosividad acumulada se va a desbordar.

La desconfianza en la estabilidad financiera está disparada. La crisis política afecta todos los escenarios. La oligarquía financiera quema sus fusibles: Zapatero, Papandreu y Berlusconi entre los europeos; ya lo habían hecho con Mubarack, Ben Alí y Kadaffi en el mundo árabe; y siguen Obama, la Merkel y Sarkozy. Están en turno.

La crisis es de tal naturaleza que las políticas de ajuste generan más crisis. La aparente inyección de recursos – paquetes de rescate y salvamento de los bancos – se hace sobre la base de aumentar la explotación de los trabajadores, que en el caso del mundo desarrollado ya no son ni la mitad de los trabajadores formales y en el caso de los países dependientes («en desarrollo») son menos del 25%. Es por ello que el ajuste debe recortar derechos fundamentales que los trabajadores y los pueblos no se van a dejar tocar.

La ausencia de una dirección revolucionaria es el factor que impide completar el cuadro de una clásica revolución. Sin embargo, como lo enseña la historia, el pueblo es superior a sus dirigentes. Se avanzará en medio de las limitaciones. Nuevos liderazgos tendrán que ocupar los puestos de avanzada. Inicialmente se marcha tímidamente. Es claro que la pérdida de confianza en todo tipo de representación política – por los errores cometidos en el pasado – se convierte en el principal obstáculo para la organización; pero, la necesidad obliga.

El programa ha sido formulado por el mismo movimiento. Profundizar la democracia y golpear el poder del capital financiero, son los aspectos esenciales. Subordinar los poderes representativos (parlamentos, asambleas de diputados, etc.) a la voluntad de órganos de poder popular ampliamente participativos, es la tarea política del momento. Esos nuevos poderes deberán diseñar los mecanismos para desactivar la burbuja especulativa financiera y construir nuevas bases económicas para una transición hacia la sociedad post-capitalista.

Impedir la guerra imperialista de distracción que ya organizan los imperios es una tarea prioritaria nivel internacional. Es tan grave la situación que – al igual que en 1930 -, la única salida que tienen los capitalistas es orquestar una guerra de gran envergadura. Hoy el motivo es la política nuclear de Irán, mañana podrá ser cualquier cosa. Tienen secuestrada a la ONU y la utilizan a discreción. Hay que señalar con firmeza ese peligro y alertar a los pueblos sobre su inminencia. La vida enseña. Los hechos nos darán la razón y activarán el sentido de supervivencia de los pueblos.

La crisis del mundo capitalista occidental no tiene salida en el marco exclusivo de la economía. Durante el siglo XX los EE.UU. y Europa financiaron su crecimiento con la sobre-explotación de los trabajadores y el despojo de los recursos naturales de los países colonizados. Hoy, fruto de las revoluciones nacionalistas y del avance de las potencias emergentes (BRICS) su margen de ganancia se ha estrechado. Por ello tienen que «apretar» a su propia población. Es lo que está en desarrollo.

La guerra que está en preparación será – en lo fundamental – una guerra política. Su misión es distractora. Su función es de «contención». No se hace para detener a una potencia rival sino para contener el avance de la rebelión que crece como espuma entre los trabajadores y pueblos del mundo. Es una guerra contra-revolucionaria. También es evidente que van a la conquista de importantes fuentes de energía que poseen pueblos y naciones que ya no controlan.

Entre los «indignados» españoles y los «ocupas» de Wall Street el debate debe ser posicionado sin ninguna timidez. No hay salida en el marco de la «democracia burguesa» y menos mientras los grandes poderes financieros no sean bajados de su pedestal.

Así mismo, al interior de los sindicatos se debe luchar con todas las fuerzas contra las cúpulas sindicales que se han vendido a los capitalistas y que hoy apoyan las políticas de ajuste. Desenmascararlos es nuestra obligación y un deber insoslayable.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.