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¡Acumulad ira¡

Incendios: Las cenizas del neoliberalismo

Fuentes: The Clinic

Existen similitudes memorables, pero casi innombrables. Qué coincidencia más inaudita podríamos establecer entre el acto del cerro Chacarrillas (1977) con sus antorchas hitlerianas -esas «llamas de la libertad» que anunciaban el boom modernizador- y los sucesos naturales e inducidos de incendiar los bosques del pueblo y atestiguar la desolación del verdadero mundo popular -sin la […]

Existen similitudes memorables, pero casi innombrables. Qué coincidencia más inaudita podríamos establecer entre el acto del cerro Chacarrillas (1977) con sus antorchas hitlerianas -esas «llamas de la libertad» que anunciaban el boom modernizador- y los sucesos naturales e inducidos de incendiar los bosques del pueblo y atestiguar la desolación del verdadero mundo popular -sin la estética estridente del consumo-. En los últimos días hemos asistido a la mediatización del «terreur». Se trata de una novela política con un juego de sarcasmos, ironías, omisiones y todo tipo de populismos de parte de nuestra elite que pone al desnudo como se quema una «tipología cultural». De un lado, después de CAVAL, los chascarros del gobierno no siempre pueden ser materia de opinión. De otro, no es casual que nuestra elite sibilinamente descubra que los sirvientes se revelan, pidan reformas, hagan coloquios para pobres, y el fuego inclemente irrumpa como una inquisición que le pone llamas a nuestra presuntuosa modernización; a esa idea de proyectar un futuro higiénico, purgando los dolores de una «olla flaca».

Dada la «cultura bronca» que se avecina, Gonzalo Martner no deja de piropear al Frente Amplio para evitar un desborde de insurgentes cuya acumulación de ira está lejos de reconstruir tejidos socio-políticos. Insidiosa teatralización, la de Martner, que, soterradamente, intenta enmudecer el campo de la disidencia a la dominante neoliberal: ¿Por qué no se dedica a apoyar con el mismo ímpetu la opción que representa Fernando Atria? En fin. La producción de cultura insurgente nos señala un hito fundamental que desestabiliza los arreglos simbólicos de la post/dictadura. De otro modo, no podríamos comprender ese afán medial por administrar la queja popular que hereda el dolor del inquilinaje, el sometimiento de las planchadoras, la demanda ancestral por la vivienda, los dilemas del bajo-pueblo analizado por la historiografía «underground» de Gabriel Salazar Y así, la patronal, coherente con su «catolicismo corporativo», asume el fuego y no la cruz como martirio. Los Solaris’, Paulman’ y Lucksic quieren un país sin proyecto, sin trascendencia, sin innovación: esto es un ejemplo de cómo mantener sodomizado a los grupos medios masificados. De otro lado, asoma esa intricada mezcla de filantropía y dinero; la llegada de un avión galáctico y milagroso fue representada por nuestra economía mediática como la promesa tecnológica donde la técnica sería capaz de revertir hasta los estados del viento y liberar de afecciones al mundo popular. El «Chile de huachos» aplaudió la épica del capital: conmovedor, impúdico, tristemente lamentable. El avión revela vulnerabilidad, hacinamiento, márgenes, esoterismo y poder económico. En suma, la filantropía nos devuelve a ese «Chile de palo y bizcochuelo», dulcificado por el relato de la modernización. Cuál será el malestar que provoca ese aroma petrificado del hacinamiento que da lugar a reacciones solapadas de quienes administran el relato progresista y cultivan los compromisos mediáticos. Debemos reconocer que la cobertura comunicacional -disfrazada de empatía- no logra ocultar ese gesto burlón hacia una «voz» que se alza desde los márgenes.

En alguna medida, más allá de la voraz adversidad climática, de las altas temperaturas, la chilenidad de emprendedores que manejan recursos estacionarios -otra forma de vulnerabilidad- y focos de empleabilidad, lleva mucho tiempo quemándose. Estamos insertos en una «democracia pirómana» que, de un lado, hace de la melancolía la ausencia de futuro y elimina la nostalgia prudencial por el pasado (el lugar de la borradura neoliberal) y, de otro, ofrece una invitación al emprendimiento universal. Todos podemos ser potenciales empresarios. De otro, reverbera la bancarización de la vida cotidiana y aquello que mi amigo Carlos Ossa nombra como una ausencia de «osadía gerencial» que explicaría y justificaría los bajos sueldos, y las estéticas de la cesantía. El punto es que se está quemando el 70% de la población con infra-sueldos (450 lucas mensuales) y con un endeudamiento existencial en la boutique de servicios. Dicho al revés; cuando el 0,5% de la población se «jala» el 40% del producto nacional «algo» se está quemando.

Y no está demás abundar en una lectura de antagonismos sociales. Vayamos por una pregunta primaria, hasta el momento ¿hay algún miembro de la clase política afectado por las llamas inclementes? Y si me permiten extremar las cosas este fuego asesino viene a justificar el fin de la Concertación. En medio de este reality la derecha se sube por el chorro (pero con una piscina que no tiene agua) y acusa un déficit de gestión y una ausencia de liderazgo -el tiro de gracia a Bachelet-. La conclusión sería ¡a esto nos condujo la desgarbada cultura de la retroexcavadora ¡ Ausencia de gestión y abundancia de politización. A la sazón, la Presidenta de la UDI coludida con las pesqueras, las forestales jugando a dos o tres bandas, la especulación de los seguros, y Arauco-Malleco ensombrecido. Y una cultura de emprendedores tipo «Rafa Garay» donde nadie entiende nada y comienza un espiral de imputaciones. A ello se suma una cadena solidaria de desconfianzas. A decir verdad, hemos oídos todo tipo de teorías surrealistas y kafkeanas sobre los orígenes del fuego, desde la ANI hasta los intereses que se pierden producto de la decisión de Trump respecto al TPP, desde latifundistas enfurecidos con el gobierno hasta mapuches autonomistas. La interfaz de la realidad tiene un tono a lo Godfather (¿cuál será nuestro principio de realidad?). Cuál sera nuestra tierra.

Y nuestros bomberos empobrecidos -nuestros valientes soldados- van al horno todos los días. En medio de estas trenzas resulta agraviante insistir en la tesis del «milagro chileno»; no podemos seguir ocultando nuestra ine-radicable condición pordiosera. Mueren bomberos, brigadistas, policías, pero en ningún caso empresarios o políticos. Se está quemando una «democracia indeseable» que ni la elite tolera, porque en su fuero íntimo entiende que habitamos en un ‘descampao’ que el mercado es incapaz de digitar. Muy pronto, y a no dudar, va a aparecer Tatán ofertando un plan de promesas re-estructuradoras y sugiriendo la transferencia a privados -dado los riesgos de los terrenos siniestrados. ¡Quién sabe¡ ¿La responsabilidad recae en las napas secas de nuestro neoliberalismo criollo? Y es curioso, el fuego será la nueva forma en que el capitalismo financiero pondrá en práctica otras formas de lucro y acumulación de activos; se abre un nuevo nicho de ganancias. De otro modo, el fuego es el último recurso del neoliberalismo para detener nuestra desesperación, nuestra insoportable bancarización de la vida cotidiana.

El comportamiento de la clase política ha dado lugar a un esperpento; primero dieron rienda suelta a la colusión más alevosa de los últimos 50 años, luego ofrecieron muñecas inflables y ahora se trata de quemar la democracia y sus estéticas exóticas. Y a no dudar; cuando se vaya el inclemente viento brotara un ejército de expertos que «condenara» a la tierra y abundaran los beneficios de otra oleada privatizadora. Esa será la hora de la técnica donde los consejeros de la especulación financiera se quejaran por no haber sido escuchados a tiempo. Hay que denunciar esta falacia. El fascismo es el fuego cultural y empírico, no su extinción.

Por estos días hemos visto como se viene abajo el «glamour exitista» del capitalismo financiero. La épica del capital y la movilidad social se encuentra enfangada. Después de todo, y en medio de los harapos, Silvio decía: «y hay que quemar el cielo si es preciso, por vivir».

¡Acumulad ira¡

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