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Una tarea inconclusa

Independencia a medias

Fuentes: Punto Final

Si para algunos el siglo XX fue un siglo corto, el anterior, el XIX, podría posiblemente ser considerado un siglo largo. Tiempo de revoluciones y guerras en Europa y también en América, tanto la del Norte como la del Sur. Con independencia, república y Constitución en la primera -que atisbaba ya el capitalismo y siguió, […]

Si para algunos el siglo XX fue un siglo corto, el anterior, el XIX, podría posiblemente ser considerado un siglo largo. Tiempo de revoluciones y guerras en Europa y también en América, tanto la del Norte como la del Sur. Con independencia, república y Constitución en la primera -que atisbaba ya el capitalismo y siguió, sin embargo, cargando con la esclavitud de millones de negros-, y en la segunda con vaivenes, triunfos y derrotas, con una economía atrasada con resabios feudales, con juntas de gobierno, golpes de Estado y reconquistas por parte de los realistas, en un desarrollo que tomó quince años hasta Ayacucho, y treinta más después, para ordenarse más o menos la casa.

América Latina había empezado conmocionada por la insurrección haitiana que culminó con su independencia de la Francia revolucionaria y la constitución de la primera República negra, en 1804. El subcontinente estaba dividido entre los dominios de la corona española, organizados en cuatro virreinatos: Nueva España -México- , Nueva Granada, Perú y Río de la Plata. La otra parte era Brasil, colonia de la corona portuguesa. En ambos inmensos dominios coloniales había atraso y complicaciones graves derivadas del estatuto colonial. A tal punto, que la dinastía borbónica que gobernaba en esos reinos europeos había iniciado en el siglo XVIII políticas de modernización que habían dado pocos resultados.

En Brasil había habido intentos conspirativos para alcanzar la independencia y algunas revueltas de esclavos. En 1780-81, en el Alto Perú, la insurrección de Túpac Amaru había contado con el apoyo de un enorme contingente indígena que obligó al virreinato a extremar esfuerzos para derrotarlo; pero no terminó con la insurrección, seguida por Túpac Catari, en lo que es hoy Bolivia. Entretanto, y al mismo tiempo, en Colombia se había producido la rebelión de los «comuneros», donde destacó Manuela Beltrán, que arrancó los carteles que anunciaban el alza de los impuestos. Y todo esto ocurría antes de que comenzara oficialmente el siglo XIX.

Había inquietudes y críticas a la dominación española que privilegiaba a los funcionarios peninsulares en desmedro de los criollos. Ese fue precisamente el tema central de la famosa «Carta para los españoles americanos», escrita por Juan Pablo Viscardo, (1747-1798) un ex jesuita peruano que conspiraba entre Francia e Inglaterra y que fue difundida hacia el continente por Francisco de Miranda. Comienza con la declaración de que «el Nuevo Mundo es nuestra patria (y), su historia es la nuestra», señalando luego que la historia de los tres últimos siglos es «tan uniforme y tan notoria que se podría reducir a esas cuatro palabras: ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación».

 

SURGEN LAS JUNTAS

 

DE GOBIERNO

La invasión francesa a España y el cautiverio del rey Fernando VII fueron resistidos por las armas por el pueblo español, que recibió ayuda británica. Al mismo tiempo, se constituyeron Juntas de Notables en ciudades y regiones importantes, que se ordenaron finalmente con una Junta Central. Las repercusiones en las colonias fueron inmensas. Alegando fidelidad el rey cautivo, en la mayoría de los casos aparecieron Juntas en Virreinatos y Capitanías Generales, legitimadas por lo que ocurría y por tradiciones que venían de la Edad Media. En América -y con características muy diversas- se produjeron movimientos que apelaban a la voluntad del pueblo (en la limitada forma en que se entendía entonces): en Nueva España el 16 de septiembre de 1810 el sacerdote Miguel Hidalgo, con el Grito de Dolores, llamó al pueblo a levantarse cerrando su arenga con un «Viva Nuestra Señora de Guadalupe y abajo los gachupines», nombre despectivo aplicado a los españoles. En pocos días se organizó un levantamiento en que participaron miles de campesinos que ganaron varias batallas y llegaron hasta las puertas de Ciudad de México antes de ser derrotados. Hidalgo fue fusilado pero la rebelión continuó encabezada por otro cura, José María Morelos. En Caracas, Venezuela, en abril, se constituyó otra Junta. En Buenos Aires, en mayo de 1810, ocurrió algo semejante y en Chile el l8 de septiembre. Las autoridades nombradas por la Corona fueron sustituidas. No ocurrió lo mismo en todas partes, pero el proceso emancipador se puso en marcha.

«Nada efectivo pudieron hacer en todo aquel periodo para sacudirse el yugo español el poderoso vecindario de Lima, ni el puerto de Guayaquil, ni el Alto Perú, ni Cuba ni Puerto Rico, ni Centroamérica. Allí residía el nervio mismo del poderío militar hispano», ha señalado un historiador que explica a continuación: «Lima tenía como virrey a Fernando de Abascal, marqués de la Concordia, el más duro obstáculo que encontró la causa emancipadora en Sudamérica, como que la mantuvo en jaque durante todo el tiempo de su gobierno (1808-1818).

Sobre Centroamérica pesaba la vigilancia inmediata de las guarniciones de México, Cuba y Puerto Rico, convertidas en arsenales del ejército colonial, como que de esta última isla salieron Cajigal y Monteverde a sofocar la revolución venezolana y neogranadina. Y como que Cuba y Puerto Rico permanecieron en poder de España muchos lustros después, hasta 1898″.

La vuelta al absolutismo en España simplificó las cosas en 18l4. Ya no pareció necesario proclamar fidelidad al rey de España y sí enfatizar la lucha por la independencia y la intensificación de la guerra, que se extendió por el continente.

 

EL PROCESO INDEPENDENTISTA

 

EN CHILE

El proceso fue relativamente tranquilo al menos en los dos primeros años. Hubo un avance rápido de los partidarios de la independencia o de un alto grado de autonomía. Juan Martínez de Rozas, Bernardo O’Higgins, Camilo Henríquez, Juan Mackenna, Juan Egaña, Manuel de Salas, José Miguel Carrera, sus hermanos Juan José y Luis, Manuel Rodríguez y muchos otros, organizaron un Congreso, y echaron las bases para un gobierno independiente. Incluso mandaron soldados a Argentina como posible ayuda en caso de invasión. La guerra se produjo a partir de 1813. Los combates fueron fortaleciendo el sentimiento patriótico. El desastre de Rancagua, la reconquista española y sus crueldades y abusos aumentaron la resistencia y la actividad clandestina, encabezada por Manuel Rodríguez.

En 1817, el Ejército Libertador, formado por argentinos y chilenos, cruzó la cordillera y derrotó a los realistas en la batalla de Chacabuco. Ese triunfo significó la recuperación del país y, en definitiva, la derrota de los españoles en la batalla de Maipú. Bajo el gobierno de O’Higgins se materializó la expedición libertadora al Perú al mando de José de San Martín, que deterioró fuertemente al Virreinato y facilitó las cosas para que, en 1825, en Ayacucho, las tropas comandadas por Sucre derrotaran definitivamente a las fuerzas de la Corona española. En esa victoria participaron oficiales y soldados venezolanos, colombianos, argentinos, ecuatorianos, chilenos, además de europeos sumados a la causa liberadora.

América Latina era libre. Las cosas, sin embargo, no cambiaron mucho. Siguieron mandando las oligarquías coloniales, hubo algunos cambios con los caudillos surgidos de las guerras. No hubo paz. Y pronto los deseos unitarios y de entendimiento latinoamericano fueron aventados por luchas intestinas y las guerras entre nacientes países. La dominación española fue reemplazada por otra más sutil y eficiente. Gran Bretaña hacía préstamos, construía ferrocarriles, copaba los mercados con manufacturas y en caso necesario, actuaban sus barcos de guerra. En el siglo XX, Gran Bretaña sería reemplazada por Estados Unidos, que desde siempre ha considerado a América Latina su «patio trasero».

Chile en el siglo XIX tuvo a lo menos tres guerras civiles, la última en l891 costó más de diez mil muertos, sin contar la «pacificación» de La Araucanía ni el genocidio de las etnias australes. Tuvo además tres guerras exteriores: contra la Confederación Perú-Boliviana, contra España y la guerra del salitre, entre 1879 y 1881.

Pero los campesinos y obreros de Sudamérica seguían siendo explotados. Y se hablaba de libertad, de cultura, de derechos del hombre, de paz. El escritor mexicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, escribió: «Los nuevos países siguieron siendo las viejas colonias: no se cambiaron las condiciones sociales, sino que se recubrió la realidad con la retórica liberal y democrática. Las instituciones republicanas, a la manera de fachadas, ocultaban los mismos horrores y las mismas miserias. Los grupos que se levantaron contra el poder español se sirvieron de las ideas revolucionarias de la época, pero no pudieron ni quisieron realizar la reforma de la sociedad.

Las ideas tuvieron una función de máscara; así se convirtieron en una ideología, en el sentido negativo de esta palabra, es decir, en velos que interceptan y desfiguran la realidad. La ideología convierte a las ideas en máscaras: ocultan al sujeto y, al mismo tiempo, no lo dejan ver la realidad. Engañan a los otros y nos engañan a nosotros mismos.

Así se inició el reina de la máscara, el imperio de la mentira. Desde entonces la corrupción del lenguaje, la infección semántica, se convirtió en nuestra enfermedad endémica; la mentira se volvió constitucional, consustancial».

 

CURIOSIDADES DE

 

LA INDEPENDENCIA

Para cerrar, una cosa curiosa: prácticamente desde el comienzo se atribuyó al 18 de septiembre de 1810 el carácter de fecha fundacional de la República de Chile. En 1812, relata un cronista de la época, se realizó el 30 de septiembre una gran fiesta en la Casa de Moneda para conmemorar el 18 de septiembre de 1810. Hubo que correr la fecha por un lío que se produjo con las esquelas de invitación, que también cayeron en manos de «damas de la mayor prostitución del pueblo». Descubiertas, hubo que cambiar fecha y esquelas.

La fiesta fue inmensa, de claro cuño republicano. El cronista -partidario del Rey- constata que «duró esta diversión toda la noche, hasta las 6 de la mañana siguiente, y para proporcionar el gusto y desahogo, alternativamente con los bailes se entonaba por el joven La Sala, de exquisita voz y pericia en su arte, las canciones patrióticas que también corren impresas». Por su parte Camilo Henríquez escribió un poema titulado «En el 18 de septiembre de 1812», cuyos versos finales dicen: «Este día solemne y sacrosanto / de una vida más noble no parezca; / se eternice en los fastos y la fama / se encargue de extenderlo por la tierra/ «.

Pérez Rosales señala que en su adolescencia se celebraba el 12 de febrero como aniversario de la independencia, por haber sido ese día, en 1817, la batalla de Chacabuco y el triunfo de los patriotas y la victoria de la libertad y el 12 de febrero del año siguiente, la jura de la independencia.

Y más adelante precisa: «Las voces patrias y Chile no fueron voces sinónimas en los primeros tiempos de nuestra vida republicana. Patria no significaba al pie de la letra lo que ahora significa Chile, sino el conjunto de principios democráticos que luchaban a cuerpo partido contra los absolutistas de la monarquía española y, además, hasta las mismas personas que capitaneaban las banderas independentistas, y eso explica por qué tuvimos entonces Patria Vieja y Patria Nueva.

Sólo en 1824 vino a darse por decreto supremo a la voz patria su legítimo significado: se mandó que en adelante se dijeses ‘viva Chile’ en vez de ‘viva la patria’ en los grandes días en que debían celebrarse las glorias de recientes fechas y aquellas que conmemoraban las que nos dieron libertad».

 

 

 

Publicado en «Punto Final», edición Nº 813, 19 de septiembre, 2014

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