Desde la Segunda Guerra Mundial todas las generaciones han pensado que su vida sería mejor que la de sus padres, estamos ante la primera generación que piensa y siente que estarán peor que sus progenitores. Este retroceso tiene que ver directamente con el agotamiento del sistema político y el modelo económico, en crisis permanente de los aspectos sociales: lo laboral, la vivienda, la educación o la seguridad.
Son crecientes las amenazas que afectan a las personas en el mundo actual. Desde las guerras generalizadas que imponen incertidumbre sobre un posible exterminio masivo; las enfermedades como la pandemia o los cambios acelerados en la matriz productiva que exalta algunas actividades o ponen otras en vías de extinción.
Especialmente los jóvenes que han sido criados en el metaverso viven en un estado híbrido, por un lado, la realidad se manifiesta con todas sus luces y sombras en la interacción entre sus pares en la educación, el trabajo o las amistad; por otro, la forma de vida moderna discurre en la soledad del teléfono o el ordenador, atomizando a la sociedad en individuos más fácilmente manejables.
La existencia moderna se impone como individualismo sin la existencia de proyectos colectivos que permitan la esperanza o el soñar con una forma de vida diferente, donde la suma de las individualidades proyecte utopías que hablen de formas mejores de realización como especie.
La derrota del proyecto de la izquierda con la imposición de solo una forma de ver el futuro, la del mercado, con su ensimismamiento en el consumo como realización, produce desolación, desesperanza y frustración al no conseguir el objeto del deseo.
Desde un punto de vista cognitivo, la realidad deja de ser concreta, se vuelve difusa sin existir diferencias en lo que ocurre en la cotidianidad; la realidad se vuelve digital sin existir límites entre lo verdadero o lo falso. Es más, la realidad es subvertida por un simulacro, la posverdad [1], la noticia falsa, se convierte en una verdad o en lo que debería ser según el deseo: un mundo de apariencias.
El individualismo es aprovechado como la principal arma política de la derecha. Las personas sin proyecto común quedan a merced de los sentimientos más básicos del temor a sus semejantes, pero preferentemente al diferente. Sus pesadillas giran en torno a perder sus bienes o quedar en la marginalidad.
Se ha creado un mundo basado en el miedo estimulado por los sectores reaccionarios para sus propios fines de dominio, para mantener la rebeldía propia del ser humano cautiva de las emociones básicas de sobrevivencia.
Ante esta realidad cognitiva pareciera ilusorio luchar contra la posverdad o la información falsa, se impondría enfrentar a los sectores reaccionarios con las propias armas de la desinformación en una batalla abierta por imponer la mentira propia como lo real.
Más aún, la noticia falsa como realidad es estimulada desde el poder, desde los más altos liderazgos políticos, sabiendo que el control de los medios de comunicación y las redes sociales a través de algoritmos que estimulan las preferencias de los usuarios, permiten construir discursos que chocan abiertamente con la lógica, afirmando algo para posteriormente contradecirse sin temor a ser tildado de lunático.
El tipo de construcción retórica falsa de acusaciones sin sustento real ha quedado de manifiesto en repetidas ocasiones durante la historia. El gobierno de George W Bush acusó sin fundamento alguno a la dictadura de Sadam Hussein en Irak de poseer armas de destrucción masivas nucleares, químicas y biológicas y de tener vínculos estrechos con los yihadistas radicales islámicos. Los hechos posteriores al genocidio contra los iraquíes producido por la invasión estadounidense, demostró su absoluta falsedad.
Recientemente, el gobierno de Donald Trump sindica a Venezuela como el epicentro del tráfico de drogas hacia los Estados Unidos, creando un casus belli contra el país caribeño que permita la retaliación militar. Las acusaciones contra el gobierno venezolano, si bien no son nuevas, nunca habían llegado a tal nivel de vulgaridad, donde todas las pruebas indican que el tráfico de drogas desde Venezuela es insignificante.
Mención aparte es la entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, una conspicua golpista y belicista que llama a la intervención extranjera para derrocar al gobierno venezolano.
Las últimas noticias señalan que existe “alarma en el Senado de EE. UU. por la denuncia de expansión de Hezbolá en Venezuela bajo el mandato de Maduro”. Paralelamente, Trump enfoca su retórica contra el gobierno progresista de Gustavo Petro, acusándole de ser “un líder del narcotráfico”.
El giro geoestratégico de los Estados Unidos sobre su “patio trasero” es evidente, encontrando campo fértil para su política en países debilitados por años de sanciones como Venezuela o penetrados por sus agencias de seguridad por décadas como Colombia.
Con estos ejemplos vemos que la construcción de falsedad informativa ha llegado al extremo de no molestarse si quiera en la creación de condiciones verosímiles para la agresión. Solamente se requiere de una fuente oficial, aunque sea absolutamente poco creíble, para que los medios lo acepten como real, noticiando sin incluir contrapartes que mencionen la evidencia en contrario.
Por otra parte, las manifestaciones de la llamada Generación Z en diferentes países como Madagascar, Nepal o Perú, pueden ser un signo de esperanza al indicar que existe un despertar de los jóvenes, pero también permite especular sobre formas álgidas de control político/social para manipular a la población para fines geopolíticos particulares, considerando que los jóvenes son los más vulnerables para ser utilizados como caballito de batalla.
A pesar de la indefensión en que se encuentra la opinión pública, existen formas de enfrentar la desinformación. Estas se encuentran en la construcción de proyectos políticos colectivos que permitan la pertenencia de los individuos a formas de ver el mundo bajo prismas diferentes. Es tarea de los liderazgos de la izquierda el crear estos proyectos colectivos donde la posverdad no encuentre donde anidar, donde el pueblo vuelva a tener fe en un futuro de esperanza.
Nota:
[1] Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales
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