Tengo un amigo Doctor en Geología por la Universidad Complutense que ronda los 70, cuyos estudios y trabajos han sido reconocidos en otros países de distintos continentes, que lleva tiempo intentando persuadir a ayuntamientos españoles con playa, de que debido al alto número de ahogamientos evitables cada año en España, la inmensa mayoría causados a […]
Tengo un amigo Doctor en Geología por la Universidad Complutense que ronda los 70, cuyos estudios y trabajos han sido reconocidos en otros países de distintos continentes, que lleva tiempo intentando persuadir a ayuntamientos españoles con playa, de que debido al alto número de ahogamientos evitables cada año en España, la inmensa mayoría causados a los bañistas por las corrientes de resaca o corrientes de retorno, urge un Plan Nacional para evitarlos. Sus propuestas son, además de fundamentadas mucho más talentosas que costosas. Pero hasta ahora, al parecer pocos municipios de los muchos miles que hay en el perímetro costero han mostrado interés por un asunto, el de la prevención y seguridad en las playas, que les concierne y que además favorecería el turismo tanto interior como exterior.
Y es que siempre estamos en lo mismo: la sociedad española nunca está a la altura de sus individualidades. Por unas razones o por otras, generalmente identificadas a posteriori, la sociedad española escupe constantemente a sus genios, a sus talentos, a sus inteligencias preclaras que han de buscar fuera del país la inteligencia que los valora y los recursos que aquí nunca encuentra. Para mí es norma que después del valor del genio está el valor del talento que lo descubre y reconoce, y luego el valor del mecenas que financia el trabajo, el proyecto o la idea. Norma que, en mi estimación, es aplicable tanto al arte como a la ciencia como a la tecnología.
Y digo que las razones están identificadas, porque unas veces la causa es la estrechez de miras, otras la falta de recursos o, lo que es peor, de presupuesto para las iniciativas aventuradas. Y casi siempre la envidia, el defecto nacional por antonomasia. Siendo así, por otra parte, que choca con el principio capitalista: el riesgo es lo que justifica el beneficio.
Por lo demás, este asunto de la distancia entre la inteligencia colectiva encarnada en las distintas instituciones del Estado o entre los bastidores de la banca e institutos privados, tendría alguna justificación hoy día, más allá de las causas señaladas, habida cuenta la inestabilidad política. Pero, sin temor a equivocarme, golpea en mi seso la idea de que en España precisamente a ese tipo de personas que van atravesando los dos o tres últimos siglos envueltas en la enseña nacional, orgullosas por glorias pasadas relacionadas principalmente con el Descubrimiento, las conquistas y la colonización con el evangelio en una mano y la espada en la otra, les basta tales gestas. Y digo que son ellas el dique de contención para muchas inteligencias individuales verdaderamente valiosas porque, además, en la inmensa mayoría de los casos son las que manejan los intereses materiales de España, pues también la tradición entendida como traspaso de padres a hijos de competencias y de riqueza, está en sus manos. La otra España, la que no está lastrada por esa miserable y necia manera de verse a sí misma y a todo lo que le es ajena, sólo suele aparecer tímidamente en un primer plano por cortos espacios de tiempo, y siempre además acosada y mediatizada por la España «principal» que es la de esos que se creen, y así se comportan, como si fuesen ellos los únicos dueños legítimos de la Península Ibérica y sus islas adyacentes. Pues en esta materia del ingenio es verificable que los proyectos e ideas brotados en el corto espacio de tiempo que abarcan los dos periodos republicanos en España, aparte de haber sido aprovechados por la dictadura en muchos casos, fueron más fértiles que los cuarenta y cuatro años alocados que llevamos viviendo en esta democracia de mínimos. Un sistema dominado, además, justo y paradójicamente por los consagrados al neoliberalismo y, con él, a la privatización hasta del aire que respiramos y a la iniciativa privada, en el máximo detrimento posible de las iniciativas del Estado…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
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