Sentado en una estación de autobuses escuchaba una conversación que mantenían dos muchachos y dos muchachas, acerca del proceso de regulación. No me pude negar a ser testigo de sus palabras, porque su tono era demasiado alto y el contenido importante. Concluían la charla con la siguiente frase: «Como sigamos así nos invaden». No se […]
Sentado en una estación de autobuses escuchaba una conversación que mantenían dos muchachos y dos muchachas, acerca del proceso de regulación. No me pude negar a ser testigo de sus palabras, porque su tono era demasiado alto y el contenido importante. Concluían la charla con la siguiente frase: «Como sigamos así nos invaden».
No se puede separar al ser humano de la fuerza de trabajo, ya se intentó durante siglos, pero los esclavos tienen la cualidad de pensar, sentir y organizarse.
La globalización ha conllevado a su vez la movilidad de capital, mercancías y personas. La internacionalización del trabajo que ya vivieron nuestros padres en sus carnes cuando cogieron la maleta de cartón y se marcharon en vagones de madera para hacer turismo por medio mundo. Eso alejó de nuestras mentes la posibilidad de que en un futuro, hoy presente, nosotros fuéramos a ser receptores de fuerza de trabajo, y que también se reproducirían los beneficios e inconvenientes que ellos vivieron.
Lo dice mi madre, lo nuevo empuja a lo viejo. Nuestras vidas cambian con el contacto con otras culturas. Los trabajadores que han llegado, vienen llenos de ilusiones, inundados de esperanzas, esperan encontrar aquí el paraíso prometido y de sus ilusiones nos contagian también a nosotros, remueven nuestros cimientos y nos enseñan que el color de la vida está lleno de matices.
La cultura obrera clásica de aquí no los esperaba y está sufriendo su parto. Desde los barrios más humildes a los intelectuales más preclaros, han tenido que asumir su llegada y, con ello, alterar el lenguage. Ya no estamos solos, han venido nuestros vecinos del Sur y del Este. Invitados, cómo no. Bienvenidos sean.