En el campo académico y político, el tema de los intelectuales y la política siempre ha ocupado un espacio importante. Es un tema que genera mucha polémica. En periodos «normales» los intelectuales se mueven en la comodidad de sus espacios, académicos y otros, desde donde producen o difunden sus ideas y las de otros. Pero, […]
En el campo académico y político, el tema de los intelectuales y la política siempre ha ocupado un espacio importante. Es un tema que genera mucha polémica. En periodos «normales» los intelectuales se mueven en la comodidad de sus espacios, académicos y otros, desde donde producen o difunden sus ideas y las de otros. Pero, cuando se enfrentan a coyunturas políticas críticas se enfrentan ante el dilema de guardar silencio, acomodarse a los grupos de poder, o tomar posiciones críticas consecuentes con la el desafío histórico que se presenta. Es frecuente también que los intelectuales entren en pánico por la conflictividad y movilización de las masas, que casi siempre acompaña a las crisis políticas, cuando éstas están enraizadas en problemas estructurales profundos, y sobre todo cuando adquieren la dimensión de lucha de clases, más allá de los conflictos políticos intra-elitarios. ¿Qué ha pasado con la llamada intelectualidad hondureña frente al golpe de Estado del 28 de junio de 2009?
Están los intelectuales que siempre se han acomodado a los grupos de poder, y sus posiciones políticas cambian tanto como cambian los gobiernos, según las posibilidades de un cargo público u otra canonjía que ofrecen los poderosos a sus voceros. Son los que conociendo del rechazo que el presidente Zelaya generaba ante los grupos de poder, no perdieron tiempo en colocarse contra el presidente, los que le recomendaban qué hacer (para que no se saliera de los lineamientos políticos que la elite hondureña está acostumbrada a imponer a sus gobernantes). Son los que ocuparon las primeras filas en los programas de televisión y en las columnas de los periódicos, presentándose como los sensatos consejeros políticos. Pero de estos intelectuales ya no sorprende nada, todo lo que hagan está mediado por el dinero, «por esa sensación de ternura», palabras más palabras menos, que produce el dinero, como lo dijera el poeta hondureño Roberto Sosa.
Interesa aquí reflexionar sobre los intelectuales que han sido reconocidos o se han autodenominado de izquierda, progresistas o demócratas, y que ahora para sorpresa de propios y extraños de manera abierta o solapada están a favor del golpe de Estado y del régimen de facto. Lo que se puede considerar la intelectualidad hondureña durante el gobierno de Zelaya se perfiló como timorata y confundida, en el mejor de los casos; pero sobre todo conservadora y hasta reaccionaria. Desde antes de que Zelaya jurara como presidente de la República de Honduras, varios de los autodenominados intelectuales apostaron a que Zelaya no terminaba su periodo de gobierno. ¡Vaya oráculos que lograron predecir el golpe de Estado!
Están los intelectuales que fueron anti-melistas, anti-cuarta urna, anti-Asamblea Nacional Constituyente, y ahora siguen en su coherencia siendo pro golpe de Estado. Son los que con arrogancia y orgullo han expresaron: «si por ser anti-melista coincido con la derecha, voy a coincidir con la derecha», son los que en Zelaya no vieron más que una «patastera [enredadera] ideológica» pero que ahora encuentran en el bloque golpista a los grandes demócratas hondureños, son los que consideran que el «retorno del presidente constitucional de Honduras no es bueno para la sociedad hondureña», son los que piensan que las elecciones, sin importar que sean bajo un gobierno de facto y espurio, «son la solución a la actual crisis política».
En estos intelectuales no se encuentran diferencias discursivas con los principales actores políticos y militares que condujeron el país en los años ochentas, bajo la humillante ocupación militar norteamericana, bajo la doctrina de la seguridad nacional y la represión política que se expresó en centenares de desapariciones y asesinatos políticos. Son los que hoy coinciden con la ex-cúpula militar golpista. Son los que dos días antes del golpe marcharon en las calles de Tegucigalpa junto a los militares golpistas y los reservistas, que ahogándose gritaron: «señores del Congreso Nacional actúen», es decir procedan al golpe de Estado. Son los mismos que se han recorrido las ONGs haciendo consultorías para las reformas democráticas que según ellos requiere el país. Pero claro, es esa democracia complaciente, despolitizada, que teme a la soberanía popular en la que el pueblo, el «populacho» pueda decidir sobre el rumbo del país. Son los intelectuales eternamente críticos del movimiento popular, que lo desprecian y lo consideran incapaz. Los que en las movilizaciones sólo ven gente comprada por unos cuantos lempiras. Son los que atrincherados en los grandes medios de comunicación no se atreven a mencionar la frase golpe de Estado, régimen de facto, y prefieren utilizar los eufemismos de sucesión forzada, sucesión constitucional y gobierno interino.
Son los que defienden una ciencia neutra y una prensa objetiva. Es la neutralidad y la objetividad hacia los sectores populares, y el compromiso complaciente con las elites y los sectores dominantes. Es la neutralidad y la objetividad que se asusta ante el conflicto social, que tiene una visión moralista y religiosa de la política y de la democracia. No les vendría mal algunas breves lecturas de Max Weber:
La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura […]. Sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado adyecto para lo que él ofrece, sólo quien frente a todo esto es capaz de responder con un «sin embargo»; sólo un hombre de esta forma construido tiene «vocación» para la política.
Estos son los intelectuales de «izquierda» que se han colocado a la derecha del golpe de Estado.