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Respuesta al “Manifiesto de los Intelectuales Chilenos”

¿Intelectualidad crítica funcional al Neoliberalismo o al servicio de la lucha de clases?

Fuentes: Scribd

Presentamos a continuación un debate con el recientemente publicado «Manifiesto de los Intelectuales Chilenos«. Aunque teniendo en cuenta la extensión reducida del mismo, pensamos que aquel sintetiza una serie de ideas y posiciones que vienen teniendo una gran importancia en el debate político actual. Esto último ya que se relacionan con una serie de aristas […]

Presentamos a continuación un debate con el recientemente publicado «Manifiesto de los Intelectuales Chilenos«. Aunque teniendo en cuenta la extensión reducida del mismo, pensamos que aquel sintetiza una serie de ideas y posiciones que vienen teniendo una gran importancia en el debate político actual. Esto último ya que se relacionan con una serie de aristas en torno al tema educativo, el papel de la «Nueva Mayoría», el carácter del programa de reformas del gobierno de Bachelet, el rol político de la llamada intelectualidad progresista y los modelos de sociedad que comienzan, inicialmente, a plantearse como una alternativa al neoliberalismo. Debido a esto, hemos obviado la propia extensión de dicho manifiesto, elaborando una respuesta lo suficientemente amplia para pronunciarnos acerca de aquellas temáticas, aunque esto de una manera introductoria.

¿A cerrar el paso al Fascismo?

En días recientes ha salido a la luz un comunicado escrito por una treintena de artistas y pensadores chilenos de diversas áreas autodenominado como «Manifiesto de los Intelectuales Chilenos», acompañándose este pomposo título de un combativo slogan que proclama: «A cerrar el paso al Fascismo».

¿Es que existe hoy en Chile tal peligro? Y en caso de existir dicha amenaza ¿cuál sería el papel del gobierno de Bachelet y su programa de reformas ante aquella? Más aún ¿cuál es el rol que debería jugar la izquierda y las organizaciones obreras, populares y estudiantiles ante la misma? Finalmente, aun cuando dicha amenaza no sea más que, como sostenemos en esta nota, una cortina de humo destinada a oxigenar, desde la vereda de la intelectualidad pro-concertationista, la aplicación del programa neoliberal de la «Nueva Mayoría», cabe preguntarnos: ¿Cómo podría ser detenido el inminente «avance fascista» al que hacen mención, entendiendo aquí por aquel, aunque de manera incorrecta, el avance relativo de la derecha en la política nacional: por ejemplo en el tema educativo?

El «Manifiesto de los Intelectuales Chilenos»

En líneas generales, podemos resumir el contenido de este Manifiesto en tres ideas principales.

a-El gobierno de Bachelet representaría una oportunidad histórica para la construcción de un Chile realmente democrático, esto principalmente en el ámbito de la transformación del elitista régimen político y social existente en nuestro país, producto de las políticas neoliberales aplicadas en Chile desde la década de 1980. De acuerdo a los firmantes de este manifiesto, dicha «oportunidad histórica» consistiría en la posible implementación de una serie de políticas destinadas a favorecer una mayor participación de la ciudadanía en la vida pública, así como también una mayor democratización de la sociedad chilena. Esta oportunidad histórica representaría, además, una re-edición de las esperanzas de cambio asociadas a referentes «ciudadanos» tan diversos como Balmaceda, Frei Montalva y Allende. Desde este punto de vista, las reformas que impulsa hoy Bachelet compartirían con el programa de aquellos, entre otras cosas, el cuestionamiento de una sociedad «dividida en castas» y la búsqueda de una mayor participación social.

b-El impulso renovador y ciudadano liderado por la presidenta Bachelet, aunque criticable en ciertos aspectos, tendría frente a sí un poderoso movimiento de resistencia a las reformas, este último articulado alrededor de los sectores más conservadores de la sociedad chilena, por ejemplo los partidos de derecha. Más aún, dicho movimiento estaría siendo alimentado por una serie de sectores políticos ligados al «progresismo», llevados estos últimos de motivaciones políticas personalistas (luchas de egos), así como también por sectores autodenominados de izquierda, los que debido a su inmadurez, impaciencia (o complicidad), terminarían «haciéndole el juego a la derecha».

c-Ante esta situación de emergencia externa (avance inminente del Fascismo) e interna (división de las «filas progresistas» y posible «infiltración»), los «intelectuales chilenos» levantan su bandera: apoyo crítico a Bachelet. Según aquellos, tal como se desprende de su comunicado, aquello permitiría tanto defender las conquistas sociales que puedan arrebatarse a la Derecha, así como también «cerrarle el paso» a esta última y avanzar (de manera gradual y consensuada) en las nuevas reformas democráticas que Chile requiere. En sus propias palabras, retomar las banderas de Balmaceda, Frei Montalva y Allende.

Pero examinemos con algo más de detalle lo que nos plantean estos intelectuales. Como plantearemos a continuación, veremos que ha sido justamente el tipo de discurso progresista del cual el «Manifiesto de los Intelectuales Chilenos» es un ejemplo claro, uno de los pilares ideológicos del sostenimiento y legitimación del neoliberalismo en Chile, esto desde el retorno de la democracia hasta hoy.

¿Arremetida fascista o mayor lucha de clases?

Durante los últimos meses, la caída en las encuestas de la aprobación al gobierno de Bachelet y el apoyo ciudadano a su programa de reformas, al igual que la irrupción de ciertos fenómenos mediáticos como el de las llamadas «marchas por el lucro», han sido el escenario de fondo a partir del cual ha tomado cuerpo en el discurso oficialista una suerte de «teoría del complot». De acuerdo a aquella, surgida en el contexto de una mayor división interna de las filas de la «Nueva Mayoría» (por ejemplo la disputa con la DC ante la reforma educacional), el gobierno de Bachelet estaría haciendo frente a una creciente resistencia, impulsada desde la Derecha, cuyo objetivo sería «reventar» el programa de reformas democráticas y sociales impulsadas por la presidenta.

En el ala izquierda del gobierno, una variante de esta «teoría del complot» seria la defendida por el Partido Comunista, el que explicaría la mayor critica a su actuación al interior de la «Nueva Mayoría» por la existencia de un «complot anti-comunista», haciendo para esto alusión a la política macarthista del imperialismo norteamericano durante los años 50’s. Esta «teoría del complot», tanto en su versión anti-bacheletista o anti-comunista, compartirían una misma finalidad política: esto es, presentar al gobierno de Bachelet como un actor a la vanguardia de los procesos de transformación democrática, debiendo enfrentar por eso mismo el ataque del conjunto de las fuerzas conservadoras de la sociedad.

Es esta matriz discursiva: la «teoría del complot», la cual se encontraría en la base del llamado «Manifiesto de los Intelectuales Chilenos», constituyendo en los hechos uno de sus productos más «refinados». De acuerdo a aquel, la creciente oposición a Bachelet, metiéndose aquí en un mismo saco tanto aquella representada, por ejemplo, por los estudiantes que se oponen a la reforma educacional para luchar por la educación gratuita, así como también la de aquellos que se oponen a la misma para defender sus privilegios (entre otros los sostenedores), debería entenderse bajo la óptica de una lucha histórica (centenaria) entre fuerzas democráticas y conservadoras (o fascistas).

Desde nuestro punto de vista, tanto la «teoría del complot», que ha venido siendo utilizada a través de diversos medio por el discurso gubernamental, así como también la definición de «arremetida fascista», se basarían en una serie de operaciones discursivas construidas a partir de variados presupuestos erróneos y tergiversaciones históricas. Igualmente, en un ocultamiento intencionado (ideológico) de los recientes avances de la lucha de los trabajadores y sectores populares chilenos.

En primer lugar, aunque sin pretender entrar en esta nota en una discusión terminológica ni histórica, el Manifiesto tergiversa burdamente la definición de Fascismo, utilizándola como una especie de «paraguas discursivo» con el cual designar al conjunto de las «fuerzas anti-democráticas», entendidas estas últimas como opositoras a Bachelet. Aunque, como dijimos, sin pretender dar aquí una discusión en torno a la naturaleza del Fascismo, cabe mencionar que dicho concepto alude a la existencia de un régimen social y político de tipo corporativista, este último basado en la presencia de un sistema económico estatalmente planificado y una ideología de carácter nacionalista. En otras palabras, todo lo contrario al tipo de régimen neoliberal instaurado por la dictadura en los años 80’s y continuado por la Concertación y la Derecha.

Esta tergiversación de la definición de Fascismo se acompañaría, asimismo, de una sospechosa ausencia: la referencia a las numerosas luchas que ha venido dando el movimiento obrero, estudiantil y popular durante este año, aquello como expresión de un mayor descontento de dichos sectores ante las actuales políticas de Bachelet. Un ejemplo de lo anterior es el silencio del «Manifiesto de los Intelectuales» con respecto a una de las luchas sociales más emblemáticas del último tiempo: la rebelión de las bases del Colegio de Profesores. Este silenciamiento de las luchas obreras y populares nos hablaría, por lo tanto, del ocultamiento que hacen los intelectuales firmantes del manifiesto de uno de los aspectos claves de la realidad política actual en Chile: esto es, la incipiente reactivación de los procesos de lucha obrera y popular en nuestro país. Luchas obreras, estudiantiles y populares que fueron desviadas, momentáneamente, durante el primer semestre, pero que ahora (acabada la «luna de miel» bacheletista) retornan a escena.

Todo lo anterior (tergiversación del concepto de Fascismo y silenciamiento de los procesos de lucha obrera y popular en Chile), se combinaría además con una estrategia consciente de desinformación, creándose así una imagen distorsionada de la realidad política: en otras palabras, la existencia de una supuesta «amenaza fascista» en nuestro país. Amenaza que, por el momento, no poseería ninguna relevancia real. Esto si comparamos el peso relativo que tienen las agrupaciones fascistas existentes en Chile con el que poseen las mismas en otros países tales como Grecia, Hungría, Ucrania, etc.

Tergiversación , silenciamiento y desinformación se combinarían entonces para ocultar la existencia de un tipo de resistencia a Bachelet con un carácter muy distinto a aquella representada por la Derecha, los empresarios, las Iglesias y otros sectores conservadores. Es decir, una verdadera resistencia obrera, estudiantil y popular (en ciernes) a las políticas neoliberales del gobierno. Esto último, por ejemplo, en el ámbito educativo en donde los estudiantes han comenzado a enfrentar ya tanto a la Derecha como a la «Nueva Mayoría», cómplices en la defensa del negocio educativo. Complicidad que impulsan dichos bloques políticos ya sea mediante una cerrada defensa de la educación de Pinochet (en el caso de la Derecha), ya sea mediante la implementación de un tipo de reforma educacional (a la medida de la DC) que dejará intactos, tal como vienen reconociendo amplios sectores sociales, los pilares de las políticas privatizadoras.

Es justamente la existencia de esta incipiente resistencia obrera y popular a los planes de Bachelet, expresión de una mayor actividad de la lucha de clases en Chile, lo que se encontraría en la base de los recientes problemas de conducción que ha tenido el gobierno ante diversos sectores sociales. Asimismo, esta sería una de las explicaciones principales del endurecimiento (y no la existencia de un complot fascista) de un sector de la Derecha ante la «Nueva Mayoría». Aquello como un tipo de respuesta preparatoria que comienzan a ensayar sus sectores más tradicionales para hacer frente a los futuros embates del pueblo explotado. Mayor avance de la lucha de clases en Chile que, tensionando al conjunto del régimen político y social, se encontraría igualmente en la base de la emergencia de ciertos fenómenos de carácter reaccionario tales como el de las «marchas por el lucro». Fenómenos reaccionarios que, aunque posibles caldos de cultivo para el crecimiento de grupos fascistas, han cristalizado hoy en un tipo de organización poli-clasista (CONFEPA) que ha llegado a aglutinar desde partidos de derecha y empresarios hasta familias de estratos populares, cooptadas por los mecanismos clientelares y populistas tradicionales de la Derecha.

El carácter del programa político tras el «Manifiesto de los Intelectuales» y su complicidad concertacionista

Pero por qué los firmantes del «Manifiesto de los Intelectuales» intentarían ocultar el desarrollo de una incipiente resistencia obrera y popular a las políticas de Bachelet. ¿A que le temen realmente, si no es al Fascismo, los firmantes de este manifiesto? Como veremos a continuación, aquello sólo puede ser explicado si se tiene en cuenta la orientación política que defienden, en los hechos, sus autores. Orientación política que, aunque pretendidamente crítica, se caracterizaría por su carácter servicial ante uno de los principales defensores del modelo post-dictatorial: la Concertación (o su versión actual, la «Nueva Mayoría»).

Como vimos anteriormente, el llamado «Manifiesto de los Intelectuales» tergiversa intencionadamente el término de Fascismo, silenciando a su vez el incipiente fenómeno de resistencia obrera y popular al gobierno en curso, resistencia que tendría un carácter diverso y diametralmente opuesto al llevado adelante por la Derecha y los sectores conservadores. Es justamente aquí donde podemos identificar el primer servicio político que hacen nuestros intelectuales «críticos» a la preservación del modelo neoliberal chileno. Ellos ocultan bajo la alfombra de sus buenas intenciones ciudadanas la lucha de los trabajadores y el movimiento popular… ¡para poder golpearla! O bien, en realidad, ya que es cierto que no se atreven a decir tanto, se contentan con entregar a Bachelet un sucinto (pero eficaz) dispositivo de posible legitimización ideológica de sus futuras políticas represivas. ¿Por qué? Lo aclaramos a continuación.

Por un lado, al identificar el incipiente fenómeno de resistencia obrera y popular a Bachelet con aquella que impulsa la Derecha, mezclando ambas «oposiciones» bajo el nombre genérico de «arremetida fascista, lo que hace el «Manifiesto de los Intelectuales» es abrir la puerta (aunque sin decirlo directamente) a una posible política de mano dura. Al Fascismo hay que golpearlo, y duro… ¿No es cierto? En todo caso, si consideramos lo que significa mano dura para la «Nueva Mayoría» en el caso de unos: por ejemplo para los cómplices de la dictadura pinochetista (el caso más reciente fue la detención exprés de Labbé) y lo que implica para otros: por ejemplo para los trabajadores (basta con recodar aquí la seguidilla de muertes de luchadores populares bajo la Concertación), podemos imaginar cual podría llegar a ser el contenido de la «lucha anti-fascista» para Bachelet en el caso de las huelgas, tomas y movilizaciones de la clase obrera y el movimiento popular en el futuro.

Por otro lado, la definición de «arremetida fascista» (o algún otro concepto análogo) serviría además como un excelente cazabobos con el cual intentar recomponer parte del consenso social que ha venido perdiendo el gobierno (sobre todo en el ámbito de las organizaciones sociales y de izquierda). Esto último para fortalecerse en su disputa inter-patronal (inter-burguesa) con la Derecha. Es decir, movilizar fuerzas desde el ámbito de las organizaciones sindicales, populares, estudiantiles y de izquierda, pero para hacerlas caer en la conocida trampa del «mal menor», atrayéndolas a un campo de disputas patronales en donde los únicos que ganan son, siempre, los partidos empresariales. Es una vieja trampa de la política de los ricos, trampa que reproduce a la perfección, en media página, el «Manifiesto de los Intelectuales», calzando además (como anillo al dedo) con la dinámica política de las últimas décadas en nuestro país, caracterizada por la existencia de dos grandes bloques políticos patronales jugando a la «competencia democrática». Juego democrático que, excluyendo a los trabajadores y sectores populares, les ha permitido a aquellos y sus amos (los empresarios) seguir disfrutando de los privilegios sociales y económicos del modelo de Pinochet. Esto a pesar, como negarlo, de sus a veces un tanto acaloradas y algo agresivas discusiones hogareñas (o parlamentarias).

Pero el contenido servicialmente concertacionista que posee el «Manifiesto de los Intelectuales» (firmado por algunos de los más connotados pensadores pro-gobierno como Zurita y Gumucio), no queda allí. Veamos algunos ejemplos de lo anterior, tomando para esto algunas de las conclusiones y lecciones de la gran lucha estudiantil del 2011.

Si por un lado dos de las consignas centrales de la lucha del 2011 fueron la educación gratuita para todos y el fin al lucro, la política educativa del «Manifiesto de Intelectuales» las olvida olímpicamente, reemplazándolas por un mero compendio de consignas ciudadanas bien intencionadas. Haciendo gala de una ciertamente inusual combatividad anti-fascista, esto se expresa en algunos slogans propios de las tradicionales «campañas de amor» a las cuales nos tienen acostumbrados los medios de comunicación oficiales. Entre otras, encontramos aquí algunas frases tales como: educación ciudadana (¿con inversión de privados?), sociedad diversa y libre (¿sin cuestionar la distribución de riquezas existente en Chile?) y la necesidad, claro, de un patio común en el cual compartir experiencias e ideas.

Asimismo, si una de las grandes conquistas del 2011 fue el impulso de una gran lucha de masas en la cual, por primera vez, comenzó a contraponerse el Chile de las necesidades sociales, la explotación y la opresión en contra del Chile del privilegio, los ricos y los empresarios, el «Manifiesto Anti-fascista» de los combativos Copano y Salinas nos recuerda, por el contrario, la necesidad de «construir un país en el cual quepan todos». Todos, es decir, también, los ultra-explotadores Luksic o Angelini, los militares genocidas, los políticos patronales corruptos, esto sólo por indicar algunos de aquellos «todos» a los que dicho concepto (ya que el significado de todos es, justamente, todos), haría mención.

Finalmente, si una de las grandes lecciones de la lucha estudiantil del 2011 fue la necesidad de comenzar a dar una batalla independiente de todas las variantes de la democracia patronal, los Carcavilla y Peirano se encargan hoy, en cambio, de reducir todo a meras «diferencias de detalle» (aludiendo al programa de Bachelet). Para aquellos es, entonces, nada menos que un «detalle» el hecho de que, tal como ha venido agitando a los cuatro vientos la lucha estudiantil, ha sido justamente la Concertación (hoy «Nueva Mayoría») uno de los principales promotores de la preservación del modelo de educación pinochetista. Modelo neoliberal educativo que la actual reforma educacional retoca, pero que no cuestiona, tal como una serie de organizaciones estudiantiles vienen planteando en los últimos meses.

El horizonte estratégico del «Manifiesto de los Intelectuales». O el campo estéril de la política de los acuerdos democráticos

Tal como notamos en el punto anterior, una de las características centrales del «Manifiesto de los Intelectuales» es reemplazar algunas de las consignas centrales del movimiento estudiantil: fin al lucro, educación gratuita, abolición de la PSU, las cuales ni siquiera son mencionadas, por meros slogans ciudadanos. Es en este punto en donde nos preguntamos: ¿Cómo es posible que intelectuales de la talla de Zurita hayan podido firmar este tipo de manifiesto cuya profundidad intelectual (y política) no rebasaría a la que posee un spot televisivo?

¿Es que acaso estos intelectuales, domesticados y haciendo caso omiso de su condición de «elite pensante», han decidido satisfacer con una pirueta poodle a sus cada vez más acorralados amos de la «Nueva Mayoría», entregándoles para ello un instrumento útil con el cual enfrentar, desde el ámbito intelectual, las nuevas dificultades propias a la ruptura del «consenso bacheletista»? Por el momento, aunque reservándonos el sano derecho a la duda, no pensamos que el servilismo de la intelectualidad pro Nueva Mayoría haya llegado a tal nivel de decadencia. Pero entonces por qué firmaron un manifiesto de esta índole, manifiesto en cuyas voces pareciéramos reconocer el inconfundible estilo de Don Francisco y sus ofertones solidarios.

Desde nuestro punto de vista, lo anterior debe ser explicado, más que por la mayor o menor destreza comunicacional de los autores de dicho manifiesto, considerando otra de sus aristas anti-obreras y anti-populares: esto es, su sintonía con la política post-dictatorial de los acuerdos democráticos. Es justamente dicha política de consensos inter-patronales (ajena a los intereses del pueblo trabajador), otro de los pilares a partir de los cuales se articula el contenido ideológico del «Manifiesto de los Intelectuales». Política de los acuerdos que, llevada al campo de la elaboración del mismo manifiesto, les impide a sus autores tocar todos y cada uno de los temas claves del problema educativo, esto último en aras de la necesaria «unidad bacheletista».

De hecho, la operación «unitaria» es tan burda, tan clara y tan evidente, que podemos hasta imaginarnos a los Zurita y Gumucio discutiendo, acalorada o administrativamente, respecto a si integrar o no en el manifiesto las palabras «lucro» o «gratuidad». Mal que mal, la DC es un «buen aliado», y aquellos ya han dado su voto a favor del mismo. Es más, los negocios de algunos de sus dirigentes en dicho ámbito han sido, por lo demás, bastante sustanciosos. Podemos imaginarnos también los problemas evidentes «de consenso» que habrían surgido si estos intelectuales hubieran pretendido escribir un manifiesto «intelectual» de más de media página, mal que mal las diferencias internas entre la DC y el PC todavía se hallan muy frescas y podrían estallar en cualquier momento (es necesario, por lo tanto, «guardar la compostura»). Y podemos imaginarnos, también, la solución salomónica, al más puro estilo de la política patronal: el ya discutido palabrerío televisivo-ciudadano que repleta el contenido del manifiesto, la decisión de no escribir más de cuatro párrafos (en aras de la unidad) y, porque no, meter a la parrilla algunos rostros para el disfrute de todos: Balmaceda, Cerda, Frei Montalva, Allende y claro… la Gabriela.

¡Políticos patronales! ¡Su basura ya nos es bastante conocida! Es justamente dicha política de consensos democráticos (siempre en perjuicio de los intereses del pueblo trabajador), del cual su manifiesto es un botón de muestra, la que nos ha costado la continuidad, por ya casi un cuarto de siglo, del salvajismo económico y social neoliberal heredado de Pinochet. Consensos democráticos que los trabajadores, estudiantes, pobladores, pueblos indígenas, minorías sexuales e intelectuales comprometidos con la lucha de clases, debemos reventar en pedazos, haciendo estallar, de una vez por todas, el Chile de los patrones.

Para liquidar a la Derecha, hay que atacar a la «Nueva Mayoría» y desplazar a los traidores y conciliadores de nuestras organizaciones

Pocos dudarían hoy, y la lucha estudiantil del 2011 lo reafirmó, que el papel de la Concertación fue el de administrar y retocar la obra económica y social de la dictadura, esto último en alianza con la Derecha. Pocos dudarían también en negar que fue la Concertación la cual, lejos de cuestionar el modelo pinochetista, permitió el ascenso de la Derecha al gobierno. No hay pues mucho que discutir en este punto.

A la vez, son hoy cada vez más los que comienzan a despertar de la «ilusión bacheletista», comprendiendo así que la «Nueva Mayoría» no es más que, en realidad, una versión renovada de la antigua Concertación. Nueva Concertación (2.0) cuya misión es seguir cumpliendo sus ya tradicionales funciones: es decir, la salvaguarda de los intereses patronales y los pilares del neoliberalismo (aunque retocándolos). Son también hoy, cada vez más, quienes comienzan a comprender que el programa de reformas de Bachelet no es más que otra artimaña cuyo objetivo es abortar cualquier intento de lucha independiente de los sectores obreros y populares (cooptándolos con falsas promesas), así como también amañar las justas esperanzas de cambio de las amplias mayorías. El ejemplo más evidente de esto es el actual engendro de reforma educacional, reforma que las organizaciones estudiantiles ya han comenzado a enfrentar como un engaño, planteando así la necesidad de retornar a las calles y la lucha por una verdadera reforma educativa.

Es precisamente por lo anterior que para liquidar cualquier avance de la Derecha (sea fascista o «democrática») sea indispensable, a diferencia de lo que nos plantea el «Manifiesto de los Intelectuales», enfrentar no sólo a esta última, sino que también a quienes han venido defendiendo su obra; es decir, la Concertación (hoy «Nueva Mayoría»). Y esto ya que ¿quién, sino la Concertación (hoy «Nueva Mayoría»), ha dejado intacto el negocio educativo, fortaleciendo así las bases del modelo de educación empresa de la Derecha? ¿Quién, sino la Concertación (hoy «Nueva Mayoría»), ha legitimado la impunidad de los patrones, fortaleciendo en los hechos las bases del modelo económico y social impulsado por la Derecha? ¿Quién, sino la Concertación (hoy «Nueva Mayoría»), fue la que ha permitido a los militares genocidas seguir disfrutando de sus privilegios, impulsando una justicia «en la medida de los posible», favoreciendo así la preservación (y reproducción) de una serie de organismos ligados a la represión dictatorial?

Pero no podremos emprender la tarea de enfrentar ambos polos del poder empresarial: la Derecha y la «Nueva Mayoría», sin avanzar también en el desplazamiento de los dirigentes traidores y conciliadores de nuestras organizaciones. Una lección en este sentido nos la entrega la actual lucha de las bases del Colegio de Profesores, las cuales levantándose en contra de los acuerdos de la dirección pro-gubernamental de Gajardo, han puesto en tela de juicio la acción del Partido Comunista como agente bacheletista. Han sido ellos, los profesores movilizados, quienes han comenzado a enfrentar a las organizaciones traidoras de las luchas del pueblo trabajador, aquellas organizaciones que como el PC y otros referentes de «izquierda» tales como Izquierda Ciudadana (IC) o «Revolución Democrática» (RD) juegan hoy un rol de administradores directos, en tanto integrantes del gobierno de Bachelet, del neoliberalismo en Chile.

Asimismo, tampoco podremos avanzar en el enfrentamiento del conjunto de los partidos patronales sin desplazar a quienes concilian con ellos: es decir, a todas aquellas agrupaciones políticas que, tal como Izquierda Autónoma (IA) o el Frente de Estudiantes Libertarios (FEL), nos llaman una y otra vez, por diversos medios, a confiar en los acuerdos con los políticos «progresistas». Fue Gabriel Boric, diputado de IA, quien nos llamó en el pasado a votar por Eduardo Frei, invitando además al mundo empresarial a «sumarse a los cambios» en una de sus visitas como dirigente estudiantil a un encuentro de ICARE. Fue también Boric e Izquierda Autónoma quienes se opusieron por años (junto a Camila Vallejo y el resto de la «bancada estudiantil») a la lucha por la educación gratuita y el fin al lucro, levantando hasta el 2011 la propuesta de Arancel Diferenciado. Es también el mismo Boric quien impulsa hoy una bancada en el Parlamento con algunos políticos patronales tales como Vlado Mirosevic (ex PPD) y Alejandra Sepúlveda (ex presidente DC de la cámara de diputados), manteniendo además una estrecha cercanía con el grupo de Giorgio Jackson (RD). Esto último, a pesar de que ha sido precisamente dicho grupo el que, a través de Miguel Crispi (funcionario de confianza del ministro-gerente Eyzaguirre), ha participado en la redacción de la actual estafa de reforma educacional. Y han sido también los socios del grupo de Boric en el movimiento estudiantil, los «libertarios» del FEL, quienes han desplegado sus banderas rojinegras para impulsar el «pacto desmovilizador» que puso este año de rodillas al movimiento estudiantil ante Bachelet.

¿Pero es esta lucha, que enfrenta tanto a los Lavin, las Tohá, las Vallejo, los Boric y a sus amigos rojinegros, realmente, necesaria? ¿No pecará acaso aquella de alimentar un tipo de divisionismo extremo, destinado a atomizar las fuerzas de la izquierda en discusiones estratégicas «estériles» y luchas intestinas «inmaduras»? ¿Por qué no enfrentar primero, todos juntos, a la Derecha? Mal que mal, ¿acaso no tenemos más acuerdos con los Jackson que con las Matthei? ¿Acaso no es cierto que la joven voz de las Cariola constituye, ciertamente, un «aporte» en un Parlamento plagado de «los mismos políticos de siempre»? O bien ¿por qué no actuar de manera inteligente y «ser más hábiles que ellos», aliándonos con los sectores progresistas de la «Nueva Mayoría» para utilizar hábilmente sus diferencias? Por lo demás, siempre podremos recurrir a una que otra marcha para complementar nuestras «perspicaces» alianzas tácticas, logrando con ello (como nos enseñan los jóvenes dirigentes universitarios de las izquierdas conciliadoras en las Universidades) una modificación real en las relaciones de fuerzas. Por qué no seguir aquí el ejemplo del FEL, que ha madurado y aprendido todo esto a la perfección… ¡y sin perder sus capuchas rojinegras!

Ciertamente, todo lo anterior suena muy bien, muy ordenado… y sorprendentemente inteligente. Pero lo que suena bien para las ilustradas generaciones de políticos izquierdistas formadas en las aulas de la Universidad Católica y las facultades de Derecho y Comercial de la Universidad de Chile (¿Cómo olvidar a aquí a los Grau, esos prototipos de ejecutivos de izquierda… y sus mascotas los Jorqueras?), podría muy bien ser insuficiente para las necesidades reales de la lucha de clases. La lucha de clases, cuya mentalidad parece a veces tan tosca y primaria para nuestras lumbreras: los sofisticados operadores políticos de la FEUC y la FECH. Como decimos, lo que suena bien para estos operadores políticos, sus «complejas» maniobras para lustrar uno (u otro) zapato de algún político progresista amigable, esperando con ello lograr una modificación real de la correlación de fuerzas, podría muy bien ser insuficiente para las necesidades reales de la no tan sofisticada, y mucho más violenta, lucha de clases. O si no, preguntamos: ¿dónde podemos ver, acaso, dichas modificaciones reales en las relaciones de fuerza de la política nacional, por ejemplo en el ámbito de la reforma educativa? En definitiva, ¿quién ha influenciado a quién? ¿Ha sido influenciado el ministro Eyzaguirre por las hábiles jugadas de los amigos de Jackson y Boric: los Crispi, Melo y Roco, o bien dichos «hábiles» ex políticos estudiantiles han terminado sirviendo a los intereses del ministro, transformándose con ello en agentes directos de la aplicación de las políticas neoliberales? Pues bien, si tenemos en cuenta que el mismo Boric (otro de estos políticos sofisticados) ha llegado a pedir la renuncia del ministro Eyzaguirre; es decir, la renuncia del jefe de sus actuales socios políticos y ex amigos de universidad, podemos intuir quien ha influenciado, realmente, a quien.

¡No! Ninguna conquista real podrá ser obtenida de la mano de meros artilugios tácticos, ni menos de «complejas maniobras» (perspicaces) basadas en la confianza en los partidos y políticos patronales. Tal como nos enseña la historia de la lucha de clases en Chile, será sólo de la mano del impulso de la más amplia movilización independiente de los trabajadores, estudiantes y el movimiento popular en su conjunto, impulsando sus propios métodos (entre otras la huelga, el paro, la toma, las barricadas y la auto-defensa de masas), así como también gracias a la acción de sus propias organizaciones, lo que podrá darnos la fuerza necesaria para arrebatar a los empresarios, por medio de la lucha, nuestras demandas. Y es justamente por esto que el enfrentamiento en contra de todos aquellos que se oponen a los métodos de lucha de los trabajadores y el pueblo: por ejemplo quienes los traicionan formando parte de un gobierno neoliberal (PC, IC, RD), o bien aquellos que los reemplazan por «inteligentes conversaciones» con los políticos progresistas (IA, FEL) es no sólo una tarea necesaria, sino que urgente. Lucha imprescindible, a la cual no se le puede pasar por el lado, tal como pretenden algunos grupos de izquierda preocupados mayormente por la «educación popular», como si el impulso de un taller poblacional pudiera reemplazar dicha lucha estratégica. Dicho claramente, sólo será cuando los traidores sean expulsados y el movimiento obrero, estudiantil y popular aprenda a barrer el piso con los conciliadores (esas Melissas y Naschlas que pululan en toda Federación universitaria), cuando estemos listos para avanzar, realmente, por nuestras demandas.

No se trata así, refiriéndonos a las vías por las cuales conquistar las reivindicaciones centrales del movimiento popular chileno, de la existencia de mayores o menores diferencias con uno u otro político empresarial, sino que de comprender que todos ellos (tanto el conservador UDI anti aborto como el progresista PPD a favor de la legalización) forman parte (¡todos, sin excepción!) de un bloque patronal que tendrá como objetivo, siempre, el ataque a los intereses de los trabajadores y el pueblo. Unidad de conservadores, «neutrales» y progresistas que es fortalecida, ¡no debilitada!, por aquellas organizaciones de izquierda que pretenden «someter» los intereses empresariales mediante el impulso de «alianzas tácticas», pasando a convertirse aquellas, al decir de Lenin, en «correas de transmisión» de los intereses de la burguesía en el movimiento obrero y popular. Y esto último, más allá de los «aportes» que pueda significar la voz rebelde (y disidente) de los Jackson y Boric y sus alocuciones parlamentarias. Corbatas más, corbatas menos, ellos terminan sirviendo siempre a un mismo principio: la conciliación de clases.

Educación Gratuita, Asamblea Popular Constituyente, Neoliberalismo y Revolución social… O el más allá de los Gumucio y las Vallejo

Luego de ocho años de la llamada «Revolución Pingüina» y tres de la gran lucha estudiantil del 2011, todo sigue relativamente igual. Seguimos viviendo en uno de los países más brutalmente neoliberales del mundo. Es cierto que han cambiado los actores: lo que antes se llamaba Concertación, hoy tiene el nombre de «Nueva Mayoría». Algunos ministros de derecha han sido reemplazados por dirigentes comunistas. Antiguos dirigentes estudiantiles pululan en los pasillos de los ministerios y el Parlamento. La reelección de una presidente mujer, por segunda vez en nuestra historia. Pero en esencia, sabemos que todo sigue igual. Las bases del neoliberalismo chileno siguen, puntos más, puntos menos, incólumes. Y ni siquiera la llegada de ex dirigentes anarquistas arrepentidos a la «Nueva Mayoría» (formados en las trincheras rebeldes de FACSO), puede cambiar aquello.

Todo esto el pueblo trabajador y explotado lo sabe (o bien, por lo menos, lo intuye). Por eso se comienza a intranquilizar. Numerosas huelgas y fenómenos de resistencia popular se desarrollan, a veces en las profundidades, a veces no tanto. Con todo, el «consenso bacheletista» se mantiene, aunque debilitándose. Lo más grave, la «Nueva Mayoría», principal garante de la estabilidad patronal, no tiene mucho más que entregar. Y lo que suelte tendrá sin duda (tal como en el caso de los bonos) un infaltable sabor a show mediático. Por ahora, la DC, los empresarios y la Derecha, llaman al orden…y el inquebrantable statu quo neoliberal parece resurgir (aunque preparándose para algunos retoques) con fuerza. Esto lo entienden los conciliadores con más olfato, por ejemplo Boric, quien se intranquiliza desde su cómodo sillón parlamentario (con jugosa dieta incluida). Él sabe que sus peroratas de muchacho rebelde en el Congreso tienen un límite, que su eficacia es limitada, y que la mantención de dicho statu quo podría terminar por cobrarles la cuenta a todos ellos, sin distinción, desde los Teillier a los Jackson. Una muestra de lo anterior es, por ejemplo, el creciente repudio a la actuación de la «bancada estudiantil», siendo Vallejo uno de los rostros peor evaluados del 2014. Todos ellos lo saben y ven con intranquilidad el horizonte. Ese horizonte de «reformas estructurales» neo-concertacionistas que amenazan, cada vez más, con nacer muertas para los intereses de los trabajadores y el pueblo.

Es para dicho horizonte, el de un pueblo ávido de cambios que recibirá reformas muertas, o bien insustanciales como la modificación del sistema neoliberal, que suaviza pero no elimina las características elitistas de la democracia pinochetista, para el cual debemos prepararnos. En otras palabras, el horizonte fulminante del estallido de la lucha y el resentimiento profundo de las masas, ese legítimo resentimiento almacenado en lo más profundo del alma de la clase obrera y el pueblo por décadas. Este resentimiento de clase que sigue, inevitablemente, acumulando tensión al ritmo de cada tic tac de las pantomimas democráticas. Y mientras Chile se va transformando, lenta pero inexorablemente, en aquel volcán explosivo, volcán que comienza ya a despedir chorros de vapor acumulado (¿acaso no es eso, justamente, un chorro de vapor incandescente salido del Tártaro neoliberal, la actual lucha de los profesores?), los Gumucio y Zurita nos siguen aconsejando, alegremente, respecto a la necesidad… de un patio común en el cual compartir ideas. Eso, nada más, y claro… la exigencia de un Chile para todos. Más aún, mientras la superficie social chilena se va plagando de geiseres que van despidiendo ya sus destellos destructivos, visibles en cada huelga, paro, toma y barricada del último tiempo, las Vallejo y los Boric nos siguen repitiendo, incansablemente, sus axiomas universitarios en torno a un Chile más democrático. Es decir, lo mismo que nos dicen los Gumucio y los Copano, aunque con un educado lenguaje izquierdista. Ahora bien, de estallar este volcán, o bien de comenzar a mostrar su verdadero poder (y existen razones para pensar que aquello es una posibilidad real), bien podrían ser ellos mismos, los tramoyistas de la democracia neoliberal, sus primeras víctimas. Y es que quien juega con fuego, incluso para apagarlo, puede quemarse, tanto y más que quien aviva el incendio. Todo depende, a fin de cuentas, de las circunstancias. Nosotros lo sabemos, ellos lo saben, es parte del asunto. Y si no, es cosa simplemente de ver al PC, a quien se le han comenzado ya a chamuscar sus nuevos trajes parlamentarios. Hoy, cuando la lucha de clases no hace sino comenzar. Es que ellos se olvidan, al parecer, de que las erupciones y terremotos son parte integral de nuestras tradiciones. No deberían olvidarlo, la política chilena no se encuentra exenta de dichos fenómenos.

Es para dicha oportunidad, por lo tanto, la oportunidad que nos brindarán los futuros huracanes de un Chile dividido en campos sociales irreconciliables; es decir, el Chile patronal y el Chile obrero preparados para hacerse pedazos, que nosotros debemos prepararnos. Nosotros, los promotores incansables del enfrentamiento de clases. Pero esta vez, los despedazados no seremos nosotros. 1973 nos enseñó ya que el enemigo está dispuesto a todo para defender sus privilegios. Hemos aprendido, por lo tanto, la lección… nuestro próximo ataque será a la yugular. ¡Es la voz de todos los muertos de la dictadura la cual nos lo exige! Su eco resuena en nosotros, y debemos atenderlo. Son ellos, los asesinados, desaparecidos y torturados, ellos que se levantan de entre los muertos para exigirnos vencer. ¡La victoria, la venganza, nuestra lucha!

Retomar las banderas del 2011 y la lucha por la educación gratuita y el fin del lucro. Eliminación total del negocio educativo, abolición de la PSU, ingreso irrestricto a la Universidad, co-gobierno triestamental paritario, estatización sin pago de la educación privada. Abrir las cátedras de las Universidades a la clase obrera y el pueblo. Paso a planta de los académicos y funcionarios subcontratados. Voz y voto de todos los académicos en la elección de autoridades. Arremeter en contra de la Derecha y la «Nueva Mayoría». Eliminar de nuestras filas a los traidores y conciliadores, expulsándolos de nuestras organizaciones. Avanzar en el camino de la unidad de obreros, estudiantes, pobladores, pueblos indígenas y minorías sexuales para enfrentar, cuestionar y derribar los pilares del neoliberalismo pinochetista. Luchar por la conquista de una Asamblea Popular Constituyente basada en la más amplia movilización de los trabajadores y el pueblo, organizada a partir de los métodos de la democracia directa y resguardada por los métodos de la auto-defensa de masas. Conectar la lucha en contra del neoliberalismo con una perspectiva anti-capitalista, planteando la necesidad de avanzar en la expropiación de los ricos y la socialización de los medios de producción. Preparar el horizonte político de la construcción de un partido revolucionario para la toma del poder y la conquista de una República de los trabajadores y el pueblo (la Dictadura del Proletariado), esto como paso previo en el camino de una Revolución obrera internacional para la destrucción del sistema capitalista y su reemplazo por la sociedad comunista. ¡Esa es nuestra lucha! ¡Agitar las banderas de Marx, Engels, Lenin, Luxemburgo, Gramsci, Trotsky! Nuestras banderas son antiguas, nacieron con Espartaco, Dulcino, Müntzer, Robespierre, Roux, Babeuf… ¡Las retomaremos!

En esta senda, levantar una corriente de intelectuales, artistas y pensadores marxistas que estén dispuestos a ocupar cada espacio al servicio de esta lucha. La catedra, la publicación, la instalación artística, la intervención literaria. ¡Basta de intelectuales al servicio del régimen de los patrones! ¡Basta de artistas y poetas serviciales al statu quo! ¡Basta de académicos y artistas neutrales! ¡A tomar partido! ¡La victoria, la venganza, nuestra lucha!

Diciembre 2014

Miguel Fuentes Muñoz: Licenciado en Historia y Arqueología (Universidad de Chile) y Maestría en Arqueología / Programa de Doctorado (University College London)

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