Digamos para comenzar que, aparte de haberse convertido la Internet en la más maravillosa herramienta de trabajo que probablemente jamás soñara periodista alguno, este medio le abrió a su oficio dos instrumentos de incalculable valor. De un lado, nuevos e ilimitados espacios para su producción informativa o de opinión, y del otro, las opciones interactivas […]
Digamos para comenzar que, aparte de haberse convertido la Internet en la más maravillosa herramienta de trabajo que probablemente jamás soñara periodista alguno, este medio le abrió a su oficio dos instrumentos de incalculable valor. De un lado, nuevos e ilimitados espacios para su producción informativa o de opinión, y del otro, las opciones interactivas que terminarán involucrando a la gente a su quehacer profesional, y esta vez, como tampoco se había imaginado nadie, de manera libre y directa, es decir, el lector o los usuarios de la prensa, sin censuras ni barreras, con los ojos puestos sobre los ordenadores de las computadoras invadiendo las salas de redacción. ¿Trabajo en conjunto? Probablemente no, pero eso sí, oportunidad privilegiada por parte del lector para controvertir, aplaudir o en todo caso opinar -aportando siempre- respecto del mensaje o el discernimiento periodístico. Una coyuntura ésta que acabará favoreciendo a los dos.
Desde que en 1992 The Chicago Tribune se convirtiera en pionera de la modernidad periodística insertando su edición impresa en la Internet, toda la prensa mundial se ha venido volcando sobre esta modalidad, avivando una «guerra» tecnológica cada vez más audaz y con resultados francamente sorprendentes en beneficio tanto de los medios como de sus consumidores.
Va apareciendo entonces en nuestros días de forma gradual la variante «futurista», alucinante y aparentemente irreversible, de lo que ahora llamamos periodismo electrónico, periodismo en línea, o periodismo digital, instrumentos tan novedosos como poderosos y eficaces para el ejercicio de lo que comúnmente se resalta como «El cuarto poder». No obstante, para la mejor comprensión de este fenómeno que viene revolucionando el espectro noticioso universal, es bueno distinguir entre estos conceptos. El electrónico, de acuerdo a algunos especialistas, «al asociarse con medios electrónicos como el teletexto, el diario por fax o la televisión, estaría haciendo referencia sólo al traslado de los usos y contenidos de la prensa tradicional a Internet», mientras que el denominado «en línea», es aquél que actualiza de manera permanente los contenidos de su información. Ahora bien, cuando se habla de periodismo digital, se está haciendo referencia explícita a aquellos procedimientos de comunicación que manejan aspectos como la multimedia, lo multilineal y la fascinante y fecunda propiedad «interactiva».
Para darle algún alcance práctico a este comentario, veamos cuáles pueden ser en concreto los aportes que le brinda la Internet al desarrollo del periodismo moderno. Están, por ejemplo, la aplicación cómoda y fácil de un inmenso caudal de diseños gráficos, fotografía, videos, sonido, etc., que permiten mayor claridad en el mensaje e incluso el manejo de acentos más precisos para aquello que se quiera enfatizar; el enorme incremento de fuentes de información contenidas en sitios Web, páginas especializadas, bases de datos, etc.; los innumerables canales de comunicación que ya pululan en la red tales como foros, chat y el correo electrónico que, basura excluida, es directo, puntual y goza de la inmediatez; la interrelación entre el comunicador o columnista, el público y las fuentes por lo que, salvo contadas y lamentables excepciones, ya se ha impuesto en la televisión y en la prensa más importante del mundo, la publicación al pie de algunas noticias y de casi todos los escritos de columnistas, la dirección de los correos electrónicos de sus autores; la deslumbrante posibilidad de la «personalización» de la información que acrecienta considerablemente el número de lectores en cualquier medio; la conversión de la periodicidad noticiosa en instantánea. Además, y como si fuera poco, hace de los espacios limitados lo que podríamos llamar un mal recuerdo, amén de que logra facilitarnos el manipuleo entre los datos y la información vieja y la actual y, en fin, mejora tiempos y costos.
En definitiva, nunca antes el hombre había tenido una tal cantidad de «pertrechos» para la escritura y la comunicación como los que nacieron alrededor del uso extendido y masivo del computador, y más tarde de la Internet. Es por lo tanto evidente que, haciendo de estos avanzados métodos un aprovechamiento adecuado, el periodista no sólo enriquece los contenidos de sus historias, crónicas o noticias, sino que las elabora de una manera mucho más acabada tanto en lo lingüístico, como en el fondo de su asunto, y aún en lo estético. La profundidad de su escritura puede ser fácilmente ayudada por el cúmulo infinito de información que tiene a mano, y en cuanto a lo lingüístico y estético, no hay que olvidar las traducciones instantáneas que ofrece la Web, así como los diccionarios ortográficos que vienen incorporados a diferentes procesadores de palabras, y las ya mencionadas ilustraciones gráficas.
En la historia de la humanidad no se había dado semejante oportunidad al hombre, y en este caso al periodista, para acceder tan rápida y ampliamente a todo tipo de información. Estamos viviendo la revolución de la informática y a pocos especialistas, como al periodista, pueden serle más útiles estos prodigiosos inventos de finales del siglo pasado.
Germán Uribe es un escritor colombiano
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