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Invitaciones

Fuentes: Rebelión

Ignoro la razón pero siempre aprovecho las fiestas a las que me invitan para deprimirme. Basta que la música suene y que los brazos y las piernas comiencen a estirarse y tropezar, yendo y viniendo por la salsa, para que a mí me invada la más desesperante depresión y me mantenga varado en el peor […]

Ignoro la razón pero siempre aprovecho las fiestas a las que me invitan para deprimirme.

Basta que la música suene y que los brazos y las piernas comiencen a estirarse y tropezar, yendo y viniendo por la salsa, para que a mí me invada la más desesperante depresión y me mantenga varado en el peor de los naufragios, ahogándome en cerveza y evocando entierros y funerales.

Y en los cumpleaños soy siempre el primero en romper a llorar, en medio del bizcocho, delante del payaso, encima del regalo, sin que puedan consolar mi abatimiento ni velas ni vejigas.

Ando como alma en pena, soplando besos y apagando abrazos.

En cuanto alguien propone un brindis o formula un deseo de esperanza, a mí me arrebata la congoja y mis incontenibles gemidos impiden los celebrados cánticos de aniversario.

Y no hay ánimo, por espléndido que sea, que se atreva en mi presencia a desear próspera felicidad a nadie en el temor de que yo la azare con precisos desalientos y puntuales desventuras.

Ya ni siquiera me invitan a las bodas para evitar que mis sollozos salpiquen a los novios y coronen de negros augurios sus blancas perspectivas, y deambulo afligido entre los invitados perturbando palomas y espantando pianos.

Con que me siente a la mesa del banquete a plañir lamentaciones es suficiente para que los comensales pierdan el apetito y ni el vino les pueda reconfortar el ánimo.

Sólo con que se anuncie mi llegada a los bautizos se enturbia el agua bendita de la pila bautismal, y desde que alguien proclama a mi lado la exaltación del regocijo, yo comienzo a rezongar malaventuras y a mascullar pesares y bochornos hasta que acaba llorando el bautizado haciendo causa común conmigo.

Pero ya que insisten en invitarme a su concurrido bonche, les confirmo mi atribulada y compungida presencia, así como mi más dolido agradecimiento por la oportunidad de compartir en su compañía mi neurosis depresiva.