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Irracionalismo y fascismo

Fuentes: Rebelión

Creo que no se le ha concedido la suficiente importancia al hecho de que el presidente de un país supuestamente civilizado y a la cabeza de la investigación científica mundial apoye públicamente el creacionismo (o la denominada «teoría del diseño inteligente», que no es más que un burdo intento de poner al día el mito […]

Creo que no se le ha concedido la suficiente importancia al hecho de que el presidente de un país supuestamente civilizado y a la cabeza de la investigación científica mundial apoye públicamente el creacionismo (o la denominada «teoría del diseño inteligente», que no es más que un burdo intento de poner al día el mito de Adán y Eva).

La evolución de las especies es algo tan probado como la esfericidad de la Tierra, y solo desde la ignorancia más supina y el irracionalismo más obtuso (ingredientes básicos del fundamentalismo judeocristiano) se puede negarla o pretender que hay otras explicaciones de la biodiversidad y del origen del hombre igualmente verosímiles. Proponer el «diseño inteligente» como alternativa a la evolución equivale a decir que el modelo copernicano es solo una de las posibles interpretaciones del Sistema Solar, y que el modelo geocéntrico de Ptolomeo tiene el mismo derecho a ser enseñado en las escuelas.

Que Bush no destaca precisamente por su inteligencia preclara, es algo que él mismo se encarga de demostrar todos los días; pero no es posible que todos sus asesores sean tan estúpidos como él. Algo tan grave como el cuestionamiento oficial del darwinismo no puede ser una mera torpeza. Es algo mucho peor: es una deliberada apuesta por el irracionalismo. Y una apuesta muy fuerte, un auténtico órdago contra la razón, como cuando Millán Astray, expresando mejor que nadie la esencia del fascismo, gritó «Muera la inteligencia, viva la muerte». Un grito de terror y desesperación (al fin y al cabo, un fascista no es más que un burgués asustado), un graznido de pájaro necrófilo, como dijo Unamuno; porque la razón es la muerte del fascismo, y la muerte es su única razón.

Si aceptamos una falacia, las aceptamos todas (si dos y dos son cinco, yo soy el Papa: 2+2=5, luego 2+2=2+3, luego 2=3, luego 1+1=2+1, luego 1=2; el Papa y yo somos dos, pero como 2=1, el Papa y yo somos uno, luego yo soy el Papa). Si la presencia de fósiles no confirma la evolución de las especies, la ausencia de armas de destrucción masiva no desmiente que Iraq sea una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Si las evidentes cadenas darwinianas son cuestionables, la evidente cadena de causas y efectos que conecta el cambio climático (cuyo principal responsable es Estados Unidos) con la proliferación de huracanes también se puede cuestionar. Hay un Dios bondadoso que ha hecho que las flores huelan bien y las manzanas sean comestibles. Hay unas fuerzas del mal inspiradas por el diablo que es necesario combatir arrasando países enteros, expoliando, asesinando, torturando, violando… Y hay huracanes cada vez más violentos y devastadores porque los designios del Señor son inescrutables.

La verdad es revolucionaria, y por eso los fascistas (al igual que los socialdemócratas, los posmodernos, los relativistas…) no la toleran. Para el poder, la ciencia es imprescindible como instrumento de dominación, pero tiene un inconveniente: busca siempre la verdad (y a veces la encuentra), desenmascara los errores y las falacias, descubre las relaciones entre causas y efectos… Por eso el fascismo tiene hacia las ciencias la misma actitud que hacia las masas: las necesita y las cultiva, pero a la vez las teme y las desprecia. Y cuando no puede manipularlas, intenta silenciarlas.

El fascismo es, en última instancia, la ideología de la fuerza (que, hoy más que nunca, es ante todo la fuerza bruta del capital: por eso ahora el fascismo se autodenomina neoliberalismo). El dominio y la supervivencia del más fuerte, es decir, del más rico. Paradójicamente, el neofascismo estadounidense, que cuestiona el darwinismo, es puro darwinismo social, intenta imponer la despiadada ley del más apto en el único ámbito en el que deja de ser válida, derogada por la razón y la ética. La torpeza de las fuerzas de seguridad en el salvamento de las víctimas del Katrina (es decir, del cambio climático, es decir, del capitalismo) frente a su brutal eficacia en la represión de los hambrientos, no es una paradoja ni un fallo administrativo: es una opción política coherente con las «guerras preventivas» y las «cruzadas antiterroristas».

En el otro extremo del espectro ético y sociopolítico, esperanza y ejemplo de la humanidad, los mil médicos cubanos con sus mochilas preparadas para acudir en ayuda de sus hermanos estadounidenses. Una ayuda que el Gobierno de Estados Unidos no permitirá que llegue a los damnificados. Por evidentes motivos de seguridad: tal como están las cosas, los médicos cubanos podrían salvar muchas vidas, y ese es un riesgo que la Casa Blanca no está dispuesta a correr.