Un diario madrileño llama a los que estuvimos en la Feria del libro de La Habana, «los irreductibles». Creo que no se debe generalizar: Belén Gopegui, Pascual Serrano, Bernardo Atxaga, Isaac Rosa, Fernán Bello e incluso Joaquín Sabina son demasiado jóvenes para figurar en esa lista. A los que se nos puede considerar irreductibles es […]
Un diario madrileño llama a los que estuvimos en la Feria del libro de La Habana, «los irreductibles». Creo que no se debe generalizar: Belén Gopegui, Pascual Serrano, Bernardo Atxaga, Isaac Rosa, Fernán Bello e incluso Joaquín Sabina son demasiado jóvenes para figurar en esa lista. A los que se nos puede considerar irreductibles es a Neira Vilas y a mi, que hemos alcanzado ya una edad apostólica sin renegar de nuestras creencias, y en particular en lo que se refiere a Cuba.
Antes, mucho antes de que Fidel Castro se tirara al monte, ya el hotel Chao de mis padres acogía a montones de cubanos, como les decíamos a los gallegos de ida y vuelta. Nos traían crema dentífrica Colgate y las revistas Bohemia y Carteles, donde a parte de mujeres púdicamente descueradas, publicaban (creo que fue Bohemia) artículos políticos sobre el franquismo, entre ellos uno de Dionisio Ridruejo que le costó la cárcel en Madrid. Era a principios de los años cincuenta. Yo tenía dos ídolos, que colmaban mi espíritu rebelde, y ambos eran escapados, como se decía entonces en Galicia, y en el resto de España, maquis. Eran Fidel Castro en Cuba y Salvatore Giuliano en Sicilia. Llego a París en 1955 y pronto me inclino a pensar, por la película de Francesco Rossi, que Giulano era una marioneta en manos de la mafia, y por algún que otro reportaje de prensa, que Fidel Castro podría aparentarse a Robín de los Bosques. Y he aquí que en Junio del 55 el gobierno de Cuba nacionaliza las refinerías petroleras como la Texaco, la Esso y la Shell. Entonces me convertí en irreductible, cuando antes no pasaba de ser simpatizante. Algunos de los personajes arriba citados, Belén Gopegui, Bernardo Atxaga, Isaac Rosa, Fernán Bello e incluso Joaquín Sabina puede ser considerados como pervertidos ( por ideas nefastas) o candidatos a la irreductibilidad, pero habrán de pasar muchos años antes de merecer la distinción de irreductible. A mí me costó medio siglo de fidelidad.
Ignoro cuántos lleva Neira Vilas, pero por ahí se andará. Ya a principios de los años setenta Alejo Carpentier me hablaba mucho de él y de su esposa Anisia, y les puedo asegurar que Carpentier era parco y selectivo en elogios, tanto intelectuales como políticos.
A los pervertidos la irreductibilidad se les supone, como la bizarría a los militares, y han de persistir en la perversión. De sus virtudes literarias estoy más que convencido, por haberlos leído a todos, menos a Isaac Rosa. Subsané esta carencia inexcusable en el viaje de vuelta, en el que me leí de un tirón «El vano ayer», premio Rómulo Gallegos. Es, para mí, una de las mejores novelas en lengua castellana desde la muerte del dictador. Es tarde, me queda poco espacio, pero en cuanto la digiera les ofreceré una reseña.