A 225 años de la internacionalización de la proclama «Libertad, Igualdad y Fraternidad» y a 70 años de la Resolución 217, mediante la cual la Organización de las Naciones Unidas adopta la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la libre circulación de los seres humanos sigue siendo utopía. Prueba de ello es que, para nombrar […]
A 225 años de la internacionalización de la proclama «Libertad, Igualdad y Fraternidad» y a 70 años de la Resolución 217, mediante la cual la Organización de las Naciones Unidas adopta la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la libre circulación de los seres humanos sigue siendo utopía.
Prueba de ello es que, para nombrar un pacto mediante el cual los Estados se comprometen a reconocer a las personas migrantes determinados derechos, es preciso acompañar el término migración con tres adjetivos de uso frecuente en los sectores conservadores. El documento es denominado Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular.
Para no comprometerse a tratar como niños a los menores, acompañados o no, que llegan a sus fronteras en condición de indocumentados y para continuar poniendo el sello de ilegal a toda persona que no contribuya a la multiplicación del capital, Estados Unidos se retiró de la discusión del pacto en diciembre del año 2017. «Nuestras decisiones sobre políticas de inmigración serán tomadas por americanos y solo por americanos», declaró Nikki Haley, quien en ese momento era embajadora ante la ONU.
En el año 2016, con Barack Obama en la presidencia, Estados Unidos apoyó la «Declaración de Nueva York para los Refugiados y los Migrantes». No por ello se puede olvidar, sin embargo, que las repatriaciones durante esa gestión se acercaron a los 3 millones, según cifras oficiales. En el año 2013, por ejemplo, la cifra es superior a 435 mil, lo cual representa un 3.8 por ciento de la población indocumentada en ese momento. ¿Se llama soberanía también ese inhumano ejercicio?
Supeditar a los intereses del capital la movilidad de la fuerza de trabajo es la práctica del poder estadounidense como conjunto y de las fuerzas conservadoras a nivel global.
El apoyo a la Declaración de Nueva York fue una respuesta política demagógica a la llamada crisis de refugiados en Europa.
En diciembre del año 2015, en su página web, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para las Migraciones escribió: «Hasta el 7 de diciembre, más de 911.000 refugiados e inmigrantes han llegado a las costas europeas desde que comenzó el año y unas 3.550 personas han perdido la vida durante el viaje. Más del 75% de quienes llegan a Europa han huido de la persecución y los conflictos en Siria, Afganistán o Irak».
A esto hay que añadir que en el año 2016 llegaron a Italia 181 mil personas a través del Mediterráneo.
En medio de esa situación fue firmada la Declaración de Nueva York, apoyada incluso por los países que luego se desvincularon del Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular.
Estados Unidos, Polonia, Hungría, Israel y la República Checa votaron contra el Pacto en diciembre pasado. El texto, tras ser aprobado por aclamación, fue sometido a votación a petición de Estados Unidos.
Argelia, Australia, Austria, Bulgaria, Chile, Italia, Libia, Latvia, Liechtenstein, Rumanía, Suiza y Singapur se abstuvieron. República Dominicana y Eslovaquia no asistieron a la reunión de la Asamblea General en Marrakech. Por disposición del ultraderechista presidente Jair Bolsonaro, Brasil ha anunciado su retiro del pacto.
Estas son posiciones de Estado, pero la ultraderecha se ha pronunciado también como sector. En Bélgica, la firma del pacto provocó la ruptura de la coalición gobernante y la dimisión del primer ministro Charles Michel. Los sectores ultraderechistas convocaron en toda Europa a marchas y, a través de dirigentes como Marine Le Pen se pronunciaron contra el pacto.
Los grupos partidarios del cierre de fronteras quieren mantener a toda costa la prerrogativa de poner el sello de ilegales a las personas y criminalizar el intento de emigrar sin documentos.
Hay que puntualizar que el Pacto por la Migración Segura, Ordenada y Regular no convierte en derecho humano la migración. Ni siquiera los voceros de la ultraderecha hacen esta afirmación. Obviamente, no emanaría de un organismo de la ONU un documento de tal naturaleza. ¿Desde cuándo actúan estos organismos en abierto desafío al poder hegemónico?
A la ultraderecha le preocupa que en los escenarios de guerra y de crisis económica grupos poblacionales se organicen y presionen por ese reconocimiento. Es un temor que no cesa en las instancias que sostienen la sociedad de clases.
El Partido Demócrata, en cómoda posición, aprovecha políticamente el tema, dado que el gobierno de Donald Trump rechazará todo compromiso con los migrantes. Las dobleces se notan cuando se examinan las cifras de deportaciones y el tratamiento a los indocumentados durante los gobiernos de Obama y de Bill Clinton (para solo citar dos administraciones demócratas).
En las posiciones del Partido Demócrata pesa también la evidencia de que el capital podría aprovechar la indetenible migración y el enorme número de refugiados en lugar de oponerse a lo inevitable, pero de todos modos se trata de facilitar la reproducción del capital, no de favorecer a las personas.
Está lejos el pacto firmado en Marrakech de constituir un paso hacia el reconocimiento del derecho a circular por el planeta sin otra limitante que el compromiso de acogerse a las normas básicas de convivencia.
La propia ONU lo confirma en un resumen dirigido a dar a conocer al mundo la esencia del documento votado en Marrakech:
«Los Estados se comprometen también a mejorar su cooperación a la hora de salvar vidas de migrantes, con misiones de búsqueda y rescate, y garantizando que no se perseguirá legalmente a quien les dé apoyo de carácter ‘exclusivamente humanitario’, señala. Y continúa diciendo: «Además, los Gobiernos prometen garantizar un regreso «seguro y digno» a los inmigrantes deportados y no expulsar a quienes se enfrentan a un «riesgo real y previsible» de muerte, tortura u otros tratos inhumanos».
En el contenido del texto, nada hay que implique un avance mayor.
Desde República Dominicana, patrioteros que en las urnas y en las calles han apoyado a dirigentes entreguistas, saqueadores y serviles, enarbolaron para oponerse a la firma del pacto la bandera nacional que el pueblo organizado tiene por tarea arrancar de sus sucias manos.
A esos patrioteros no les causa vergüenza citar al dictador Rafael Leonidas Trujillo, a Joaquín Balaguer, a Álvaro Uribe, a Donald Trump o a cualquier representante de la delincuencia política a nivel nacional e internacional, para pronunciarse contra los migrantes pobres, en particular contra la migración haitiana.
En un ejercicio politiquero, el presidente Danilo Medina, a través de su vocero, dijo que la firma del pacto limitaría la capacidad de gobierno para hacer valer las normas migratorias en República Dominicana, y anunció que no enviaría representantes a la reunión de Marrakech.
Danilo Medina mantiene en la dirección de la Policía Nacional al mayor general Ney Aldrin Bautista Almonte, quien elogió el discurso de un grupo de patrioteros que amenazan de muerte a periodistas y activistas sociales por pronunciarse contra los abusos contra migrantes haitianos en el país.
Al negarse a firmar el pacto, Danilo Medina neutraliza potenciales acciones en su contra de grupos ultraconservadores entre los que se incluye a los dirigentes de la Fuerza Nacional Progresista (el abogado Vincho Castillo, sus hijos y otros allegados) y a los jefes del despedazado Partido Reformista Social Cristiano. De ese modo, se pone en condiciones de pactar con una parte de esos grupos que apoyan a Leonel Fernández en el pugilato por el control del Partido de la Liberación Dominicana.
En otro aspecto del quehacer politiquero, es un punto de coincidencia con la administración de Donald Trump.
Es preciso destacar esta coincidencia, porque Donald Trump ha anunciado el retiro de la colaboración económica a los países de donde proceden los integrantes de la Caravana de Migrantes, en particular a Honduras, Guatemala y El Salvador, y funcionarios yanquis han afirmado que Nicolás Maduro, Daniel Ortega y la oposición hondureña han organizado la caravana de migrantes que todavía intentan ser acogidos en Estados Unidos.
Jakelin y Felipe, como Aylan…
Desde esta América, es imposible calificar la migración como un fenómeno ajeno y lejano, y es imposible también desvincular el fenómeno de la acción política imperialista.
El pasado día 2, en The New York Times, la periodista Elisabeth Malkin destacó que el Gobierno de Guatemala ha sido muy cauteloso al hablar con el de Estados Unidos sobre la muerte de dos menores (Jakelin Caal, de seis años, quien murió el 8 de diciembre, y Felipe Gómez Alonso, de 7, quien murió el 24 de diciembre) bajo custodia de las autoridades fronterizas yanquis. Destaca que, en un año electoral en Guatemala, Jimmy Morales no quiere perder el apoyo de Estados Unidos, y dice también que las comunidades indígenas mayas han sido tradicionalmente discriminadas en Guatemala y de esas comunidades proceden los dos niños muertos.
El presidente de Guatemala no ha hecho ninguna declaración pública «y ha dejado que sea su ministra de Relaciones Exteriores, Sandra Jovel, quien informe sobre los avances en las averiguaciones de la causa de la muerte de los menores y sobre el traslado de sus cuerpos a su país natal», apunta.
Obviamente, de ilegitimidad hablamos, y de aborrecible servilismo.
¿Quién menciona en este contexto la palabra democracia? ¿Acaso es posible ante un gobierno que menosprecia a grupos nacionales o ante uno que se propone colonizar al mundo?
La muerte de dos niños indígenas no mueve a la acción al presidente de Guatemala ni llama a capítulo a las autoridades estadounidenses, que siguen desconociendo los derechos de los migrantes, pero a los hombres y mujeres conscientes de América y del mundo sí debe llamar a reflexión.
La desigualdad y la exclusión son dos fenómenos a visibilizar.
En el año 2015 conmocionó al mundo el hallazgo en las costas de Turquía del cuerpecito de Aylan, un niño sirio de tres años.
Hay que llamar la atención sobre el hecho de que 640 niños murieron en el Mediterráneo entre los principio del año 2014 y enero de 2018, y que la cifra es inexacta, dado que muchas desapariciones no son reportadas.
Según cifras de la ONU, el año pasado 4,503 personas murieron o desaparecieron mientras intentaban emigrar.
Aylan es el niño muerto de Europa y Jakelin y Felipe son los niños muertos de América, dos inditos de Guatemala que vivían en condiciones deplorables y hallaron la muerte cuando sus padres buscaban asegurarles calidad de vida.
Con sus nombres, se menciona también a otros niños víctimas de la violencia y la injusticia, en condición de ilegales, de irregulares, entes de desorden en la sociedad de clases organizada para pisotear sus derechos.
Los pueblos habrán de juzgar a quienes hoy consideran que es mucho reconocer la humanidad de quienes viajan sin documentos… Y no es difícil anticipar la condena.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.