La necesidad de una teología islámica de la liberación aparece para muchos como una conclusión lógica del resultado de las vicisitudes sufridas por las comunidades musulmanas en el último siglo y la situación geopolítica internacional a principios del siglo XXI. Para comprender esta necesidad, hay que remontarse a la época de la Guerra Fría, cuando […]
La necesidad de una teología islámica de la liberación aparece para muchos como una conclusión lógica del resultado de las vicisitudes sufridas por las comunidades musulmanas en el último siglo y la situación geopolítica internacional a principios del siglo XXI. Para comprender esta necesidad, hay que remontarse a la época de la Guerra Fría, cuando las potencias occidentales se aliaron con las corrientes más conservadoras del mundo islámico para evitar el encuentro entre los movimientos islamistas y la izquierda internacional. Una alianza que todavía ejerce un poder asfixiante sobre las poblaciones musulmanas.
Todo nos remite al tema clave de la globalización corporativa, y al papel que juegan en ella los países de la OPEP. Asistimos a la colaboración que los sectores reaccionarios del mundo islámico con la globalización corporativa, hasta el punto de que hoy en día constituyen uno de los pilares de la misma. Tariq Ramadan se ha referido a esta alianza del siguiente modo:
Ya hace dos décadas, la economista Susan George puso de manifiesto el papel que la OPEP ha jugado desde los años 70 del siglo pasado en el aumento de las desigualdades Norte/Sur. Susan George comenta:
«Los países productores de petróleo se comportaron como verdaderos capitalistas, esperando hacer mucho dinero confiando en profesionales de Nueva York o de Londres. De este modo, perdieron una ocasión histórica y abrieron la puerta al formidable golpe minuciosamente elaborado por países que ya eran ricos. La deuda, generada por los gobiernos occidentales, los bancos y sus agentes, tal como el FMI, ha debilitado aún más los países del sur (comprendiendo a los países miembros de la OPEP); les ha puesto en una situación mas desfavorable que antes de la gran época de los préstamos, y ha abierto la puerta a una verdadera recolonización». [2]
Algunos países tienen una cuantiosa deuda externa, incluidos algunos de los autoproclamados como «Estados islámicos», pretendidamente regidos por la Sharia. Arabia Saudí (47.390 2006 millones US$), Pakistán (42.380 2006), Sudán (29.690 2006 est.), o Irán (14,800 2006 est.). Alguien debería recordar a sus ulama, grandes mufties y otros sabios gubernamentales que la usura está prohibida en el islam… ¿Por qué Arabia Saudí, uno de los grandes productores de petróleo, tiene deuda externa, cuando miles de miembros de la familia Saud tienen asignada una cantidad mensual vitalicia solo por ser de la familia? Casi toda esta deuda ha sido gastada en armas, compradas a sus amos. No nos engañemos: estos países son solo «islámicos» en aquellos aspectos que interesen al Estado, especialmente en todo lo referente al control social.
La obsesión por la religión entendida como una moral extrema, un puritanismo sofocante obsesionado con el honor y la sexualidad, es un medio para alienar a las poblaciones musulmanas, actúa como un velo que impide analizar las causas reales de las injusticias sociales que padecen, y presenta a los culpables de estas injusticias como garantes de la identidad y del honor nacional. Asistimos a una forma extrema de oscurantismo, de mano de los ulemas reaccionarios, que ocupan lugares prominentes por su significación en la historia del islam, como son la Universidad de al-Azhar o las Mezquitas de Meka y de Medina. Una visión oscurantista del islam que coarta cualquier posibilidad de pensamiento crítico entre los creyentes, condenando a sus sociedades a permanecer en el atraso y la ignorancia. Si la religión se redujese a esto, sin duda podríamos suscribir la frase de Marx, según el cual la religión es el opio del pueblo. Por suerte, la religión es mucho más que esto, o es más bien otra cosa, un potencial que puede ser puesto al servicio de la liberación del ser humano, insha Al-lâh.
En este punto hay que situar el discurso anticomunista promovido por determinadas instituciones musulmanas, desde el mundo árabe hasta el sudeste asiático. Nos situamos en la época de guerra fría, cuando el comunismo es el mal absoluto que ahora representa el islamismo. Un buen ejemplo de la vinculación entre islam, anticomunismo, dictaduras laicas e intereses occidentales se produce en el momento de la llamada infitah (apertura), promovida en Egipto por Sadat en los años 70 del siglo pasado, con el objeto de liberalizar la economía (tras la etapa del «socialismo árabe», declarada superada). Sindicatos y asociaciones de izquierdas se oponen a las políticas de privatización y de apertura a inversiones extranjeras, pero éstas reciben el apoyo de los ulemas de al-Azhar y de los Hermanos Musulmanes. Sadat apoya las yamaat (asambleas) islámicas en las universidades, para debilitar las organizaciones estudiantiles de izquierdas, uno de los focos principales de la oposición. Es en este contexto donde debemos situar la aparición del anticomunismo de los ulemas oficiales. Retorno a la religiosidad y liberalismo van unidos. Los sucesivos Sheijs de al-Azhar emiten fatuas anticomunistas. El Sheij Muhammad Fahham lanza una diatriba contra los estudiantes que se manifiestan en contra del gobierno, los llama impíos y les conmina a comportarse religiosamente. El Sheij Abel Halim Mahmud afirma que «el sionismo es la madre del comunismo». El imam Shaltut, afirma que «el comunismo es kufur. El comunista que desgrana su rosario no dice ‘Al-lâhu Akbar’ sino ‘Marx es grande’.» Hasanayan Muhammad Majluf, mufti de la República, propone que los comunistas sean considerados como apóstatas del islam, en una época en la cual esto podía acarrear graves prejuicios[3].
En Indonesia, las dos organizaciones islámicas más grandes del país (el Nahdlatul Ulama y la Muhammadiya, con varios millones de militantes) se implican de manera decidida en la lucha anticomunista. Durante los años 1965-1966, Suharto desatará una oleada de matanzas que acabarán con la vida de más de un millón de comunistas. Según ha relatado Noam Chomsky, agentes norteamericanos entregaban listas de comunistas o de simpatizantes a las autoridades locales, que realizaban una caza humana despiadada, con el apoyo de las organizaciones islámicas. La Muhammadiya declarará el yihad en contra del Gestapu (el Partido Comunista de Indonesia). Resulta triste constatar la implicación de las dos organizaciones islámicas más importantes del país en uno de los sucesos más trágicos del siglo XX, que llevó a la muerte de más de un millón de personas por el mero hecho de ser militantes comunistas.
Pero esta alianza no es cosa del pasado. Actualmente, algunos países de población musulmana están en los primeros puestos en cuanto a renta per cápita en el mundo: Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Brunei, Bahrein, Omán y Arabia Saudita, países que desarrollan sus economías bajo la protección militar norteamericana. Pero esta posición privilegiada no se manifiesta apenas en forma de cooperación al desarrollo respecto a otros países musulmanes. Hay que recordar las numerosas situaciones en las cuales los musulmanes viven en una situación dramática. Cientos de miles de ellos hacinados en campos de refugiados: saharauis en el desierto argelino, sudaneses en Darfur, rohingya en Bangla Desh y en Tailandia. Otras situaciones no son menos dramáticas, como las de Chechenia, de Etiopía o de Somalia. Estas situaciones de extrema pobreza coexisten con el despilfarro. Como contraste, cabe mencionar los proyectos faraónicos (en el sentido coránico del término) llevados a cabo por las dinastías petromillonarias del Golfo Pérsico, como los proyectos de construcción en Dubai de grandes hoteles ultra lujosos ganando terreno al mar, en las cuales se pueden encontrar incluso pistas de esquí.
No existe (que nosotros sepamos) una verdadera ayuda al desarrollo organizada desde países musulmanes ricos hacia el tercer mundo. Existe ayuda humanitaria a gran escala, y centenares de organizaciones que se dedican a paliar necesidades inmediatas, pero no un proyecto global que ayude a las comunidades necesitadas a generar sus propios mecanismos de supervivencia en el futuro. En este punto hay que lamentar la forma en la que Arabia Saudí malgasta el dinero del petróleo, financiando grandes universidades y centenares de madrasas a través de las cuales se adoctrina a poblaciones foráneas, creando una fractura en todos los países musulmanes entre el islam tradicional y el wahabismo. La única preocupación de Arabia Saudí en todas las tragedias humanas mencionadas es la de utilizarlas para infiltrarse e imponer su concepción rigorista del islam aniquilando las tradiciones locales, siempre en nombre de la pureza religiosa, siempre al servicio del imperialismo. Arabia Saudí se ha ganado a pulso en odio de la inmensa mayoría de musulmanes del planeta, tanto por su política de difusión del wahabismo, como por su apoyo a la dominación norteamericana y por el desprecio mostrado hacia el sufrimiento de los musulmanes a lo largo del planeta.
El wahabismo no es una interpretación ortodoxa del islam sino un movimiento reformista, nacido en la Arabia del siglo XVII d.C. Más adelante, la palabra reformista ha tomado el sentido de abandono de una concepción orgánica de la comunidad en función de estructuras de poder nacidas con la industrialización. Un estado como el de Arabia Saudí representa el abandono de la tradición por intereses económicos, y fue escogido por los británicos porque se ajustaba a los planes de explotación de los recursos naturales diseñado para Oriente Medio. Su aspecto exterior les da una apariencia islámica, mientras que su carácter modernista les facilita la labor de gobernar a gusto de sus amos. Mediante la llamada «apertura de la puerta del iÿtihâd» (esfuerzo interpretativo en jurisprudencia), los ulemas al servicio del Estado se permiten lanzar fetuas para justificar todo aquello que al gobierno le interesa: la presencia de bases norteamericanas en Arabia, o la licitud del asesinato político, el tráfico de drogas. En el plano de la política internacional, el wahabismo trata de hacer pasar el islam como una pieza de la economía de mercado, colaborando en todo con el Fondo Monetario Internacional.
Arabia Saudí: un país que comercia en armamento pero se llama a si mismo islámico porque corta la mano al niño que roba una manzana, donde los gobernantes viven rodeados de un lujo extravagante mientras la deuda externa alcanza cifras astronómicas… Pero el Profeta Muhammad (saws.) dijo: «Aquel que trasiega con lo que tiene, a ése es a quien Al-lâh provee; y aquel que acapara bienes y los acumula, a ése es a quien Al-lâh maldice y aparta de su lado». Lo que han hecho en las ciudades de Meka y Medina no deja lugar a dudas. Donde hace unos años estaban las tumbas de los compañeros del Profeta (saws) ahora se agolpan concesionarios de la Mercedes o la Chrysler. En lugares asociados a la misión profética de Muhámmad (saws) ahora hay hoteles de cinco estrellas regentados por compañías extranjeras. La destrucción del patrimonio, de la memoria colectiva de los musulmanes, forma parte de la política de los Bani Saud desde sus comienzos. Es el mismo desarraigo que se está produciendo a gran escala, operado desde dentro del islam, desde su mismo centro geográfico.
Esta es la entrada del islam en la sociedad del espectáculo: el wahabismo representa la occidentalización del islam, el abandono de la tradición para hallar su semejanza con esa cultura de la representación y de la imagen. Cultura de la imagen: la aceptación de las imágenes de las diferentes tradiciones, pero no sus contenidos. Estamos en un mundo donde la idea de tradición quiere ser reducida a la de folclore. Esto es lo que ofrece el wahabismo: no el islam sino solo su apariencia, no la verdad sino una imagen estereotipada. En esta cultura de la imagen están empeñados los «representantes de Dios en la tierra» de todas las religiones, como los publicitarios, los economistas del Nuevo Orden Mundial, los fabricantes de noticias. Arabia Saudí, como cuna del islam, juega el papel perfecto para la política de los poderes de Occidente, una política que no puede sino acabar con el sacrificio de la imagen que ellos mismos han creado. La definición concisa de Tariq Ramadan refleja una opinión mayoritaria:
«Arabia Saudí: la encrucijada de todas las mentiras y todas las hipocresías. Primero, de Occidente, cuyos gobiernos, aunque saben del horror de la dictadura, del esclavismo reaccionario y de la corrupción, se callan por razones económicas. Después, de Oriente y de demasiados musulmanes, que, a causa del maná financiero, responden con el silencio a la traición más manifiesta y más odiosa a los principios del islam».[4]
Actualmente asistimos a nuevos episodios de esta colaboración, nunca revocada. La contrarreforma agraria llevada a cabo en 1999 por Mubarak, que implicó la recuperación de los arrendamientos agrícolas por el capital, recibió el apoyo de la Yamaat Islámica y los Hermanos Musulmanes en nombre de la sharia y del derecho a la propiedad. Todavía se puede encontrar en la web del también egipcio Yusuf Qaradawi una fetua en la cual afirma que es incompatible ser comunista y musulmán (la fetua responde a una mujer que le pregunta si se puede casar «con un musulmán comunista»: la respuesta es negativa, es haram casarse con un comunista, pues los comunistas son poco menos que diabólicos que no creen en nada… a pesar de que en su pregunta la mujer deja bien claro que el hombre en cuestión es musulmán). El propio Qaradawi que se sienta a la derecha del Emir de Qatar mientras las tropas norteamericanas se preparan para invadir Iraq, desde inmensas bases cedidas por el emirato, un país en el cual los inmigrantes egipcios (entre otros) viven en situación de semiesclavitud… Todo esto justifica sin duda el rechazo de las izquierdas a la hora de colaborar con los movimientos islamistas, y pone en evidencia las estrechas relaciones entre fundamentalismo religioso y neoliberalismo. Citamos a Samir Amin:
«En el terreno de las cuestiones sociales de verdad, el islam político se alinea en el campo del capitalismo dependiente y el imperialismo dominante. Defiende el principio del carácter sagrado de la propiedad y legitima la desigualdad y los requisitos de la reproducción capitalista. El apoyo prestado por los Hermanos Musulmanes en el Parlamento egipcio a las recientes leyes reaccionarias que refuerzan los derechos de los propietarios en detrimento de los arrendatarios rurales (la mayoría del pequeño campesinado) no es más que un caso entre cientos. No hay ejemplo siquiera de una sola ley reaccionaria promovida en cualquier Estado musulmán a la que los movimientos islamistas se hayan opuesto… Es fácil entender, por tanto, que el islam político haya contado siempre en sus filas con la clase dominante de Arabia Saudí y Pakistán. Las burguesías compradoras locales, los nuevos ricos, beneficiarios de la actual globalización imperialista, apoyan generosamente al islam político. Y éste ha renunciado a una perspectiva antiimperialista y la ha reemplazado por una postura ‘antioccidental’ (casi ‘anticristiana’) que evidentemente sólo lleva a las sociedades afectadas a un callejón sin salida y no constituye por tanto un obstáculo al despliegue del control imperialista sobre el sistema mundial. La historia de los Hermanos Musulmanes es bien conocida. La Hermandad la crearon los británicos y la monarquía en la década de 1920 a fin de cerrar el paso al Wafd, secular y democrático. Su regreso en masa de su refugio saudí tras la muerte de Nasser, organizado por la CIA y Sadat, es también bien conocido. Todos estamos familiarizados con la historia de los talibán, formados por la CIA en Pakistán para luchar contra los ‘comunistas’ que habían abierto escuelas para todos, chicos y chicas. También es de sobra sabido que Israel apoyó a Hamás en un principio como forma de debilitar las corrientes seculares y democráticas de la resistencia palestina. El islam político habría tenido muchas más dificultades para moverse fuera de las fronteras de Arabia Saudí y Pakistán sin el potente apoyo continuado y resuelto de los Estados Unidos. La sociedad de Arabia Saudí no había comenzado siquiera a moverse más allá de sus límites tradicionales cuando se descubrió petróleo bajo su suelo. Se concluyó entre las dos partes una alianza entre el imperialismo y la clase dominante tradicional, sellada de inmediato, que dio un nuevo arriendo de vida al islam político wahabí… Resulta fácil, por tanto, comprender la iniciativa tomada por los Estados Unidos para romper el frente unido de los estados asiáticos y africanos establecido en Bandung (1955), creando una ‘Conferencia Islámica’ inmediatamente promovida (desde 1957) por Arabia Saudí y Pakistán. El islam político penetró en la región por estos medios. La mínima conclusión que puede extraerse es que el islam político no es el resultado espontáneo de la afirmación de las auténticas convicciones religiosas por parte de los pueblos afectados. El islam político lo erigió la acción sistemática del imperialismo, apoyada, por supuesto, por fuerzas obscurantistas reaccionarias y las clases compradoras subordinadas». [5]
En definitiva, el islam está siendo utilizado desde el poder, en muchos casos para justificar privilegios y opresiones, y combatir a las izquierdas. Esta utilización por parte del Estado suele estar vinculada a la imposición de una visión reaccionaria del islam, centrada en las formas y en la imposición de una moral de rebaño. Globalización corporativa y fundamentalismo religioso se alimentan uno a otro, son las dos caras del mismo fenómeno. Las medidas estructurales promovidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial crean las condiciones necesarias que hacen posible (incluso inevitable) el resurgir del fundamentalismo, y al final, este fundamentalismo justifica la intervención de los Estados occidentales. Todo esto explica el apoyo occidental a la visión más reaccionaria del islam.
Pero debemos decir que el análisis de Samir Amin es en exceso maximalista: si bien es indudable que el islam político dominante (especialmente la corriente wahabi/salafi promovida desde Arabi Saudí) aparece como un aliado del imperialismo, de ello no se puede deducir que todo el islam político deba ser encajonado en dicha categoría. Existe una creciente conciencia de esta problemática dentro de los movimientos musulmanes, un problema cuya resolución pasa por construir una nueva alianza con la izquierda global y el movimiento altermundista, tal y como defenderemos en breve. No queda otro remedio que trabajar en esta dirección. Sería un error garrafal por parte de los movimientos anticapitalistas en los países musulmanes el plantear su lucha al margen del islam, siendo el islam el eje alrededor del cual gira la vida en dichas sociedades. Combatir el islam y el capitalismo al mismo tiempo no parece razonable, y menos si nos damos cuenta de que el islam constituye hoy en día una de las pocas alternativas vivas a la globalización neoliberal.
Teología islámica de la liberación
En este punto se comprende la importancia que puede cobrar la teología islámica de la liberación (TIL) en el contexto de la lucha de los pueblos contra la globalización corporativa y el nuevo imperialismo, así como contra la hegemonía de las formas alienantes de entender el islam que aparecen vinculadas a ellas. Es decir: para contrarrestar la alianza existente entre la globalización corporativa y el fundamentalismo religioso.
Entendemos por TIL un discurso y una práctica social que pone en primer plano el mandato coránico de construir una sociedad justa e igualitaria, en la cual la dimensión espiritual del ser humano sea tenida en cuenta, en oposición tanto a las concepciones reaccionarias del islam como al neoliberalismo. Frente a la deriva de los movimientos islamistas hacia posturas ultraconservadoras en lo político y en lo moral, la TIL surge de la recuperación del mensaje revolucionario lanzado por el Profeta Muhammad hace catorce siglos, contra las oligarquías de su tiempo.
La TIL cobra nueva fuerza en el contexto post 11-S, con las invasiones de Iraq y Afganistán, la situación de los musulmanes en Birmania y la continuación del genocidio palestino. Pero, sobre todo, la TIL surge como toma de conciencia del impacto social de la globalización corporativa. El auge del neoliberalismo y de la filosofía de libre mercado plantea una amenaza a la igualdad y a la justicia social, puesto que ambos conciben a la sociedad como un mercado que reduce al ser humano a la dimensión de productor-consumidor. Una economía de mercado liberalizada, que no tiene consideración alguna por los asuntos sociales, ni por las culturas autóctonas ni por las preocupaciones medioambientales, no puede promover el bienestar económico y social global, ni asegurar un desarrollo sostenible. El neoliberalismo amenaza cada vez más los derechos civiles, particularmente, el derecho a la educación, al empleo remunerado y a la salud.
Frente a esta situación, la TIL propone una reforma radical de la sharia, que sirva a los desfavorecidos. Propone la reforma de los códigos de familia musulmana, de cara a lograr la plena igualdad de las mujeres y los hombres. Propone también incorporar la cuestión de la justicia económica en los discursos contemporáneos basados en la sharia, y centrarse en sus aspectos horizontales, las mu’amalat o transacciones sociales, antes que en los aspectos de la ‘ibada o actos de adoración. Esta reforma se inspira en la noción de la Soberanía de Al-lâh, según la cual sólo Al-lâh es nuestro Señor, y por tanto nadie puede ser amo o señor de sus semejantes. Esta comprensión del islam conduce a cuestionar las comprensiones ritualistas y/o alienantes de la religión. Para la aplicación de estos principios, se hace necesaria la creación de sindicatos inspirados en la TIL, capaces de reivindicar los derechos de los trabajadores en contextos donde el islam es la religión de Estado, y donde todo gira en torno al islam.
La TIL defiende la implicación del islam en la política. Si se eliminasen todos los componentes éticos (religiosos) de la política, la medicina, la economía… ¿qué nos quedaría? La postcivilización occidental: un sistema de depredación generalizada del planeta tierra, que no responde a ningún criterio ético ni racional… En los países occidentales este sistema recibe el contrapeso de la sociedad civil, gracias sobre todo a la lucha de los marxistas y de los anarquistas de los siglos XIX y XX, y al movimiento pro derechos civiles surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Pero este contrapeso no tiene suficiente fuerza hoy a escala planetaria, y aún menos en el llamado tercer mundo, donde las grandes corporaciones se lanzan a una política de depredación de los recursos naturales, expoliando a los pueblos y aniquilando sus culturas, entronando a dictadores sumisos a sus intereses y financiando guerras en aquellos lugares en los cuales las sociedades se unen para hacerles frente. La TIL se presenta por tanto como un desafío al llamado «islam liberal», que aboga por una separación estricta entre la religión y la política, un discurso complaciente con las nuevas necesidades del establishment. Existe una política de infiltración por parte de think thanks occidentales, que promueven un discurso islámico antifundamentalista y de defensa de la compatibilidad entre islam y democracia, derechos humanos, etc., pero que no es crítico con las políticas promovidas por el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y el banco Mundial. Es el llamado «islam moderado», promovido por los gobiernos británico y norteamericano, como una ofensiva paralela a las invasiones de Irak y Afganistán.
La TIL tiene un destacado representante en el sudanés Mahmud Taha, quien en su famosa obra El segundo mensaje del Corán identificó la sociedad ideal propuesta por el Profeta Muhammad con un «socialismo democrático» (aunque el término apropiado para definir sus propuestas sería más bien comunismo). Según Taha, la consecución de este ideal de comunidad es necesaria para la realización del ser humano. En una sociedad regida por el egoísmo y la exacerbación de las pasiones, el ser humano no puede activar plenamente sus capacidades ni vivir como criatura capaz de Al-lâh. Al mismo tiempo, cree que el socialismo no puede realizarse sin tener en cuenta la dimensión espiritual del ser humano. De ahí el fracaso del materialismo histórico y del régimen soviético, cuya concepción materialista del ser humano no se diferenciaba en el fondo de la propuesta por la sociedad capitalista. Taha incluye la perspectiva democrática, la igualdad de género, valores ecológicos…
La TIL no reniega de sus vínculos con el reformismo musulmán e incluso con los movimientos islamistas, y puede citar a Sayed Qutb o a Ali Shariarti para apoyar sus posiciones. Entronca con el reformismo antes de que este movimiento fuera fagocitado por Arabia Saudí, y fuese puesto al servicio de los intereses de la globalización corporativa y de las políticas conservadoras. Esta vuelta a los orígenes revolucionarios de los movimientos islamistas es la propuesta de Shabbir Akhtar, en The Final Imperative: An Islamic Theology of Liberation. Se trata de un intelectual británico que se reconoce discípulo de Sayed Qutb. La TIL podría enlazar con un islamismo que haya reconocido los excesos totalitarios cometidos y promueva una apertura a la igualdad de género, los valores ecológicos y democráticos. El pensador suizo de origen egipcio Tariq Ramadan se presenta como una figura puente, lo cual explica la violencia mediática con la cual es tratado en Occidente.
Una obra a tener en cuenta es Islamic Liberation Theology: Resisting the Empire, del iraní Hamid Dabashi. Las críticas a la República Islámica de Irán no lo conducen a abrazar la modernidad occidental como una panacea, sino todo lo contrario. Dabashi considera que la ideología islámica ha dejado de ser el factor principal de la resistencia contra «la modernidad colonial». El islamismo militante surgió de unas determinadas condiciones y permanece preso de ellas. No es capaz de responder a las necesidades del presente ni a los retos de la globalización corporativa. Para renovar las aspiraciones de los musulmanes es necesario revisar el propio concepto de «ideología islámica», en el sentido de ofrecer una respuesta local y por tanto limitada a lo que se nos presenta como un reto global. Ninguna ideología de la alteridad logrará despertar las energías y crear las sinergias necesarias para enfrentarse a la depredación planetaria operada desde los centros de la globalización corporativa. Ni esta globalización es «Occidente», ni Bin Laden «el Islam». Muy especialmente, deben superarse las visiones legalistas del islam, que conducen a una múltiple fractura entre islam y occidente, islam y derechos humanos, islam y feminismo… Una serie de fracturas que son explotadas por el imperio para socavar y deslegitimar las resistencias musulmanas.
El único modo de salvar estas fracturas es pensar una ideología islámica de la liberación en convergencia con otros movimientos similares a lo largo del planeta. Los musulmanes no están solos en la lucha. No pueden seguir pensando su lucha de espaldas al resto del planeta, ni en términos de supremacismo islámico. Una ideología que divide el mundo entre el Islam y Occidente o entre creyentes y no creyentes no tiene nada positivo que aportar. La situación contemporánea nos aboca al sincretismo y a la aceptación de valores universales. Cree que el islam tendrá que rearticularse en relación al capital globalizado. Como resultado del proceso de globalización, las masivas migraciones de trabajadores han desmantelado la dicotomía «centro-periferia» u «islam-occidente», que pudieron tener su razón de ser durante la época colonial. Dabashi defiende el multiculturalismo y explora las similitudes y las diferencias respecto a la teología cristiana de la liberación, llamado a un entendimiento. Las potencialidades revolucionarias del islam deben ser puestas al servicio de la humanidad, y no al servicio de la causa del islam. Hay que pensar en términos de diversidad y sincretismo, y no en términos supremacistas.
Más que de una teología, deberíamos hablar de una teodicea, teología natural y racional de corte universalista, que busca su fundamento en el interior del ser humano. Dabashi define esta teodicea como «una forma de teología de la liberación que no sólo da cuenta de la existencia de sus sombras morales y normativos, sino, de hecho, los abraza»[6]. En la visión de Dabashi, esta teodicea logrará liberar al propio islam de sus fantasmas, de sus atavismos y de las formas de idolatría generadas a lo largo de los siglos. No se trata tan sólo de volver a pensar el islam en términos liberadores, sino de pensar desde un islam liberado de si mismo.
Islam y movimiento altermundista
El enunciado «teología de la liberación» nos remite inmediatamente a las luchas de los cristianos en América del Sur y el Tercer Mundo, por superar la visión alienante del cristianismo y recuperarlo como mensaje de liberación individual y colectiva… Así pues, al hablar de una «teología islámica de la liberación» estamos poniendo desde el primer momento en juego fuerzas convergentes a escala planetaria, moviéndonos hacia una respuesta conjunta de las diversas religiones a los retos de la globalización.
Pero esta alianza no es únicamente entre religiones. Afirmamos que la lucha de los musulmanes por la justicia social se sitúa en consonancia con el movimiento altermundista, en contra de la alianza del fundamentalismo religioso (que nada tiene en realidad de islámico) y la globalización corporativa. No es posible separar nuestro análisis sobre la situación actual del islam de la situación del mundo en la era global. La dominación planetaria de las corporaciones financieras conduce a la desestructuración de los países y al hambre de millones de personas. El efecto de la prohibición de la usura u otros principios de la economía islámica en los países musulmanes no lograría cambiar el nuevo orden mundial. Las grandes compañías financieras occidentales encontrarían fácilmente vías de penetración. Esto quiere decir que, en el contexto de la globalización, no existe la más mínima posibilidad de lograr una sociedad islámica a nivel local. Todo apunta hacia la participación creciente de los musulmanes en el movimiento altermundista, como una de las claves del futuro.
Nos hallamos en el inicio de la construcción de una sociedad civil planetaria, una sociedad civil que ya no encuentra su vía de participación política a través del marco de los Estados-nación, sino a través de una nueva ética global emergente, fundada en la solidaridad y el amor a la pluralidad, en la lucha de los pueblos por su supervivencia. Nos situamos en el terreno de los valores globales: democracia, libertad religiosa y de conciencia, valores ecológicos, justicia distributiva e igualdad de género. Al mismo tiempo, implica una resistencia al capitalismo salvaje que amenaza a poblaciones enteras con el hambre y el desarraigo de sus culturas y cosmovisiones ancestrales. Esta lucha debe realizarse desde la defensa de la diversidad y frente al paradigma eurocéntrico, tan vinculado al racismo y al colonialismo.
Mientras haya hambre en el mundo, todo lo demás es secundario. A principios del siglo XXI, 950 millones de personas que viven en situaciones de hambre crónica, 30 millones de personas mueren cada año a causa de la mala distribución de los alimentos, 11 millones de ellos niños menores de 5 años. Unas cifras que nos sobrepasan y nos abochornan, que nos sumen en la desesperación y nos obligan a replantearnos nuestro modo de estar en el mundo. No podemos seguir pensando de espaldas a esta realidad que nos acusa, que muestra el rostro más oscuro de la modernidad. En este campo, toda actuación debe venir precedida por un estudio serio sobre las causas reales del hambre.
Las causas nos remiten a ámbitos económicos, políticos, sociales globales. Lo local no puede ser pensado sin referencia a lo global, y viceversa. El mundo es uno, el ser humano es uno. No podemos pensar disgregando, jerarquizando, como si la riqueza de occidente fuese independiente de la pobreza del tercer mundo, como si la tierra no fuera una, como si los campos de Indonesia no produjesen pienso para alimentar al ganado en Canadá, comos si los precios de las semillas que ha de plantar un agricultor en Corea no se decidiesen en Chicago, como si los medicamentos que pueden salvar a los niños de una aldea de Zambia, pero que estos no tienen dinero para comprar, no estuviesen patentados en Lausana.
Desde la conciencia de que todos somos uno, debemos decir bien claro que el hambre no es una casualidad o un accidente de la naturaleza. Existen situaciones concretas de catástrofes naturales que provocan hambrunas, pero el hambre crónica de poblaciones enteras del que estamos hablando no es un accidente, sino el resultado de estructuras económicas determinadas, de relaciones internacionales establecidas con criterios criminales. Estamos gobernados por criminales, por asesinos en masa que visten corbatas de seda y sonríen en los medios a las masas. Sabemos que la producción de alimentos actual podría alimentar dos veces a la población mundial, que el aumento demográfico no es una causa directa del hambre, y que muchos de los países que han sufrido terribles hambrunas son en realidad exportadores de alimentos. Sabemos que en Europa y Norteamérica cada año se desperdician o se tiran toneladas de alimentos con el fin de mantener los precios establecidos por grandes compañías, precios inasequibles para los menos desfavorecidos. Hemos visto a países enteros pasar de situaciones de bonanza a situaciones de pobreza en pocos años, a causa de políticas económicas impulsadas desde la Organización Mundial del Comercio. Hemos visto como los servicios sociales se deterioraban en países ricos en materias primas. Hemos visto como la deuda contraída por gobiernos dictatoriales para comprar armas ahogaba la vida de los campesinos, dobles víctimas de una política económica internacional irracional, que ha perdido todo criterio ético o humanitario.
Se trata de un sistema basado no en la satisfacción de las necesidades básicas del individuo y la búsqueda del equilibrio, sino en la exacerbación de las pasiones y la creación de necesidades artificiales que esclavizan al individuo, manteniéndolo en un estado de insatisfacción constante. Desde un punto de vista islámico, está claro que este sistema es rechazable, y que debe ser combatido. No pretendo caer en una retórica anticapitalista hueca y trasnochada. El islam está del lado del comercio. La capacidad creación de riqueza y el desarrollo tecnológico son instrumentos imprescindibles para la erradicación de la pobreza, un logro de la humanidad. Por primera vez en la historia nos encontramos en una situación de sobreproducción, en la cual el ser humano es capaz de producir alimentos para satisfacer con creces las necesidades básicas de la población mundial. A partir de este conocimiento, es necesario realizar una crítica lúcida sobre los fines de esta creación de riqueza y de este desarrollo de la producción, que no puede ser el de la mera acumulación de capital al margen de las necesidades de la gente.
Todos los que han estudiado el problema del hambre en el mundo saben de las dificultades a las que estos intentos se enfrentan. Desde las instituciones la situación parece bloqueada. Las instituciones internacionales encargadas de la lucha contra la pobreza están muy influidas por los propios interesados en perpetuar las desigualdades. Departamentos de Naciones Unidas son tanto el Fondo Monetario internacional como la FAO. La contradicción entre las medidas que uno y otro organismo promueven no puede ser más desconcertante.
Frente a esta situación, la sociedad civil del planeta debe ponerse en movimiento, y los musulmanes no pueden estar al margen de esta búsqueda de soluciones globales a problemáticas globales. Hace ya unos años asistimos al surgimiento de un movimiento social transnacional que pretende hacer frente a los retos de la globalización, que se ha dado cita en torno al Foro Social Mundial. Los movimientos sociales se sitúan en la vanguardia, y esto implica mirar hacia delante, más allá de la coyuntura política presente. Esto implica situarse contra del sistema económico y político dominante. En este ámbito, existen muchas acciones ya iniciadas a las cuales los musulmanes podríamos (deberíamos) sumarnos:
• Sumarnos a las iniciativas y campañas que promueven la reforma de las Naciones Unidas, hacia una democracia participativa que posibilite la consecución de sus objetivos fundacionales.
• Colaborar con el Foro Social Mundial.
• Apoyar aquellas campañas que promuevan la condonación de la deuda externa.
• Apoyar aquellas campañas tendentes a garantizar el acceso al agua potable de todo ser humano.
• Apoyar la campaña para la aplicación de la Tasa Tobin.
• Denunciar el negocio de la guerra, y a exigir a nuestros representantes políticos que combatan el comercio de armamento.
• Denunciar aquellas situaciones de connivencia de las religiones con el poder económico y político tendentes a perpetuar situaciones de injusticia
• Moderar nuestras necesidades y a realizar esfuerzos para erradicar el consumismo.
• Velar por que las inversiones que hagamos sean éticas, y que no entren en contradicción con una cultura de la paz.
• Velar por que las empresas se doten de códigos éticos, que respeten los criterios del comercio justo.
• Sumarnos a las campañas que promueven la erradicación de los paraísos fiscales.
• Trabajar en favor de la reducción de las energías contaminantes y en favorecer el uso de energías alternativas.
Sin embargo, la participación de los musulmanes en el movimiento altermundista se enfrenta hoy en día a importantes dificultades. Una de ellas es la islamofobia y los estereotipos, así como la tradicional militancia antirreligiosa de determinada izquierda occidental, incapaz de superar el eurocentrismo en el cual los occidentales somos adoctrinados. La colaboración de las tradiciones religiosas con los movimientos sociales se hace difícil en un momento en el cual trata de imponerse como un dogma de fe la idea de la separación entre la religión y la política. Se trata de relegar la religión a una extraña «esfera privada», negándonos el derecho de reclamar justicia desde nuestras convicciones. Por ello, desde las tradiciones religiosas debemos aclarar cuál es nuestra motivación en el proyecto de construcción de una sociedad civil planetaria. Debemos desterrar toda sombra de duda que planea sobre nuestras tradiciones, disipar las dudas que esta colaboración suscita. Por suerte, ya no estamos en la época del marxismo-leninismo dogmático y antirreligioso. Por el contrario, existen muchos elementos de espiritualidad dentro de los movimientos sociales.
El otro impedimento es interno al islam: las dificultades de muchos musulmanes renunciar a la idea de un Estado basado en la supremacía del islam. El islam, en el momento en el cual es reducido a una identidad política, traza una frontera con los no musulmanes, impidiendo su participación en el movimiento altermundista. El islam tiene mucho que aportar en la lucha contra la injusticia global, siempre que seamos capaces de superar una visión supremacista y/o excluyente de nuestra religión. Hay que derribar las barreras conceptuales que separan al islam de otras tradiciones o propuestas y trabajar en base a objetivos compartidos. La lucha contra la desigualdad, contra la opresión y contra el hambre, es la lucha por la dignidad de todo ser humano, y es del todo inviable pensar esta lucha sin tener en cuenta la religión como el vehículo que dota de sentido a la mayoría de los habitantes de la tierra, insha Al-lâh.
Notas
[1] Globalisation. Muslim Resistances (ed. Tawhid 2002), incluye traducción al castellano.
[2] Jusqu’au cou, enquête sur la dette du tiers monde (ed. La Découverte, 1988, pp. 68-71)
[3] Tomamos estas referencias de Malika Zeghal, Guardianes del islam (ed. Bellaterra), pp.140-144
[4] El islam minoritario (ed. Bellaterra), p.333
[5] Samir Amin, El islam político, al servicio del imperialismo.
[6] Islamic liberation theology: resisting the Empire (Routledge 2008), p. 18.
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