Todos los gobiernos saben lo qué hay que hacer. Naciones Unidas también lo sabe. La Unión Europea por supuesto. Se trata de que las dos partes hagan movimientos inequívocos: que el mundo árabe en su conjunto reconozca al Estado de Israel y respete su seguridad; y que el poder sionista reconozca la solución de dos […]
Todos los gobiernos saben lo qué hay que hacer. Naciones Unidas también lo sabe. La Unión Europea por supuesto. Se trata de que las dos partes hagan movimientos inequívocos: que el mundo árabe en su conjunto reconozca al Estado de Israel y respete su seguridad; y que el poder sionista reconozca la solución de dos Estados y devuelva territorios a Palestina. Estos reconocimientos mutuos, unidos a una Jerusalén capital de los dos Estados, serían los pilares de un acuerdo de paz, duradero y satisfactorio para los dos partes. A partir de ahí, una negociación entre Estados libres y soberanos, con intermediación de Naciones Unidas, debería resolver asuntos como el derecho al regreso de la diáspora palestina, el acceso de ambos Estados al agua, la libertad de movimientos de las personas, las fronteras exteriores, etc.
Se sabe lo que hay que hacer, pero la obstrucción que emana de la posición sionista y de su aliado eterno Estados Unidos, hace imposible cualquier avance significativo en la buena dirección. A veces pienso que para desatar el nudo nada mejor que la resistencia interna, judía, al sionismo. Cuando pienso en ello me viene a la memoria el movimiento de las «Cuatro Madres», nacido el 4 de febrero de 1997 en el kibutz Gadot, en el norte de Galilea. Su protesta comenzó con la muerte de sus hijos soldados en el sur de Líbano, en plena ocupación israelí. Su grito contra la guerra empapó a la sociedad israelí. En un primer momento el Gobierno derechista de Benjamín Netanyahu y altos mandos del ejército sonrieron. «Estas mujeres -dijeron- en realidad no entienden de asuntos de seguridad». Pero lo lograron. Tan sólo tres años después consiguieron que el gobierno sionista cumpliera la resolución 425 de la ONU y terminó sacando las tropas de Líbano. Con su victoria extendieron el movimiento pacifista que comenzó con cuatro mujeres protestando en un cruce de carreteras al norte de Galilea.
¿Cuál fue la clave que hoy, en 2019, podría ser válida? La clave fue que supieron ponerle interrogantes a principios que hasta entonces se aceptaban como verdades absolutas y que nadie se había atrevido a cuestionar. ¿Por qué? era la pregunta. Su respuesta fue «No», «Basta», a principios asumidos hace ya décadas e instalados en la sociedad israelí. Frente al discurso de la seguridad que lo justifica todo, el movimiento de las «Cuatro Madres» indicó que la paz era el camino. En el kibutz Gadot se despertó el sentimiento de que no había otra alternativa. Ellas habían educado a sus hijos para que supieran cómo vivir en su país, no en cómo morir por él.
Lo cierto es que a finales de los noventa del pasado siglo, nadie en Israel hubiera pensado en una salida total de Líbano. Probablemente otro movimiento opositor no lo hubiera logrado, pero las madres tocaron el lado emocional de una sociedad anestesiada por el sionismo, y despertó un poderoso movimiento en defensa de la vida de sus hijos, frente al que e l primer ministro israelí, Ehud Barak, tuvo que ceder y decir: «Cuando la niebla se disipe, quedará claro que el Gobierno ha actuado como debía para traer sanos y salvos a sus hijos a casa y para poner fin a una tragedia que dura desde hace 18 años».
Ha pasado tiempo desde entonces y cabe preguntarse si los movimientos por la paz en Israel mantienen aún alguna fuerza que les permita en un futuro incidir sobre el sionismo. La interrogante es muy comprometida y es difícil basarla en argumentos. Lo cierto es que encuentro más argumentos para afirmar lo contrario. La rabina Tamara Schagas es contundente cuando afirma: «El mundo se ha movido hacia la derecha y este es el laboratorio perfecto para el fundamentalismo político religioso. Israel se va a mover hacia un Estado fascista». Por su parte, Meir Margalit, veterano del partido socialista israelí Meretz asegura que hoy «Israel es más derechista, más fundamentalista, más fascista». ¿Tienen razón? De entrada, el espectro político tras las últimas elecciones del mes de abril se ha escorado notoriamente hacia la derecha con abundancia de pequeñas formaciones de signo extremista y religioso vinculados muchos de ellos a los colonos.
El escritor y traductor israelí Ioram Melcer nos da una clave: «La derecha sigue vendiendo la idea de que vamos a tener Judea, Samaria y Gaza», es decir toda Palestina. Y lo cierto es que en los últimos años Benjamín Netanyahu, ha extendido la ocupación en los territorios palestinos y con ella ha aumentado las violaciones de derechos humanos. «Cuanto más dura la ocupación, más violenta es. Y como nadie piensa en acabar con ella, la derecha se perpetúa. Hay una normalización, una naturalización de la ocupación; hay una generación entera que no se da cuenta de que esto es anómalo», dice Margalit, que durante años luchó contra la demolición de viviendas palestinas en Jerusalén.
Entonces, si esto es así, ¿a qué viene apostar por una movilización interna, judía, en favor de una paz justa basada en dos Estados? En primer lugar porque veo más incierta -que ya es decir-, la posibilidad de un cambio mundial que obligue a las dos partes a una solución dialogada y satisfactoria para ambas. En segundo lugar por qué es un deseo moral que una gran parte del pueblo judío se rebele contra quienes los manipulan con discursos sionistas religiosos que ven al Estado como una herramienta de dominación.
Desde luego no es fácil oponerse con éxito a un poder militarizado con discurso agónico que se apoya en un ejército de rabinos ultraderechistas que han hecho de su interpretación de la Biblia su constitución. Pero por eso mismo, la pregunta que se me ocurre es: ¿No sería más efectivo que la interpelación al sionismo, el apoyo de la sociedad mundial a los movimientos internos que en Israel luchan por la paz y la solución de dos Estados? Para empezar protegiendo internacionalmente a los movimientos y redes sociales que actúan dentro de Israel, y difundiendo sus actividades en los grandes medios de comunicación.
Lo cierto es que más allá de la apariencia de una supuesta fortaleza del régimen político israelí, nadie sabe qué es una democracia judía en 2019. El judaísmo de Israel es ortodoxo, en el sentido de seguir la ley judía, y la democracia es parlamentaria. Quien no dice sostener los valores judíos por encima de la democracia se convierte en un traidor. La rabina Tamara Schaga alberga la esperanza que en algún momento la izquierda reaccione. «Tras el asesinato de Isaac Rabin la izquierda se sentó a esperar a ver caer a la derecha y les dejó el judaísmo a los otros», afirma.
Pero regreso a la idea de apoyar a los movimientos judíos que reconocen a Palestina y defienden una paz justa. Ellos, junto a la izquierda política, pueden ser el ariete de un movimiento global, nacional, que se imponga al sionismo para poder vivir en paz con el pueblo palestino. En ello les va su propio futuro. Ninguna sociedad, ningún país, puede vivir siempre en estado de alerta militar, y menos cuando sus problemas internos de un cuestionada cohesión social y de racismo hacia los judíos africanos, está llevando a Israel a una crisis muy potente. Y, sobre todo, un país, una nación, no puede fundar su existencia en el dominio y represión de otra nación.
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