Nota: Tras una parada de varios meses, retomamos la serie sobre la historia del internacionalismo. Las cuatro entregas siguientes tratarán sobre la IV Internacional; la Tricontinental; el Zapatismo, Seattle, FSM, MCB…; y el internacionalismo en el presente.
Para 1920 ya eran obvios algunos de los problemas que se debatirán permanentemente en la lucha de clases mundial, sobre todo en la medida en que el capitalismo vaya agudizando sus contradicciones con nuevas formas y contenidos. Eran debates cada vez más importantes porque la burguesía mundial estaba aprendiendo en aquellos años de sus errores y debilidades desde 1916, por citar el año en el que se empezó a notar el malestar creciente del proletariado europeo por la brutalidad de la guerra imperialista, en la que sólo era carne de cañón en la industria de la matanza humana.
De una forma u otra, los debates, además de darse en el interior de los Estados, también y sobre todo fueron –serán– internacionales porque el imperialismo ya era mundial, y se hicieron urgentes tras las derrotas de la oleada revolucionaria que siguió a 1917 planteando cuestiones cruciales como las diferencias en la lucha de clases en países como Rusia, Hungría, Alemania, Italia, Finlandia…; el campesinado mundial; los consejos obreros y el sindicalismo; el papel de los partidos y de la militancia; la mujer trabajadora; la lucha cultural, teórica y filosófica; el socialismo a construir y cómo hacerlo; el parlamentarismo y el Estado burgués; la dictadura-democracia burguesa y la democracia-dictadura socialista; el arte de la insurrección y el pacifismo; la opresión nacional…, y faltaba muy poco para que en 1922-23 irrumpiera el monstruo fascista.
Lo mismo pero a menor escala había sucedido durante la creación de las Internacionales anteriores, pero lo que sucedía desde inicios de la década de 1920 añadía una extrema importancia a los debates: tras la masacre de la Comuna de París de 1871, desde 1917 existía por vez primera un poder obrero defendido por el pueblo en armas, y además había habido un vigorosa oleada de luchas que superaba los marcos estatales y eurocéntricos porque también eran antiimperialistas y a favor de la liberación de las naciones oprimidas, como se veía en la extensión de la III Internacional por todo el mundo.
Por ejemplo, una cuestión discutida en el seno del partido bolchevique desde 1920 como era la democracia consejista y soviética, se debatía a la vez en Holanda, Alemania…, pero también en la India en donde crecía la fuerza comunista gracias a las profundas relaciones entre las comunas campesinas y el consejismo y el sovietismo, y a los pocos años la discusión se extendería a los ayllus andinos. Topamos así con temas candentes en el internacionalismo y el antiimperialismo actuales como son el peso de la historia de las luchas de liberación nacional de clase en las luchas presentes de los pueblos, en sus formas organizativas y en la relación de estas con la teoría del partido y de las «vanguardias», en su impacto sobre cómo definen y practican su antiimperialismo, etc.
Fue en Holanda y Alemania en donde surgieron con más fuerza y con más organización posturas diferentes en la mayoría de las cuestiones a debate que hemos visto arriba, y que también se daban en la URSS y en la III Internacional por esos años. La razón no era otra que el mayor desarrollo de la industria capitalista con un poderoso proletariado y un campesinado ya debilitado en comparación con el de la URSS, el mayor desarrollo de una poderosa burguesía, sobre todo si tenemos en cuanta la larga historia del capitalismo holandés, etc. Incluso Italia iba por detrás de Holanda y Alemania en este sentido, lo que se notaba en los debates.
Esto hizo que los primeros choques teóricos y políticos con la corriente mayoritaria de la III Internacional girasen alrededor del parlamentarismo y del sindicalismo precisamente en Holanda, en donde su burguesía desarrolló efectivos sistemas de integración social desde la victoria de la guerra de liberación nacional burguesa en 1648. En 1894 se fundó el partido socialdemócrata holandés que sufrió diversas escisiones hasta crearse el Partido Comunista en 1918 teniendo a Pannekoek (1873-1960) y Gorter (1864-1927) como miembros destacados cuya influencia era también muy fuerte en la izquierda comunista alemana, en la que destacó por su denuncia de la burocracia Otto Rüle (1864-1943) y especialmente, aunque poco después, Paul Mattik (1904-1981). Desde 1914 se opusieron a la IGM, al igual que los bolcheviques, el ala izquierda de la socialdemocracia alemana y otros sectores europeos, y las buenas relaciones con los bolcheviques se mantuvieron hasta 1919.
Una de las señas de identidad de esta corriente desde muy pronto fue su visión fríamente economicista y maniquea de las complejas fuerzas que actúan en las reivindicaciones nacionales de los pueblos oprimidos, como se aprecia en el texto de Pannekoek de 1912 Lucha de clases y nación, que puede ser considerado junto con los de Rosa Luxemburg, el dogma canónico de esta corriente con respecto a la opresión nacional. Aunque con matices y diferencias menores, los grupos posteriores que se reivindican de ella mantienen la misma tesis. Pensamos que esta es una de las razones por las que el Comunismo de los consejos apenas logra implantarse en las luchas de liberación nacional de clase, a no ser que se haya revisado y suavizado esa parte de su concepción estratégica.
Mientras tanto, la burocratización de la socialdemocracia hace que en 1915 surja en Alemania un partido que exige el derecho de revocabilidad de la dirección por las bases militantes, etc. Un año después, en 1916 se funda la Liga Espartaco con militantes de la talla de Rosa Luxemburg, etc., con varios objetivos, aunque el principal es aglutinar a las corrientes críticas dentro de la II Internacional para desplazar a su dirección reformista y reorientarla hacia la izquierda, pero manteniendo su unidad. Así es cómo se logra en 1917 la alianza de los espartakistas con otros sectores, alianza que respeta la autonomía de cada corriente; pero con una política contra la guerra menos radical y clara que la de Gorter y Lenin de convertir guerra imperialista en guerra revolucionaria.
Estos esfuerzos necesarios eran insuficientes porque para finales de 1918 el Estado había aprendido de la victoria bolchevique de un año antes y no cometería los errores de los mencheviques, sobre todo el de la necesidad de disponer de tropas contrarrevolucionarias experimentadas. Además, la burguesía contaba con el apoyo incondicional de la socialdemocracia y de sus sindicatos que no sólo van a participar activamente en la represión sangrienta sino a la vez van a relegitimar al parlamento republicano como «avance democrático» al haber caído la monarquía imperial. El giro de ciento ochenta grados de la socialdemocracia fue decisivo para sostener al capital porque llenó el vacío dejado por los partidos burgueses totalmente desacreditados por su apoyo a la monarquía imperial. Estos y otros factores explican que la huelga general de noviembre de 1918 fuera muy espontánea porque la izquierda revolucionaria estaba muy poco organizada, y a partir de aquí vienen las sucesivas derrotas de las insurrecciones obreras de enero de 1919, de abril de 1920 y de marzo de 1921.
El Comunismo de los consejos se va formando en lo básico como corriente internacional durante estas derrotas. Tras el criminal aplastamiento de la revolución de enero de 1919 con el asesinato de centenares de militantes, también de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, el espartakismo entra en crisis y se divide: un sector de la dirección que sigue a la Internacional Comunista, y otro sector que, aun siguiendo dentro de la IC, reflexiona sobre por qué el grueso de los consejos obreros han obedecido al reformismo desmovilizador y represor, pero también sobre la responsabilidad del culto al parlamentarismo y al burocratismo dirigista en esas derrotas. Las diferencias se agudizan con la derrota de la mal organizada insurrección en respuesta al intento del golpe de Kapp de marzo de 1920, y la escisión del partido se produce a comienzos de abril de ese año con la creación del Partido Comunista Obrero de Alemania (KAPD) desgajado de la Liga Espartaco, que conserva la mayoría de la militancia y pasa a llamarse KPD, Partido Comunista de Alemania. Para explicar sus tesis, el KAPD difunde dos pequeños comunicados que junto a otros textos provocarán un debate aún vivo.
En esos meses Pannekoek publica un texto sobre la revolución mundial, y en Italia surge también la crítica al parlamentarismo de Amadeo Bordiga (1889-1970) que en otras cuestiones estaba de acuerdo con Lenin, de manera que se generaliza el debate sobre las diferencias entre la lucha de clases en «oriente», Rusia, etc., y «occidente». Lenin participa en la discusión con La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, que refleja la postura mayoritaria de la Internacional Comunista. Gorter, a petición de la KAPD, responde con la Carta abierta al camarada Lenin en la que sintetiza el desarrollo que hasta ese momento había alcanzado la teoría del Comunismo consejista, pero con una limitación: que se trata de una argumentación a negativo, no de una exposición sistemática.
De cualquier modo, la Carta abierta… al igual que La enfermedad infantil… son otros tantos hitos que confirman pese a sus diferencias la capacidad de creación teórica del marxismo, creatividad que nos remite a la lucha de clases material. En efecto, si estos debates se generalizan desde ese 1920, será la derrota de la insurrección de marzo de 1921, dirigida conjuntamente por el KAPD y los espartakistas, la que fuerce el salto cualitativo en la teoría consejista expresado en el texto de Gorter de ese mismo año Las lecciones de las ‘Jornadas de Marzo’. Sin embargo, este salto que más adelante será enriquecido por otras aportaciones como las de Paul Mattik, se produce en un momento de reflujo de la lucha de clases después de las tres derrotas sucesivas y de la recomposición del poder del capital.
Recordemos que desde 1919 la Constitución de Weimar asegura el poder a la burguesía gracias a la estrecha alianza con el reformismo socialdemócrata y su burocracia sindical, y con la vigilancia atenta del Ejército y de las fuerzas proto nazis que, al muy poco tiempo, se reorganizarán alrededor de Hitler: la República de Weimar que aplica la táctica del palo contra la izquierda revolucionaria, y la zanahoria para el proletariado y el nazismo. Bajo estas presiones, la corriente consejista y la KAPD se van debilitando mientras que el KPD, los antiguos espartakistas, van ganando terreno sobre todo con la ocupación francesa del Ruhr, con el paro masivo, el caos económico y la inflación desbocada en 1923, etc., de modo que el KPD y sectores socialdemócratas ayudaron a organizar la insurrección de octubre de 1923 que llegó a crear comunas en Hamburgo, Sajonia, Turingia… siendo nuevamente derrotada por la retirada de los sectores socialdemócratas.
Sin caer en la historia ficción sobre cómo sería ahora el capitalismo si hubiera triunfado la oleada de 1919-1923, sí debemos estudiar las razones de aquella derrota que sí fue muy analizada junto a otras insurrecciones por la Internacional Comunista que las plasmó incluso en una mejora sistemática del arte de insurrección proletaria, siendo la teoría del partido una de aquellas enseñanzas. Mientras tanto, al concluir la IIGM ideas básicas del consejismo, del luxemburguismo espartakista no integrado en el KPD, así como sectores que dejaron la IV Internacional, etc., fueron confluyendo en diversos colectivos enfrentados tanto al reformismo como al dogmatismo. Por razones de espacio vamos a ver sólo los grupos Socialismo o Barbarie, Internacional Situacionista y Corriente Comunista Internacional, asumiendo que la realidad es mucho más amplia.
La IV Internacional sufrió debates y escisiones casi desde su primer día de existencia. En 1948 una de esas rupturas se produjo a raíz del debate sobre qué era la URSS: estado obrero degenerado o por el contrario, un capitalismo de Estado. No era un problema baladí ya que ese mismo momento se iniciaba la mal llamada «guerra fría» que condicionó mucho la lucha de clases en general y en Europa especialmente porque según qué línea se llevase con respecto a la URSS se incidía de una forma u otra en el resto de problemas: por ejemplo, el sindicalismo, las alianzas internas y externas, la misma concepción teórico-filosófica sobre el marxismo, etc. Socialismo o Barbarie se fundó en ese 1948 para ayudar a la autoorganización proletaria desde la visión crítica de que no podía construirse el socialismo según el modelo del capitalismo de Estado de la URSS.
Como hemos dicho, otra de las «herencias» que se recuperan con fuerza en los ’60 fue la lucha contra la burocracia política. Las versiones más extremas sostenían que el «leninismo» imponía «desde el exterior» la conciencia política al proletariado, por lo que había que evitar ese sustitucionismo e impulsar la autonomía trabajadora, única garante del surgimiento de la verdadera conciencia obrera porque surge desde su propia experiencia, desde su interior. El colectivo Socialismo o Barbarie también tuvo rupturas por este motivo, hasta que terminó disolviéndose en 1965 precisamente cuando surgían fuerzas sociales que abrirían la situación prerrevolucionaria denominada May’68.
Pero una valoración ecuánime de las aportaciones de este colectivo debe admitir su mérito al rescatar la tesis presente en el marxismo desde la mitad del siglo XIX de que debemos destruir el capitalismo porque su supervivencia nos conduce a la barbarie. Rosa Luxemburg ya había dicho lo mismo en 1915, pero lo tomó de un texto de Kautsky que a su vez venía de Engels, y que no era sino una adecuación a la referencia directa a esa disyuntiva que él y Marx había hecho en el Manifiesto Comunista en 1848 al decir que la burguesía es como el brujo que no puede dominar los monstruos que ha desatado con sus conjuros. Sería largo sintetizar el recorrido de los debates sobre el contenido de este lema, pero sí debemos recordar que los bolcheviques lo adecuaron al contexto de 1919 al presentarlo como Comunismo o Caos. Resulta imposible imaginar varios futuribles de la existencia humana a partir de la actual crisis sin tener en cuenta la profunda reflexión marxista que va desde la posibilidad de la destrucción mutua hasta la urgencia de avanzar al comunismo para evitar el caos.
En los ’50 la «herencia» izquierdista también se plasmó en la confluencia de corrientes militantes que luchaban por abrir una especie de «guerra estético-política» contra la civilización del capital que no sólo contra el capitalismo reducido a su burdo formato economicista. Tras la devastación de la IIGM, simultáneo al ascenso del antiimperialismo con la consiguiente denuncia de la barbarie occidental, y en respuesta a la verdadera guerra cultural antisocialista dirigida por los EEUU, estos grupos crearon en 1957 la Internacional Situacionista en cuyo interior aleteaban nociones consejistas, luxemburguistas, antiburocráticas, de poder popular, también de Socialismo o Barbarie, etc.
Uno de los problemas que tuvo la izquierda tradicional para comprender a tiempo el enorme potencial liberador de la Internacional Situacionista fue que la primera estaba atada a una visión mecánica y tradicional del «arte», entre otras cosas, mientras que el Situacionismo manejaba una rica panoplia conceptual que le exigía intervenir abiertamente en la lucha por la socialización material y moral, productiva y reproductiva. Esta lucha era –es– la única forma de acabar con la dictadura de la mercancía, del valor de cambio, que es el peor enemigo del «arte», es decir, de la vida política y socialmente liberada mediante la lucha en «situaciones» –de aquí el término «Situacionismo» — concretas creadas para vencer en ellas al capital.
Desde el inicio, la Internacional asumió la peligrosa ambigüedad del término «situacionismo», manipulable por el capital y muy fácilmente por el reformismo si no existe una conciencia política y teórica, insistiendo por tanto en que debía ser la praxis militante la que precisara su contenido revolucionario o reaccionario. Aquí vemos la directa asunción de las tesis autocríticas del consejismo de entre 1917-1923: el consejo, el soviet, la asamblea, la cooperativa, la organización, etc., no son automáticamente revolucionarias, no están libres por sí mismas del cáncer reformista, sino que todo depende de la relación de fuerzas existente en su seno. Los soviets de 1905 ya habían mostrado esta ambigüedad, lo mismo que la caída en el reformismo político-sindical de muchas organizaciones desde la segunda mitad del siglo XIX, también.
Para la Internacional, una «situación» revolucionaria es, por ejemplo, un consejo obrero, un edificio liberado y recuperado, la ocupación del parlamento, una cooperativa integral, etc., que impulsen el proceso revolucionario contra la dictadura del valor de cambio, de la mercancía, del espectáculo que invierte la realidad presentando la sumisión como felicidad y la libertad como infelicidad. O sea, se trata de volver, de «desviar» contra el capital los instrumentos y armas que él ha expropiado al trabajo o ha creado para encadenarlo. Y hacerlo utilizando el potencial explosivo inserto en las densas contradicciones de la ciudad como universo de extracción de plusvalía, lo que a su vez exige una praxis psicopolítica arraigada en el infierno urbano: la «psicogeografía» que por malvivir en el cemento pútrido tiene que desarrollar una sensibilidad ética antagónica con la ética y moral burguesa.
Solamente así puede el proletariado inocularse contra el veneno de la «sociedad del espectáculo» que es el colmo del fetichismo de la mercancía. El situacionismo y Guy Debord (1931-1994) sobre todo, llegaron a estas conclusiones a partir del estudio de muchas aportaciones, y de entre ellas también de Hegel, Marx, Rosa Luxemburg, Clara Zetkin, Trotsky, Mattik, Lukács… lo que le orienta a intervenir decididamente en el prometedor movimiento consejista y de recuperación de empresas y locales del Mayo’68 nucleado alrededor del «Consejo de Ocupaciones», combatido directamente por el capital e indirectamente por el estalinismo, y silenciado por la prensa.
La Internacional Situacionista se articuló en casi una decena de países, publicando un boletín central, pero respetando e impulsando el funcionamiento específico en cada país o región según sus particularidades y singularidades. Aunque su enmarque conceptual era el de la Europa burguesa, sus aportaciones teóricas fueron penetrando en izquierdas de otros continentes, pero su nula o muy escasa atención a la liberación nacional limitó mucho su penetración en el antiimperialismo. Otra de sus grandes debilidades, la decisiva sin duda, fue su escaso arraigo en el movimiento obrero organizado como necesaria puerta de entrada en el proletariado internacional. Debilidad proveniente del origen mayoritariamente intelectual de sus direcciones, pero también provocada y ampliada por el obstruccionismo deliberado realizado por las burocracias político-sindicales y culturales del reformismo, y por la burguesía. Su reducida base obrera no pudo dotarle de fuerza raizal para aguantar la contraofensiva autoritaria, represiva y neoliberal desencadenada en la segunda mitad de los años ’70, disolviéndose.
Si las izquierdas de origen mayoritariamente universitario y de casta intelectual pequeño-mediana burguesa que pertenecían a la corriente consejista, no pudieron resistir la contraofensiva capitalista, no sucedió lo mismo con algunas de las pequeñas izquierdas obreras consejistas insertas en su clase, aunque fueran reducidas. En 1952 se disolvió la organización francesa de Izquierda comunista que pertenecía a esta corriente, pero por vericuetos complejos una semilla de aquella lucha germinó en 1964 en Venezuela desde donde fue contactando poco a poco con otros grupos obreros consejistas. Con dificultades por la precariedad de medios, se consiguió fundar en 1975 la Corriente Comunista Internacional asentada en varios países que publica documentos en al menos veinte lenguas.
Al margen de otras consideraciones sobre su línea política, sus diferencias con respecto a otras versiones del consejismo, su postura sobre las luchas de liberación nacional, etc., sí hay que decir que la CCI se esfuerza con rigor en remarcar al menos siete cuestiones imprescindibles siempre:
1.- tener una visión mundial de las contradicciones entre el capital y el trabajo.
2.- necesidad de una Internacional Comunista.
3.- analizar cualquier problema por minúsculo que sea en su conexión con la lógica del capital.
4.- utilizar datos verificados de las luchas obreras rechazando la propaganda burguesa.
5.- difundir la cantidad y calidad de las luchas obreras concretas.
6.- necesidad de extraer lecciones de las derrotas y victorias.
7.- rescatar y actualizar la historia de la lucha de clases.
EUSKAL HERRIA, 27 de enero de 2022
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