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Entrevista a Amalia Sato traductora y editora de la revista literaira Tokonoma

Japón también está aquí

Fuentes: Revista Debate

La catástrofe genera empatía y también impotencia, deseos de acercarse a los que sufren. Amalia Sato, argentina, descendiente de japoneses, traductora y fundadora de una revista que promueve la fusión de culturas, ofrece pistas sobre aquel mundo no tan lejano

Amalia Sato es sansei, esto significa que sus abuelos son japoneses pero ella pertenece a la segunda generación nacida fuera de Japón. Sus padres, después de una larga odisea por Perú y Brasil -que incluyó el cruce de los Andes a pie-, se instalaron en Buenos Aires. Licenciada en letras, traductora y alma mater de la revista literaria Tokonoma, Sato admite que si bien el japonés es una lengua que tuvo que aprender, y que sus ideas transcurren en español, hay algo de su cultura sanguínea lejos del porteño y muy cerca de la complejidad de los ideogramas. Tal vez, por este motivo sostiene: » Creo que hay algo común en todos los sansei planetarios: cierta reticencia a no abalanzarse sobre las cosas, como un pequeño resguardo, una atención, respetar ciertos silencios y ser observadores «.

¿Cómo vivió la noticia del terremoto y todo lo que se fue desencadenando en Japón desde el último viernes?

Logré mandar algunos mails, obtuve pocas respuestas, tengo primos y amigos en Tokio y Yokohama, que es una ciudad al Sur, donde no fue el epicentro, pero donde también se siente todo este caos. No quiero decir cosas obvias, pero sí puedo contar que una amiga tuvo que caminar 25 kilómetros para llegar a su casa porque no había transporte público y, cuando logró entrar, estaban todos los platos rotos. Esa imagen me pareció muy fuerte. Otra amiga, quien durmió en el lobby del Hotel Imperial, en pleno Tokio, algo que así dicho parece simple, pero es una locura absoluta. Un alumno, Taka, a quien le di clases cuando tenía ocho años y ahora tiene 47, logró mandarme estas palabras por su Blackberry: «Muchas gracias pensando en nosotros, yo estoy bien».

¿Se puede hablar de un modo particular de Japón para enfrentarse a las catástrofes?

La naturaleza no es algo que podamos manejar y el japonés entiende esto, pero ellos además tienen un entrenamiento para pensar en el grupo, en la contención, son solidarios.

Da la impresión de que le cuesta hablar de lo que está pasando

Es complicado para mí hablar sobre esto porque siento que me explota la cabeza: después de lo de las centrales nucleares no quise volver a escribir. Estoy en vilo, como todo el mundo. Creo que esta tragedia nos cambió la cabeza a todos, pero decidí hacer silencio, estoy como rezando, si cabe esta palabra, o esperando en positivo.

¿Cómo fue su infancia?

Yo escuchaba el japonés. Mi abuelo Sato tenía un grupo de amigos que escribían senryu, que es la poesía satírica: se reunían, ponían manteles y escribían sobre un tema. Es un tipo de poesía muy popular en Japón, no es como el haiku o el tanka. Se divertían muchísimo y yo escuchaba, miraba. Así que mi oído tuvo mucho contacto con el japonés, recibíamos revistas de Japón, en la década del cincuenta, que me fascinaban. Pero fue una lengua que tuve que estudiar, y es muy difícil porque es una lengua situacional. Hay que hablar de acuerdo a la persona que tenés enfrente, sea hombre, mujer, la situación o la escala que ocupa. Una mujer habla diferente en verbos y adjetivos que un varón, es decir, no es lo mismo para todos. Tampoco es lo mismo hablar que escribir y la escritura japonesa es muy dificultosa.

¿Cuándo conoció Japón?

En 2008, y desde entonces, creo que todos deberían ir a Japón alguna vez. Lo que más me interesó fueron los jóvenes, que conviven con el Japón tradicional que tenemos en la cabeza: las señoras con kimono viajando en subte, los señores con sus pilotos ingleses, la obsesión por el trabajo y estos maravillosos jóvenes que aman la moda. Cuando viajé, estaban con el boom de la María Antonieta de Sofía Coppola y podías ver a las chicas producidas con la sombrillita y las pelucas a las diez de la mañana. Lo interesante de la cultura japonesa es que hay una variedad de situaciones enorme y lo importante es que a cada cosa le dan un nombre. Podés ver un joven teñido de rubio, totalmente extravagante que, sin embargo, maneja los códigos de cortesía a la perfección. Ésa me parece una de las cosas más ricas de su cultura, porque indica que sigue vigente.

¿Qué descubrió?

Me di cuenta de que Japón trabaja por capas y las capas se van superponiendo sin anularse. Entonces, por un lado tenés la Tokio hipermoderna a lo Blade Runner, con esos puentes peatonales enormes, la gente caminando rápido y, a la vez, el silencio, porque no vas a escuchar una bocina, todo el mundo tiene el celular en vibrador y, en los trenes, hay un lugar entre vagones para hablar, porque tu conversación puede perturbar al que está leyendo. Por el otro, en la misma Tokio, una callecita, con esos pequeños bares que ves en las películas de Yasujir Ozu, gente que está tomando algo sola en la barra, la señora que te saluda o el dueño del bar que te conoce. Ese Japón sigue existiendo. Son lugares muy pequeños, donde están todos amuchados y sirven la comida tradicional.

La literatura y el cine muestran el ritual de la comida como un momento silencioso y apasionado. ¿Qué es la comida para los japoneses?

Se come durante todo el día, el tazón típico de fideos lo podés tomar a las cinco de la tarde, la comida está presente, y se come con fruición, es cierto, como se ve en las películas. Esos tazones profundos, para mí, son como una cosa materna: el japonés se hunde en esos tazones como si fuera la madre. Una vez cené con unos alumnos japoneses y, durante varios minutos, ellos desaparecieron en sus tazones. Incluso, uno se sacó los anteojos para que no se le empañaran. No me hablaban. La charla empezó cuando terminamos de comer, era como verlos tomar el pecho materno, desaparecer comiendo.

¿Le gusta el manga y el animé?

Cada vez me está interesando más. Tienen que ver con toda la cultura tradicional japonesa, es un género proteico, que va absorbiendo un montón de cosas que se pueden remontar hasta El libro de la almohada. Estos géneros llaman mucho la atención de los jóvenes porque recogen toda la tradición y los fetichismos de cada época. Uno de los fetiches japoneses es el uniforme escolar de las niñas. Hay casas que venden viejos uniformes, como si fueran vestidos de novia. En el manga Sailor Moon se pueden ver estos uniformes, tipo marineritos, que son típicos de la cultura japonesa. ¿Hay un libro fundamental para entender Japón? Kitchen, de Banana Yoshimoto, la edición traducida es de Tusquets, y siempre lo señalo como un libro clave. Ella dice que su cultura es la del manga y este libro muestra cómo la pureza de la línea del dibujo, que nunca se ensucia, puede narrar las cosas más difíciles y sórdidas. En esta novela hay un padre que, cuando se muere su mujer, se opera para transformarse en madre. También Sei Shõnagon, con El libro de la almohada, es considerada la primera blogger de la historia de la escritura por esa cosa fragmentaria. Es una observadora que, al observar, crea una escena, y ella está afuera de la escena, mirando. Y lo fragmentario tiene mucho que ver con la literatura japonesa y tiene que ver con el diario, el nikki, un género confesional y muy japonés. El libro de la almohada se lee como algo muy moderno, contemporáneo, por eso de la observación, la brevedad y la opinión constante. Ella inaugura ese género en el siglo X, que más adelante es llamado zuihitsu: ensayo al correr de la pluma. También hay una novela de Jun’ichirō Tanizaki muy interesante, La llave, de 1956, donde marido y mujer escribe cada uno su nikki.

¿Cuáles son los problemas de la traducción?

Hay cosas que son muy difíciles de traducir y hay palabras para todo en la cultura japonesa. Existe la palabra en japonés hokori, que tiene dos significados: por un lado orgullo y, por el otro, polvo. La última traducción que hice fue de una nouvelle de Yasunari Kawabata, El lago (Emecé), y aparecía esta palabra. En el original de Kawabata está escrita en hiragana, que es la escritura fonética japonesa. En japonés hay tres sistemas de escritura: ideogramas, hiragana y katakana. Entonces, los escritores tienen en cuenta una cosa muy interesante que es jizura, la distribución de las letras en el papel, la manera en que se arma caligráficamente la página, con fines estéticos. En algún momento, prefieren, algo que podrían escribir con ideograma, escribirlo con hiragana. Es una concepción plástica de la escritura. Con lo cual quedó abierto el sentido (si hubiera puesto el ideograma habría sido claro). Elegí traducir «orgullo», pero en las versiones en inglés y francés eligieron traducir «polvo». La frase era algo así como «orgullo de llevar el uniforme escolar», y en las otras versiones quedó una frase muy forzada que era algo así como «polvorientos uniformes escolares». Son decisiones que hay que tomar y que llevan tiempo.

¿De qué se trata su revista, Tokonoma?

Allá por 1994, yo había ido juntando lecturas, y tenía una gran amiga que falleció, Atsuko Tanabe, profesora de literatura en México, quien me estimuló y me invitó a traducir para una antología de narrativa de posguerra que editó Premia. Al mismo tiempo, estaba trabajando sobre Mori Õgai con mis alumnas, y mi primera traducción completa de sus textos apareció por la Universidad Nacional Autónoma de México. A partir de ahí, sentí una autorización, ese «tú puedes» de alguien que te lanza al ruedo. A partir de entonces, me propuse editar y traducir autores como Sei Shõnagon, Natsume Soseki, Higuchi Ichiyō, Yasunari Kawabata… Con Tokonoma me propuse una revista cuya especificidad fuera tener siempre un tema de Japón y algo traducido para difundir cosas nuevas, pero es una revista literaria. Y lo fuimos logrando, ya hay catorce números y colaboradores permanentes. En mi próxima vida me gustaría hablar, leer y escribir japonés perfecto, pero en ésta soy consciente de mis limitaciones. Tokonoma me obliga, una vez por año, a pensar un tema y escribir. Estoy entusiasmada porque veo que hoy hay una lectura muy atenta y entusiasta de parte de los argentinos sin ascendencia japonesa. Ellos le están dando dinamismo y riqueza a lo que llega de allá. Creo que hoy la lectura de Japón está a cargo de no japoneses y eso es lo interesante.

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar/2011/03/18/3709.php