Traducido del inglés para Rebelión por Christine Lewis Carroll
A raíz de la elección del Supremo Pontífice de la Iglesia Católica Romana (también conocido como el Papa) cabe recordar que la cristiandad se basa en lo contrario de una figura respetada de autoridad.
Jesús de Nazaret fue ejecutado probablemente por ser opositor político del Estado imperial romano. Sabemos esto porque la crucifixión era un castigo que los romanos reservaban principalmente para los delitos políticos. El propósito del castigo no era tanto la atroz agonía que implicaba como la exposición pública de los disidentes como una advertencia sombría a otros agitadores potenciales. Sus cuerpos rotos se convirtieron en anuncios del poder de Roma.
Aun así Jesús se libró de mayores penurias. Si es verdad que sólo estuvo seis horas en la cruz, como relata el Nuevo Testamento, entonces su destino podría haber sido mucho peor. Algunos crucificados se tiraban días en la cruz. Lo que seguramente lo ayudó fueron los latigazos que se dice que recibió poco antes de su muerte. La pérdida masiva de sangre permitió que muriera más rápidamente.
¿Fue Jesús realmente un rebelde político? Seguramente no, aunque es verdad que lo que decía podría parecer al espectador ocasional cosa de los zelotes.
Revolucionarios clandestinos
Los zelotes, satirizados memorablemente en La Vida de Brian de Monty Python, eran revolucionarios judíos clandestinos que planearon la caída del Estado romano mediante la fuerza. No eran, sin embargo, tan admirables como esta afirmación los hace parecer. Eran también nacionalistas judíos extremistas que soñaron con crear un Estado teocrático una vez expulsadas las fuerzas de ocupación. De alguna manera, por lo tanto, no se diferenciaban tanto de los fundamentalistas israelíes o islámicos de hoy. Los fariseos, que no eran en absoluto tan oscuros como los pintan los escritores del Evangelio (debido a los propios intereses políticos de éstos), constituían su ala teológica. Quizá Jesús los maldecía con tanta contundencia con el fin de poner algo de distancia entre él y los zelotes.
Aun así seguramente había zelotes en su séquito inmediato. Se refiere específicamente a uno de sus camaradas, Simón, como un zelote, mientras a otros dos Jaime y Juan, se les da el apodo de Hijos del Trueno, lo que podría sugerir que eran simpatizantes de los zelotes. El apellido de Judas Iscariote podría referirse a su lugar de nacimiento, pero también se puede traducir como «hombre de puñal», lo que lo podría colocar asimismo entre los insurgentes anticolonialistas. Quizá traicionara a Jesús ante las fuerzas de ocupación porque esperaba que fuera como un Lenin y estaba amargamente desencantado. Hasta Pedro, mano derecha de Jesús, llevaba espada, cosa rara en un pescador de Galilea. Los supuestos ladrones que crucificaron a ambos lados de Jesús seguramente eran zelotes, igual que Barrabás, el preso que liberó Poncio Pilato en lugar de Jesús.
Cuando María, embarazada de Jesús, visita a su prima Isabel, el Evangelio de Lucas relata cómo profiere el cántico triunfal que la Iglesia llama Magnificat. Habla de un Dios que ensalza a los humildes y los agasaja, despreciando a los poderosos. Este tema del giro revolucionario es casi un tópico en las escrituras hebreas: conocerás al verdadero Dios cuando lleguen los pobres (a quienes San Pablo llama pintorescamente la mierda de la tierra) al poder.
Los desposeídos se conocen en las escrituras hebreas como anawim y Lucas nos presenta a la propia María, una joven mujer desconocida de Galilea escogida por Dios, como su representante, de la misma manera que su hijo: sin techo ni propiedades, célibe, peripatético, contrario a los bienes materiales, hostil hacia la familia o un espino en la carne de la clase dirigente política.
Jesús es también tremendamente relajado en cuanto al sexo, como sugiere la historia de la mujer de Samaria sobre la que bromea por haberse casado con cinco hombres y cuyo compañero del momento no era su marido. De hecho prácticamente no se habla del sexo en el Nuevo Testamento, un hecho del que algunos de sus seguidores obsesionados con el sexo no parecen haberse dado cuenta.
Algunos eruditos creen que lo que canta María es un tipo de cántico fanático, algo que los zelotes habrían en las manifestaciones si los romanos hubiesen sido tan liberales como para permitirlas.
Un dios no religioso
Yaveh, en otras palabras, no es un dios religioso. La única imagen que existe de él es de carne y hueso humanos. En los libros proféticos de la Biblia, les dice a los judíos que odia sus sacrificios y que su incienso le huele mal. ¿Qué hacen, pregunta, por acoger a los inmigrantes, proteger a las viudas y los huérfanos y resguardar a los pobres de la violencia de los ricos? El propio Jesús encaja en esta tradición judaica: no son los píos los que entran en el reino de Dios sino aquellos que alimentan a los hambrientos y visitan a los enfermos. De hecho, en un momento extraordinariamente audaz del Nuevo Testamento, sugiere que la chusma de la tierra entrará antes en el reino que los fieles a la ley de Moisés. Él mismo come con ladrones y prostitutas sin pedirles antes que se arrepientan, en clara violación de la ortodoxia judaica.
Sin embargo es difícil clasificar a Jesús como zelote. Si los romanos hubieran sospechado de verdad que lideraba un grupo traidor de insurrectos, habrían detenido a sus discípulos después de su muerte, lo que no parece que sucediera. Además Jesús, aparentemente, estaba de acuerdo con pagar impuestos al Estado romano, mientras los zelotes no lo estaban.
Esto no quiere decir que apoyara a las fuerzas imperiales. «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» no quiere decir que la política sea una cosa y la religión otra muy distinta. Tal distinción es una interpretación anacrónica. Es sólo en la edad moderna cuando se implementa una clara división entre la política y la religión. Los judíos que escucharon las palabras de Jesús sabían muy bien que lo que es de Dios incluye la justicia, la compasión, la entrega a los pobres, despreciar la arrogancia de los poderosos, etc. No significaba ir a la iglesia. No había iglesias.
¿Por qué fue asesinado Jesús?
Si Jesús no fue un revolucionario nacionalista entonces, ¿por qué lo asesinaron? La verdadera respuesta es que no lo sabemos. Los relatos de los juicios contenidos en los Evangelios son parciales y confusos. Quizá los mismos escritores evangélicos no lo tenían claro. Después de todo no fueron testigos oculares.
Jesús, desde luego, no fue ejecutado porque alegaba ser el hijo de Dios. En primer lugar porque todos los judíos se consideraban hijos e hijas de Dios. No había nada blasfemo en la afirmación. De todas formas Jesús seguramente no quiso decirlo en sentido literal, ya que no se considera generalmente que Dios tenga testículos. En segundo lugar si Jesús hubiera pretendido sugerir que él mismo era divino, le habrían dilapidado en el acto por blasfemia, una buena razón para no hacer tal declaración. Sólo una vez en el Nuevo Testamento, y ambiguamente, parece rubricar el título. En general, sin embargo, es cauteloso de que lo etiqueten y esquiva las etiquetas que otros intentan atribuirle.
Desde luego que no se presenta como el Mesías, jefe militar que arrancaría a sus enemigos una victoria triunfal para el pueblo judío. Los Mesías no se dejan crucificar. La idea de un Mesías crucificado habría parecido a los judíos del momento una obscenidad moral.
Al contrario, Jesús parece desvivirse por minar las expectativas fervientes de sus seguidores. Mientras algunos de estos seguidores anticipan una marcha victoriosa hacia la capital judía, Jesús entra en Jerusalén a lomos de un burro, en un gesto deliberadamente carnavalesco. Es todo lo contrario de un Mesías; sus acciones constituyen un comentario satírico sobre la naturaleza del poder político. El poder que él representa es el único auténtico y duradero, la fuerza que emana de la solidaridad con la descomposición y el fracaso, de un pacto con los «nadies» y los despojados que son los anawim. Cuando San Juan habla de los poderes del mundo, se refiere al tipo de régimen corrupto y violento que mató a Jesús.
Es dudoso que los romanos o el Sanedrín -la casta dirigente judía- realmente sospecharan que Jesús tuviera intenciones sediciosas. Probablemente había visitado Jerusalén varias veces, pero las autoridades no habían tomado ninguna represalia contra él. Pero podría haber sido políticamente conveniente para él poder fingir que tuviera propósitos subversivos.
Jesús viajó a Jerusalén en el momento de la Pascua judía, la fiesta que conmemora la liberación de su pueblo de la esclavitud en Egipto y el ambiente político de la capital fue probablemente eléctrico. La liberación de los egipcios había puesto en primera línea la liberación de los romanos y habría pululado por la ciudad la habitual diversidad de profetas menores, visionarios, apocalípticos y santurrones. Conscientes de la popularidad de Jesús entre las masas, los sumos sacerdotes habrían temido que su presencia suscitara una sublevación, provocando la ira del poder romano hacia el pueblo judío; por esta razón se realizó una acción preventiva contra él.
Alboroto en el Templo
Como prueba de su intención perturbadora, los sacerdotes quizá apelaran al alboroto en el Templo cuando Jesús volcó las mesas de los que cambiaban el dinero y los echó del lugar. No fue una manifestación anticapitalista ni anticomercial. Jesús sabía que el sumo sacerdote podría rechazar por impuras las ofrendas de los que acudían al Templo para sacrificar animales, por lo que necesitarían comprar nuevas ofrendas en el mismo lugar de sacrificio. Por esta razón podrían necesitar cambiar la moneda local por la metropolitana.
La oposición de Jesús se debía probablemente a que los sacrificios que se ofrecían eran ajenos. Más bien formaron parte de un comercio lucrativo que enriqueció a las autoridades clericales, lo que parece suficiente para provocar la furia plebeya de Jesús. También muestra una falta de respeto potencialmente blasfema hacia el Templo al afirmar que lo sustituiría con su propia carne y hueso. Ataca todo el aparato del poder sacerdotal, lo que podría haber sido suficiente para detenerlo.
Sin embargo no sería suficiente para ejecutarlo. El derecho a ejecutar estaba reservado a los romanos, que no tendrían interés en las trifulcas teológicas esotéricas de sus subordinados. No era de su incumbencia si un desconocido patán itinerante de la Galilea provincial tenía delirios de grandeza religiosa. El sitio estaba atiborrado de chalados y fanáticos religiosos.
Sin embargo seguro que se habrían alarmado si Jesús hubiese supuesto una amenaza política, que es lo que el Sanedrín consiguió venderles. De manera que a Jesús, probablemente, lo sentenciaron a muerte por agitador político, sin que los judíos o los romanos comprobaran la acusación. Lo que urgía era quitarlo de en medio. El letrero de la cruz -Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos- fue un desprecio bien calculado.
Perdónalos, padre…
El Nuevo Testamento presenta al gobernador romano, Poncio Pilato, como un liberal vacilante y bienintencionado con una mentalidad metafísica («¿Qué es la verdad?» pregunta a Jesús). Sin embargo esto es una parodia.
Da la casualidad de que sabemos un poco sobre el personajillo de Pilato, suficiente para estar seguros de que fue un déspota cruel que ejecutaba a la más mínima. De hecho lo despidieron del servicio imperial por conducta deshonrosa. Había que ser bastante deshonesto para que los romanos te mandaran a paseo. Debido a sus propios intereses políticos, los escritores del Evangelio querían culpar a los judíos, antes que a los romanos, por la muerte de Jesús. El mismo Jesús se niega a responsabilizar a sus asesinos y apela a una especie de falsa conciencia para librarlos: «Perdónalos, padre, porque no saben lo que hacen».
La creencia cristiana es que la crucifixión no es el fin. Por muy extremas que sean las circunstancias, el poder que surge del acto de despojarse de lo material triunfará a la larga. En la doctrina cristiana esto se conoce como la resurrección. Los camaradas de Jesús estaban tan convencidos de que el Calvario no representaba el fin que algunos de ellos estaban dispuestos a morir también por la fe.
El hecho de que Jesús resurgiera de la muerte fue informado por primera vez por mujeres, a quienes los antiguos judíos no consideraban testigos aceptables. Se concedió esta revelación a ciudadanas de segunda clase. El cuerpo que contemplaron estos testigos estaba marcado por las heridas de la crucifixión, lo que significa que no hay existencia transformada sin hacer el trayecto completo de despojarse de lo material, con la esperanza -aunque sin garantías- de llegar a algún lugar del otro lado.
Como muchas tragedias el discurso de la crucifixión y la resurrección significa que no se puede rehacer nada sin que se produzca primero una ruptura con lo anterior, lo que tiene implicaciones políticas. O, como dijo W. B. Yeats de forma memorable, «Nada está solo o entero que no se haya desgarrado primero».
Finalmente mataron a Jesús porque habló sin miedo de amor y justicia en un mundo que encontraba estas dos cosas profundamente amenazadoras. En resumen fue un mártir, que ofreció a otros su vida como regalo preciado, igual que lo hicieron Martin Luther King, Steve Biko o los que han muerto en el transcurso de la primavera árabe. De acuerdo con la doctrina de la resurrección, se le recompensó tan profusamente porque estaba dispuesto a sacrificarse, sin pensar en la compensación o la restitución.
Como relata el Nuevo Testamento, los que pierden la vida la encontrarán, y de acuerdo con los escritores del Evangelio, los menos capaces de hacer esto son los ricos y los poderosos. Los hay que consideran que el Evangelio es fuente de falso consuelo, una quimera y el opio del pueblo. Está claro que no han tomado nota de su mensaje central: si no amas estás muerto y si amas te matarán.
Terry Eagleton es teórico y crítico literario. Yale University Press publicará este año su nuevo libro How to read literature.
Fuente: http://www.redpepper.org.uk/
rCR