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Jinetes

Fuentes: Insurgente

Esto que les cuento no tiene que ver específicamente con Dustin Hoffman encarnando en la pantalla a un científico que brega contra las fuerzas del mal desatadas. Sólo que mirando en derredor a través de un lente pragmático -que le proporciona miles de millones de dólares- la industria cinematográfica estadounidense nos ha dejado una magnífica […]

Esto que les cuento no tiene que ver específicamente con Dustin Hoffman encarnando en la pantalla a un científico que brega contra las fuerzas del mal desatadas. Sólo que mirando en derredor a través de un lente pragmático -que le proporciona miles de millones de dólares- la industria cinematográfica estadounidense nos ha dejado una magnífica referencia visual para un posible Apocalipsis.

Dustin es ubicuo. Lo mismo se adentra en la selva africana combatiendo virus harto malévolos, que en un sofisticado y norteño centro de investigaciones descubre desde dónde se propaga la muerte. Hoffman (su personaje, por supuesto) teme por su país, bajo peligro de terrible epidemia. El comentarista y seguramente usted, caro lector, temen por algo más allá de una geografía ceñida: temen por la humanidad toda.

Y la aprensión cuenta con suficiente razón de ser. Aceptemos la pujanza de flamantes o redivivos asesinos, como el contagioso Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SRAS), con una semana de incubación antes de que los signos nos coloquen en estado de emergencia, y con muy alta tasa de mortalidad. Tengamos en cuenta que una cepa totalmente «inédita» de la influenza resultaría muchísimo más virulenta que la de 1918, con su carga de varios millones de víctimas, porque los sistemas inmunitarios de los seres humanos no han logrado generar ninguna resistencia todavía, tal aseguran los científicos.

A la lista de las pesadillas se suman la neumonía, tuberculosis, tifus, disentería, tétanos neonatal, sarampión, hepatitis B. Y como si no bastara, en un planeta en vilo por el sida, el ébola, el hantavirus, hay indicios de que enfermedades propias de los animales irracionales pugnan por convertirse en patrimonio genético de los racionales. Entre ellas, la gripe aviar y el mal de las vacas locas.

Pero no únicamente la constatación de estas dolencias desvela a personas y a entidades especializadas y de crédito. La Organización Mundial de la Salud (OMS) insiste en que, a pesar del perfeccionamiento de vacunas y medicamentos experimentado desde la Segunda Guerra Mundial, la reaparición de padecimientos otrora controlados resulta favorecida por factores como el deterioro de los sistemas de salubridad pública, la resistencia a los antibióticos desarrollada por algunos microorganismos, los trastornos causados por las guerras, los desplazamientos masivos de población, los cambios climáticos y, sobre todo, «el terrible yugo de la pobreza».

La última aseveración explicita que, si bien los referidos jinetes apocalípticos se ceban en cualquiera de los puntos cardinales, habrán de ensañarse -se ensañan- no tanto en las latitudes hiperbóreas como en aquellas donde son más densos los sectores vulnerables de la ciudadanía.

En este contexto, subrayemos como uno de los detonadores de la eclosión de dolencias el excesivo consumo de antibióticos -durante más de 50 año, puntales bactericidas-. Normalmente, cuando un antibiótico ataca a una colonia de bacterias, la mayor parte de estas expira a lo largo del tratamiento. Si la terapia es correcta, no se reproducirán. Sin embargo, el susodicho sobreconsumo -hasta en las virosis, en que devienen ineficaces- ha coadyuvado a que algunos microorganismos «aprendan» a no postrarse, y originen más poderosas colonias…

Ahora, en el Tercer Mundo, más atrás en los números ordinales si a distribución de riqueza se refiere, ¿cómo hablar de sobreconsumo de lo que apenas hay? En él otra cosa solivianta a los demonios. Sin duda alguna, el factor de muerte más despiadado es la pobreza, como coinciden muchos al tratar sobre las urgentes necesidades de los más de mil 300 millones de personas que (mal)viven en la miseria, y los casi 900 millones que sufren desnutrición crónica. Y con la pobreza marchan en apretada fila la consiguiente carencia de instalaciones sanitarias y agua potable, la urbanización sin tasa, la desarticulación de los servicios básicos de higiene -ah, las guerras; ah, el neoliberalismo-, que continúan marcando pautas en un Sur al que se le corroe la esperanza.

No de balde la esperanza es resbaladiza, no. Si bien reconforta conocer que se están preparando vacunas y otras generaciones de antibióticos contra más de 60 afecciones, emergentes y reemergentes, se echa en falta el tratamiento de la problemática en todas sus dimensiones concretas: científica, social, política, económica.

Pecado, el del abordaje unilateral, cometido bien sabemos por quiénes. Por aquellos que, empeñados en medrar a expensas de los más, olvidan que solo con la concertación de fuerzas y la erradicación de la desigualdad podrá la humanidad salvarse, venciendo recién estrenadas y vetustas plagas. De lo contrario, tendríamos que irnos preparando para la extinción del género, en tanto Dustin, Robert, Clint, continuarían deshaciendo entuertos únicamente en la pantalla, como un antídoto contra el miedo.

El miedo cerval a la muerte.