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El historiador falleció después de 50 años dedicados al oficio y una treintena de libros publicados

Josep Fontana, un compromiso con la política y con la historia

Fuentes: Rebelión

«A diferencia de lo que sucedió en 1968, el sistema es ahora incapaz de integrarlos ofreciéndoles (a los jóvenes) unas compensaciones adecuadas. Como los trabajadores de 1848, los jóvenes de esta nueva revuelta tienen muy poco que perder y un mundo nuevo que ganar. El futuro está en sus manos». Así finalizaba el historiador Josep […]

«A diferencia de lo que sucedió en 1968, el sistema es ahora incapaz de integrarlos ofreciéndoles (a los jóvenes) unas compensaciones adecuadas. Como los trabajadores de 1848, los jóvenes de esta nueva revuelta tienen muy poco que perder y un mundo nuevo que ganar. El futuro está en sus manos». Así finalizaba el historiador Josep Fontana el libro de 1.022 páginas «Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945» (Pasado&Presente, 2011). Tenía entonces 80 años. Se refería en el texto al movimiento del 15-M en España, a quienes en Gran Bretaña «se enfrentan a la policía y asaltan los comercios», a las Primaveras Árabes en Túnez y Egipto y a los estudiantes chilenos que defendían en la calle la enseñanza pública; pero también a las revueltas que en 2011 se produjeron en el África Subsahariana, en países como Gabón, Camerún, Burkina Faso, Costa de Marfil o Djibouti. Y detalló la conclusión que un grupo de «jóvenes revolucionarios panafricanos» de Senegal extrajo, en mayo de 2011, de las protestas globales: todas ellas rechazaban el neoliberalismo.

Catedrático emérito de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y con cerca de 30 títulos publicados, Josep Fontana falleció a los 86 años el pasado 28 de agosto. Fue testigo de un siglo. Tenía 14 años al terminar la Segunda Guerra Mundial y con 85 publicó «El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914» (Crítica). Respecto a su compromiso político, la Editorial El Viejo Topo caracteriza a Fontana como historiador marxista y militante en la resistencia democrática al franquismo, enrolado en las filas del PSUC entre 1956 y comienzos de la década de los 80. Además participó en la revista cultural y política (clandestina) Nous Horitzons, vinculada a la formación comunista. En 1966 fue apartado de la enseñanza durante dos años por la dictadura; en las elecciones municipales de mayo de 2015, cerró la lista de Barcelona En Comú -encabezada por la actual alcaldesa de Barcelona, Ada Colau- junto a la activista de 95 años María Salvo, expresidenta de la Associació Catalana d’expresos polítics y torturada durante la dictadura.

Tras publicar «La formació d’una identitat. Una història de Catalunya» (Eumo, 2014), Fontana afirmó en una entrevista en El Periódico («Mil años nos han ido haciendo diferentes», octubre 2014) sobre el conflicto entre el estado español y el independentismo: «Lo único que es seguro es que no saldrá ninguno de los dos extremos». En la conferencia «España y Catalunya: 300 años de Historia» (Sin Permiso, 2013), resaltó la existencia de una «corriente poderosa y profunda de conciencia colectiva que nos ha permitido preservar la identidad y la lengua contra todos los intentos por negarla»; entre los ejemplos históricos de afirmación de la catalanidad, Josep Fontana citaba la milicia nacional armada de Barcelona -principalmente menestrales- que en 1841 participaron en el intento de derribar la Ciutadela barcelonesa, construida por orden de Felipe V de Borbón; «porque somos libres, porque somos catalanes», fue una de las justificaciones de los milicianos.

A partir de su tesis doctoral, en 1971 el historiador publicó «La quiebra de la monarquía absoluta 1814-20. La crisis del Antiguo Régimen en España», revisado en ediciones posteriores. «Una ojeada global a los ingresos fiscales de la monarquía española en el siglo XVIII muestra claramente el fracaso de la Hacienda del absolutismo», afirma Fontana en la introducción del libro. Una de las consecuencias fue el gran agujero de la deuda pública, que se multiplicó por cuatro en la segunda mitad del siglo XVIII sin que la monarquía fuera capaz de afrontarlo.

Los efectos del endeudamiento, añade el investigador, se concretaron -a partir de 1808- en una sucesión de suspensiones de pagos, cortes de cuentas y reducción de intereses sin acuerdo previo con los tenedores; a ello se agregaron factores como la caída de los precios agrarios tras las guerras napoleónicas (a partir de 1815), que afectaron especialmente a la monarquía hispánica; y las guerras de independencia en las colonias americanas (en 1824 se produjo la derrota española en Ayacucho). «Perdidos los mercados coloniales, el Antiguo Régimen no tenía nada que ofrecer a la burguesía industrial», escribe en «Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX» (Ariel, 1973); los fabricantes observaron entonces «que vivían en un país atrasado, sometido a unas oligarquías de carácter feudal». En la citada obra, el que fuera catedrático de las universidades de Valencia y Autónoma de Barcelona resalta que -a diferencia del modelo francés- en España el Antiguo Régimen se liquidó mediante un pacto entre la burguesía liberal y la aristocracia latifundista, con el arbitraje de la monarquía; se sacrificó al campesinado, gravemente perjudicado por las apropiaciones de tierras y bienes comunitarios. «La reforma agraria liberal se hizo en buena medida para preservar los derechos de los propietarios», concluía el historiador en una conferencia en la Universitat de València en 2014.

Asimismo, cuando hace más de cuatro décadas el discípulo de Pierre Vilar, Vicens Vives y Ferran Soldevila analizaba los orígenes del movimiento obrero en España, señaló el camino que recorrieron inicialmente, entre 1856 y 1868, las asociaciones obreras junto al republicanismo. Después el movimiento que reunía al proletariado industrial, los braceros campesinos y los artesanos de oficios tradicionales se hizo autónomo y declaró «apolítico», con lo que manifestaba su rechazo a la política oficial. En «Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX», Fontana destaca que en 1857 la provincia de Barcelona representaba un tercio de la producción industrial del estado español. La jornada de trabajo en la industria algodonera (que empleaba a cerca de 100.000 obreros, de los que entre el 10% y el 20% eran niños) oscilaba entre las 12 y las 15 horas diarias; el texto incluía el testimonio de un notable industrial y dirigente de la conservadora Lliga de Catalunya, Ferran Alsina, quien caracterizó los centros de trabajo de la época como «de escasa capacidad, mal ventilados, faltos de luz y casi siempre húmedos en exceso», a lo que se agregaba la explotación laboral infantil.

El catedrático de Historia e Instituciones Económicas dedicó una parte de su obra a la reflexión historiográfica. En «La historia de los hombres: el siglo XX» (Crítica, 2002) se oponía a una «imposible» neutralidad «académica o postmoderna, que por otra parte no impedirá que ‘los poderes’ sigan haciendo un uso adoctrinador de la Historia». Añadía que el historiador trabaja siempre con la mirada puesta en el presente, y que lo esencial no eran el método y la teoría, sino contribuir a un mejor entendimiento del mundo para mejorarlo; se apoyaba para reforzar esta idea en una carta del marxista francés Pierre Vilar, redactada en febrero de 1957: «Si no creyese a la ciencia histórica capaz de explicación y de evocación ante la desgracia y grandeza humanas, no pasaría mi vida en medio de cifras y legajos». Otro referente que menciona es Marc Bloch, quien también defendía la Historia como «un esfuerzo para conocer mejor; por lo tanto una cosa en movimiento». Bloch fue uno de los fundadores de la Escuela de los Annales, participó en la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial y murió fusilado por la ocupación nazi en 1944.

A los dos historiadores franceses Fontana unía la figura de E. P. Thompson, autor de «La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra» (1963). Thompson combatió el marxismo estructuralista de Althusser, estudió las costumbres en común de los siglos XVIII y XIX y en los años 80 del siglo pasado militó en el pacifismo; «los medios académicos le miraron con recelo y se sintieron aliviados cuando no mostró ninguna voluntad de ‘hacer carrera», destacó el investigador catalán. Josep Fontana fue partidario asimismo de la «Historia Total» (y alejada del eurocentrismo) que defendieron Hobsbawm y Vilar; también cargó contra la aspiración a una historia postmoderna y huidiza de la realidad, y reprodujo algunas de las críticas a Foucault: «Hacía unas teorizaciones expresadas en lenguajes codificados y con un vocabulario esotérico, apto sólo para los iniciados».

Frente a las especializaciones desmesuradas, en «L’ofici d’historiador» (Arcadia, 2018) resume 50 años de acercamiento a múltiples campos de estudio. Así, incluye un artículo sobre los efectos de la Revolución Rusa, tangibles en la obsesión anticomunista que atravesó a las clases dominantes de todo el mundo y alcanzó, por ejemplo, a la II República española. Fontana avala esta tesis con la carta que el embajador Estadounidense en España, Irwin Laughlin, remitió al Departamento de Estado a los dos días de proclamarse la República: «El pueblo español, con su mentalidad del siglo XVII, cautivados por falsedades comunistoides, ve de repente una tierra prometida que no existe; (…) y si la débil contención de este gobierno deja paso, la muy extendida influencia bolchevique puede capturarlos»; la profesora de la Universitat de València, Aurora Bosch, destaca en el artículo «Washington y las posibilidades de la II República española, 1931-1936» una misiva fechada en 1930 de Laughlin al secretario de Estado, Henry Stimson, en la que afirmaba que el PSOE planeaba una República similar a la de la Unión Soviética, «si bien es cierto que más moderada». La historiadora agrega que The Washington Post «suspiraba por un Mussolini español que evitara la inestabilidad y el comunismo», una posición que no compartía The New York Times.

En otro capítulo del libro, Fontana se centra en la burguesía catalana beneficiada por el franquismo, élite que incluye a industriales y financieros como Jaime Castell Lastortras, tío del actual presidente de la CEOE, Juan Rosell, y empresario que tuvo el control del Banco de Madrid, el Banco Catalán de Desarrollo y el periódico Tele Exprés; o a Manuel Ortínez Mur, empresario del textil, «representante de la banca suiza y especialista en evasión de capitales», resalta el historiador. Pero Josep Fontana no perdía de vista el presente. En las últimas páginas de «Por el bien del Imperio», critica la irracionalidad del sistema con los datos de la ONU sobre el hambre en el mundo. El pasado 11 de septiembre Naciones Unidas informó de que 821 millones de personas padecen una carencia crónica de alimentos o están subalimentadas, registro que ha aumentado durante los últimos tres años y se sitúa ya en los niveles de hace una década.

Fuente de la imagen: Universidad Pompeu Fabra

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